Daniel Ortega: la construcci¨®n de un tirano
?nico candidato durante ocho campa?as presidenciales, se adue?¨® de Nicaragua y, seg¨²n todo indica, est¨¢ dispuesto a mantenerse en el poder mientras viva
Este domingo Daniel Ortega estar¨¢ asegurando su cuarto periodo consecutivo como gobernante. Lo har¨¢ a pesar de estar se?alado de cr¨ªmenes de lesa humanidad, y registrar los peores ¨ªndices de popularidad de su historia pol¨ªtica. La m¨¢s reciente encuesta de Cid Gallup determin¨® que perder¨ªa contra cualquiera de los siete opositores que manifestaron su deseo de competir por la presidencia. ?l solucion¨® ese escollo meti¨¦ndolos presos a todos. Es el dictador mostr¨¢ndose de cuerpo completo.
De Daniel Ortega se ha dicho que era el m¨¢s apagado y anodino de los nueve comandantes de la revoluci¨®n que encabezaba aquella horda jubilosa que descargaba sus ametralladoras al aire el 20 de julio de 1979. Lo ha dicho Sergio Ram¨ªrez Mercado, quien lo conoci¨® en el exilio en Costa Rica y, ya en el poder, lo acompa?¨® como su vicepresidente. Tambi¨¦n lo dijo Mois¨¦s Hassan, exguerrillero y compa?ero de Ortega en la Junta de Gobierno en los primeros a?os revolucionarios. ¡°Era apocado¡±, describe Ram¨ªrez.
¡°Su falta de escr¨²pulos lo ha llevado ah¨ª donde est¨¢¡±, dice tambi¨¦n de Ortega un viejo comandante de la revoluci¨®n de los a?os ochenta en Nicaragua. Pide que no se le mencione por su nombre. Pocas personas dan su nombre y su cara para opinar en la Nicaragua de estos momentos. Cualquier palabra que irrite a Daniel Ortega o a su esposa, Rosario Murillo, puede llevar al infortunado a terminar con sus huesos en la c¨¢rcel. O confiscado, perseguido o exiliado. No importa que sea alguien de la tercera edad o un viejo compa?ero de armas. ¡°Es eso¡±, repite, ¡°la falta de escr¨²pulos¡±.
?C¨®mo lleg¨® Daniel Ortega a ser el tirano que es? Hace unos diez a?os me hice una pregunta similar. En ese momento, a pesar de que Ortega era un personaje omnipresente en Nicaragua, y que en sus manos ten¨ªa la suerte de m¨¢s de seis millones de nicarag¨¹enses, me percat¨¦ de que tambi¨¦n era un perfecto desconocido. Hasta su regreso al poder en 2007, a pesar de que esa fue su quinta campa?a electoral y que ya hab¨ªa sido presidente de la Rep¨²blica, Ortega era una gran p¨¢gina en blanco lista para escribir su historia. La opacidad de su pasado parec¨ªa intencional. Ya se empezaba a escribir una historia a su conveniencia. Aparec¨ªa dirigiendo frentes de guerra donde nunca estuvo, jefeando operativos en los que no particip¨® y se hablaba de ¨¦l como el gran l¨ªder que nadie conoci¨®.
De su ni?ez se sab¨ªa poco o nada. Se hablaba mucho de sus largos a?os de c¨¢rcel, pero no de c¨®mo llev¨® su vida de presidiario. ?Qu¨¦ fue de su vida guerrillera? Las respuestas a estas preguntas me llevaron a escribir un perfil que termin¨® convertido en un libro publicado en septiembre de 2018: El Preso 198.
En el camino me encontr¨¦ con un personaje que nunca fue brillante. No lo fue en el colegio, donde m¨¢s bien destac¨® por sus malas calificaciones. Tampoco lo fue en la guerrilla, donde sus limitaciones f¨ªsicas y su decisi¨®n de permanecer en el exilio, lo hicieron participar solo en una escaramuza de combate, que celebra cada a?o con la pompa de batalla decisiva en la guerra contra la dictadura de Anastasio Somoza. Ni lo fue en la dirigencia sandinista insurreccional donde siempre estuvo a la sombra de su hermano menor, Humberto Ortega.
Sin embargo, Ortega se convirti¨® en el l¨ªder de la revoluci¨®n por encima de otros comandantes guerrilleros de mucho m¨¢s colmillo, luego se apropi¨® del partido Frente Sandinista, de quien ha sido el ¨²nico candidato durante ocho campa?as presidenciales, se adue?¨® de Nicaragua, a la que maneja como su finca personal, y, seg¨²n todo indica, est¨¢ dispuesto a mantenerse en el poder mientras viva.
Para la periodista uruguaya espa?ola Carmen Posadas, la ventaja de I¨®sif Stalin sobre Le¨®n Trotski, en la dictadura sovi¨¦tica, fue la ¡°conjunci¨®n de mediocridad y crueldad a partes iguales¡±, donde la mediocridad sirve en los inicios para ¡°no levantar suspicacias¡±. Tal vez fue eso.
A finales de los a?os setenta, Daniel Ortega era un dirigente sandinista de muy bajo perfil. En su curr¨ªculo ten¨ªa una temprana participaci¨®n en acciones vand¨¢licas como quemas de buses y detonaciones de bombas caseras en las viviendas de algunos somocistas, el asesinato de un sargento de la Guardia Nacional, el asalto a un banco y siete a?os de c¨¢rcel. Su mejor carta era la sombra que sobre ¨¦l ejerc¨ªa Humberto Ortega, su hermano menor, quien hab¨ªa logrado colocarse como la cabeza visible de uno de los tres grupos en que se dividi¨® el Frente Sandinista. Humberto Ortega usaba a su hermano para controlar las posiciones en las que ¨¦l no quer¨ªa estar visible, se?ala el antiguo camarada de armas de los Ortega.
¡°A Humberto nunca le ha gustado estar en primera l¨ªnea. Prefiere estar tras bambalinas, mover los hilos del poder, pero no ponerse al frente y asumir todo lo que ponerse al frente implica. ?l puso a Daniel¡±, dice.
Daniel Ortega llega a la primera l¨ªnea sandinista por dos razones b¨¢sicamente: una, la muerte de los principales dirigentes y, dos, su personalidad de hombre apagado que despert¨® pocas sospechas a la hora de colocarlo en los cargos que iban quedando vac¨ªos. Era la mediocridad avanzando sin suspicacias que mencionaba Posadas.
As¨ª es como aparece en la Direcci¨®n Nacional del Frente Sandinista, primero, y en la Junta de Gobierno, luego. Con su designaci¨®n como candidato del Frente Sandinista en la campa?a de 1984, se comienza a producir un cambio que solo fue muy evidente algunos a?os despu¨¦s. Desde esa posici¨®n titular dej¨® cada vez m¨¢s de ser el ¡°delegado¡± de los otros comandantes para asuntos del Gobierno, y a mostrarse como la cabeza del sandinismo y la revoluci¨®n, cuando no como el sandinismo y la revoluci¨®n misma.
¡°Daniel Ortega se cre¨ªa, y me imagino que todav¨ªa se cree, la personalizaci¨®n de la revoluci¨®n y el Frente Sandinista. El Frente Sandinista es ¨¦l. Y para conseguir lo que quer¨ªa no tuvo ning¨²n escr¨²pulo en crear caos en el pa¨ªs o hacer uso de las armas, en un tiempo en que varios de los dem¨¢s miembros de la Direcci¨®n Nacional hab¨ªamos perdido el apetito por ese tipo de comportamiento¡±, dice la fuente.
El Ortega que ahora conocemos estar¨ªa definido por la derrota electoral que sufri¨® de parte de Violeta Barrios de Chamorro en 1990, y su reencuentro con Rosario Murillo, una persona muy distinta a ¨¦l que, sin embargo, complementa al dictador en que se ha convertido. No es el dictador Ortega. Es el dictador Ortega Murillo. Dos personas distintas fundidas en una sola.
Para mantenerse como cabeza del Frente Sandinista despu¨¦s de la derrota, elimin¨® toda competencia interna. Quien no estuvo de acuerdo con su liderazgo, se tuvo que ir del partido. Solo aceptaba competir en elecciones primarias por la candidatura presidencial si estaba seguro de que no pod¨ªa perder. Cuando apareci¨® Herty Lewites, un candidato popular y carism¨¢tico, por ejemplo, elimin¨® las primarias y expuls¨® a Lewites del partido. Y cuando Lewites se enfrent¨® a Ortega como candidato desde otro partido, muy convenientemente para Ortega, se muri¨® de un infarto a pocos meses de las elecciones, en un hecho que algunos familiares de Lewites consideran al menos sospechoso.
Tampoco es que hiciera todo el camino solo. Se rode¨® de un grupo peque?o de incondicionales que sacaban ventajas de mantener a Ortega a la cabeza. Con sus adversarios naturales, los liberales, negociaron un pacto en que se repartieron el Estado, y al mismo tiempo se fue tejiendo una red de colaboradores que invadi¨® las instituciones del Estado, dispuesta a hacer de todo por la revoluci¨®n, en el entendido ya para entonces de que Daniel Ortega era la revoluci¨®n.
Posiblemente Daniel Ortega hubiese llegado a ser dictador con o sin Rosario Murillo, pero sin ella no ser¨ªa el tipo de dictador que es. Ella lo complementa. Ignorada en los a?os ochenta, Murillo tom¨® el control sobre Ortega en tres momentos de suprema debilidad del l¨ªder sandinista. La primera, cuando ella regresa de M¨¦xico tras la derrota electoral de 1990 y le recuerda que ya le hab¨ªa advertido de que perder¨ªa y que muchos de sus cercanos lo iban a traicionar. La segunda, durante los infartos silenciosos que Ortega sufre en 1994, que la llevan a dirigir su dieta, cuidado m¨¦dico y r¨¦gimen de vida. Y la tercera, en 1998, cuando su hija Zoilam¨¦rica Ortega Murillo denuncia p¨²blicamente a Daniel Ortega por abuso y violaci¨®n sexual. Murillo da la espalda a su hija y acuerpa a Ortega. Desde entonces nunca m¨¢s se les ver¨ªa separados.
El coctel Ortega Murillo mostrar¨ªa su poder letal en 2018, cuando los nicarag¨¹enses, hartos de los abusos de este binomio, salieron a las calles a pedir su renuncia. La respuesta fue brutal: 328 asesinados seg¨²n la Comisi¨®n Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), m¨¢s de mil presos pol¨ªticos, cien mil exiliados y un pa¨ªs convertido, hasta ahora, en una gran c¨¢rcel.
Lejos ha quedado la imagen de aquel guerrillero de poblado bigote y gruesos lentes de miope que entr¨® a Managua en 1979 estrenando uniforme militar y armas nunca disparadas junto con otros alegres camaradas, anunciando que la dictadura se hab¨ªa acabado en Nicaragua. Ahora ¨¦l es el tirano. Y ni de palabra ni de hechos ha tenido problemas para reconocerse como tal.
(*) Fabi¨¢n Medina es un periodista nicarag¨¹ense, autor del libro El Preso 198: un perfil de Daniel Ortega
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