Derecho al¡ ?sexo?
El deseo es fruto de una reconstrucci¨®n constante, de la fantas¨ªa, la curiosidad y la experiencia, de lo que bebemos socialmente y de lo que somos capaces de imaginar en la intimidad

¡°Nosotros tambi¨¦n follamos¡±, exclam¨® el actor Telmo Irureta desde el escenario de los Goya. Tras el ¡°nosotros¡±, las personas con discapacidad. Tras el ¡°tambi¨¦n¡±, la necesidad de cuestionar la exclusi¨®n de ciertos cuerpos de los esquemas del deseo y la autonom¨ªa sexual. Y tras el ¡°follamos¡±, un campo de minas.
En La consagraci¨®n de la primavera, pel¨ªcula que le vali¨® el premio a Mejor Actor Revelaci¨®n, Irureta interpreta a un joven con par¨¢lisis cerebral que recurre a asistentes sexuales. A diferencia de la prostituci¨®n, la asistencia sexual se basa en la autoexploraci¨®n del cliente, y su existencia muestra una realidad inc¨®moda ¡ªinc¨®moda en tanto que altera las normas de nuestra mirada¡ª: que hay deseo ah¨ª donde se supon¨ªa inexistente; que el deseo excede a su supresi¨®n.
Aplaudida, denunciada y malinterpretada a partes iguales, la afirmaci¨®n de Irureta puso sobre la mesa un debate tan urgente como intrincado. El derecho al sexo. O, mejor dicho, un debate que encierra muchos otros. La sexualidad, la discapacidad, la feminizaci¨®n de los cuidados, el trabajo sexual (y el trabajo en general), los discursos que dictan qu¨¦ cuerpos pueden follar, y qu¨¦ cuerpos son deseables.
?Qu¨¦ imaginamos cuando hablamos de sexo? ?Y de deseo? ?Es lo mismo decir ¡°derecho a la sexualidad¡± ¡ªesas fueron las palabras de Irureta¡ª que ¡°derecho al sexo¡±? ?Es el sexo un derecho, puede llegar a serlo en determinadas circunstancias?
La respuesta a la ¨²ltima pregunta es: no. Plantear el sexo como un derecho ¡ªentendiendo por ¡°sexo¡± el encuentro e intercambio er¨®tico entre cuerpos¡ª significar¨ªa no solo otorgar a ciertos individuos la potestad de disponer del cuerpo de otros, independientemente de la voluntad de estos ¨²ltimos, sino tambi¨¦n asentar una definici¨®n de la sexualidad basada en la explotaci¨®n y la anulaci¨®n del otro. Es decir: convertir el sexo en violaci¨®n.
En su ensayo El derecho al sexo, la fil¨®sofa Amia Srinivasan ilustra esta tesis con el fen¨®meno de los incels (movimiento de hombres que se autodenominan ¡°c¨¦libes involuntarios¡± y que exigen ejercer su ¡°derecho¡± a tener relaciones sexuales con mujeres, a las que odian por neg¨¢rselo). Como apunta Srinivasan, el discurso de estos hombres no es solo rematadamente mis¨®gino, sino tambi¨¦n hip¨®crita: ¡°se quejan de que son demasiado feos y demasiado ineptos en las relaciones sociales como para encontrar amor y sexo, pero muestran un desinter¨¦s expl¨ªcito por las mujeres poco atractivas, en el sentido convencional, y socialmente ineptas¡±.
Los incels chapotean en un marco mental que concibe el sexo como posesi¨®n, como acumulaci¨®n de capital sexual. Establecen una jerarqu¨ªa de deseabilidad que premia la blanquitud, la clase social, el elitismo acad¨¦mico y la belleza can¨®nica: no quieren ¡°follar con bazofia¡±, quieren a las rubias ca?¨®n de las sororidades universitarias. As¨ª, exigen su derecho no a follar sino a disponer de aquellos cuerpos que perciben como socialmente rentables. El deseo aqu¨ª no se construye a partir del goce, sino a partir de un anhelo de estatus social.
Por desgracia, no solo los incels se rigen por este esquema. Ellos lo llevan a extremos que podr¨ªan tildarse de par¨®dicos ¡ªsi no fuera por la violencia real que se deriva de su odio¡ª, pero la jerarqu¨ªa sexual basada en la posesi¨®n y en la rentabilidad forma parte del discurso dominante. El mismo que Irureta denunciaba en su discurso de los Goya.
¡°Pensemos ¡ªnos insta Srinivasan¡ª en la follabilidad suprema de las ¡°zorras rubias y sexies¡± y de las asi¨¢ticas orientales, en la infollabilidad comparativa de las mujeres negras y los hombres asi¨¢ticos, en la fetichizaci¨®n y el miedo que inspira la sexualidad masculina negra, en la aversi¨®n sexual expresa hacia los cuerpos discapacitados, trans y gordos¡±. El mapa del deseo es una cuesti¨®n pol¨ªtica. Cuando se omite la disidencia sexual en la ficci¨®n, cuando se excluye a las personas discapacitadas de la educaci¨®n sexual, cuando solo se distribuye porno mainstream, cuando se rechaza sistem¨¢ticamente a las mujeres trans en las comunidades lesbianas; estas son decisiones que moldean el imaginario colectivo.
Esto no significa que debamos disciplinar nuestro deseo para adecuarlo a nuestras ideas: ser¨ªa absurdo y peligroso, y, en ¨²ltimas, imposible ¡ªv¨¦ase el deseo queer¡ª. Pero, si queremos vivir la sexualidad de una forma plena y placentera, abierta a lo imprevisto, en lugar de enquistarnos en el tr¨¢fico de rubias ca?¨®n como si de Ferraris se tratara, es necesario plantearnos el deseo desde otro sitio. habitarlo como se habita un hogar imposible de ordenar, de fijar, ni de reducir, por el que inevitablemente transitan otros.
El deseo no es una realidad invariable, preestablecida por designio divino ni biol¨®gico; es fruto de una reconstrucci¨®n constante, fruto de la fantas¨ªa, la curiosidad y la experiencia, de lo que bebemos socialmente y de lo que somos capaces de imaginar en la intimidad. El sexo, pues, no es un derecho. Es, a pesar de todo, un placer radicalmente abierto a la resignificaci¨®n.
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