La Gran Dimisi¨®n, hemos tenido suficiente
La era pand¨¦mica ha servido para hacer estallar din¨¢micas de sometimiento y humillaci¨®n de las que quiz¨¢ antes no ¨¦ramos conscientes, precisamente porque la rueda no se deten¨ªa
Una sacudida. El choque s¨ªsmico que altera las coordenadas de vida y nos aboca al l¨ªmite. Para muchos, la puesta a prueba de nuestra capacidad de aguante frente a la enfermedad, la soledad o la muerte de seres queridos. La pandemia ha marcado tanto nuestro presente que tardaremos a?os en comprender totalmente sus consecuencias. Junto a la modificaci¨®n de nuestras rutinas, se ha producido tambi¨¦n un cuestionamiento de los valores que nos sosten¨ªan, lo cual ha instigado una mudanza de prioridades. En Estados Unidos, esto se ha manifestado en un fen¨®meno completamente novedoso: millones de personas est¨¢n abandonando voluntariamente sus puestos de trabajo. En el pa¨ªs donde el empleo supone no solo una herramienta para adquirir dinero, sino una identidad y un dogma, sorprende este grito colectivo que indica tanto un cansancio como una protesta, a veces tan cerca de mi cotidianeidad. En apenas unos meses, he visto a varias compa?eras irse de la oficina para nunca volver. Una de ellas, profesora en precario, prepar¨® las maletas y se instal¨® con su familia en Costa Rica. Esta misma semana, una antigua alumna me llamaba con urgencia: ¡°estoy a punto de pegar un portazo y largarme¡±, explic¨® respecto a la ONG donde trabaja explotada.
La historia se repite y yo misma he vivido, en ese per¨ªodo aterrador de a?o y medio durante el cual el miedo a la covid y el cierre de fronteras me impidi¨® ver a mi familia, una epifan¨ªa, palabra que se est¨¢ popularizando en los medios. Tras horas de psic¨®logo y la constataci¨®n de que mi s¨ªndrome de Ulises, una nostalgia exacerbada por la tierra perdida que a veces sentimos los emigrados, no me dejaba respirar, he decidido dar carpetazo a esta geograf¨ªa y sus pesares, regresar a casa, sin saber muy bien qu¨¦ ser¨¢ de m¨ª en ese futuro cada vez m¨¢s cercano. No puedo m¨¢s, clamamos. Se puede ¡ªse deber¨ªa¡ª poder existir de otra manera, susurro mientras leo noticia tras noticia sobre la Gran Dimisi¨®n.
La gente se marcha en bandada de sus trabajos en la patria de Joe Biden. Los economistas andan parti¨¦ndose los sesos intentando articular una explicaci¨®n coherente; los psic¨®logos se les unen; los empleadores rabian: ¡°We are hiring!¡±, se puede leer en multitud de carteles, sin que la publicidad atraiga a la mano de obra necesaria para cubrir las vacantes. En un mercado laboral donde hay m¨¢s oferta que demanda de trabajo, las alertas saltaron cuando se publicaron las cifras de agosto: 4,3 millones de personas se despidieron motu proprio, una tendencia que ha seguido al alza a pesar de que en septiembre se acabaron las ayudas federales por desempleo. Entre las causas no destaca una ni varias, sino todo un conglomerado que apunta en muchas direcciones: meses de ahorro por la falta de ocio y viajes parecen haber engordado las cuentas corrientes de muchos, al igual que lo ha hecho la subida de la Bolsa en quien invierte ¡ªbastante m¨¢s habitual que en Espa?a¡ª; otros se han hartado, porque lo cobrado no compensaba el da?o de una condiciones miserables; en algunos casos, quien se encontraba teletrabajando no ha podido soportar la idea de conducir dos o tres horas al d¨ªa para habitar una ins¨ªpida oficina. Ha aumentado la cantidad de emprendedores y tambi¨¦n de jubilaciones anticipadas. Un n¨²mero considerable de mujeres se han visto obligadas a dedicarse exclusivamente al hogar y a los ni?os despu¨¦s de que muchos colegios, incluso guarder¨ªas, hayan optado por la educaci¨®n a distancia para evitar el riesgo de contagio, aunque se incluya su caso entre las bajas ¡°voluntarias¡±. Entre los trabajadores sanitarios la huida tambi¨¦n ha sido notable: no puedo m¨¢s ¡ªclaman¡ª, exhaustos por los estragos de un virus que sigue activo. Escasea el capital humano en casi todos los sectores; algo ha mutado en el genoma neoliberal y, como siempre que un fen¨®meno no halla precedentes, los datos son in¨²tiles, las proyecciones algor¨ªtmicas se rinden y apenas nos queda el viejo oficio de observar y pensar desde los libros.
Dec¨ªa Remedios Zafra en su ¨²ltimo ensayo, Fr¨¢giles: ¡°mi malestar es parte de mi conciencia y lo utilizo para la esperanza¡±. La pensadora espa?ola subrayaba una vulnerabilidad inherente a todos, como ya lo hiciera Judith Butler en Vida precaria, para reflexionar sobre esa mara?a capitalista llamada mercado que a muchas nos ata en corto y oprime las v¨ªsceras. Junto a la falta de derechos laborales ¡ªcada vez m¨¢s acuciada en la econom¨ªa uberizada¡ª se situaba la frustraci¨®n derivada de las expectativas no cumplidas en un clima de martilleo continuo sobre la meritocracia donde cada cual deber¨ªa tener, en teor¨ªa, lo que le corresponde seg¨²n su esfuerzo. La fragilidad de los cuerpos empleados ha alcanzado una visibilidad en la era pand¨¦mica que ha servido para hacer estallar por los aires din¨¢micas de sometimiento y humillaci¨®n de las que quiz¨¢ antes no ¨¦ramos conscientes, precisamente porque la rueda no se deten¨ªa como s¨ª ocurri¨®, forzosamente, conforme crec¨ªa la telara?a del virus. Solo desde una situaci¨®n de desprotecci¨®n extrema, de abismo y su v¨¦rtigo, se es capaz de contemplar ciertos paisajes; en este caso, uno donde los cuidados mutuos, los afectos, importen m¨¢s que la estabilidad laboral.
A pesar de las causas que apuntan a las obligaciones familiares y el ahorro, me aventurar¨ªa a afirmar que no habr¨ªa sido posible esa Gran Dimisi¨®n sin un choque tan agresivo como el que nos ha tra¨ªdo la pandemia. No obstante, que un temblor as¨ª haya actuado como desencadenante no implica descartar una agitaci¨®n tect¨®nica anterior, subyacente. El ¨¦xito del ¨²ltimo ensayo de David Graeber otorga algunas pistas. En Trabajos de mierda, el pol¨¦mico antrop¨®logo estadounidense analizaba una problem¨¢tica laboral extensible a otros pa¨ªses: existe una relaci¨®n inversa entre el sueldo y la calidad humana del empleo, de manera que las personas que desempe?an labores esenciales de cuidados, muchas de ellas mujeres ¡ªenfermeras y auxiliares, maestras, matronas¡ª cobran poqu¨ªsimo, mientras que los cargos m¨¢s alejados del contacto personal ¡ªgerentes, gestores de seguros o inmobiliarias, contables¡ª suelen estar mejor remunerados. Lo curioso es que ambos grupos malviven en un descontento perpetuo que, si para unas se manifiesta en la raqu¨ªtica n¨®mina, para otros germina en forma de pesadumbre por la inutilidad social de sus formularios y pantallas. A pesar de que abundan los m¨¢s precarios, la diversidad de los puestos abandonados nos da una idea de ese malestar general: trabajar es una cruz, insufrible para muchos.
?Hay, entonces, esperanza? ?O volver¨¢ el mercado a las andadas y propulsar¨¢ esta crisis, como tantas, un nuevo empuj¨®n hacia el subsuelo de la dignidad, recortando m¨¢s prestaciones, encogiendo salarios, incrementando la desigualdad de sobra abultada? ?En qu¨¦ momento deja de valer la pena perder horas de ocio y amor, desconocer a los tuyos porque ya no pasas tiempo con ellos, achacar una salud desmejorada y no ver la luz del d¨ªa por un cheque a finales de mes? Quiz¨¢ se est¨¦ produciendo ya el gran experimento que desvele esta inc¨®gnita; decenas de huelgas est¨¢n brotando en Estados Unidos junto a un apoyo a la sindicalizaci¨®n; la protesta crece y puede no ser estruendosa, pero s¨ª certera: apenas, como la m¨ªa, un breve adi¨®s. Hemos tenido suficiente.
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