Trileros
A estas alturas, el adjetivo de golpista ha quedado finiquitado por una larga temporada. Se ha agotado como se agota un insulto en el patio de colegio
Si la semana pasada advert¨ªamos del agotamiento de adjetivos como filoetarra o fascista, la actualidad pol¨ªtica a?adi¨® el sobreuso del descalificativo de golpista. Sucedi¨® durante el pleno del Congreso en el que se aprobaron a cascoporro revisiones del delito de malversaci¨®n y nuevas medidas para combatir la falta de renovaci¨®n en los organismos de control. All¨ª recurrieron, equivocadamente, a la estampa de Tejero pegando tiros en el hemiciclo y se llamaron golpistas unos a otros, con lo que el debate se asemej¨® a aquellas viejas m¨¢quinas de pinball donde una bola de acero rebotaba en un laberinto de obst¨¢culos, m¨¢s por entretener que por alg¨²n motivo. A estas alturas, el adjetivo de golpista ha quedado finiquitado por una larga temporada. Se ha agotado como se agota un insulto en el patio de colegio, hasta quedar tan sin valor que los amigos ¨ªntimos entre s¨ª se llaman cabronazo o mam¨®n eliminado el valor peyorativo.
El desgaste de la etiqueta de golpista ya sufr¨ªa desde que se sobreutilizara contra los protagonistas del proc¨¦s catal¨¢n. Para muchos, llamar golpistas a los independentistas preced¨ªa a un anhelo de invisibilizaci¨®n por el cual se evitaba conceder que una parte de los catalanes albergaran sentimientos separatistas. Al dejar de existir el motivo del conflicto se desautoriza al rival, pero la realidad se obstina en indicarnos que una proporci¨®n variable de catalanes vota por la independencia a trav¨¦s de los partidos en liza. Por supuesto que ese hecho no evita refutar el manido derecho de autodeterminaci¨®n que agitan, pero obliga a razonar sobre el conflicto con algo m¨¢s de complejidad que soltar lo de golpista a cada paso. El Gobierno de Rajoy, incapaz de contrarrestar con un discurso pol¨ªtico la seducci¨®n hacia una gran mentira que inflam¨® a una mitad de la poblaci¨®n catalana, recurri¨® al chantaje, la violencia y, finalmente, al redise?o de leyes para una ofensiva judicial que puso en marcha engranajes tan tra¨ªdos por los pelos que no hay pa¨ªs en Europa que acceda ni tan siquiera a una extradici¨®n de los fugados. Aunque no se quiera reconocer, se forzaron tanto las interpretaciones de los delitos que se rompi¨® la simetr¨ªa con cualquier ordenamiento legal conocido.
Al empe?o, entre disimulo y descaro, con el que el Gobierno socialista ha decidido transformar las leyes para favorecer a los procesados y destensar la trama, le ha respondido la bancada conservadora con una agresividad que desvela los motivos por los cuales ha mantenido secuestrada la renovaci¨®n de las instituciones de control durante toda la legislatura. Sencillamente para que sigan su agenda electoral particular. Si todos se llaman golpistas entre ellos no es por afearse el uso del ordenamiento jur¨ªdico al antojo, sino por mera dial¨¦ctica gui?olesca. El trile es un juego que consiste en mover bajo tres vasos una pieza oculta. El que compite por adivinar donde est¨¢ la bolita suele despistarse al sacar la billetera o por acci¨®n de los ganchos de distracci¨®n. Lo que m¨¢s teme el trilero es al espectador neutral que observa y avisa al incauto jugador de la trampa. Pues ah¨ª estamos nosotros, espectadores fr¨ªos y desapasionados de cada trampa de los trileros parlamentarios. Ahora bien, que los magistrados se hayan prestado a hacer de ganchos, de obst¨¢culo, de distraidores, de matones, esto no lo hab¨ªamos visto nunca y los se?ala como culpables de su propia degradaci¨®n.
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