Nostalgia de lo que abandonamos en Argelia
Una puede preguntarse qu¨¦ hubiera pasado si, en su momento, la vinculaci¨®n entre Espa?a y el pa¨ªs magreb¨ª se hubiera cuidado mejor en t¨¦rminos culturales y si eso se hubiera rentabilizado en t¨¦rminos de diplomacia
Los ¨²ltimos republicanos que escaparon en barco de Espa?a hacia el exilio salieron de Alicante. Lo hicieron a bordo de un buque brit¨¢nico, el Stanbrook, que estaba fondeado all¨ª para transportar azafr¨¢n y naranjas, pero que, por la decisi¨®n humanitaria de su capit¨¢n, carg¨® a miles de pasajeros (m¨¢s de 2.500) que esperaban en el puerto y que sospechaban la represi¨®n que se les avecinaba si se quedaban en Espa?a. El viaje de este barco y su car¨¢cter simb¨®lico lo han hecho famoso, pero se tiende a olvidar el lugar al que llegaron esos exiliados: el puerto de Mazalquivir, en Or¨¢n (Argelia). Muchos se quedaron en Argelia, y la Gendarmer¨ªa colonial francesa no siempre lo puso f¨¢cil; otros permanecieron unos meses en el pa¨ªs del Magreb antes de buscar una nueva vida en Am¨¦rica.
No era una Argelia id¨ªlica, pero era la ¨¦poca en que Or¨¢n contaba con una s¨®lida comunidad espa?ola. Era un territorio muy hispanizado que mostraba a¨²n su viejo pasado espa?ol: Or¨¢n hab¨ªa sido dominio de la Monarqu¨ªa hisp¨¢nica casi dos siglos hasta finales del XVIII y en 1874 fue el refugio de cientos de insurrectos murcianos; fue Or¨¢n, recordemos, el lugar donde Marcelino Camacho fue conducido tras escaparse en T¨¢nger del campo de trabajo donde cumpl¨ªa condena. Incluso Franco, en su irreal sue?o africanista, codici¨® a inicios de los a?os cuarenta apoderarse de Or¨¢n porque sosten¨ªa que rezumaba hispanidad.
La sociedad espa?ola en Argelia se manejaba entonces entre el franc¨¦s colonial y el ¨¢rabe, pero el espa?ol y el catal¨¢n sonaban en las calles argelinas; de hecho, estudios recientes localizaban en el ¨¢rabe argelino de finales del siglo XX hispanismos como monigote, borrico o chico. Alguno a¨²n subsiste hoy, pese a que tras la guerra de Argelia (1954-1962) esa comunidad espa?ola pr¨¢cticamente desapareci¨® y se fue desdibujando el pasado cultural hisp¨¢nico.
La lengua espa?ola ha sido, pues, hist¨®ricamente un idioma presente en Argelia. Lo es hoy, por sus dos institutos Cervantes y por ser lengua com¨²n dentro de los campamentos de Tinduf, donde los refugiados saharauis la mantienen con mayor lealtad que los saharauis que se quedaron en su territorio de origen y que hoy son s¨²bditos de Marruecos. Lo fue en otro momento: Argelia funcion¨® como uno de los puertos de acogida de los miles de jud¨ªos espa?oles que emigraron a cuenta de la expulsi¨®n que decretaron los Reyes Cat¨®licos en 1492, y de los ¨¢rabes que, en ese mismo a?o, tras la ca¨ªda del reino nazar¨ª de Granada, prefirieron la salida de la Pen¨ªnsula antes que la conversi¨®n. Que haya en Or¨¢n un balneario llamado Les Andalouses dentro de la playa del mismo nombre nos evoca esa salida de andalus¨ªes y su establecimiento en Or¨¢n.
Un conflicto como el que ahora se ha levantado entre Argelia y Espa?a no es bidimensional: se mezclan la ruptura del aparente equilibrio hist¨®rico del Gobierno espa?ol respecto al S¨¢hara Occidental con unas relaciones desde hace d¨¦cadas tirantes entre Marruecos y Argelia; adem¨¢s, a la fortaleza que dan a Argelia sus gasoductos se agrega la inestabilidad del Este europeo. Una situaci¨®n tan compleja no se soluciona porque Espa?a y Argelia hayan compartido lazos en el pasado, pero una puede preguntarse qu¨¦ hubiera pasado si, en su momento, la vinculaci¨®n entre Espa?a y Argelia se hubiera cuidado mejor en t¨¦rminos culturales, si esa variedad de espa?ol argelino se hubiera considerado un dialecto del espa?ol fuera de Espa?a y si eso se hubiera rentabilizado en t¨¦rminos de diplomacia.
Rota la relaci¨®n colonial con Francia, Espa?a no se esforz¨® por legar a la posteridad lo que hoy ser¨ªa un lazo cultural provechoso. Y el caso es que Espa?a no ten¨ªa por qu¨¦ haber renunciado a esa continuidad ling¨¹¨ªstica: de hecho, Francia incluye a Argelia en su organizaci¨®n internacional de la francofon¨ªa como parte de una misma comunidad ling¨¹¨ªstica.
Es iluso pensar que compartir la lengua evita el conflicto (de hecho, nuestras relaciones con la Am¨¦rica hispanohablante tienen, de cuando en cuando, rachas pedregosas) pero contar con hablantes de espa?ol garantiza al menos una primera posibilidad de diplomacia con otras naciones. No podemos ser tan necios como para rechazar la validez de la lengua en la creaci¨®n de lazos socioculturales hacia los que pueden proyectarse estados de opini¨®n.
Claro que, para hacer uso de esa oportunidad, hay que definir qu¨¦ supone Espa?a en el ¨¢mbito de la hispanidad: Espa?a no puede arrogarse el papel de due?a de este idioma, pero tampoco debe renunciar, en ning¨²n caso, a convertirse en una referencia internacional en torno a la comunidad hispanohablante y a liderar alianzas institucionales en torno a ella. Es una postura anacr¨®nica sacar la bandera imperialista de la lengua, pero es una torpeza inhibir el uso del espa?ol como poder blando y hacer dejaci¨®n de la capacidad de influencia que tiene la lengua en sociedades que la hablan como segundo idioma o que han tenido relaciones hist¨®ricas relevantes con ella.
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