Las mujeres asesinadas por el marqu¨¦s
No conozco relato del crimen que no valore al asesino a expensas de la v¨ªctima
Leo con pasi¨®n entomol¨®gica los perfiles period¨ªsticos dedicados a Fernando Gonz¨¢lez de Castej¨®n y Jord¨¢n de Urr¨ªes, asesino de dos mujeres, al que en su barrio de Madrid llamaban el marqu¨¦s porque era marqu¨¦s, si bien no s¨¦ con qu¨¦ tono se lo llamaban. Me gusta pensar que con el ¨²nico tono con el que cabe llamarle el marqu¨¦s a alguien ¡ªincluso siendo marqu¨¦s¡ª en el siglo XXI, pero bien es cierto que hay gente muy impresionable. Es probable, incluso, que a tenor de su estilo de vida y sus maneras, la gente le llamase el marqu¨¦s sin saber que efectivamente era marqu¨¦s. No ser¨ªa la primera vez que el pueblo acierta sin querer; de hecho, es cuando m¨¢s acierta.
Los vecinos de su portal y los vecinos del barrio esbozan un retrato s¨®lido que va del tipo enloquecido (practicaba punter¨ªa con armas de fuego en un patio interior del edificio, amenazaba a vecinos) al fascista (en una junta celebrada en su casa pudieron ver retratos de Franco y Hitler; otros vecinos han contado que durante la pandemia sal¨ªa al balc¨®n a cantar Cara al sol), pasando por alguien supuestamente arruinado que deb¨ªa cuotas de la comunidad de propietarios, a un se?or que iba dejando por ah¨ª buenas propinas (de ser as¨ª, todo perfectamente compatible: se trata de aparentar, vicio primero de quien tiene que agarrarse a una clase social como sea). Y saludaba, eso s¨ª: saludaba siempre; saludaba tanto y tan bien que nadie entiende que no le detuvieran antes. Todo muy folcl¨®rico, incluso sus apariciones en televisi¨®n como afectado por la quiebra del Banco Madrid: all¨ª se presentaba campechanamente contando que ten¨ªa atrapados 700.000 euros, que en propinas ni se sabe cu¨¢nto es.
Algo hay, sin embargo, que define su vida de principio a fin: se trata de un maltratador de mujeres; maltrat¨® a su madre y a su hermana, mat¨® a su pareja y a una mujer m¨¢s. Un d¨ªa y medio despu¨¦s, mientras escribo estas l¨ªneas, a¨²n no se sabe cu¨¢l es esa otra mujer a la que mat¨®, y de su pareja he encontrado el nombre, Gema. La fascinaci¨®n por el asesino no solo no es nueva: es natural. Produce m¨¢s curiosidad quien decide matar a alguien, por lo que tiene de excepcional, que quien no decide nada y es convertida por su asesino en v¨ªctima. De ah¨ª que el inter¨¦s del p¨²blico ¡ªy los medios¡ª suela irse hacia quien mata m¨¢s que hacia quien muere. Vuelvo a Iv¨¢n Jablonka, el autor de La?titia o el fin de los hombres (Anagrama, 2017), cuando explica su libro: ¡°No conozco relato del crimen que no valore al asesino a expensas de la v¨ªctima. El asesino est¨¢ ah¨ª para narrar, para expresar su arrepentimiento o para pavonearse. De su juicio, ¨¦l es el punto focal, si no el protagonista¡±.
Olvid¨® que cuando el asesino se suicida despu¨¦s del crimen, su condici¨®n ¡ªpor estramb¨®ticas que sean sus circunstancias¡ª hace de ¨¦l la referencia inexcusable de la vida de esas dos mujeres. Hayan hecho lo que hayan hecho en esta vida, hayan conseguido lo que hayan conseguido, ser¨¢n siempre las v¨ªctimas del marqu¨¦s. Cuando alguien pregunte o busque su nombre, se lo encontrar¨¢ asociado para siempre con su asesino; el crimen ha sido una oportunidad estupenda de narrar la vida de un hombre que parece el protagonista de una mala comedia sobre lo mal de la cabeza que est¨¢ el fascismo (como si no lo supi¨¦ramos), y ellas en el relato son v¨ªctimas y excusa, dos personas que sufrieron en vida la maldad de este hombre y la seguir¨¢n sufriendo tras su muerte. Que ha sido, esa muerte, una oportunidad ¡ªesta para todo el pa¨ªs¡ª de recordar que ¨¦l es, como presum¨ªa en privado, un Grande de Espa?a.
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