Progresistas, extremistas y facciosos
Ante el crecimiento de la extrema derecha, los partidos leales a la democracia deber¨ªan preguntarse qu¨¦ es lo que han hecho mal para que se produzca este renacimiento del autoritarismo
¡°Raz¨®n han tenido los que han atribuido al clima influencia directa en las acciones de los hombres¡±. Esta frase de Mariano Jos¨¦ de Larra introduce su reflexi¨®n, hasta hoy d¨ªa inmejorable, sobre la capacidad espa?ola para hacer germinar en nuestro suelo facciosos de toda especie, individuos que se distinguen esencialmente de los dem¨¢s en que est¨¢n dotados de sinraz¨®n. Rele¨ªa yo a F¨ªgaro, como acostumbro para entender las pulsiones profundas del homo hispanicus, al tiempo que los peri¨®dicos del d¨ªa anunciaban la inminente victoria de la extrema derecha en las elecciones italianas, su arribada al poder en Suecia, y la oleada ultraconservadora y hasta neofascista que parece haberse desatado en la Uni¨®n Europea. Se me ocurri¨® por un momento la est¨²pida idea de que, por fin, adem¨¢s de haber europeizado a Espa?a, hab¨ªamos logrado espa?olizar a Europa, contagiando as¨ª al viejo continente de las enfermedades y plagas que asolan de un tiempo a esta parte nuestra convivencia. Una reflexi¨®n tranquila me llev¨® no obstante a la convicci¨®n de que la pandemia pol¨ªtica que devasta las democracias occidentales tiene sobre todo que ver con la ineficacia del sistema para defenderse de sus propios demonios interiores.
Las tribulaciones actuales permiten interrogarnos sobre cu¨¢les son los motivos de fondo por los que el modelo europeo de convivencia parece haber entrado en una crisis que ojal¨¢ no sea terminal. Ese modelo, que algunos apellidaron de Estado del bienestar, se construy¨® tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial y se bas¨® en un sistema representativo fruto del acuerdo entre las dos fuerzas mayoritarias de los pa¨ªses no tutelados por la dictadura sovi¨¦tica: el socialismo democr¨¢tico y la democracia cristiana. La renuncia a la dictadura del proletariado y al fundamentalismo marxista permiti¨® a los partidos progresistas cooperar con liberales y conservadores dem¨®cratas en la reconstrucci¨®n de sus pa¨ªses y la restauraci¨®n de las libertades. Pero el nazismo, el fascismo y la Francia de Vichy no hab¨ªan sido ideolog¨ªas importadas, sino fruto de la frustraci¨®n generada en el continente por la gran crisis econ¨®mica de los a?os treinta. La reforma del capitalismo emprendida tras la guerra mundial, junto con el new deal norteamericano, permitieron inaugurar una etapa de prosperidad que, pese a sus altibajos, ha durado hasta nuestros d¨ªas. La crisis financiera de 2008, la globalizaci¨®n generada por las nuevas tecnolog¨ªas, que potencian la confusi¨®n y las paradojas en la formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica, y la enso?aci¨®n imperialista han dado ahora paso a un mundo cada d¨ªa m¨¢s polarizado.
Hoy los voceros del populismo agitan la frustraci¨®n identitaria y los ¨®rganos de representaci¨®n del Estado de derecho son asaltados por la avidez del poder. Bajo el pretexto de potenciar una democracia deliberativa, la apelaci¨®n a las masas, la reivindicaci¨®n de la gente como sujeto pol¨ªtico, y la fragmentaci¨®n de opiniones y sentimientos difundidos a trav¨¦s de las redes sociales, han terminado por favorecer los extremismos de uno y otro g¨¦nero. Los militantes de los partidos pol¨ªticos acaban convirti¨¦ndose con frecuencia en facciosos exacerbados por la seducci¨®n del mando, m¨¢s pendientes de satisfacer a sus jefes que de atender a sus electores.
Ante la crecida de la extrema derecha, los partidos leales a la democracia deber¨ªan preguntarse qu¨¦ es lo que han hecho mal para que se produzca este renacimiento del autoritarismo, la atracci¨®n por las soluciones de fuerza, y la tendencia a suponer que el fin justifica los medios, patente en el comportamiento de muchos gobiernos de la Uni¨®n Europea y hasta en el de las instituciones de la misma.
Se cumplen este mismo mes los 40 a?os de la victoria del socialismo democr¨¢tico espa?ol de la mano de Felipe Gonz¨¢lez. Pese a sus lacras reconocidas, entre las que sobresalen el giro fundamental respecto a nuestra pertenencia a la OTAN y el empleo por el Estado del terrorismo antiterrorista, no existe la menor duda de que entonces comenz¨® un considerable proceso de modernizaci¨®n de nuestro pa¨ªs que cambi¨® para siempre la faz del mismo. Sin embargo, estas celebraciones, para quienes como yo participen de ellas, se producen en momentos en los que los partidos socialdem¨®cratas padecen una crisis existencial en la mayor parte de Europa, y singularmente en los pa¨ªses mediterr¨¢neos. Pr¨¢cticamente fulminados en Italia, Grecia y Francia, han perdido influencia, poder y autonom¨ªa en los pa¨ªses n¨®rdicos, en los que anta?o establecieron un modelo mundialmente admirado. Sus colegas han sido adem¨¢s reiteradamente desalojados del poder en el Reino Unido y est¨¢n seriamente debilitados en Alemania, donde padecen la ausencia de un liderazgo s¨®lido. Solo la excepci¨®n ib¨¦rica parece aplicarse tambi¨¦n en este caso, pues en Lisboa y Madrid gobiernan los socialistas, aunque en situaci¨®n bien diferente. Con mayor¨ªa absoluta en Portugal y con los peores resultados electorales de su historia en Espa?a. En el pa¨ªs vecino, la cooperaci¨®n entre el primer ministro y el presidente, representante de la oposici¨®n moderada que durante a?os lider¨®, viene dando ejemplos de estabilidad y progreso. Aqu¨ª, a fin de satisfacer la pasi¨®n por el mando, sus dirigentes se han echado en manos de las formaciones facciosas m¨¢s acreditadas: el nacionalismo identitario, incluso el heredero de una banda terrorista.
La p¨¦rdida de centralidad del PSOE, reconocible desde hace un lustro en gran parte de sus actuaciones, constituye una seria amenaza. Sin un socialismo democr¨¢tico leal a las instituciones, la vertebraci¨®n de nuestro sistema pol¨ªtico corre serio peligro. Pero en los a?os recientes el partido en el Gobierno se viene comportando cada vez m¨¢s como una formaci¨®n clientelar, generosa con los amigos siempre que sean d¨®ciles, y miserable para quienes todav¨ªa aprecian el beneficio de la duda y el pensamiento cr¨ªtico. No por casualidad ha perdido m¨¢s de cinco millones de votos respecto a los resultados que en su d¨ªa cosecharon Felipe Gonz¨¢lez y Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero.
Los partidos pol¨ªticos son esenciales para que la democracia funcione. Sin ellos es imposible garantizar las libertades y los derechos de los ciudadanos. Pero deben defenderse de s¨ª mismos si quieren perdurar. Cuando se convierten en pandillas, subvencionan la obediencia, castigan la discrepancia y promueven la admiraci¨®n injustificada hacia sus jefes, no solo ponen en peligro su futuro sino el de todo el sistema. Por desgracia, en ocasiones, tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda acaban adem¨¢s por convertirse en la cuadrilla de la porra.
Estamos desde luego todav¨ªa lejos de ese punto, pero nos podemos ver embarrados en ¨¦l si no se corrigen yerros y en vez de aplausos suenan algunos golpes de pecho. Aunque sabemos que el poder corrompe siempre, andamos esperando todav¨ªa al menos algunas peticiones de disculpas. Por el saqueo de los dineros p¨²blicos del PSOE andaluz para garantizar fidelidades, y por la conspiraci¨®n policial de la derecha que aliment¨® y financi¨® el PP, nada menos que en nombre de la patria. Ya explic¨® F¨ªgaro que los facciosos, ¡°sobre todo los m¨¢s talludos y los v¨¢stagos principales¡± se agarran a los fondos de las administraciones, con lo que estos desaparecen misteriosamente. Observaci¨®n, por cierto, que merece la pena tenerse en cuenta a la hora de discutir en sede parlamentaria los Presupuestos Generales del Estado m¨¢s generosos de nuestra historia. No sea que de nuevo el cambio clim¨¢tico promueva en los sembrados una invasi¨®n variopinta y suntuosa de facciosos que arruine la cosecha de las libertades.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.