El tormento de Ucrania cambiar¨¢ para siempre el rostro de Europa
Debemos prepararnos para una larga lucha. Tardaremos a?os, seguramente decenios, en ver todas las repercusiones de la invasi¨®n ordenada por Putin. A corto plazo, las perspectivas para Kiev son desoladoras
?Por qu¨¦ cometemos siempre el mismo error? Hay algo de l¨ªo, pero es solo en los Balcanes, decimos, y entonces un asesinato en Sarajevo desencadena la I Guerra Mundial. Ah, s¨ª, las amenazas de Adolf Hitler contra Checoslovaquia son ¡°una pelea en un pa¨ªs lejano, entre gentes que no conocemos¡±, y nos encontramos inmersos en la II Guerra Mundial. Los atropellos cometidos en la remota Polonia por Josef Stalin a partir de 1945 no son cosa nuestra, y pronto comienza la Guerra Fr¨ªa. Y hemos vuelto a hacerlo, nos hemos dormido y, cuando hemos comprendido todas las consecuencias de la toma de Crimea en 2014 por parte de Putin, ya es demasiado tarde. Por eso, el jueves 24 de febrero de 2022, una fecha que quedar¨¢ reflejada en los libros de historia, volvemos a encontrarnos casi desnudos, cubiertos solo por los harapos de nuestras ilusiones perdidas.
En momentos as¨ª necesitamos valor y determinaci¨®n, pero tambi¨¦n sentido com¨²n, que incluye usar con prudencia las palabras. Esta no es la Tercera Guerra Mundial, pero s¨ª es ya algo mucho m¨¢s grave que las invasiones sovi¨¦ticas de Hungr¨ªa en 1956 y Checoslovaquia en 1968. Las cinco guerras de los a?os noventa del siglo pasado en la antigua Yugoslavia fueron terribles, pero no representaban un peligro para la comunidad internacional de la misma dimensi¨®n que esta guerra. En 1956, en Budapest, hubo valerosos combatientes en la resistencia, pero en Ucrania est¨¢ todo un Estado independiente y soberano con un gran Ej¨¦rcito y unos habitantes que se proclaman decididos a resistir. Ya est¨¢ claro que los ucranios est¨¢n resistiendo de todas las maneras posibles. El Ej¨¦rcito lucha ferozmente, y los ciudadanos de a pie hacen cola para alistarse en las fuerzas territoriales y las milicias. Esta guerra es ya la mayor vivida en Europa desde 1945.
Frente a ellos est¨¢ desplegada la fuerza avasalladora de una de las mayores potencias militares del mundo, con tropas convencionales bien entrenadas y equipadas y alrededor de 6.000 armas nucleares. Rusia se ha convertido en el mayor Estado canalla del mundo. Lo dirige un presidente que, a juzgar por sus hist¨¦ricas diatribas de esta semana, ha abandonado el ¨¢mbito de la reflexi¨®n racional, tal y como suelen hacer todos los dictadores aislados tarde o temprano. No nos enga?emos: cuando, en su declaraci¨®n de guerra del jueves por la ma?ana, amenaz¨® a cualquiera ¡°que trate de interponerse en nuestro camino¡± con ¡°unas consecuencias jam¨¢s vistas¡±, estaba amenaz¨¢ndonos con la guerra nuclear.
Ya habr¨¢ tiempo de reflexionar sobre todos los errores que hemos cometido. Si, desde 2014, hubi¨¦ramos ayudado en serio a Ucrania a reforzar su capacidad de defensa, si hubi¨¦ramos reducido la dependencia europea de la energ¨ªa rusa, si hubi¨¦ramos limpiado la ci¨¦naga alimentada por el dinero sucio ruso que circula por Londongrado y hubi¨¦ramos impuesto m¨¢s sanciones al r¨¦gimen de Putin, ahora podr¨ªamos estar mejor. Pero tenemos que empezar desde donde estamos.
En las primeras nieblas de una guerra que no ha hecho m¨¢s que comenzar, veo cuatro cosas que debemos hacer en Europa y el resto del mundo. En primer lugar, debemos garantizar la defensa de cada cent¨ªmetro de territorio de la OTAN, en particular en sus fronteras orientales con Rusia, Bielorrusia y Ucrania, contra todo tipo de ataques, incluidos los inform¨¢ticos y los h¨ªbridos. Desde hace 70 a?os, la seguridad de los pa¨ªses de Europa Occidental, entre ellos el Reino Unido, depende fundamentalmente de la credibilidad de la promesa de ¡°uno para todos y todos para uno¡± expresada en el art¨ªculo 5 del tratado de la OTAN. Nos guste o no, la seguridad de Londres a largo plazo est¨¢ indisolublemente unida a la de la ciudad estonia de Narva, la de Berl¨ªn a la de Bialystok, en Polonia, y la de Roma a la de Cluj-Napoca, en Rumania.
En segundo lugar, debemos ofrecer todo el apoyo posible a los ucranios, sin traspasar el umbral que llevar¨ªa a Occidente a una guerra directa con Rusia. Los valientes ucranios que han decidido quedarse y resistir est¨¢n luchando con medios militares y civiles para defender la libertad de su pa¨ªs, algo a lo que tienen todo el derecho por ley y en conciencia y como har¨ªamos nosotros por el nuestro. Es inevitable que lo limitado de nuestra respuesta les provoque una amarga decepci¨®n. Los correos electr¨®nicos que me env¨ªan varios amigos ucranios proponen, por ejemplo, que Occidente imponga una ¡°zona de exclusi¨®n a¨¦rea¡± que impida la presencia de aviones rusos en el espacio a¨¦reo ucranio. La OTAN no lo va a hacer. Como hicieron los checos en 1938, los polacos en 1945 y los h¨²ngaros en 1956, los ucranios dir¨¢n: ¡°vosotros, hermanos europeos, nos hab¨¦is abandonado¡±. Pero s¨ª podemos hacer otras cosas. No solo podemos seguir suministrando armamento y material de comunicaciones y para otros usos a un pueblo que est¨¢ con toda legitimidad respondiendo a la fuerza con la fuerza, sino que es igual de importante que, a medio plazo, ayudemos a quienes van a tener que utilizar las viejas t¨¦cnicas de resistencia civil contra una ocupaci¨®n rusa y contra cualquier intento de imponer un Gobierno t¨ªtere. Y tambi¨¦n debemos prepararnos para ayudar a los numerosos ucranios que huir¨¢n hacia el Oeste.
En tercer lugar, las sanciones que impongamos a Rusia no deben limitarse a las que ya se han previsto. Adem¨¢s de unas medidas econ¨®micas de gran alcance, habr¨ªa que expulsar a los rusos que tengan cualquier conexi¨®n con el r¨¦gimen de Putin. El presidente ruso, con su fondo de reserva de m¨¢s de 600.000 millones de d¨®lares y la mano puesta en el grifo del gas que abastece a Europa, ha estado prepar¨¢ndose para esto, por lo que las sanciones tardar¨¢n en surtir pleno efecto.
A la hora de la verdad, tendr¨¢n que ser los propios rusos quienes digan: ¡°Basta ya. No en nuestro nombre¡±. Muchos, como el premio Nobel Dmitri Muratov, ya han manifestado su horror por esta guerra. Lean el conmovedor relato de la activista ucrania Nataliya Gumanyuk sobre la conversaci¨®n telef¨®nica con una periodista rusa que empez¨® a llorar mientras los carros de combate rusos atravesaban la frontera. Ese horror aumentar¨¢ inevitablemente cuando empiecen a volver cad¨¢veres de j¨®venes metidos en bolsas y cuando Rusia empiece a notar todas las consecuencias econ¨®micas y de reputaci¨®n. Los rusos ser¨¢n las primeras y las ¨²ltimas v¨ªctimas de Vlad¨ªmir Putin.
Lo cual me lleva a una cuesti¨®n ¨²ltima y crucial: debemos prepararnos para una larga lucha. Tardaremos a?os, seguramente decenios, en ver todas las repercusiones de este 24 de febrero de 2022. A corto plazo, las perspectivas para Ucrania resultan desoladoras. Pero recuerdo en este instante el maravilloso t¨ªtulo de un libro sobre la revoluci¨®n h¨²ngara de 1956: A Victory in Defeat (¡°Una victoria en la derrota¡±). Casi todos en Occidente se han dado cuenta ya de que Ucrania es un pa¨ªs europeo que un dictador est¨¢ atacando y desmembrando. Kiev est¨¢ hoy llena de periodistas de todo el mundo. Esta experiencia marcar¨¢ para siempre su imagen de Ucrania. Hab¨ªamos olvidado, en nuestros a?os ilusos despu¨¦s de la Guerra Fr¨ªa, que as¨ª es como las naciones se inscriben en el mapa mental de Europa: con sangre, sudor y l¨¢grimas.
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