Joe Biden solo ha dicho de Taiw¨¢n lo que ya sabe todo el mundo
El presidente ha comprendido que la doctrina de ¡°ambig¨¹edad estrat¨¦gica¡± de EE UU sobre la isla ha caducado. China ya no es la de los a?os setenta, la amenaza de invasi¨®n es real y Washington estar¨ªa obligado a actuar
La decisi¨®n del presidente Joe Biden de afirmar categ¨®ricamente que Estados Unidos intervendr¨¢ militarmente en caso de que China ataque Taiw¨¢n, como hizo durante la conferencia de prensa conjunta del lunes en Tokio con el primer ministro japon¨¦s, Fumio Kishida, ha provocado indignaci¨®n en Pek¨ªn y mucho malestar en gran parte, incluso la mayor¨ªa, de los responsables de la pol¨ªtica exterior estadounidense, entre ellos muchos partidarios del presidente tanto fuera como dentro de la Administraci¨®n. Un hecho que lo demuestra fue que, pocas horas despu¨¦s de las declaraciones de Biden, el Departamento de Estado estaba, como dicen eufem¨ªsticamente en Washington, ¡°retract¨¢ndose¡± de los comentarios del presidente e insistiendo en que la pol¨ªtica de Estados Unidos respecto a Taiw¨¢n no hab¨ªa cambiado.
El problema es que esta pol¨ªtica, que se remonta a 1979, a?o en el que Estados Unidos decidi¨® reconocer a la Rep¨²blica Popular China (RPC) como ¡°¨²nico Gobierno legal de China¡± y dejar de reconocer a la Rep¨²blica de China ¡ªes decir, Taiw¨¢n¡ª, era totalmente incoherente y contradictoria cuando se acord¨® y lo es m¨¢s hoy, si cabe. Por un lado, Estados Unidos acept¨® y sigue aceptando la opini¨®n de Pek¨ªn de que Taiw¨¢n no es, como asegura la isla, una entidad soberana separada. Pero, por otro lado, Washington nunca ha aceptado la declaraci¨®n de la Rep¨²blica Popular de que Taiw¨¢n forma parte de China. Esta contradicci¨®n aparece ya en el comunicado conjunto chino-estadounidense de diciembre de 1978, en el que el texto en chino dice que Estados Unidos ¡°reconoce¡± que Taiw¨¢n es parte de China pero en ingl¨¦s dice que Estados Unidos ¡°reconoce la declaraci¨®n china¡± de que Taiw¨¢n es parte de China.
Por si fuera poca la confusi¨®n, poco despu¨¦s de que Estados Unidos cerrara su Embajada en Taiw¨¢n y Washington y Pek¨ªn intercambiaran embajadores, el Congreso aprob¨® la Ley de Relaciones con Taiw¨¢n, que establece que los lazos de Estados Unidos con la RPC se basan ¡°en la expectativa de que el futuro de Taiw¨¢n se determinar¨¢ por medios pac¨ªficos¡±, algo a lo que Pek¨ªn no se comprometi¨® entonces ni se ha comprometido despu¨¦s. Asimismo, Estados Unidos se comprometi¨® a proporcionar a Taiw¨¢n ¡°armas de car¨¢cter defensivo¡± y a ¡°mantener la capacidad de Estados Unidos para hacer frente a cualquier uso de la fuerza [por parte de Pek¨ªn] u otras formas de coerci¨®n que pongan en peligro la seguridad o el sistema social o econ¨®mico del pueblo de Taiw¨¢n¡±.
En Washington, esta postura de Estados Unidos se denomina ¡°ambig¨¹edad estrat¨¦gica¡±. Este t¨¦rmino puede aplicarse a la pol¨ªtica de Israel de no reconocer que tiene un arsenal de armas nucleares que podr¨ªa utilizar si sintiera su existencia amenazada por sus enemigos (l¨¦ase Ir¨¢n). Pero no tiene sentido en el caso de Taiw¨¢n. En todo caso, un t¨¦rmino m¨¢s apropiado ser¨ªa ¡°contradicci¨®n autodestructiva¡±. Estados Unidos no reconoce a Taiw¨¢n pero lo defender¨¢ (sin concretar los medios), y proporciona a Taiw¨¢n los medios militares para defenderse¡ pero solo con ¡°armas defensivas¡±, lo que en t¨¦rminos militares no solo es ambiguo sino que carece de sentido, puesto que seguramente podr¨ªan calificarse de armas defensivas incluso las armas nucleares (en la medida en que se acepte la doctrina de la destrucci¨®n mutua asegurada).
En realidad, la pol¨ªtica de ambig¨¹edad estrat¨¦gica de Washington solo ha funcionado, y solo puede funcionar, si China no se toma en serio reconquistar su provincia renegada (que es como la considera) por la fuerza. En el momento del reconocimiento mutuo entre Estados Unidos y la RPC, China era demasiado d¨¦bil para hacerlo. Cuando los chinos adoptaron la perestroika (aunque, por supuesto, no la glasnost) y se convirtieron en capitalistas (autoritarios), durante la era de Deng Xiaoping, y ascendieron hasta convertirse en el taller del mundo y en la segunda econom¨ªa m¨¢s grande, quiz¨¢ pareci¨® razonable suponer que, cuanto m¨¢s se incorporara China al sistema global ¡ªun proceso que sac¨® a cientos de millones de personas de la pobreza¡ª, menos probabilidades habr¨ªa de que lo pusiera todo en peligro con una guerra.
Por supuesto, esta era la misma l¨®gica en la que se apoyaba la opini¨®n generalizada de que, cuando China recuperara Hong-Kong, cumplir¨ªa sus compromisos de permitir que la ciudad funcionara bajo normas m¨¢s democr¨¢ticas. El argumento era que permitir que el centro financiero se rigiera por normas distintas a las del resto de la RPC redundaba en beneficio de los intereses econ¨®micos y la reputaci¨®n pol¨ªtica de Pek¨ªn. Pero esa esperanza se desvaneci¨® con la imposici¨®n en 2020 de duras leyes de seguridad nacional y la represi¨®n del movimiento democr¨¢tico que surgi¨® como consecuencia. Cuando China habla de ¡°una sola China¡±, est¨¢ claro que quiere decir precisamente eso: una sola China con un solo sistema.
Por lo que respecta a Taiw¨¢n, ya ni se habla de la esperanza de que China pudiera permitir una reunificaci¨®n suave, como hizo al principio en Hong-Kong, y dejar que la isla conserve su identidad democr¨¢tica y cierto grado de autonom¨ªa. Las ¨²nicas dudas son si, como algunos creen, China acabar¨¢ intentando apoderarse de la isla por la fuerza y si el ruido de sables de los dos ¨²ltimos a?os ¡ªaviones militares que invaden el espacio a¨¦reo taiwan¨¦s, ejercicios navales que parecen simular lo que har¨ªa la armada china si tuviera que apoyar la invasi¨®n¡ª debe considerarse una se?al de guerra inminente.
El presidente Biden ya endureci¨® su postura a favor de Taiw¨¢n el pasado mes de agosto, cuando prometi¨® que Estados Unidos acudir¨ªa en su ayuda si sufr¨ªa un ataque y caus¨® la misma consternaci¨®n y confusi¨®n en el Departamento de Estado como con su declaraci¨®n de esta semana. Pero es evidente que la invasi¨®n rusa de Ucrania ha reforzado a¨²n m¨¢s esa tendencia. As¨ª lo dijo en la rueda de prensa de Tokio, cuando afirm¨® que los acontecimientos de Ucrania hab¨ªan hecho que la responsabilidad de Estados Unidos con la defensa de Taiw¨¢n fuera ¡°todav¨ªa mayor¡±.
Biden cree claramente que existe el peligro de que la ofensiva de Rusia anime a los chinos a iniciar su propia invasi¨®n. Es imposible saber si tiene raz¨®n, aunque muchos de los que descartan esos temores tambi¨¦n desestimaron las predicciones de Biden antes de que Mosc¨² atacara Ucrania. Otra teor¨ªa sostiene que la alarma de Biden est¨¢ fuera de lugar, no porque el ataque ruso no envalentonara al principio a Pek¨ªn, sino porque la inesperada y s¨®lida resistencia con la que han topado las fuerzas rusas ha servido de advertencia a los estrategas chinos. Quienes defienden esta opini¨®n dicen que una invasi¨®n ser¨ªa car¨ªsima para un Ej¨¦rcito chino que no tiene ni una m¨ªnima parte de la experiencia de combate que tienen las fuerzas rusas, y recuerdan que la ¨²ltima guerra en la que participaron los chinos fue la que libraron contra Vietnam en 1979, en la que sufrieron una tremenda derrota.
El problema fundamental para Washington es que la doctrina de la ambig¨¹edad estrat¨¦gica desarrollada a finales de los a?os setenta parece haber superado hace mucho su fecha de caducidad. Esto es lo que Biden ha comprendido, aunque su Departamento de Estado no lo haya hecho. China es ahora diferente: m¨¢s segura de s¨ª misma, m¨¢s intransigente y probablemente con m¨¢s competencia militar. Y Taiw¨¢n es muy diferente, puesto que se ha convertido en una democracia ejemplar en una ¨¦poca en la que la democracia parece estar en retroceso en casi todas partes (en mi opini¨®n, incluso en Estados Unidos). Despu¨¦s de la invasi¨®n rusa de Ucrania, pensar que la posibilidad de que China emprenda una acci¨®n similar es remota parece el colmo del autoenga?o. Si alguna vez fue realidad la llamada ¡°larga paz¡± posterior a la II Guerra Mundial, en Bucha y Mariupol ha llegado a su fin, y esa verdad se palpa en Asia oriental tanto como en Europa del este.
En realidad, es secundaria la cuesti¨®n de si Biden fue prudente o no al decir p¨²blica y categ¨®ricamente algo que todo el mundo, tanto en Pek¨ªn como en Washington, sabe a la perfecci¨®n: que la doctrina de la ambig¨¹edad estrat¨¦gica es tan in¨²til como la L¨ªnea Maginot. Pek¨ªn puede fingir indignaci¨®n, pero entiende muy bien que, a pesar de Ucrania, Estados Unidos sigue apartando su centro de gravedad militar de Oriente Medio y Europa y acerc¨¢ndolo al Pac¨ªfico, y que est¨¢ cimentando o reforzando las relaciones militares con Australia a trav¨¦s del acuerdo Aukus, con Corea del Sur y, lo m¨¢s importante de todo, con un Gobierno japon¨¦s que parece tener la voluntad y los apoyos pol¨ªticos necesarios para modificar su Ley B¨¢sica y aumentar seriamente su poder militar ¡ªcon la reci¨¦n anunciada subida del presupuesto de defensa, que pasar¨¢ del 1 % del PIB en 2021 al 2 % en 2022¡ª.
No cabe duda de que es esto, y no las florituras ret¨®ricas de Biden, sobre lo que los estadounidenses deben tratar de reflexionar y llegar a un acuerdo. ?Es China la principal amenaza militar para Estados Unidos y sus aliados asi¨¢ticos? Si es as¨ª, ?c¨®mo se puede hacer frente a esa amenaza y hasta d¨®nde deber¨ªa estar dispuesto a llegar Estados Unidos? ?Hasta el punto de entrar en guerra con China para defender a Taiw¨¢n? ?O deber¨ªa retirarse, confiar en que se mantenga el statu quo, e intentar todos los medios diplom¨¢ticos posibles, pero, en caso de que China invada, reconocer que no puede hacer nada?
Si esta ¨²ltima es verdaderamente la opci¨®n que prefieren los norteamericanos, entonces es dif¨ªcil ver qu¨¦ sentido tiene seguir manteniendo el inmenso aparato militar del que dispone hoy Estados Unidos. Pero parece muy poco probable que esa sea la opci¨®n que tome Washington; de hecho, todos los indicadores apuntan en sentido contrario. Que Estados Unidos abandone a Taiw¨¢n a su suerte supondr¨ªa, de hecho, decir que las garant¨ªas militares de Estados Unidos no tienen ning¨²n valor. Y asimismo hay una dimensi¨®n ideol¨®gica: la de la legitimidad del poder de Estados Unidos. Un realista y, por supuesto, un antiimperialista dir¨ªan que la legitimidad es falsa desde el principio. Pero incluso los defensores del punto de vista contrario se ver¨¢n en apuros para defender la legitimidad del poder de Estados Unidos si no se utiliza para defender a Taiw¨¢n. Porque si no vale la pena defender esa democracia por la fuerza de las armas, ?qu¨¦ pa¨ªs vale la pena defender? Este es, en mi opini¨®n, el debate que deber¨ªamos mantener.
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