Cuando nos curamos de espanto, estamos listos para enfermar de todo lo dem¨¢s
Nos estamos acostumbrando, y la costumbre es fatal para preservar cualquier cosa, ya sea el amor, la pasi¨®n por un oficio o la democracia misma
Lo que m¨¢s me espanta de la movida brasile?a es que no me espante. Hace dos a?os, cuando sucedi¨® en Washington, me pas¨¦ horas sin pesta?ear, saltando de la CNN a la BBC. Esta semana la segu¨ª en diferido, mediante cr¨®nicas, textos y fotos. No dej¨¦ lo que estaba haciendo para pegarme a la tele y ni siquiera aprovech¨¦ para tuitear, a lo Cuca Gamarra. Incluso me atrevo a llamarlo movida en esta columna, con un coloquialismo impropio de quien deber¨ªa sermonear y ponerse muy serio ante un asunto tan serio.
Lo siento, no podr¨ªa hacerlo sin sonar a hueco. Desde 2016, las amenazas a la democracia se han vuelto tan cotidianas que empiezan a ser paisaje. Cuenta Andrei Kurkov, el gran escritor ucranio, que, en la ciudad del oeste del pa¨ªs donde est¨¢ pasando la guerra, al principio todo el mundo corr¨ªa al refugio antia¨¦reo en cuanto sonaban las alarmas que el Gobierno transmit¨ªa por los m¨®viles. Tres meses despu¨¦s, muchos ya apagaban el tel¨¦fono, se daban la vuelta y segu¨ªan durmiendo. No es que sean suicidas, aclara Kurkov: saben lo que se juegan, pero se resignan. Pedrito y el lobo, nada nuevo.
Eso nos est¨¢ pasando con los intentos de golpe, las victorias de pol¨ªticos fascistas y la desintegraci¨®n de las instituciones liberales. Nos estamos acostumbrando, y la costumbre es fatal para preservar cualquier cosa, ya sea el amor, la pasi¨®n por un oficio o la democracia misma. La costumbre tambi¨¦n provoca que la indignaci¨®n suene cada vez m¨¢s banal, como los p¨¦sames que se dicen de corrido. Cuando nos curamos de espanto, estamos listos para enfermar de todo lo dem¨¢s, incluso para morir.
El ¨²nico remedio contra la modorra es una militancia que roce el fanatismo. Solo quien asuma la defensa de la democracia como una misi¨®n sagrada podr¨¢ sobreponerse al sopor que ya atonta a los dem¨¢s. Pero esta clase de compromiso es contraria a la naturaleza de un dem¨®crata que aspira a vivir y a dejar vivir. Es una actitud propia de revolucionarios y luchadores por para¨ªsos terrenales, no de quienes abrazamos la imperfecci¨®n del mundo y preferimos el caf¨¦ al p¨²lpito. Las cosas se tienen que poner muy feas para que un dem¨®crata se movilice, y cuando eso sucede, el deterioro es irreversible: los ga?anes con cuernos y caras pintadas tienen actas de diputado y aspiran a qued¨¢rselas a perpetuidad. Aunque pierdan las elecciones, y aunque la polic¨ªa los detenga y los jueces los condenen, van ganando. Y a lo peor, hasta lo saben.
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