Gorbachov y los fracasos del siglo XX
Comunismo y fascismo terminaron de manera desastrosa, porque ambos generaron dictaduras y guerras que condujeron a indecibles sufrimientos para todos, empezando por sus propias sociedades
La reciente muerte de Mij¨¢il Gorbachov deber¨ªa obligarnos a pensar. Porque no fue uno m¨¢s de los personajes que ocuparon el poder durante la tormentosa historia rusa del ¨²ltimo siglo, sino el impulsor y responsable de las reformas que, tras revelarse imposibles, acabaron llevando al derrumbamiento del comunismo. Y este, a su vez, hab¨ªa sido uno de los dos grandes proyectos pol¨ªticos que el pasado siglo ofreci¨® como alternativas a la democracia parlamentaria, en cuya dif¨ªcil construcci¨®n y ampliaci¨®n se esforzaban las sociedades m¨¢s civilizadas y sensatas del mundo.
El segundo de esos grandiosos proyectos hab¨ªa sido el fascismo, que tambi¨¦n naci¨® y muri¨® en el siglo XX. Ambos se propusieron sustituir la democracia, con sus reglas y sus l¨ªmites al poder, por dictaduras redentoras que, seg¨²n ellos, crear¨ªan de la noche a la ma?ana un ¡°hombre nuevo¡± e inaugurar¨ªan la fase definitiva en la historia humana.
Los dos terminaron ¡ªotra importante coincidencia¡ª en fracaso. Pero no en un fracaso cualquiera, sino en uno desastroso, acompa?ado, en ambos casos, por hechos sangrientos de enorme magnitud. Porque los dos, que aparecieron ante el mundo como enemigos feroces, se aliaron, contra todo pron¨®stico, cuando vieron la posibilidad de repartirse Polonia, y desataron as¨ª la II Guerra Mundial.
Gorbachov fue, y de ah¨ª su importancia, el liquidador del primero de esos proyectos. El comunismo, nada menos que la culminaci¨®n del viejo sue?o igualitario, cuyo origen podr¨ªa remontarse hasta Plat¨®n o los ensue?os ut¨®picos, y cuya expresi¨®n moderna era la socialdemocracia, de la que los revolucionarios se escindieron en su origen. Su idea nuclear era que la propiedad privada es la causa ¨²ltima de todos los conflictos pol¨ªticos y sociales, y que la colectivizaci¨®n de los bienes era, por tanto, el paso obligado para iniciar la soluci¨®n de nuestros problemas. Esta idea se apoyaba en estudios muy enjundiosos de mediados del XIX sobre la historia de la humanidad, explicada en t¨¦rminos de lucha de clases, con los intereses econ¨®micos como motor ¨²ltimo de los enfrentamientos humanos. Todo aquel pasado conflictivo deb¨ªa conducir a una ¨²ltima y definitiva revoluci¨®n, que har¨ªa tomar el poder al proletariado, la clase absolutamente despose¨ªda y sufriente ¡ªes decir, pura¡ª, la cual organizar¨ªa un sistema econ¨®mico colectivizado que, por primera vez, no generar¨ªa ning¨²n nuevo grupo dominante u opresor. Por el contrario, har¨ªa nacer una comunidad cuyos miembros estar¨ªan integrados en su entorno social e impulsados por una actitud cooperativa y fraternal. Y la paz reinar¨ªa al fin para siempre en el mundo.
El ¡°fascismo¡±, en cambio, o la familia de fen¨®menos pol¨ªticos a los que se aplica ese nombre, era una deriva radical del nacionalismo, un fen¨®meno relativamente reciente, pues proven¨ªa de la ¨¦poca en que las revoluciones antiabsolutistas impugnaron los derechos soberanos de dinast¨ªas o monarqu¨ªas imperiales y transfirieron la legitimidad pol¨ªtica a la naci¨®n. El fascismo elev¨® esa naci¨®n a realidad esencial, eterna y sagrada, superior a cualquier otro valor moral. Y construy¨® su ¡°hombre nuevo¡± sobre su integraci¨®n absoluta y radical en esa idealizada comunidad nacional. El mandato ¨¦tico derivado de este planteamiento no era precisamente la paz, sino m¨¢s bien lo contrario: la predisposici¨®n a ¡°morir por la patria¡± (traducido, el derecho y deber de matar en nombre de la patria) y el establecimiento de un orden jer¨¢rquico de naciones seg¨²n su superioridad racial. Pero esto iba acompa?ado por otras muchas cosas: entrega al grupo, culto al l¨ªder, rechazo de un materialismo que se supon¨ªa producto de la modernidad o cohesi¨®n de todas las fuerzas sociales y culturales alrededor de la m¨ªstica nacional, a cuyos valores supremos servir¨ªa una autoridad sin l¨ªmites.
Incluso descritos de manera tan sucinta, se ve bien lo grandioso de ambos proyectos. Y una referencia, no menos breve, a su recorrido hist¨®rico explicar¨¢ por qu¨¦ es inevitable a?adirles el calificativo de desastrosos. Porque ambos generaron dictaduras y guerras que condujeron a indecibles sufrimientos para todos, empezando por sus propias sociedades. El comunismo dio lugar a Stalin, con su reinado del terror ¡ªincluso sobre sus camaradas de partido¡ª, sus purgas, su polic¨ªa secreta, sus campos de concentraci¨®n ¡ªdonde murieron entre cinco y diez millones de personas, b¨¢sicamente de hambre¡ª, su participaci¨®n en guerras que originaron otras docenas de millones de v¨ªctimas... Unas cifras paralelas a las atribuibles a Hitler, supremo dirigente del lado opuesto y paradigma habitual ¡ªcon toda justicia¡ª del mal absoluto.
Ninguno de estos dictadores, por cierto, fue un loco en quien recayera el poder debido a un incidente desafortunado, error que si se pudiera rectificar dejar¨ªa limpia la trayectoria de aquel proyecto pol¨ªtico. No. Stalin, por ejemplo ¡ªo Mao, al que no se debe olvidar en esta lista de criminales masivos¡ª, se limit¨® a desarrollar todo el esquema dictatorial, basado en el partido ¨²nico, el ej¨¦rcito rojo y la polic¨ªa secreta, dise?ado, y comenzado a poner en marcha, sin el menor escr¨²pulo ¨¦tico o pol¨ªtico, por Lenin y Trotski.
Mientras no reconozcamos esto, mientras haya todav¨ªa hoy quien se sienta c¨®modo, e incluso orgulloso, ostentando en su solapa la insignia de ¡°comunista¡± o ¡°fascista¡±, estaremos poniendo trabas a un futuro pol¨ªtico cuya ¨²nica legitimidad sea la democr¨¢tica. Todo aspirante actual al poder deber¨ªa declarar, como primero de sus principios irrenunciables, que su proyecto se aleja radicalmente de aquellos dos fracasos criminales llamados comunismo y fascismo.
Pero su declaraci¨®n debe ser clara: contra ambos a la vez y por igual. Porque es muy f¨¢cil presentarse s¨®lo como enemigo de una de esas dos alternativas. Incluso es habitual denostarlos y sumarse a frentes anticomunistas o antifascistas. Pero es tambi¨¦n t¨ªpico ser s¨®lo una de estas dos cosas. Lo cual puede muy bien ser un artilugio o disfraz para defender, o al menos no condenar con igual firmeza, la opci¨®n opuesta.
El fascismo tiene peor prensa, y hoy casi nadie se identifica abiertamente con ¨¦l. Hay grupos, como Vox en Espa?a, que defienden posiciones muy cercanas a lo que llamamos fascismo, pero evitan el nombre. El comunismo, en cambio, ha sobrevivido con menor carga peyorativa. Se justifican muchas veces reg¨ªmenes como el cubano, el coreano del Norte, el venezolano o el nicarag¨¹ense, elogiando incluso la ¡°justicia social¡± que all¨ª impera comparada con los pa¨ªses de su entorno, pero evitando llamarlos ¡°dictaduras¡±, ¨²nica etiqueta pol¨ªtica que, en rigor, les corresponde. M¨¢s a¨²n, hay quien se declara ¡°comunista¡± y se integra en un Gobierno democr¨¢tico ¡ªel espa?ol actual, por no salir de casa¡ª sin ruborizarse ni escandalizar a quienes se sientan a su lado.
De ah¨ª que la obra de Gorbachov haya sido tan importante. Y que su desaparici¨®n nos obligue a evocarle con respeto y agradecimiento.
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