Ordenar el desorden entre dos guerras
El tr¨¢nsito del bilateralismo al multilateralismo al que estamos asistiendo en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas amenaza con quebrar ya del todo el orden internacional forjado tras las derrotas de Alemania y Jap¨®n
La realidad regresa siempre a galope. El conflicto que asola a m¨²ltiples pa¨ªses de Oriente Pr¨®ximo y hasta la frontera entre Bielorrusia y Polonia, la simple menci¨®n de Taiw¨¢n en una discreta conversaci¨®n no presencial entre los presidentes de Estados Unidos y la China Popular, la tensi¨®n en la frontera entre Rusia y Ucrania, recuerdan situaciones del pasado que empujaron a la pol¨ªtica internacional hacia un punto de no retorno. Antes como ahora, la potencial crisis se dirime en un doble terreno: el de la cruda pugna de poder entre Estados y el de la exposici¨®n de sus posiciones en el marco de un complejo de instituciones y escenarios donde puede apreciarse el sentido y legitimidad de los intereses en juego. Al primer aspecto se le puede llamar ¡°realismo pol¨ªtico¡±; el segundo toma protagonismo en el complejo institucional pactado entre los pa¨ªses que, en un momento dado, tuvieron el poder y la influencia para imponerlo. Nada parad¨®jicamente, el sistema institucional para canalizar los conflictos en la pol¨ªtica internacional es aquel que se fragu¨® en los a?os inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en Yalta y Bretton Woods en lo fundamental. La Organizaci¨®n de las Naciones Unidas es el centro de aquel espacio de concertaci¨®n y arbitraje que permanece formalmente inc¨®lume desde 1944-1945. Sucede, sin embargo, que el mundo bipolar de entonces, el fraguado por el ascenso estadounidense con su entrada en la Gran Guerra y la Revoluci¨®n en la Rusia zarista, no es ni volver¨¢ a ser el de hoy. La reciente cumbre en Glasgow lo puso en evidencia una vez m¨¢s.
La b¨²squeda de un sistema de equilibrios entre potencias es una vieja aspiraci¨®n poco humanitaria por lo general. Desde antiguo la pretensi¨®n de los grandes Estados no era tanto levantar una bandera blanca como evitar que el resultado del conflicto pudiese comportar costes mayores a los beneficios esperados. En efecto, cuando Francisco de Vitoria y Francisco Su¨¢rez, de la conocida como escuela de Salamanca, llamaron la atenci¨®n a Carlos V acerca de la humanidad de los indios americanos y del maltrato que se les inflig¨ªa estaban advirtiendo al emperador del riesgo de malgastar el prestigio religioso de la Corona cuando esta aspiraba al dominio universal sobre el mundo entonces conocido. Por cierto, un episodio de dignidad teol¨®gica y humanitaria que los apologetas actuales de la conquista amenazan con dilapidar sin remedio. Unas d¨¦cadas despu¨¦s, cuando el holand¨¦s Hugo Grocio trat¨® de teorizar sobre las formas de arbitraje entre naciones, lo hizo antes que nada para proteger la legitimidad de los suyos de navegar por los mares que otras naciones consideraban bajo su soberan¨ªa. Un siglo despu¨¦s, la cruzada en favor de la abolici¨®n de la esclavitud promovida por cu¨¢queros y protestantes evang¨¦licos se orient¨®, infructuosamente durante unas d¨¦cadas, hacia la Corona brit¨¢nica para exigirle arbitrar una soluci¨®n liberadora para seres humanos que eran tratados como meros instrumentos de trabajo. De lo contrario, la inacci¨®n de un Estado atado de pies y manos a los intereses econ¨®micos de los productores de az¨²car de las Antillas caer¨ªa como una irreparable verg¨¹enza sobre sus s¨²bditos, fuesen los de la metr¨®polis, fuesen los que habitaban en los mundos coloniales de un imperio en expansi¨®n.
Sin estos precedentes tan sumariamente esbozados, resultar¨ªa del todo incomprensible el horizonte mental de las generaciones del siglo XX. En No Enchanted Palace (2008), el historiador estadounidense Mark Mazower mostr¨® de forma convincente c¨®mo la parad¨®jica retirada estadounidense de la Sociedad de Naciones impuesta por el Senado en 1920 forz¨® a los brit¨¢nicos a asumir un protagonismo m¨¢s all¨¢ de sus posibilidades. El b¨®er surafricano Jan Smuts contribuy¨® decisivamente a dar forma a un organismo de concertaci¨®n al mismo tiempo liberal y racialmente connotado, una organizaci¨®n dispuesta a expandir el ideal de los mandatos y dominios de su imperio, esto es, la concertaci¨®n entre los grandes centros imperiales y las ¨¦lites locales blancas y cultas, por el resto del mundo. Continuidad y reforma se daban la mano para demarcar un espacio donde los pa¨ªses pudiesen sentarse en torno a una mesa de negociaci¨®n en lugar de mandar a sus j¨®venes a morir en las trincheras. En La Sociedad de Naciones y la reinvenci¨®n del imperialismo liberal (2020), un historiador espa?ol, Jos¨¦ Antonio S¨¢nchez Rom¨¢n, acaba de a?adir a aquel argumento un an¨¢lisis riguroso de los l¨ªmites impuestos desde buen principio a la organizaci¨®n como consecuencia de la retirada estadounidense y la exclusi¨®n de la naciente Uni¨®n Sovi¨¦tica. Con ello regresamos al punto de partida de esta nota.
El tr¨¢nsito del bilateralismo al multilateralismo al que estamos asistiendo en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas amenaza con quebrar ya del todo el orden internacional forjado tras las derrotas de Alemania y Jap¨®n. La superpoblaci¨®n mundial y la lucha por los recursos naturales a?aden con toda su crudeza una tensi¨®n adicional a la insuficiencia del sistema institucional sobre el que se asent¨® aquel orden neoimperial de posguerra.
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