Una tenaza mortal en Afganist¨¢n
Los talibanes se han hecho fuertes y las mujeres van qued¨¢ndose en silencio. Pero no es el momento de callarnos. Debemos abrir un gran debate sobre c¨®mo conseguir que los afganos tengan una vida digna de ser vivida
El d¨ªa de Nochebuena, a las seis en punto de la ma?ana, me despert¨® el sonido de mi tel¨¦fono m¨®vil. ¡°?Has o¨ªdo los rumores de que no van a permitir trabajar a las mujeres?¡±. El mensaje de texto ven¨ªa de Kabul. Era de una joven a la que conoc¨ª en Afganist¨¢n cuando estuve all¨ª para documentar el primer a?o del regreso de los talibanes al poder. Me hab¨ªa hablado de su infancia feliz, su ambiciosa ¨¦poca universitaria, su cruel ca¨ªda y, ahora, un futuro anulado. So?aba con ser jueza y era una de las mejores de su promoci¨®n de Derecho. Ariana era una de las afganas que amaban Estados Unidos; ten¨ªa Netflix en el m¨®vil y a Beyonc¨¦ en los o¨ªdos y aguardaba con ilusi¨®n las oportunidades que pod¨ªa darle una buena educaci¨®n. Una de las chicas a las que Occidente celebraba como parte de su idea de la evoluci¨®n de Afganist¨¢n hacia la democracia ¡ªcon ayuda occidental¡ª, hasta que los talibanes destrozaron sus sue?os y Occidente la abandon¨®.
¡°Esto va a acabar con nuestra vida. Mi coraz¨®n no puede m¨¢s¡±, dijo.
Hac¨ªa cuatro d¨ªas que los talibanes hab¨ªan anunciado que se impedir¨ªa el acceso de las mujeres a las universidades del pa¨ªs, con efecto inmediato. Otro mazazo m¨¢s. Como de costumbre, los talibanes les echaron la culpa a ellas. ¡°Hemos ordenado a las j¨®venes que lleven hiyab, pero no han obedecido. Iban vestidas como si fueran a una boda¡±, declar¨® el ministro de Educaci¨®n Superior, Neda Mohammad Nadeem, a la televisi¨®n estatal, dirigida por los talibanes. Los gobiernos occidentales, los dirigentes musulmanes y la ONU protestaron. Los talibanes se encogieron de hombros.
El rumor que hab¨ªa o¨ªdo Ariana result¨® cierto. Ese mismo d¨ªa de Nochebuena, me envi¨® el decreto que prohib¨ªa a las mujeres trabajar en organizaciones nacionales e internacionales. Luego envi¨® un mensaje de voz. Tuve que reproducirlo varias veces para entender lo que dec¨ªa entre sollozos. ¡°No valemos nada en este mundo. No tenemos derechos. Ni siquiera puedo llamarme ser humano¡±, dijo llorando. ¡°Tenemos que casarnos con un hombre que nos elige alguien y vivir bajo las reglas que fijan otros. Poder trabajar era la ¨²nica raz¨®n que ten¨ªa para vivir¡±.
Unos talibanes divididos
Durante las Navidades, los ministros de Asuntos Exteriores de todo el mundo enviaron nuevas protestas a los talibanes, apenas unos d¨ªas despu¨¦s de las anteriores. Su jefe designado, el emir Haibatullah Ajundzada, guard¨® silencio, mientras su portavoz se?alaba la ley isl¨¢mica.
El l¨ªder supremo tiene un lema que puede resumirse as¨ª: ¡°Hacemos exactamente lo que queremos¡±. O, para ser m¨¢s precisos, ¡°hacemos lo que yo quiero¡±. Conocer la estructura de poder de los talibanes es importante para comprender el trasfondo de todo lo que ha sucedido desde que se adue?aron del pa¨ªs en agosto de 2021. En Kandahar, al sur del pa¨ªs, Haibatullah se rodea de un estrecho c¨ªrculo de consejeros teol¨®gicos. Cuando toma una decisi¨®n, se env¨ªan los decretos. Y los decretos se parecen cada vez m¨¢s a la forma que ten¨ªan los talibanes de gobernar en los a?os noventa, hasta que quedaron diezmados por los ataques a¨¦reos estadounidenses despu¨¦s del 11 de septiembre.
M¨¢s al Norte, en Kabul, est¨¢ la sede del Gobierno. Ahora, por primera vez, varios ministros se han atrevido a expresar su descontento con las nuevas pol¨ªticas, es decir, con su l¨ªder. Uno de los que se han encarado con el emir es el ministro de Asuntos Exteriores, Amir Jan Muttaqi, que prometi¨® educaci¨®n para las ni?as despu¨¦s de volar a Oslo en un jet privado para una serie de reuniones en enero del a?o pasado. Otro es el hombre responsable de los ataques m¨¢s letales contra las tropas occidentales durante el r¨¦gimen anterior, el poderoso ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani, que figura en la lista de los m¨¢s buscados del FBI. El ministro de Defensa, Mohammad Yaqood, hijo del antiguo emir, el mul¨¢ Omar, tambi¨¦n ha criticado las restricciones.
No es que estos hombres sean moderados precisamente, pero s¨ª son m¨¢s pragm¨¢ticos y mejores estrategas que los cl¨¦rigos de Kandahar. Quieren que Afganist¨¢n tenga reconocimiento internacional e influencia en la regi¨®n y se dan cuenta de que las nuevas restricciones deterioran la reputaci¨®n del pa¨ªs y agravan su aislamiento. En la actualidad hay tal tensi¨®n entre estos ministros de Kabul y lo que llaman ¡°la milicia de Kandahar¡± que los dos bandos han empezado a movilizarse. Tanto el ministro del Interior como el de Defensa disponen, cada uno, de varios miles de combatientes leales y acceso a grandes cantidades de material militar que las Fuerzas Armadas estadounidenses dejaron atr¨¢s.
Oportunidades desaprovechadas
Cuando los talibanes recuperaron el poder en 2021, dieron la impresi¨®n de haber cambiado desde su periodo anterior en el Gobierno. Occidente se mostr¨® dispuesto a ser paciente, aunque nos irrit¨® que no hubiera mujeres en el Ejecutivo y que apenas hubiera representaci¨®n de minor¨ªas ¨¦tnicas o de grupos pol¨ªticos distintos de los talibanes. Una parte importante de los activos del Tesoro afgano, que el entonces presidente, apoyado por Occidente, Ashraf Ghani, hab¨ªa depositado en bancos estadounidenses, quedaron congelados. Ese iba a ser nuestro instrumento de presi¨®n.
Pero, en realidad, se lo pusimos casi demasiado f¨¢cil a los talibanes. Con que hubieran incluido a unos cuantos opositores pol¨ªticos, hubieran cumplido las promesas hechas en las negociaciones de Doha del a?o anterior de no llevar a cabo atentados ni proteger a grupos terroristas y hubieran abierto escuelas secundarias para ni?as, podr¨ªan haberse encaminado hacia el reconocimiento pol¨ªtico.
Pero lo que sucedi¨® fue que el Ministerio de la Mujer se convirti¨® en el Ministerio para la Promoci¨®n de la Virtud y la Prevenci¨®n del Vicio. La educaci¨®n se segreg¨®, las clases infantiles se dividieron por sexos y en las universidades se pusieron entradas y aulas separadas para hombres y mujeres. Los alumnos, tanto ni?os como j¨®venes, solo pod¨ªan tener como ense?ante a alguien de su propio sexo o a un mul¨¢ de m¨¢s edad. Y el primer gran mazazo lleg¨® en marzo del a?o pasado, cuando no se abrieron los centros de ense?anza secundaria para ni?as como se hab¨ªa anunciado.
La realidad acab¨® siendo peor que los decretos. Los guardias de a pie campaban a sus anchas. Si las estudiantes se sentaban en un banco, las azotaban. Al m¨ªnimo mech¨®n de pelo que mostraran, las golpeaban. Amenazaban a las chicas que rebasaban las pocas horas que les permit¨ªan estar en el campus universitario antes de que llegaran los chicos, que dispon¨ªan del resto del d¨ªa. De quienes terminaron la carrera en el primer semestre del a?o pasado, solo obtuvieron el t¨ªtulo los chicos. A las chicas les dejaron claro que lo recibir¨ªan cuando Occidente levante las sanciones.
Ariana era una de esas j¨®venes.
El verano pasado se impusieron nuevas restricciones sobre la vestimenta y la forma de cubrir el rostro. Hubo nuevas restricciones en el transporte y, desde entonces, las mujeres tienen que viajar acompa?adas de un familiar var¨®n en los recorridos largos. En oto?o se prohibi¨® a las mujeres entrar en parques, recintos feriales, gimnasios y ba?os p¨²blicos. En Adviento, los talibanes llevaron a cabo su primera ejecuci¨®n p¨²blica y en diciembre, en varias provincias, mandaron azotar a cientos de afganos por comportamiento inmoral.
En el momento de escribir este art¨ªculo, varias organizaciones internacionales, incluidas algunas pertenecientes a la ONU, han detenido temporalmente sus actividades en protesta por la prohibici¨®n a las mujeres de trabajar. Las organizaciones humanitarias han declarado que nunca sustituir¨¢n a las mujeres que trabajan en ellas por hombres y que las necesitan para llevar a cabo su misi¨®n. Por el contrario, la ONU presiona a algunas organizaciones para que sigan adelante con sus proyectos exclusivamente con hombres. Ya se han plantado las semillas; ?hay que dejar que se echen a perder si no se permite que las mujeres vuelvan a trabajar?
?Unas medidas m¨¢s en¨¦rgicas?
El mundo lleva a?o y medio siendo paciente. La pregunta es: ?qu¨¦ fuerza tenemos frente a nuestro viejo enemigo, un antiguo grupo terrorista con todo el tiempo del mundo?
Durante 20 a?os se inyectaron enormes sumas de dinero en Afganist¨¢n, destinadas al desarrollo y la educaci¨®n, a la construcci¨®n del Estado y a que las fuerzas militares de la OTAN entrenaran y equiparan al Ej¨¦rcito Nacional Afgano. Casi tres cuartas partes del presupuesto del Gobierno anterior proced¨ªan de Occidente. Gran parte de ese dinero desapareci¨®. Los criados infieles perfeccionaron el arte del robo. Los generales afganos inflaron las cifras del ej¨¦rcito y se embolsaron los sueldos de soldados imaginarios. Solo en el ¨²ltimo a?o antes de que los talibanes recuperaran el poder, salieron de un pa¨ªs cada vez m¨¢s pobre casi mil millones de d¨®lares en efectivo.
Los talibanes tienen menos dinero que el r¨¦gimen anterior, pero reciben una cuantiosa ayuda de Occidente. El sector de la sanidad est¨¢ financiado en su mayor parte por el Banco Mundial. Esa ayuda s¨ª llega a la gente, pero ?qu¨¦ tipo de vida y qu¨¦ sociedad estamos ayudando a sostener?
Tambi¨¦n puede resultar peligroso aislar a los talibanes. La ¨²ltima vez que se hizo, el resultado fue una guerra civil, campos de entrenamiento de Al Qaeda y la aparici¨®n de Bin Laden. Occidente cree en el di¨¢logo; lo malo es que los l¨ªderes talibanes, cuando asisten a reuniones diplom¨¢ticas, asienten y hablan, acaban haciendo lo que les da la gana. ?Podemos aumentar la presi¨®n? ?Podemos tomar medidas m¨¢s en¨¦rgicas? ?Podemos retener fondos, incluso la ayuda de emergencia, si no respetan los derechos humanos b¨¢sicos?
A los afganos que est¨¢n plantando cara a los talibanes les aguarda una tarea abrumadora. Jamila Afgani, exministra del Gobierno de Ashraf Gani y activista en favor de las mujeres, cuya vida describo en mi libro The Afghans, de pr¨®xima publicaci¨®n, pide que haya una estrategia com¨²n y un mayor compromiso de la comunidad internacional. Quiere una postura m¨¢s firme y tajante sobre la participaci¨®n de las mujeres en Afganist¨¢n y nos pide que exijamos la anulaci¨®n inmediata de los ¨²ltimos decretos.
Un problema es la falta de unidad internacional. China acaba de firmar un important¨ªsimo acuerdo petrolero con los talibanes. Se cree que Afganist¨¢n tiene unos recursos minerales y energ¨¦ticos sin explotar por valor de m¨¢s de un bill¨®n de d¨®lares. Otros pa¨ªses como Turqu¨ªa tambi¨¦n est¨¢n pensando en invertir en el sector energ¨¦tico afgano.
Las sanciones de Occidente no han conseguido que cambie nada. Ahora el dilema es si servir¨¢ de algo aumentar la presi¨®n econ¨®mica y si podemos aceptar las penalidades que eso provocar¨¢. Tenemos que reconocer que, despu¨¦s de 20 a?os de guerra, Occidente tiene poca capacidad de influir en los talibanes. Una posibilidad ser¨ªa presionar a los pa¨ªses musulmanes para que ellos presionen a los talibanes. Necesitamos tener una postura m¨¢s unida.
Radicalizaci¨®n
La guerra lleva inevitablemente a la radicalizaci¨®n. Mientras Ariana aprend¨ªa por su cuenta las letras de Naughty Girl y Single Ladies, de Beyonc¨¦, en los pueblos, los chicos de su generaci¨®n, nacidos alrededor del cambio de siglo, aprend¨ªan de memoria otros textos en las madrasas ¡ªescuelas isl¨¢micas¡ª de los talibanes o de la red Haqqani. Muchos de los j¨®venes soldados talibanes son analfabetos, pero dominan dos cosas: su Kal¨¢shnikov y su Cor¨¢n. Entre los combatientes que he conocido en este ¨²ltimo a?o, los m¨¢s j¨®venes eran los m¨¢s extremistas. Su visi¨®n del mundo me recordaba m¨¢s al ISIS, con su objetivo de la yihad global, que a las tradiciones pastunes, m¨¢s patriarcales y provincianas, de los talibanes.
En los ¨²ltimos tiempos han empezado a afilar los cuchillos varios grupos yihadistas. La secci¨®n afgana del Estado Isl¨¢mico, el ISIS-K, ha sido la mayor amenaza para la seguridad de los talibanes en 2022, con ataques o atentados suicidas cada semana. El grupo considera que los talibanes son ap¨®statas y marionetas de Occidente.
Los j¨®venes soldados talibanes con los que estuve cuando recog¨ªa material para mi libro pensaban que el ISIS-K es su enemigo m¨¢s temible, pese a que no est¨¢n muy alejados desde el punto de vista ideol¨®gico. Les gustaba ver v¨ªdeos de sus misiones suicidas y estaban deseando ense?arme en el m¨®vil sus cuerpos reventados. Yo sent¨ªa escalofr¨ªos. No por la sangre ni por los cuerpos deformados, sino cuando ve¨ªa sus rostros. Eran todos lamentablemente j¨®venes. Parec¨ªan nacidos durante la presencia de la OTAN en su pa¨ªs. Y ese no es un buen presagio.
Hay que levantarse
Con el extremismo de las nuevas medidas, el silencio est¨¢ a punto de romperse. Ha sido como si se hubiera instalado un trauma y hubiera callado a los pol¨ªticos que antes dec¨ªan algo. ?Quiz¨¢ porque fracasaron estrepitosamente? Pensaron que pod¨ªan librar una guerra con una mano y construir el pa¨ªs con la otra, mientras hac¨ªan la vista gorda ante la corrupci¨®n que despoj¨® al r¨¦gimen de su legitimidad. Es como si se hubieran olvidado estos 20 a?os.
Occidente dej¨® de animar a chicas como Ariana. Al fin y al cabo, lo ¨²nico que hacen es estar sentadas ah¨ª, en silencio.
Me llama con frecuencia. Me cont¨® que una ma?ana su padre hab¨ªa ido a la mezquita del barrio. Un hombre se levant¨® despu¨¦s del rezo y grit¨®: ¡°?Qui¨¦n dice que las ni?as no deben aprender? ?Qui¨¦n se atreve a impedir que nuestras hijas y hermanas vayan a la escuela? ?Por qu¨¦ estamos todos callados?¡±
¡°?Dios es grande!¡±, replic¨® un hombre en solidaridad. ¡°?Allahu Akbar!¡±, reson¨®.
¡°Estoy dispuesto a morir por el derecho de mis hijas a la educaci¨®n¡±, continu¨® el hombre, de pie en medio de la congregaci¨®n. ¡°Neg¨¢rsela es el mayor pecado. Quienes est¨¦is de acuerdo conmigo, ?levantaos!¡±.
En ese momento, me dijo Ariana, llegaron unos soldados talibanes para apresarlo. Pero entonces los asistentes se levantaron, uno tras otro. Hasta que todos en pie, incluido el padre de Ariana, gritaron a los soldados: ¡°?Arrestadnos a todos! ?Si os llev¨¢is a uno tendr¨¦is que llevarnos a todos!¡±.
No es posible crear un Afganist¨¢n m¨¢s justo sin que las mujeres luchen por sus derechos. Y tampoco se lograr¨¢ la justicia sin que los hombres las apoyen. Pero necesitan que el resto del mundo acompa?e sus exigencias con todo el peso de su poder. Debemos debatir sobre la forma de encontrar el equilibrio entre la presi¨®n y la ayuda ininterrumpida. ?Qui¨¦n ser¨¢ el primero en levantarse?
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