Dinero m¨¢s caro
El BCE se acerca al l¨ªmite en el alza de tipos: ir m¨¢s lejos amenazar¨ªa con retroalimentar la desaceleraci¨®n econ¨®mica
El Banco Central Europeo ha vuelto a subir los tipos de inter¨¦s por tercera vez consecutiva desde julio, y de forma relevante, 0,75 puntos. De esta forma, los sit¨²a entre el 1,5% para los bancos y el 2% general. Es la ratificaci¨®n del anunciado cambio de era, desde tipos bajos o negativos a otros mucho m¨¢s altos. Son m¨¢s gravosos para las familias ¡ªendeudadas o a punto de hipotecarse¡ª y para las empresas que necesitan cr¨¦dito. El conjunto de los actores econ¨®micos no tiene motivos de entusiasmo tras esa decisi¨®n; en nada les beneficia a corto plazo. La banca s¨ª reclamaba desde hace a?os unos tipos m¨¢s habituales sobre los que asentar una mayor comodidad en optimizar los beneficios, y con el mismo esfuerzo comercial.
Ahora bien, eso no implica que todas las medidas monetarias y econ¨®micas deban concitar aplausos f¨¢ciles. La cuesti¨®n es si los aumentos de tipos de inter¨¦s guardan un cierto equilibrio entre dos objetivos igualmente deseables, pero contradictorios: su utilidad para luchar contra la inflaci¨®n y el mantenimiento de un buen ritmo econ¨®mico y de creaci¨®n de empleo. La clave est¨¢ en si el dilema inflaci¨®n/crecimiento se resuelve anulando uno de sus dos t¨¦rminos. El deber de un banco central consiste en garantizar una inflaci¨®n moderada (del 2%), sin perjudicar la actividad ni la ocupaci¨®n. Una inflaci¨®n desbocada, del 10%, distorsiona rentas, contrae la capacidad adquisitiva de salarios y ahorros y genera desconfianza inversora. Pero un dinero mucho m¨¢s caro retraer¨ªa la inversi¨®n, desincentivar¨ªa un endeudamiento prudente y da?ar¨ªa el crecimiento.
No puede plantearse, por tanto, un dilema de blancos y negros, sobre todo cuando la cabalgada restrictiva de la influyente Reserva Federal de EE UU encarece el d¨®lar y arrastra al resto de sus colegas. Las herramientas de los bancos centrales apenas sirven para contrarrestar directamente las inflaciones de oferta (como la actual, asentada sobre los precios de energ¨ªa y alimentos), o lo hacen solo de forma indirecta, para desanimar a la demanda de repercutir los aumentos de precios, los temidos efectos de ¡°segunda ronda¡±.
El acierto o el fracaso de esas decisiones estriba en la cantidad de cada aumento y en el resultado de su secuencia. El ¡°tipo natural¡± de inter¨¦s para mantener una inflaci¨®n al 2% se ubica de forma convencional en torno al 1,5%. El Banco de Espa?a defiende que el final de ese ciclo alcista deber¨ªa situar los tipos en el 2,25%-2,50%. Si eso es as¨ª (y todo en esta materia, como en tantas, admite discusi¨®n) el paso seguir¨ªa siendo angosto, pero practicable. La l¨ªnea roja podr¨ªa presentarse en los pr¨®ximos meses, si los halcones monetarios exageran sus exigencias, algo casi cong¨¦nito en ellos, restrictivos casi en cualquier circunstancia, y entonces deber¨¢ denunciarse.
Mientras tanto, cabe reconocer el acierto de rebajar el exceso de privilegio en la bonificaci¨®n de los intereses a la banca privada por mantener su exceso de liquidez en las cuentas del BCE, unos ¡°beneficios ca¨ªdos del cielo¡± derivados de la crisis provocada por la pandemia, cuando urg¨ªa garantizar la transmisi¨®n del cr¨¦dito. Es una decisi¨®n muy t¨¦cnica, pero con una traducci¨®n sencilla: menos beneficio para los bancos, que ayer cayeron en Bolsa. Es evidente que eso debilitar¨¢ las posiciones f¨¢ciles de liquidez y solvencia de los bancos. Por ello, no hay que apelar a un posible deterioro de esas posiciones como argumento contra el impuesto espa?ol al sector financiero por sus ganancias extras debidas a las alzas de tipos, puesto que sus efectos sobre la solvencia y el cr¨¦dito en todo caso ser¨¢n menores que los de las medidas adoptadas ayer en Fr¨¢ncfort. El BCE no debe deslegitimar ese impuesto, como si fuera cautivo de quienes m¨¢s le frecuentan y cortejan: los bancos.
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