Mi querida Espa?a
La cultura de la libertad nos pertenece y no podemos dejar que nos la arrebaten. No quisiera que para sentirme verdaderamente espa?ol tuviera que exiliarme para huir de esta atm¨®sfera asfixiante que han creado los fundamentalistas hisp¨¢nicos
El 2 de agosto de 1976, en Colinas de Trasmonte, cerca de Benavente, un accidente de tr¨¢fico trunc¨® la veta creativa de Cecilia, una cantautora que, como muchas otras, nos deleit¨® y nos sac¨® del letargo de 40 a?os de una dictadura sangrienta, gris y sin valores c¨ªvicos. De sus m¨²ltiples canciones, creo que es el momento de recordar la letra y la m¨²sica imperecedera de Mi querida Espa?a.
El pasado 11 de octubre, Cecilia hubiera cumplido 73 a?os. Con su sensibilidad y la experiencia que hubiera acumulado, coincidir¨ªamos en pensar que estamos viviendo un momento de turbulencias democr¨¢ticas, no solo en Espa?a, sino tambi¨¦n en la Europa que nos circunda. El auge de la extrema derecha es posible que se deba a ciclos hist¨®ricos, pero tengo la sensaci¨®n, compartida por muchos analistas, que, tal y como ha sucedido en Francia desde hace tiempo con la pujanza del Frente Nacional, se debe a los sucesivos abandonos por las ideolog¨ªas socialdem¨®cratas y de izquierdas de sus compromisos electorales. En aras de un realismo econ¨®mico, disfrazado de fatalismo que se ha demostrado ficticio, la socialdemocracia ha renunciado a potenciar el progreso social y est¨¢ retardando la consolidaci¨®n del Estado de bienestar. Los ciudadanos comprometidos con los valores y libertades c¨ªvicas como instrumento para conseguir una sociedad m¨¢s justa y solidaria se han visto defraudados en demasiadas ocasiones. Como dice Cecilia en una de las estrofas de su canci¨®n, despu¨¦s de haber pasado por la piel amarga de la dictadura, pens¨¢bamos que las dulces promesas vendr¨ªan a corregir los sectarismos y la insolidaridad social de una derecha que, envuelta en las tradiciones y blasones del pasado, ha encontrado en un neoliberalismo descarnado la f¨®rmula para demorar cualquier progreso social.
Los mensajes y las pol¨ªticas del espectro de la derecha de nuestro pa¨ªs se envuelven en la bandera y predican conceptos grandilocuentes como la naci¨®n y la patria o indefinidos como la moderaci¨®n y la centralidad. En el ¨¢mbito econ¨®mico se limitan a recetas tan simples como propugnar una rebaja, pr¨¢cticamente sin l¨ªmites, de los impuestos como panacea para reducir el gasto en el sector p¨²blico y enriquecer, hasta l¨ªmites intolerables, a los grandes sectores financieros e industriales del sector privado. En este desvergonzado avance hacia la m¨¢s grave e inadmisible insolidaridad y desigualdad han encontrado una nueva tecla. Se llama meritocracia, es decir el que no llega a unos niveles de bienestar aceptables tiene que reconocer que se debe a su falta de esfuerzo y no a otros factores o condicionamientos familiares y sociales. Si no has podido ir a una universidad privada, es exclusivamente tu culpa. Nosotros, admiten, las hemos abastecido de subvenciones y concesiones de dinero p¨²blico a cambio de unas cuotas dif¨ªcilmente alcanzables para grandes sectores sociales.
Para ellos lo p¨²blico es el gasto y el derroche, mientras lo privado es la eficiencia. Siempre y cuando seas capaz de traspasar sus amurallados recintos. No alcanzo a comprender c¨®mo la mayor¨ªa de las personas que est¨¢n inmersas en esta diab¨®lica dicotom¨ªa son capaces de reforzar con su voto las posiciones huecas y excluyentes de los que solo saben predicar las glorias del pasado, sin ofrecer alternativa econ¨®mica alguna a la gigantesca brecha entre los obscenamente ricos y los, cada vez m¨¢s numerosos, n¨²cleos de poblaci¨®n que traspasan el umbral de la pobreza.
Se han celebrado elecciones en Andaluc¨ªa. Una regi¨®n espa?ola que vivi¨® la represi¨®n de la guerra y la posguerra con una mayor intensidad que en otras zonas del territorio espa?ol. Gran parte de su poblaci¨®n fue perseguida, asesinada y reprimida. Los programas y las propuestas son las mismas que se esgrimieron en Castilla y Le¨®n. As¨ª ser¨¢n en el futuro si no se produce un giro en las tendencias. Quiz¨¢ con la excepci¨®n de Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco. A los que han votado, me gustar¨ªa recordarles una estrofa de la canci¨®n de Cecilia en la que se pregunta: ?qui¨¦n pas¨® tu hambre? ?Qui¨¦n bebi¨® tu sangre cuando estaba seca?
Es cierto que el presente no es lo mismo o no tiene nada que ver con las tragedias del pasado, pero no es menos cierto que se est¨¢ jugando un debate dial¨¦ctico entre la solidaridad y el s¨¢lvese quien pueda. Ante la incapacidad de la derecha para rebatir lo evidente, acude a esquem¨¢ticas irracionalidades, como poner al votante ante el falso dilema del comunismo y la libertad, entendida como la posibilidad de elegir voluntariamente las marcas de las ca?as de cerveza. La derecha lo tiene f¨¢cil. Ni siquiera necesita vender sus recetas apolilladas. Le basta con presentar candidatos con rostro afable y lenguaje moderado y sin contenido. Su lema ha sido muy simple: vota al ¡°bueno de Juanma¡± y que todo siga como est¨¢ ahora: la sanidad, la educaci¨®n, los contratos laborales, la reducci¨®n hasta la irrelevancia de lo p¨²blico, la dependencia y las pensiones.
El espect¨¢culo de la fragmentaci¨®n y del personalismo de la izquierda les ha pasado una dura factura. Habr¨ªa que preguntarles, volviendo a la canci¨®n de Cecilia: ?d¨®nde est¨¢n tus ojos?, ?d¨®nde est¨¢n tus manos?, ?d¨®nde tu cabeza? Las limitaciones y carencias del capitalismo se han puesto de relieve en el ¨²ltimo Foro de Davos. Un economista de la talla de Joseph E. Stiglitz lo ha comentado recientemente en las p¨¢ginas de este peri¨®dico. Le llama la atenci¨®n que un foro tradicionalmente comprometido con la globalizaci¨®n se ocupase principalmente del fracaso de la globalizaci¨®n. Denuncia que el r¨¦gimen de la propiedad intelectual ha dejado a millones de personas sin vacunas covid-19, enriqueciendo, inmoral y criminalmente, a unas pocas empresas farmac¨¦uticas. Acude a una cita de Adam Smith (siglo XVIII): ¡°El capitalismo no es un sistema autosostenible porque hay una tendencia natural al monopolio¡±. Explicar con sencillez esta patolog¨ªa del sistema es una tarea irrenunciable para salvar la democracia. Al margen de la confrontaci¨®n ideol¨®gica, no podemos permitir que nos arrebaten el amor a nuestra querida Espa?a, la que trabaja duramente para ampliar los derechos y libertades, llegar a fin de mes y reclama una digna cobertura para su futuro. Podemos ofrecer, adem¨¢s, el respeto por la diversidad de sus nacionalidades y regiones, sus lenguas, sus culturas y la solidaridad entre sus territorios.
La cultura de la libertad nos pertenece y no podemos dejar que nos la arrebaten. Hemos padecido demasiadas frustraciones y es necesario corregirlas. Adem¨¢s, desde hace tiempo tenemos un nuevo desaf¨ªo: ?Salvar al planeta Tierra! El calentamiento de la atm¨®sfera no es un negro vaticinio. Ya est¨¢ presente y nos afecta a todos. Es vergonzoso y deprimente escuchar las barbaridades de los negacionistas. Lamentablemente, est¨¢n todos alineados con la extrema derecha.
No s¨¦ si ser¨¢n los a?os o las circunstancias del presente, pero cada vez me siento m¨¢s espa?ol cuanto m¨¢s lejos estoy de Espa?a. En mis correr¨ªas por gran parte del mundo, he tenido la oportunidad de realizar algunos gestos que a muchos les pueden parecer infantiles. En m¨¢s de un hotel donde luc¨ªan las banderas de muchos pa¨ªses y observaba la falta de la espa?ola me he dirigido a la recepci¨®n para pedirles amablemente que pusieran la bandera de Espa?a, constitucionalmente refrendada. No quisiera que para sentirme verdaderamente espa?ol tuviera que exiliarme para huir de esta atm¨®sfera asfixiante que han creado los fundamentalistas hisp¨¢nicos. Como dice la ¨²ltima estrofa de Mi querida Espa?a: quiero ser tu tierra, quiero ser tu hierba, cuando yo me muera.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.