La palabra en el ojo de Rushdie
Claudicar ante los radicales es renunciar a lo que uno es, morir en vida. Pero en este caso no solo muere el escritor, muere la sociedad entera
Acostumbrados como estamos a la banalizaci¨®n de la palabra escrita, tan usada para no aportar nada o para alimentarnos con contenidos basura que buscan captar la atenci¨®n de forma r¨¢pida o entretenernos con est¨²pidas frivolidades, tal vez hayamos olvidado su verdadero valor. No recordamos ya que no siempre hemos tenido al alcance la letra impresa y que durante milenios leer y escribir fue patrimonio exclusivo de las clases privilegiadas. Tal vez sea esta la forma que ha adoptado en Occidente la paulatina aniquilaci¨®n de la literatura: alfabetizar a todo el mundo para luego vaciar de contenido lo que la mayor parte de la poblaci¨®n acaba leyendo, neutraliz¨¢ndola as¨ª de cualquier posibilidad contestaci¨®n pol¨ªtica.
Salman Rushdie, desde su recuperaci¨®n f¨ªsica cargada de dignidad, nos da una lecci¨®n de entereza y hace m¨¢s viva la verdad que no pocos hemos conocido de primera mano: que la palabra libre sigue estando amenazada. En muchos pa¨ªses de forma expl¨ªcita con encarcelamientos, amenazas, acoso y hostigamientos de todo tipo a escritores, poetas y periodistas. En otros casos no hay noticia p¨²blica de los castigos infligidos a quienes osan romper la ley de lo que no se puede decir y menos publicar, pero los autores, muchas de ellas mujeres, bien pueden dar cuenta de exilios familiares, destierros, y violencia. En este sentido, las honestas palabras del escritor brit¨¢nico en la entrevista que le hizo Eduardo Lago insuflan un aliento de vida a todos los que no pueden evitar jug¨¢rsela para contar, para decir, para escribir lo que sus conciencias y su creatividad les dicten. La pregunta que me ronda desde el apu?alamiento de Rushdie es: ?acaso podemos evitarlo? ?Podemos evitar escribir lo que queremos escribir? ?Podemos atender a los riesgos que todav¨ªa a d¨ªa de hoy supone este oficio? Cuando la libertad de expresi¨®n es amenazada de forma tan radical como lo hacen los fan¨¢ticos, no hay mucho donde elegir, en realidad. Son ellos los que nos ponen en una encrucijada con dos posibles caminos: o hacerles caso y callar o seguir escribiendo. Las consecuencias de la segunda opci¨®n son de sobra conocidas: que atenten contra tu persona de una u otra forma, incluso acabando con tu vida. No son tan obvias las derivadas de la primera, pero a la corta y la larga, claudicar ante los radicales es renunciar a lo que uno es, morir en vida. Pero en este caso no solo muere el escritor, muere la sociedad entera.
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