Cuando te ves obligado a ocultar que est¨¢s enfermo
Es esta una triste historia, en parte porque al hecho de no ser aceptado por una enfermedad latente, se suma el desconsuelo de sentirse moralmente rechazado
Recuerdo muy bien aquella tarde en la cafeter¨ªa del Lincoln Center de Manhattan. Mi joven amigo me hab¨ªa dicho que necesitaba hablar urgentemente conmigo y all¨ª estaba, esper¨¢ndolo. Lo vi entrar con el rostro demudado, abri¨¦ndose paso precipitadamente entre las mesas y reprimiendo el llanto hasta que ya entre mis brazos pudo romper en sollozos. La confesi¨®n fue r¨¢pida: esa misma ma?ana le hab¨ªan diagnosticado VIH. Aquel joven al que hab¨ªa conocido en el metro de Nueva York y hab¨ªa visto hacerse un hombre, tanto humana como profesionalmente, ve¨ªa de pronto abrirse una grieta en su vida. Las preguntas de rigor acudieron a su mente: ?Cu¨¢ntas posibilidades ten¨ªa de desarrollar la enfermedad? ?C¨®mo ser¨ªa a partir de ese momento su vida ¨ªntima? ?Lo deb¨ªa mantener en secreto? ?Sentir¨ªa el estigma asociado a esa enfermedad o eso era ya algo superado? Mi amigo ten¨ªa un seguro m¨¦dico en Estados Unidos, que le costaba 800 d¨®lares al mes. El protocolo de entonces con respecto a la enfermedad era que los portadores del virus solo recib¨ªan medicaci¨®n cuando sus defensas estaban muy mermadas. Sinti¨¦ndose vulnerable, puso rumbo a casa y volvi¨® a Barcelona para ponerse en manos de la sanidad p¨²blica, en concreto del equipo del eminente doctor Clotet, que ofreci¨¦ndole una impecable asistencia m¨¦dica y afecto le devolvieron, literalmente, la alegr¨ªa de vivir. Es interesante la relaci¨®n de los espa?oles con la sanidad americana: mientras que algunas personas creen que con dinero se pueden comprar la vida misma y viajan con su enfermedad a cuestas para dejarse una fortuna en aquellos hospitales privados, es habitual que los espa?oles que residen all¨ª temporalmente hagan lo posible por aguantar como sea el invierno sin acudir al m¨¦dico para chequear su salud cuando regresan a Espa?a.
Hace cosa de un mes mi amigo recibi¨® la llamada de un banco, ya sabe que los bancos act¨²an ahora de vendedores, y le recomendaron un seguro privado que a?ad¨ªa la no desde?able ventaja de poder desgravar el gasto. Acept¨® la oferta por ciertos dolores de espalda para los que le resultaba complicado obtener una cita r¨¢pida en el centro de salud. Una empleada del seguro le llam¨® para formalizarlo y le pregunt¨® si padec¨ªa alguna enfermedad. ?l respondi¨® que no, como as¨ª hace casi todo el mundo que conoce el percal, pero acab¨® confesando que tomaba dos medicamentos. Cu¨¢les, pregunt¨® la empleada. Este, y este otro, dijo. Se hizo el silencio. D¨ªas despu¨¦s, la compa?¨ªa le comunicaba que su petici¨®n hab¨ªa sido denegada. No es algo extra?o. De todos es sabido que para contratar un seguro lo aconsejable es declararse sano, aunque sea a costa de mentir, algo que a la mayor¨ªa de la gente le produce incomodidad. Mi amigo acudi¨® entonces al observatorio contra la LGTBIfobia del Ayuntamiento de Barcelona, que se ocupa entre otros asuntos de la discriminaci¨®n que en concepto de seguros m¨¦dicos, pr¨¦stamos, hipotecas, avales, contrataciones, pueden sufrir las personas que portan el virus. El abogado que le atendi¨® le asegur¨® que su caso no era extraordinario y que, aunque se trata de una discriminaci¨®n ilegal, las empresas hacen o¨ªdos sordos y es frecuente que se salten la ley. Muchos afectados, que todav¨ªa se sienten obligados a ocultar la enfermedad, no denuncian el atropello. Pero esto lleg¨® esto a manos de una periodista, y sus indagaciones provocaron la alarma en la compa?¨ªa de seguros, que se apresur¨® a informar a mi amigo de que, tras haber estudiado el caso, hab¨ªan decidido aceptar su solicitud.
Es esta una triste historia, en parte porque al hecho de no ser aceptado por una enfermedad latente, cualquiera que esta sea, se suma el desconsuelo de sentirse moralmente rechazado, algo que reaviva el miedo y alienta la verg¨¹enza. Mi joven amigo pas¨® unos d¨ªas alterado y triste: nunca hubiera buscado un seguro privado de no ser porque se lo pusieron en bandeja. Los seguros m¨¦dicos aumentaron casi un 10% en Espa?a durante la pandemia. Contar con una asistencia privada no significa no defender la necesidad de una buena sanidad p¨²blica, aquella donde nadie se crea con el derecho a reavivar aquellos tiempos nefastos en que un virus te convert¨ªa en un apestado social.
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