Una guerra contra las mujeres
Resulta m¨¢s necesario que nunca un feminismo inclusivo, pacifista y ecologista que pueda frenar las derivas b¨¦licas cada vez m¨¢s desbocadas y que sit¨²e el foco de nuevo en la vida
En La guerra no tiene rostro de mujer cuenta la escritora bielorrusa Svetlana Alexi¨¦vich c¨®mo las mujeres sovi¨¦ticas que combatieron durante la II Guerra Mundial fueron ninguneadas y humilladas al regresar de la contienda en una doble vertiente: por una parte, sus esfuerzos para contribuir a la victoria, desde puestos que iban de enfermera a francotiradora, jam¨¢s obtuvieron un reconocimiento p¨²blico, como s¨ª lo hicieron los de sus compa?eros varones; por otra parte, se les neg¨® incorporarse a la vida cotidiana asumiendo roles tradicionalmente femeninos. La lid era cosa de hombres, y a ellas no les correspond¨ªan ni las medallas ni los homenajes de Estado, de la misma manera que tampoco pod¨ªan convertirse en buenas madres o esposas tras haber vivido tan cerca la muerte ¡ªincluso caus¨¢ndola¡ª, y cuestionarse su decencia despu¨¦s de pasar meses en el frente rodeadas de se?ores con necesidades sexuales que, en teor¨ªa, ellas habr¨ªan satisfecho. Hablando en plata: eran todas unas putas. Entre la puta y el ¨¢ngel del hogar oscilaban los ¨²nicos papeles sociales concebibles, uno m¨¢s aceptado que otro; su labor b¨¦lica, decisiva en la reconfiguraci¨®n geopol¨ªtica que dio lugar a la Guerra Fr¨ªa, simplemente se consideraba inadmisible. A ellos, por supuesto, les brotaron los laureles.
Han transcurrido 80 a?os y varias olas del feminismo desde entonces. Los tiempos ¡ªse dice¡ª han cambiado, algunos hasta aseguran que avanzan, pero el desarrollo de la guerra en Ucrania, instigado por Putin con el apoyo de la vecina Bielorrusia, a cuyo r¨¦gimen autoritario la premio Nobel Alexi¨¦vich se ha opuesto en numerosas ocasiones, est¨¢ provocando un tratamiento medi¨¢tico que se retrotrae nost¨¢lgicamente a la heroicidad viril de las grandes conflagraciones del siglo XX y recrea, de manera anacr¨®nica, un imaginario limitado de funciones posibles de acuerdo a arquetipos de g¨¦nero que cre¨ªamos obsoletos. Las casillas disponibles, por cuya diversidad se ha luchado extensamente en este milenio, han quedado reducidas a los actantes que impone la contienda, mientras se refuerza un belicismo pernicioso que parece esgrimirse con la intenci¨®n de reordenar los marcos de significado y construir una opini¨®n p¨²blica cada vez m¨¢s favorable al exterminio mundial.
De esta forma, el pacifismo se descarta por ingenuo o rus¨®filo, adscrito a un partidismo falaz ¡ª?Podemos!, gritan, aunque asomen voces afines por toda Europa¡ª, los matices se desvanecen y se irguen desde los escombros figuras que merecer¨ªan nuestro aplauso. Zelenski, el presidente de Ucrania, hace acto de presencia en tono verde camuflaje, cercano a la gente, como el mejor remake del primer Fidel Castro, el de la libertad prometida a los pueblos oprimidos. En la televisi¨®n, se procede tambi¨¦n a la hagiograf¨ªa de Klichk¨®, el alcalde de Kiev, reconocido campe¨®n de boxeo y en posesi¨®n de un doctorado; es decir, ep¨ªtome del equilibrio perfecto entre cuerpo y mente, frente a la masculinidad irracional de Putin. En ambos ucranios se juega no s¨®lo el futuro de su pa¨ªs, sino el de una presunta batalla global al m¨¢s puro estilo colonial entre la barbarie y la civilizaci¨®n, donde ellos son protagonistas y su legitimidad queda consolidada por las armas. Ellas, las ucranias, se representan en su maternidad como cuidadoras incansables, pero relegadas a un segundo plano; v¨ªctimas indefensas, se congregan en la etiqueta conjunta ¡°mujeres y ni?os¡±; nunca adultas, excepto cuando son carne de ca?¨®n, se las cree listas para ejercer la prostituci¨®n. As¨ª, a grandes rasgos, se est¨¢ elaborando el discurso hegem¨®nico de esta guerra ¡°justa¡± donde los valores supuestamente democr¨¢ticos deber¨ªan prevalecer untados de la desigualdad intr¨ªnseca a esos rostros de mujer, puro afecto o sexualizados, mientras la pol¨ªtica se dirime desde la mira de un rifle.
Si algo se puede inferir de la lid en marcha es un retroceso generalizado que afecta a nuestra manera de pensar el mundo ¡ªahora casi irrevocablemente fragmentado en dos bloques compactos¡ª y, con ello, a un feminismo que se ha apropiado de categor¨ªas hist¨®ricamente secundarias, feminizadas, para reivindicarlas como imprescindibles en el funcionamiento de la vida. El problema no es tanto el llanto desconsolado de una madre que huye de los bombardeos con su beb¨¦ en el regazo, sino que no se elabore un andamiaje pol¨ªtico que abrace la vulnerabilidad inexorable a todos para implementar m¨¢s medidas de corte social en lugar de fomentar la compraventa de material defensivo. El problema, por ejemplo, tampoco es la tan manida asociaci¨®n entre la fecundidad femenina y la capacidad de la tierra para engendrar alimentos con los que nutrirnos, sino que no se haya aprovechado esa relaci¨®n sumamente criticada para promover la pr¨¢ctica ecologista y librarnos de la dependencia f¨®sil que se encuentra en el n¨²cleo mismo del conflicto. A cambio, un militarismo patriarcal ha copado buena parte de los espacios informativos y las conversaciones de l¨ªderes mundiales que se han lanzado a ampliar los presupuestos de defensa con el fin de prepararse para una nueva carrera armament¨ªstica. Significativos son los casos de Estados Unidos, que bati¨® el r¨¦cord de su historia; de China, donde el incremento ser¨¢ de un 7,1%, y de Alemania, pa¨ªs que, en cuesti¨®n de d¨ªas, ha pasado de ser reticente a las sanciones contra Putin por la alta dependencia del gas ruso a querer duplicar su partida militar en los pr¨®ximos a?os. Si imaginamos la pol¨ªtica como una forma de guerra, como necropol¨ªtica, en palabras del fil¨®sofo Achille Mbembe, debemos juzgar este rearme internacional como s¨ªntoma de un paradigma en el que la muerte reina sobre todas las cosas, a veces incluso en nombre de la paz, pero desde luego jam¨¢s en el de la igualdad de g¨¦nero.
Sin embargo, no se trata ¨²nicamente de la regresi¨®n a un universo polarizado en que el ardor guerrero predomina sobre imaginarios alternativos menos inicuos; ni siquiera de que se est¨¦ alentando desde casi todos los flancos una posible intervenci¨®n de la OTAN que acabar¨ªa con una mayor¨ªa de la poblaci¨®n convertida en cenizas; no es mero asunto de representatividad ni de falta de participaci¨®n pol¨ªtica o liderazgo de la mujer; m¨¢s bien de que todo lo anterior se sumar¨¢ a una crisis econ¨®mica descomunal marcada por la inflaci¨®n y el riesgo de desabastecimiento de materias primas de la que las mujeres saldr¨¢n mucho peor paradas porque ya ocupan un pelda?o inferior a los hombres en la distribuci¨®n de la riqueza. Partiendo de una situaci¨®n perjudicial para muchos, todo apunta a que la precariedad vigente, feminizada, va a exacerbarse en cuanto que la contienda monopoliza los esfuerzos econ¨®micos de los Estados y nosotras, junto a otros colectivos vulnerables, caemos del lado de lo que no importa. Por eso es m¨¢s necesario que nunca un feminismo inclusivo, pacifista y ecologista que pueda poner freno a las derivas b¨¦licas cada vez m¨¢s desbocadas y sit¨²e el foco de nuevo en la vida; que destaque los derechos humanos y recuerde a Josep Borrell que no constituyen el ¡°cuento de las mil y una noches¡±, como afirm¨® recientemente, sino el acuerdo surgido de una masacre monumental; que alce la voz y el cuerpo y la inteligencia que nos est¨¢n robando. Eso s¨ª que ser¨ªa heroico. Lo contrario superar¨ªa la invasi¨®n de Ucrania; ser¨ªa una guerra abierta contra las mujeres, y esta vez s¨ª queremos tener rostro: para pararla.
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