?Por qu¨¦ seguimos creyendo en la meritocracia?
La idea de que con esfuerzo se puede llegar alto oculta que no todos parten del mismo punto, que no a todos se les juzgar¨¢ con equidad y que apenas quedan puestos decentes que ocupar
La idea de que vivimos en una sociedad meritocr¨¢tica es mentira. Si por meritocracia entendemos una sociedad en la que los ingresos y el trabajo se otorgan ¨²nicamente sobre la base de los m¨¦ritos de la persona, la nuestra es una sociedad muy alejada de ese ideal. Estudio tras estudio nos demuestran que los ingresos y la riqueza de los padres influyen enormemente en los ingresos y la riqueza de los hijos. En gran medida, la posici¨®n de clase no se gana, se hereda. Entonces, ?por qu¨¦ no solo seguimos creyendo que vivimos en una meritocracia, sino que, adem¨¢s, esa creencia ha aumentado en las ¨²ltimas d¨¦cadas?
Para explicar la diferencia entre las percepciones populares y los datos, los acad¨¦micos suelen recurrir a la desinformaci¨®n. La gente tiende a minusvalorar cu¨¢nta desigualdad hay, no conoce por qu¨¦ se produce y tiende a justificarla como algo que es fruto del m¨¦rito. Aunque tenga parte de raz¨®n, llevar demasiado lejos el marco de evidencia frente a ignorancia no llega al fondo de la cuesti¨®n. La gente no se cree esas noticias porque no se las puede creer.
Las creencias suelen estar condicionadas por la posici¨®n social de las personas, y la idea del ascenso social a trav¨¦s del trabajo es una idea fundamental del sistema capitalista. En la ¡°econom¨ªa del conocimiento¡± moderna, la distribuci¨®n del trabajo responde al principio de la habilidad, es decir, que los trabajos m¨¢s productivos son cada vez m¨¢s especializados y requieren de una alta capacitaci¨®n para ejercerlos. Cuanto mejores ingenieros tenga una empresa automovil¨ªstica, mejores coches acabar¨¢ sacando al mercado.
Obtener esas habilidades requiere de muchos a?os de preparaci¨®n en forma de estudio. La expectativa de un buen empleo y de ascenso social es la que nos motiva a realizar una inversi¨®n en tiempo, esfuerzo y dinero tan fuerte. Puesto que todo el mundo quiere mejorar, en una ¡°econom¨ªa del conocimiento¡±, muchos construimos y proyectamos nuestra vida en base a esa promesa educativa. No es de extra?ar, por tanto, que ante el aumento de los a?os de estudio y del esfuerzo que acometen los alumnos, tambi¨¦n haya aumentado la creencia en la meritocracia.
No obstante, es importante entender que existen tres grandes diferencias entre la exigencia de habilidades de la ¡°econom¨ªa del conocimiento¡± y el ideal meritocr¨¢tico. En primer lugar, la ¡°econom¨ªa del conocimiento¡± no necesita que el empleado sea el mejor, sino solamente que sea lo suficientemente bueno como para hacer su trabajo y aumentar la productividad. Las empresas no suelen contratar a in¨²tiles, pero s¨ª contratan a gente que es lo suficientemente competente sin ser la mejor. Esto se debe a numerosos sesgos de los empleadores, los cuales van desde contratar a amigos o familiares a discriminar a ciertos grupos sociales, como las clases populares, las mujeres o las minor¨ªas ¨¦tnicas.
En segundo lugar, tampoco necesitan las empresas que todos los individuos tengan las mismas oportunidades a la hora de obtener esas competencias, sino solo que un n¨²mero significativo lo haga. Mientras suficientes ingenieros salgan de las universidades para cubrir los puestos en las compa?¨ªas, no importa su origen social. Este es precisamente el problema, puesto que el nivel educativo de los padres influye enormemente en el de los hijos. Como demuestra el caso de EE UU, la ¡°econom¨ªa del conocimiento¡± m¨¢s avanzada puede combinarse con baj¨ªsimos niveles de movilidad social.
En tercer lugar, la ¡°econom¨ªa del conocimiento¡± est¨¢ creando cada vez m¨¢s trabajos precarios (por ejemplo, los riders) y m¨¢s trabajos altamente remunerados mientras que desaparecen los trabajos ¡°medios¡±. Como han mostrado Olga Cant¨® y Luis Ayala en un reciente informe, cada vez tenemos rentas m¨¢s polarizadas, ya que el grupo de poblaci¨®n con ingresos medios es hoy menor que hace 30 a?os. Es decir, que el aumento de la desigualdad produce que cada vez sea m¨¢s dif¨ªcil tanto ascender como recompensar apropiadamente el esfuerzo de los empleados.
El mito de la meritocracia oculta estas tres realidades estructurales sobre nuestra econom¨ªa, e individualiza la obtenci¨®n de un trabajo. Es m¨¢s, moraliza el fracaso (el individuo no se ha esforzado y es culpable) y el ¨¦xito (solo el individuo es responsable). La idea de que con esfuerzo se puede llegar alto oculta que no todos parten del mismo punto, que no a todos se les juzgar¨¢ con equidad y que apenas quedan puestos decentes que ocupar.
La meritocracia es mentira, s¨ª, y, sin embargo, la promesa de ascenso es real. Ense?ar que no vivimos en un mundo en el que esa promesa se cumpla completamente no ser¨¢ efectivo mientras que la gente entienda esas cr¨ªticas como ataques a la promesa en torno a la que han estructurado toda su vida. Decir que la meritocracia no existe deja desamparados a los que lo escuchan y es altamente probable que se resistan a creerlo. Los mitos no desaparecen simplemente porque se demuestre que sean mentira, sino porque los sustituye otra idea m¨¢s atractiva.
Por ello, es necesario articular un mejor proyecto de futuro, un proyecto que recoja la promesa de ascenso de la meritocracia y la redirija hacia otro ideal. Los dos primeros problemas se combaten tom¨¢ndose verdaderamente en serio la igualdad de oportunidades. Es necesario dar a todos las mismas oportunidades para florecer y eliminar la discriminaci¨®n laboral. Sin embargo, el tercer elemento apunta a algo m¨¢s fundamental que la igualdad de oportunidades y esta es la falta de oportunidades tout court. Esto es particularmente problem¨¢tico para la meritocracia, puesto que debatir sobre qui¨¦n deber¨ªa ocupar unos puestos no tiene sentido si no hay puestos decentes que ocupar. No se puede hablar de igualdad de oportunidades si no hay oportunidades que repartir.
Esto explica por qu¨¦ economistas como Dani Rodrik hablan de que debemos paliar el good jobs problem (la falta de trabajos decentes) que afecta a las clases medias, y cr¨ªticos con la meritocracia como Michael Sandel inciden en la relevancia de recuperar la dignidad del trabajo. Las desigualdades creadas por la pandemia, en la que unos vieron crecer su ahorro mientras que miles de personas perd¨ªan su trabajo de un d¨ªa para otro, nos indican que el trabajo depende enormemente de causas estructurales y que faltan empleos decentes.
Desde la pol¨ªtica ya se comienza a vislumbrar un importante cambio de tendencia. Reclamos como el de Joe Biden para incrementar los salarios (¡±pay them more¡±), la defensa de Olaf Scholz de la idea de ¡°respeto¡±, o la nueva reforma laboral impulsada por Yolanda D¨ªaz y el Gobierno PSOE-Podemos para paliar la precarizaci¨®n van en esa direcci¨®n. Estos movimientos conectan tanto con la poblaci¨®n precarizada, como con todos los que sienten que sus condiciones laborales no se corresponden con lo que merecen. Estos movimientos rechazan el individualismo de la meritocracia, apuestan por mejorar las condiciones laborales, buscan recuperar los trabajos decentes y tratan de resolver los problemas estructurales con soluciones estructurales.
Los cr¨ªticos con la meritocracia no son contrarios al m¨¦rito o al esfuerzo, sino a la creencia equivocada de que se premia por igual el esfuerzo de todos. Lo que los gu¨ªa es la convicci¨®n de que todo el mundo merece un trabajo decente. Ahora, m¨¢s que nunca, hay que redirigir la promesa individualizada de la meritocracia hacia una nueva promesa de trabajo digno para todos.
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