Contra Felipe Gonz¨¢lez
El dirigente socialista ha sido el pol¨ªtico m¨¢s importante de la Espa?a moderna, porque ninguno de sus colegas transform¨® de ra¨ªz el pa¨ªs como ¨¦l lo hizo
Es un viejo truco que los escritores conocemos bien: consiste en proclamar que el mejor libro de Cervantes es el Persiles y no el Quijote, en abominar de Memoria de mis putas tristes sin recordar Cien a?os de soledad (o en recordarlo s¨®lo para asegurar que no alcanza la excelencia de El coronel no tiene quien le escriba), en sostener que Rafael Chirbes ¡ªdigamos¡ª es superior a Borges o Vargas Llosa, que adem¨¢s no son para tanto (afirmaci¨®n que recuerda aquel verso de Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo, seg¨²n el cual ¡°Martin Luther King no fue tan negro como ahora se dice¡±). En definitiva: se trata de relegar o denigrar lo bueno y de enaltecer lo mediocre o lo malo, no s¨®lo para hacerse el interesante y dar el pego entre los incautos, sino sobre todo para intentar que, gracias a la exaltaci¨®n general de la mediocridad, la nuestra pase inadvertida, o al menos no contraste de manera demasiado cruel con la excelencia ajena. Esta bajeza, que tantos beneficios reporta a quien la practica, es habitual tambi¨¦n en pol¨ªtica, y durante la ¨²ltima d¨¦cada algunos protagonistas de la Transici¨®n han sido sus v¨ªctimas predilectas. El resultado lo ha descrito muy bien Miguel Aguilar: la gente de nuestra generaci¨®n se siente mucho m¨¢s orgullosa de sus abuelos, responsables de una guerra que cost¨® m¨¢s de 600.000 muertos y provoc¨® una dictadura de cuarenta a?os, que de sus padres, art¨ªfices de una Transici¨®n que dej¨® poco m¨¢s de 700 muertos y engendr¨® una democracia de cuarenta a?os. Es una estupidez colosal, de la que no podemos culpar a nadie salvo a nosotros mismos, por permitir que una panda de pol¨ªticos e intelectuales de tercera categor¨ªa enga?ara al personal con una versi¨®n fraudulenta de la historia, seg¨²n la cual la Transici¨®n fue un trampantojo cuyo resultado no fue una democracia de verdad sino una prolongaci¨®n del franquismo por otros medios: el llamado R¨¦gimen del 78. Una estupidez, un delirio, una trola como una casa. Pero es lo que hay: como dijo el doctor Goebbels, las mentiras, cuanto m¨¢s gordas, mejor.
Pero volvamos a la realidad. No resulta f¨¢cil hacerse cargo ahora mismo de la inmensa ilusi¨®n concitada por Felipe Gonz¨¢lez en octubre de 1982: para intentarlo, quiz¨¢ lo m¨¢s sencillo sea recordar que se granje¨® una confianza tan ingente que, hasta donde alcanzo, es el ¨²nico pol¨ªtico espa?ol de primer rango a quien los ciudadanos conoc¨ªamos por su nombre de pila, y a quien s¨®lo sus enemigos ac¨¦rrimos llamaban por su apellido. Lo cierto es que aquellas remotas elecciones eran las primeras en que, tras m¨¢s de cuarenta a?os de guerra y dictadura, Espa?a eleg¨ªa un Gobierno de izquierdas (y encima por mayor¨ªa aplastante), y que aquel andaluz jovenc¨ªsimo, apuesto, encantador, inteligente, cosmopolita, persuasivo y aconsejado por maestros expertos ¡ªWilly Brandt, Bruno Kreisky, Olof Palme, sobre todo Olof Palme¡ª parec¨ªa no s¨®lo capaz de espantar de una vez por todas la maldici¨®n hist¨®rica que, seg¨²n una funesta leyenda cainita, pesaba sobre este pa¨ªs de todos los demonios, devolvi¨¦ndolo a Europa, sino que adem¨¢s promet¨ªa una civilizada Suecia del sur, con sol, Mediterr¨¢neo y tapas. Por supuesto, los hechos no pod¨ªan estar a la altura de semejantes ilusiones, pero muchos nos las cre¨ªmos. M¨¢s a¨²n: como asombrosamente algunas de ellas parecieron empezar a cumplirse, muchos aceptamos que, pese a sus naturales desaciertos, aquel tipo era tan competente que los dem¨¢s pod¨ªamos tumbarnos a la bartola y dedicarnos a nuestros asuntos. ?Qu¨¦ error, qu¨¦ inmenso error! ¡°Quien no est¨¢ ocupado en nacer est¨¢ ocupado en morir¡±, reza un verso de Bob Dylan; la democracia es igual: si no mejora, empeora. Nosotros s¨®lo ca¨ªmos en la cuenta de esta verdad elemental hacia 2010, tras el sacud¨®n salvaje de la crisis de 2008. Fue entonces cuando comprendimos que, si no haces pol¨ªtica, te la hacen, y que, despu¨¦s de mucho tiempo sin mejorar, la democracia espa?ola estaba hecha unos zorros. Quince a?os despu¨¦s de la salida de Gonz¨¢lez del poder, veinte desde el fin de la Transici¨®n, nadie salvo nosotros, que ya ¨¦ramos unos adultos, pod¨ªa considerarse responsable del desaguisado, pero optamos por culpar a pap¨¢ y mam¨¢ y, como Adolfo Su¨¢rez y Santiago Carrillo estaban muertos, arremetimos contra Felipe, que all¨ª segu¨ªa, tocando las narices. A?os atr¨¢s, aquel hombre hab¨ªa sido demonizado por la derecha, pero ahora tambi¨¦n lo fue por la izquierda, sobre todo por la nueva izquierda, que, como antes hab¨ªa hecho la derecha, lo reduc¨ªa a sus responsabilidades (reales o supuestas: reales y supuestas) en el GAL y en la corrupci¨®n de los a?os postreros de su mandato, como quien reduce Cervantes a las flatulencias pastoriles de La Galatea o Garc¨ªa M¨¢rquez a las blanduras de Del amor y otros demonios.
Lo anterior explica que Un tal Gonz¨¢lez, el ¨²ltimo libro de Sergio del Molino, constituya en este momento una provocaci¨®n, por no decir un sacrilegio: lo es porque intenta honestamente entender al personaje en toda su complejidad; tambi¨¦n, porque su autor se declara m¨¢s satisfecho de ser hijo de la Transici¨®n que nieto de la Guerra Civil. Hacia el final de su recorrido, Del Molino, que no oculta los dem¨¦ritos pol¨ªticos de su protagonista, hace un recuento de sus m¨¦ritos: la creaci¨®n de un sistema de salud p¨²blica para todos por vez primera en Espa?a; la universalizaci¨®n de la ense?anza en cualquiera de sus ¨¢mbitos; la nivelaci¨®n de las infraestructuras de transporte con las del resto de Europa, que convirti¨® en emblema del cambio pol¨ªtico la transformaci¨®n de las carreteras bacheadas en autov¨ªas; la a menudo dolorosa modernizaci¨®n de la econom¨ªa, que pas¨® de un sistema cerrado y obsoleto a uno abierto y competitivo; la descentralizaci¨®n del poder y el desarrollo de esa suerte de Estado federal que nosotros llamamos auton¨®mico; el retorno a Europa que, desde hac¨ªa m¨¢s de dos siglos, ven¨ªan reclamando los mejores espa?oles¡ En fin: no es una Suecia del sur, pero hay que acumular una ignorancia apote¨®sica del pasado para no reconocer que la Espa?a moderna nunca hab¨ªa estado tan cerca de serlo.
Todo esto no significa por supuesto que Felipe Gonz¨¢lez no cometiera errores, algunos de ellos graves, durante su mandato y despu¨¦s de su mandato. Los primeros son bien conocidos; en cuanto a los segundos, menciono tres, tambi¨¦n muy notorios: la mejorable administraci¨®n de sus palabras (y sus silencios); la dificultad para aceptar sin protestas ni mala cara que sus herederos se equivoquen como se equivoc¨® ¨¦l; el nerviosismo que a veces deja entrever por el lugar que le reserva la historia. Este ¨²ltimo yerro, que Felipe negar¨¢, es el m¨¢s evidente y el m¨¢s grave (y el responsable sus ocasionales respingos de irritaci¨®n o de soberbia). Porque, como sabe muy bien el expresidente, que es aficionado a la historia, ¨¦sta no se equivoca nunca. Adolfo Su¨¢rez fue el pol¨ªtico m¨¢s contundente y resolutivo del siglo XX espa?ol, pero su obra esencial ¡ªcambiar en menos de un a?o una dictadura de casi medio siglo por una democracia o por los fundamentos de una democracia, sin la guerra abierta o la revoluci¨®n sanguinaria que tantos auguraban¡ª parece con la perspectiva del tiempo m¨¢s propia de la prestidigitaci¨®n que de la pol¨ªtica; Felipe Gonz¨¢lez ha sido, en cambio, el pol¨ªtico espa?ol m¨¢s importante de la Espa?a moderna, porque ninguno de sus colegas transform¨® de ra¨ªz el pa¨ªs como ¨¦l lo hizo. En todo caso, lo seguro es que ha contribuido infinitamente m¨¢s a mejorar la vida de sus conciudadanos que cuantos, desde todos los confines del espectro ideol¨®gico, contin¨²an abominando a diario de ¨¦l. Esto no es una opini¨®n: es un hecho.
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