El ¡°mundo ruso¡± de Putin no existe
La poblaci¨®n rusoparlante de las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas no muestra ning¨²n entusiasmo por el imperialismo de Mosc¨². La agresividad de la invasi¨®n de Ucrania parece haber acelerado ese proceso
Las ambiciones imperiales de Putin, que han desembocado en una guerra cuyo final a¨²n no podemos prever, parecen basarse no s¨®lo en una lectura fantasiosa de la historia de Ucrania, sino tambi¨¦n en una comprensi¨®n superficial e ideol¨®gica de su sociedad, en particular de la identidad y las aspiraciones de su componente rusoparlante.
La propaganda rusa habla de una Ucrania acosada por un Gobierno pronazi que pretende organizar la represi¨®n e incluso el genocidio contra sus ciudadanos de habla rusa, aproximadamente un tercio de la poblaci¨®n. Los medios de comunicaci¨®n estatales repiten incesantemente la versi¨®n oficial de que la ¡°operaci¨®n militar especial¡± del Ej¨¦rcito (el Gobierno ruso ha prohibido oficialmente el uso de la palabra ¡°guerra¡±) fue la ¨²nica forma de detener un ¡°genocidio¡± que lleva ocho a?os en el Donb¨¢s (ocupado por Rusia desde 2014) y que la televisi¨®n y los peri¨®dicos estatales describen con detalles sangrientos.
En este marco, se esperaba que los soldados rusos fueran acogidos por una parte importante de la poblaci¨®n, especialmente entre los rusoparlantes, como liberadores. Esto, salvo una (improbable) intervenci¨®n militar de la OTAN, deber¨ªa haber llevado a una r¨¢pida resoluci¨®n del conflicto con la ¡°liberaci¨®n¡± de Ucrania (es decir, la sustituci¨®n de Zelenski por un presidente prorruso) y una resistencia m¨ªnima, restringida a unos pocos focos de pronazis.
El uso de esta narraci¨®n con fines propagand¨ªsticos no es sorprendente, aunque la presentaci¨®n por parte de la propaganda rusa de Zelenski, jud¨ªo y rusohablante, como l¨ªder nazi requiere un cierto contorsionismo l¨®gico. Lo que, si acaso, sorprende es que Putin parece haber cre¨ªdo su propia propaganda y que la resistencia popular masiva a la invasi¨®n no formaba parte de su plan Blitzkrieg. Para entender la magnitud y las razones del error es ¨²til intentar aportar algo de contexto.
Se calcula que, tras la ca¨ªda de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, unos 25 millones de ciudadanos sovi¨¦ticos de habla rusa se encontraban fuera de las fronteras de la nueva Rep¨²blica Federal Rusa. La mayor parte estaba en Ucrania. Estonia y Letonia, otros dos pa¨ªses europeos que a lo largo de los a?os han sido acusados de simpat¨ªas nazis por el Gobierno y los medios de comunicaci¨®n rusos, tambi¨¦n tienen algo menos de un tercio de rusoparlantes (rusos ¨¦tnicos, pero tambi¨¦n ucranios y de otras antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas). Desde principios de la d¨¦cada de 1990, el Gobierno ruso siempre ha insistido no s¨®lo en la necesidad de proteger una esfera de inter¨¦s en lo que identifica como su blizhnee zorubezhe (¡°extranjero cercano¡±, es decir, las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas), sino tambi¨¦n en la responsabilidad de la patria rusa de defender a sus compatriotas en el extranjero. De ah¨ª han surgido pol¨ªticas espec¨ªficas de apoyo ling¨¹¨ªstico y cultural (¡°pol¨ªticas de compatriotas¡±) y reclamaciones del Gobierno ruso contra las infracciones reales o supuestas de los derechos de los compatriotas en las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas.
Durante las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, bajo el mandato de Putin, y especialmente desde su regreso a la presidencia tras su t¨¢ndem con Medv¨¦dev en 2012, la nostalgia imperial latente que estos t¨¦rminos implican se ha convertido en algo cada vez m¨¢s central en el pensamiento estrat¨¦gico del Kremlin. En las declaraciones del Gobierno y en los medios de comunicaci¨®n rusos, tanto los dirigidos al p¨²blico ruso como los dedicados a la exportaci¨®n, como RT, se ha hecho cada vez m¨¢s patente la visi¨®n de un ¡°mundo ruso¡± como civilizaci¨®n separada amenazada por un Occidente liberal decadente y agresivo.
Russkii Mir (Mundo Ruso) es tambi¨¦n el nombre de la fundaci¨®n gubernamental para la promoci¨®n de la lengua y la cultura rusas en el extranjero creada por el Gobierno de Putin en 2007 y que forma parte de la maquinaria de propaganda del Kremlin. Mientras que nacionalistas europeos como Le Pen, Salvini y Orb¨¢n han mostrado m¨¢s que simpat¨ªa por la narrativa de Putin de un choque de civilizaciones entre una Rusia moral y un Occidente decadente, no est¨¢ claro cu¨¢ntos rusoparlantes en los pa¨ªses vecinos adoptan esta visi¨®n.
A pesar de los esfuerzos de la maquinaria medi¨¢tica rusa, las minor¨ªas rusoparlantes de pa¨ªses como Estonia, Letonia y Ucrania distan mucho de ser homog¨¦neas y de estar sometidas uniformemente a la propaganda del Kremlin. En Estonia y Letonia, los rusoparlantes que apoyan la visi¨®n del Kremlin son una minor¨ªa, los deseos irredentistas o el deseo de reunificar Estonia y Letonia con Rusia son casi inexistentes, entre otras cosas porque la calidad de vida es mucho m¨¢s baja en Rusia, y est¨¢ surgiendo una identidad propia de rusoparlantes europeos, especialmente entre las generaciones m¨¢s j¨®venes.
Y ello a pesar de que las relaciones entre la mayor¨ªa y las minor¨ªas rusoparlantes no son halag¨¹e?as: la cuesti¨®n ¨¦tnico-ling¨¹¨ªstica se explota a menudo por motivos electorales, los partidos m¨¢s cercanos a la minor¨ªa rusoparlante han sido hasta hace unos d¨ªas bastante t¨ªmidos a la hora de adoptar una postura clara contra el autoritarismo de Putin y los gobiernos que se han sucedido desde 1991 han adoptado a menudo tonos y pol¨ªticas nacionalistas, en primer lugar la opci¨®n de no conceder la ciudadan¨ªa a todos los ciudadanos de lo que fueron las rep¨²blicas socialistas sovi¨¦ticas de Estonia y Letonia, dejando a muchos de los rusoparlantes inicialmente sin ciudadan¨ªa.
La agresi¨®n de Putin contra Ucrania puede crear m¨¢s fisuras sociales, pero desde luego no ha conseguido el apoyo indiscriminado de los rusoparlantes estonios y letones. En los ¨²ltimos d¨ªas, el principal partido rusoparlante de Letonia se ha pronunciado con fuerza contra la ¡°guerra de Putin¡±; el partido centrista estonio, hist¨®ricamente el m¨¢s votado por los rusoparlantes, ha hecho lo mismo y ha puesto fin oficialmente (y por fin) a su pacto de cooperaci¨®n con el partido de Putin, Rusia Unida, y Tallin (una ciudad medio rusa) ha reaccionado a la agresi¨®n rusa con una de las mayores protestas callejeras de todos los tiempos.
Incluso en Ucrania, la idea de que los rusoparlantes deben ponerse del lado de su patria, Rusia, es una fantas¨ªa con poca realidad. Ya en 1991, el 90% de los ciudadanos de la Rep¨²blica Socialista Sovi¨¦tica de Ucrania votaron a favor de la independencia. A lo largo de los a?os, a pesar de las diferencias ling¨¹¨ªsticas, sociales y econ¨®micas entre el Oeste m¨¢s ucranio y el Este y el Sur m¨¢s rus¨®fonos, y a pesar del crecimiento, como algo en toda Europa, de la ultraderecha nacionalista (que, sin embargo, se llev¨® una paliza en las ¨²ltimas elecciones de 2019), el nacionalismo c¨ªvico, es decir, el apego al Estado ucranio, y la visi¨®n m¨¢s eur¨®fila de la posici¨®n cultural y geopol¨ªtica de Ucrania han crecido en casi todas partes. La agresividad del Kremlin parece haber acelerado este proceso.
Seg¨²n un estudio reciente, tras la anexi¨®n de Crimea y la ocupaci¨®n de Donb¨¢s por parte de Rusia en 2014, y m¨¢s a¨²n tras la elecci¨®n de Zelenski (rusoparlante, originario del sudeste de Ucrania y eur¨®filo) en 2019, cada vez m¨¢s ucranios estar¨ªan a favor de la pertenencia a la OTAN, incluso en regiones del Este y del Sur donde la l¨®gica ¨¦tnica sugerir¨ªa lo contrario. El mismo estudio demuestra que son la afiliaci¨®n pol¨ªtica (haber votado o no a Zelenski), los factores socioecon¨®micos y los sentimientos democr¨¢ticos, y no la lengua o la etnia, los que explican la orientaci¨®n de los ciudadanos ucranios hacia la UE.
Tambi¨¦n en Donb¨¢s la situaci¨®n es m¨¢s compleja de lo que sugiere una visi¨®n puramente ¨¦tnica del conflicto. Muchos rusoparlantes se han opuesto desde el principio a los reg¨ªmenes separatistas de Donetsk y Lugansk, apoyados militarmente por Rusia. Y en Crimea, a pesar de que entre el 60 y el 70% de la poblaci¨®n es rusoparlante, no es una conclusi¨®n previsible que el resultado del refer¨¦ndum de 2014 sobre la anexi¨®n a Rusia hubiera sido favorable a este pa¨ªs si no hubiera habido fraude. Hay que hacer una importante distinci¨®n, pues, entre la realidad del mundo pos-sovi¨¦tico y la visi¨®n de Putin de esa realidad. La desconexi¨®n entre ambos se ha hecho m¨¢s evidente a lo largo de los a?os. Esto se aplica no s¨®lo a los acuerdos geopol¨ªticos europeos y mundiales, sino tambi¨¦n, y sobre todo, a la realidad social y pol¨ªtica de las antiguas rep¨²blicas sovi¨¦ticas que han emprendido, con mayor o menor ¨¦xito, caminos de democratizaci¨®n, y de las poblaciones rus¨®fonas que viven en ellas. Los analistas que hasta la semana pasada manten¨ªan una postura relativamente optimista sobre las intenciones de Putin de concentrar tropas en la frontera ucrania argumentaban su cauto optimismo en que Putin no pod¨ªa ignorar que una cosa es dominar militarmente a Ucrania y otra ocuparla y mantener su control.
Mantener la ocupaci¨®n y mantener un r¨¦gimen t¨ªtere contra la voluntad de una poblaci¨®n abrumadoramente hostil supondr¨ªa un gasto indecible de sangre y recursos, que algunos comparan con la invasi¨®n sovi¨¦tica de Afganist¨¢n en 1979. Putin deber¨ªa haberlo sabido. Tal vez no lo sepa y no parece haber nadie en condiciones de dec¨ªrselo, al menos a juzgar por el espect¨¢culo de estilo sovi¨¦tico del 21 de febrero, cuando uno tras otro los miembros del Consejo de Seguridad (la ¨²nica mujer fue Valentina Matviyenko) fueron llamados a repetir la propaganda del r¨¦gimen o a ser humillados y reprendidos como escolares que no hubieran estudiado sus lecciones.
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