De un cerdo y otros cerdos
Lo que nos va a cambiar las vidas se confunde con eso que las hace siempre iguales. ?C¨®mo hacer para que lo impactante no esconda lo importante, para que la actualidad no nos impida ver la realidad?
Estos d¨ªas recordaba ¡ªaunque recordar es un verbo muy tramposo¡ª el entusiasmo del mundo en diciembre de 1967, cuando un cirujano sudafricano, Christiaan Barnard, logr¨® el primer trasplante de coraz¨®n de un hombre. Goz¨¢bamos: los medios de tantos sitios mandaron periodistas, chicos y grandes segu¨ªamos la historia por la televisi¨®n, la coment¨¢bamos, nos embob¨¢bamos, nos regocij¨¢bamos. Barnard se hizo famoso y su paciente, Louis Washkansky, tambi¨¦n, pese a su nombre. El hombre estaba a punto de llegar a la Luna y parec¨ªa que le quedaban pocos l¨ªmites: ponerle a uno el coraz¨®n de otro era un logro asombroso, la demostraci¨®n de que, gracias al progreso, todo o casi todo era posible.
Ahora, en cambio, la noticia de que ¡ªtambi¨¦n por primera vez en la historia¡ª un hombre fue trasplantado con el coraz¨®n de un cerdo no recibi¨® ni de lejos la misma atenci¨®n. Sucedi¨®, sabemos ¡ªo no sabemos¡ª, en Baltimore, Estados Unidos, y nadie recuerda el nombre del cirujano a cargo ni muchos m¨¢s detalles. Sin embargo, es un hito incre¨ªble: cada vez m¨¢s personas necesitan trasplantes ¡ªporque cada vez es m¨¢s posible hacerlos¡ª y no hay ¨®rganos suficientes, porque un ¨®rgano solo se puede trasplantar si muere el due?o y, parece, nos morimos caducos o no lo suficiente. Solo en Estados Unidos m¨¢s de 100.000 pacientes esperan impacientes un h¨ªgado, un p¨¢ncreas, un pulm¨®n, un ri?¨®n, corazones. Y tambi¨¦n en Espa?a, el segundo pa¨ªs del mundo con mayor proporci¨®n de trasplantados: alrededor de 115 por mill¨®n de personas. Por eso, llegar a usar ¨®rganos criados a voluntad ¡ªen un cuerpo de cerdo muy tuneado¡ª puede salvar, en unos a?os, a millones.
Por un tiempo ser¨¢n los de siempre: los trasplantes son otro privilegio de la salud de pa¨ªses ricos. Pero, aun as¨ª, a mediano plazo estos procedimientos se difunden. Y, mientras tanto, es un logro cultural inmenso: Charles Darwin fue tan condenado por decir que los hombres descend¨ªamos de los monos, por establecer nuestra genealog¨ªa animal que todav¨ªa, en Estados Unidos, los fundamentalistas se resisten a ense?arlo. Que un hombre pueda completarse con un trozo de animal y vivir por ¨¦l es todo un quiebre, pedorreta a las supersticiones, alarde extraordinario.
Y es un moj¨®n en el empe?o de estos tiempos: la carrera por la vida eterna. Desde siempre nos obstinamos en lograrla: hasta ahora, lo intent¨¢bamos con cuentitos y dioses; ¨²ltimamente algunos empezaron a creer que pod¨ªa conseguirse en serio. Esa carrera, como otras, tiene etapas y escalas. Ahora estamos en la etapa de la vida larga; si se cuenta el ¨²ltimo siglo, los progresos son fenomenales. En cien a?os la especie ha conseguido duplicar la subsistencia de sus individuos. En Espa?a, sin ir m¨¢s lejos, a principios del siglo pasado las personas viv¨ªan, de media, menos de 40 a?os; ahora, m¨¢s de 80. Pocas veces en la historia de la humanidad se registraron avances semejantes.
Y hay, entonces, quienes quieren y pueden seguir avanzando. En laboratorios y cl¨ªnicas del mundo rico abundan los experimentos: el reemplazo de las partes del cuerpo que se van gastando es una de las ideas m¨¢s fruct¨ªferas. Que en el pecho de un hombre lata un trozo de cerdo deber¨ªa ser una noticia extraordinaria y no le hacemos caso. Mientras tanto, en Espa?a, se habl¨® mucho de cerdos. Es l¨®gico: son m¨¢s que las personas. Pero no fue por eso sino porque un ministro dijo diego y una ministra entonces le dijo que dijera digo y ¨¦l dijo que diego y otro que ni dogo y el presidente que yago o que santiago o lo que fuera. De eso s¨ª se habl¨® mucho mientras no le prestamos atenci¨®n a la historia que seguramente, dentro de medio siglo, estar¨¢ entre lo poco que recuerden los que recuerden estos d¨ªas: el coraz¨®n del cerdo en la vida del hombre.
Es tan com¨²n y tan corriente: miramos tonter¨ªas, tonteamos la mirada, no vemos lo que acaso importe. Hay hechos que solo se entienden vistos desde el futuro ¡ªdesde las ilusiones que el futuro encierra¡ª y el futuro, sabemos, ya no es lo que era. En nuestros tiempos el futuro no es un lugar confiable. No es, por no ser, ni siquiera deseable: nadie lo mira, nadie quiere mirar desde all¨ª, ese miedo y los ojos bien cerrados. As¨ª, perdido el entusiasmo fundador de los sesenta, un triunfo como este desaparece entre noticias nimias. Vivir cada vez m¨¢s y m¨¢s y m¨¢s es menos decisivo que las declaraciones de un ministro, los cerdos que miramos son los otros cerdos, lo que nos va a cambiar las vidas se confunde con eso que las hace siempre iguales. ?C¨®mo hacer para que lo impactante no esconda lo importante, para que la actualidad no nos impida ver la realidad? Quiz¨¢ se trate de no pensar en lo que vemos sino en lo que no vemos: eso ser¨ªa, quiz¨¢, mirar.
Habr¨¢, si acaso, que mirarlo.
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