La mirada quieta (de P¨¦rez Gald¨®s)
Al leer ¡®La mirada quieta¡¯ volv¨ª a sentir esa mezcla de emoci¨®n, asombro, acuerdo, gratitud y ganas de compartir de viva voz con gente querida
El primer galdosiano que conoc¨ª se llamaba Norberto D¨ªaz Granados, era colombiano y ¡°en aquel tiempo remoto¡± su oficio era el de libretista de telenovelas.
Ep¨ªgonos de Pedro Camacho, el inmortal personaje de La t¨ªa Julia y el escribidor, de Mario Vargas LLosa: eso no m¨¢s ¨¦ramos D¨ªaz Granados y yo en Caracas a fines de los a?os 70 del siglo pasado: escribidores de culebrones.
Ocurri¨® que un presidente de la rep¨²blica sucedi¨® a otro del partido contrario ¨Calgo que no ha vuelto a ocurrir en Venezuela desde hace casi un cuarto de siglo¡ª. Una expresentadora de noticiarios, antigua amante del nuevo mandatario, hizo valer lo que le restaba de influencia, quiz¨¢ a modo de indemnizaci¨®n por cesant¨ªa, para llenar de amigos algunas plazas desiertas en la n¨®mina del canal de televisi¨®n estatal.
Una buena amiga de la antigua amante era una joven actriz teatral. Alguna vez le toc¨® hacer un personaje llamado Bibi y as¨ª se qued¨®.
Deb¨ª haber dicho antes que Bibi era mujer de teatro y no solamente actriz; una mujer de teatro integral: dise?aba escenograf¨ªas y vestuarios; figuraba en el elenco secundario del por siempre incipiente cine nacional; actuaba, no la achicaban las tareas de producci¨®n y por aquel entonces cultivaba el designio de hacerse dramaturga y trabajar como guionista de televisi¨®n.
Los directivos del canal se curaron en salud¡ª?qui¨¦n quiere pelearse con alguien que a lo mejor se reconcilia con el Jefe?¡ªextendi¨¦ndole a Bibi un contrato b¨¢sico como guionista. Contaban con que ella se limitar¨ªa a cobrar quincenalmente su salario, sin dejarse ver jam¨¢s por la televisora, mientras segu¨ªa actuando en piezas de Enrique Buenaventura con una compa?¨ªa teatral subsidiada por el Ministerio de Cultura. Se equivocaron de medio a medio: Bibi quer¨ªa llevar a la pantalla chica una obra de P¨¦rez Gald¨®s: Fortunata y Jacinta (1887).
Fue por eso que la gerencia nos hab¨ªa llamado a don Norberto y a m¨ª: Bibi hab¨ªa solicitado tambi¨¦n gente experimentada como colibretistas. Yo no conoc¨ªa personalmente a don Norberto, un nombre legendario cuya fama se remontaba a los tiempos de la radio. Me cay¨® estupendamente.
Tampoco conoc¨ªa a Bibi, aunque la admiraba a distancia por su belleza y su actividad en el teatro, pero en cosa de minutos nos amistamos todos para siempre. El pegamento fue la franqueza con que Bibi, al quedarnos a solas, nos confi¨®, sin melindres pero obviamente muy preocupada, que solo hab¨ªa visto una vez en su vida la pel¨ªcula de Angelino Fons (1969) en la que Emma Penella hizo de Fortunata y Liana Orfei de Jacinta.
Le hab¨ªa gustado tanto que, sin poder explicarse bien por qu¨¦, propuso al canal hacer una versi¨®n. Sin embargo, confrontada con los cuatro vol¨²menes de la Editorial Losada que consigui¨® prestados, comprendi¨® que estaba en aprietos.
¡ªYo solo he escrito sketches cort¨ªsimos para Sopotocientos¡ª, dijo, apenad¨ªsima.
Sopotocientos era un programa educativo para ni?os.
¡ªNo s¨¦ de d¨®nde saqu¨¦ esto de adaptar Fortunata y Jacinta. P¨¦rez Gald¨®s es mucho camis¨®n pa¡¯ Petra. Me da mucha pena, me dan ganas de renunciar.
Don Norberto dijo: ¡°D¨¦jese de vainas: usted necesita su chamba¡±. Se adue?¨® del caso y fue a hablar con los gerentes. Regres¨® muy pronto, con una soluci¨®n para Bibi. Les hab¨ªa hecho ver que Bibi era una chamita [jovencita], talentosa, s¨ª, pero a¨²n muy jojota [poco experimentada] para correr las dos millas doscientos. Actu¨® como si fuese su agente y prometi¨® que, en cosa de diez d¨ªas, Bibi les entregar¨ªa una hora y media de teleteatro.
¡ªAd¨¢pteles La carta [1927], de Somerset Maugham. En casa tengo una resma de versiones. Si quiere le presto, para que se ilustre, el guion de un radioteatro de F¨¦lix Pita Rodr¨ªguez, un autor cubano que no falla un trazo. Ahora d¨¦jenme hablarles de P¨¦rez Gald¨®s.
Fue as¨ª como comenz¨® mi trato lector con la colosal obra de Benito P¨¦rez Gald¨®s, afici¨®n que con seguridad no habr¨¢ de extinguirse jam¨¢s porque se trata de una inabarcable masa literaria. Y es que don Norberto propuso ir a almorzar a una trattoria de La Carlota y, haciendo camino a pie, comenz¨® un seminario sobre la obra de P¨¦rez Gald¨®s que se prolong¨® todo el tiempo que dur¨® nuestra amistad.
Su facundia y entusiasmo me llevaron a leer no solo Fortunata y Jacinta, sino todo aquello que llevase su firma. Nazar¨ªn (1895) y Tristana (1892) eran sus favoritas. Conservo hasta hoy el ejemplar de La de Bringas (1884)que me regal¨®, antes perderlo de vista para siempre. Bibi muri¨® en Madrid, hace ya algunos a?os.
Estos recuerdos, y otros muchos, aleda?os todos de la memoria feliz que tengo de don Norberto, de mi juventud y del primer oficio que tuve alguna vez y que aprend¨ª en un tiempo sin ordenadores ni ¡°gerentes de contenidos¡±, me han venido asaltando desde que hace solo unos d¨ªas termin¨¦ de leer La mirada quieta (de P¨¦rez Gald¨®s) (2022), de Mario Vargas Llosa. No s¨¦ c¨®mo rese?ar su libro.
Me ocurre con los ensayos literarios de Vargas Llosa que puedo recordar no solo los lugares donde me los top¨¦ por vez primera y las veces que los he le¨ªdo y rele¨ªdo. Tambi¨¦n el pedacito de p¨¢gina en que figura tal o cual revelaci¨®n inolvidable.
Al leer La mirada quieta volv¨ª a sentir esa mezcla de emoci¨®n, asombro, acuerdo, gratitud y ganas de compartir de viva voz con gente querida que experiment¨¦ leyendo por vez primera El viaje a la ficci¨®n: el mundo de Juan Carlos Onetti (2008).
Esta vez me ocurri¨® lo mismo que al leer su novela El Hablador (1987), hace m¨¢s de treinta a?os. A cada cierto trecho murmuraba: ¡°?Ah, si don Norberto viviese a¨²n y pudiese leer esto!¡±.
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