Hag¨¢moslo irrepetible
Se est¨¢ imponiendo una necesidad de registrar tu vida tan al detalle que al final tu cerebro no recuerda nada de lo ocurrido durante aquella paella memorable, sino el lugar en el que la tienes guardada
Conservo una virtud antigua que con los a?os aprecio m¨¢s, aunque la he sufrido mucho: pierdo (por torpeza, despiste o mala suerte) mis archivos digitales cada poco. V¨ªdeos de cumplea?os, comidas, cenas, reuniones, presentaciones de libros, viajes, conciertos. V¨ªdeos de todo aquello que, mientras ocurr¨ªa, guardaba con la idea loca de hacerlo eterno. Lo que pasa es que, a medida que crec¨ªa la memoria de almacenamiento del tel¨¦fono y hasta se inventaba la nube, la eternidad, que antes era tener un hijo o ver en el campo las cuatro ¨²ltimas Champions del Madrid, empez¨® a ser una mancha de helado con forma de cara de Belmez en el pantal¨®n, una fuente de patatas con huevos fritos o cualquier amanecer, que si a¨²n me dices que es tu ¨²ltimo d¨ªa de vida tiene un pase, pero resulta que hemos encontrado algo m¨¢s pesado que el sol saliendo: el tipo que le saca fotos extasiado cada d¨ªa (?sabr¨¢ que por eso el d¨ªa se llama d¨ªa?).
Siempre vuelvo a esto que una vez dijo N¨²ria Espert en una entrevista acerca de su relaci¨®n con el autor teatral V¨ªctor Garc¨ªa: ¡°Era muy cansado. Porque era una necesidad del otro todo el tiempo. Y que todo sea memorable. Que la paella que nos vamos a comer sea memorable. Todo era siempre muy intenso¡±. Supongo que algo as¨ª cansa, pero al menos ¨¦l no hac¨ªa de lo memorable algo perpetuo a lo que volver una y otra vez; una paella tan fotografiada y grabada que te repite el resto de tu vida; algo tan inmortalizado que, a fuerza de grabarlo a fuego, acaba siendo vulgarizado por la imposibilidad de fabular sobre ello. La carpeta en tu m¨®vil o en tu Instagram de ¡°Paellas¡±. La necesidad de registrar tu vida tan al detalle que al final se pierda cualquier magia y tu cerebro no recuerde nada de lo ocurrido durante aquella paella memorable, sino el lugar en el que la tienes guardada.
Hace unos d¨ªas, durante uno de esos momentos que surgen de forma espont¨¢nea y en los que estamos presentes unos pocos privilegiados (?se imaginan estar delante cuando Frank Sinatra lleg¨® a Madrid y se puso a tocar el piano y canturrearle borracho a Ava Gardner por tel¨¦fono hasta que ella apareci¨® y se lo llev¨® de la mano?), alguien sac¨® su m¨®vil y dijo: ¡°Esto hay que grabarlo¡±; un amigo, indignado, intervino: ¡°No, hag¨¢moslo irrepetible¡±. Efectivamente: compartamos juntos algo que haya durado poco y que s¨®lo hayamos vivido nosotros, que no se pueda colgar en redes o en WhatsApp, y que se cuente, claro que s¨ª, pero que cada uno lo cuente a su manera, sin ayuda de im¨¢genes o audio, record¨¢ndolo como pueda o como quiera hasta convertirlo en una especie de leyenda.
Sentirse especial por haberlo vivido, hacerlo algo antiguo. Una historia sin pruebas, que se sostenga solo por la fe de quienes la escuchan, y que sus testigos la cuenten como los amigos del colegio y del instituto nos contamos cada verano hechos de hace 30 a?os sin una sola prueba aportada m¨¢s all¨¢ de la seguridad de haberlo vivido, y la complicidad de saber que esa historia ya es la que cada uno quiere, sometida al capricho de la memoria personal, convertida no solo en parte de nuestro pasado sino en algo fundamental de lo que somos: no tanto lo que recordamos a duras penas, sino lo que nos negamos a olvidar al extremo de fantasear sobre ello. Si no llega la vida, llega la literatura.
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