La voz augusta
El respeto que inspir¨® Jean-Paul Sartre en amigos y enemigos fue enorme, casi tanto como la inmensa obra que produjo, y gracias a ello a nadie se le reconoci¨® tanto el derecho de equivocarse como a ¨¦l
Fue el secretario general del Comit¨¦ Central de la URSS, o jefe del Kremlin, Le¨®nidas Brezhnev, quien decidi¨® poner fin a la Primavera de Praga, como se llam¨® a esa demostraci¨®n de un socialismo abierto y plural, de j¨®venes que pod¨ªan anteponerse a los viejos carcamales que se limitaban a seguir y a respaldar todas las directrices de Mosc¨². Este periodo, a finales de los a?os sesenta, dio una gran popularidad a Checoslovaquia, pues participaron muchos intelectuales y pareci¨® que las masas acud¨ªan a secundarlos. Brezhnev procur¨® que la URSS no estuviera sola en el cometido de aplastar el experimento del socialismo en libertad y enviar un mensaje contundente a todo el bloque sovi¨¦tico, sino acompa?ada de Polonia, Bulgaria y Hungr¨ªa, en agosto de 1968. El ataque fue simult¨¢neo y ruidoso, y cayeron centenares de v¨ªctimas, hasta que la URSS termin¨® domin¨¢ndolo todo. La ocupaci¨®n dur¨® 23 a?os, hasta 1991, y el caso provoc¨® m¨²ltiples renuncias y apartamientos del Partido Comunista en Europa y otras partes.
La conducta de Jean-Paul Sartre fue ejemplar en esta ocasi¨®n. Est¨¢ descrita en el art¨ªculo de muchas p¨¢ginas que escribi¨® (La voz augusta), y que forma parte, a modo de prefacio, del libro de Antonin Liehm, Trois g¨¦n¨¦rations, publicado en 1970 por la editorial Gallimard. Sartre conden¨® la expedici¨®n militar y lament¨® los muertos, a la vez que explic¨®, con lujo de detalles, las razones por las que el Partido Comunista sovi¨¦tico no hab¨ªa tolerado la Primavera de Praga y hab¨ªa cortado con ella. En esto hubo en ¨¦l coherencia, pues en 1956, con motivo de la intervenci¨®n de la URSS en Hungr¨ªa a ra¨ªz de una gran rebeli¨®n popular, tambi¨¦n hab¨ªa tomado distancia de Mosc¨² y de los comunistas europeos que la apoyaron o fueron ambiguos al respecto.
Sin embargo, Sartre sigui¨® insistiendo, en los a?os siguientes, en que era indispensable que todos los movilizados por las ideas de Marx se afiliaran al Partido Comunista, en los lugares donde este prosperaba, como en Francia e Italia (en Francia, los comunistas hab¨ªan obtenido inmediatamente despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial m¨¢s del 26% de los votos y desde entonces el partido manten¨ªa el apoyo de una quinta parte de los electores a pesar de sus tropiezos y controversias). Pero eso es algo que ¨¦l no hizo, y tampoco lo har¨ªa en otras ocasiones en las que estuvo cerca de ¨¦l y propuso que, por m¨¢s cr¨ªticas que hubiera al Partido Comunista, todos deb¨ªan afiliarse a ¨¦l, estuvieran o no comprometidos con una ¡°liberaci¨®n¡± del marxismo. Despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial sus relaciones con el Partido Comunistas hab¨ªan sido ¨¢speras (los comunistas lo hab¨ªan atacado mucho por su admiraci¨®n filos¨®fica a Heidegger), pero en los a?os cincuenta se hab¨ªa acercado a ellos.
?Cu¨¢l era la raz¨®n de animar a otros a afiliarse? Muy simple: el ¨²nico partido que pod¨ªa arrebatar a la burgues¨ªa el control de la econom¨ªa era el comunista, y todos deb¨ªan apoyarlo. A pesar de esta convicci¨®n, ¨¦l continu¨®, hasta su muerte, preservando su independencia, aunque en ciertas ocasiones se expusiera a actuar en p¨²blico y ante masas de trabajadores. ?Por qu¨¦ Sartre se defini¨® a s¨ª mismo como un escritor independiente y ajeno a toda militancia? La explicaci¨®n, adem¨¢s de que propugnaba un socialismo con visi¨®n humanista que no era compatible con la rigidez del partido, es su extraordinario prestigio, que aliados y enemigos respetaban por igual, y que hac¨ªa innecesario someterse a una estructura o jerarqu¨ªa partidista.
Es sorprendente, a la distancia, observar que Sartre gozaba de esta excepci¨®n a una regla en la que ¨¦l mismo quer¨ªa embarcarnos a todos. Pero la verdad es que nadie se lo reproch¨®, incluso cuando acept¨® ser la voz y el ejemplo viviente del Tribunal Russell, convocado por el anciano e ilustre ingl¨¦s, Bertrand Russell, que so?aba con despedirse de este mundo condenando los asesinatos americanos en el lejano Vietnam.
El respeto que inspir¨® Sartre en amigos y enemigos fue enorme, casi tanto como la inmensa obra que produjo en esos a?os. Porque sus ensayos pol¨ªticos no lo apartaron de sus investigaciones literarias. Sigui¨® dedic¨¢ndose con lujo de detalles a las investigaciones sobre Flaubert, sobre el que public¨® un minucioso relato en Gallimard, y la obra maestra que era, y en eso estuve siempre de acuerdo con ¨¦l, Madame Bovary. Si, adem¨¢s, tenemos en cuenta todas las obras de teatro que escribi¨® en estos a?os, la fecundidad de Sartre est¨¢ fuera de toda comparaci¨®n con sus compa?eros de oficio. Estos estudios literarios son tal vez las mejores obras que dej¨® en herencia. Son muy desiguales, sin lugar a dudas, probablemente porque fueron interrumpidas muchas veces debido a los ensayos pol¨ªticos. Y en alg¨²n caso, en la biograf¨ªa de Flaubert, en su exploraci¨®n biogr¨¢fica de tres vol¨²menes, que yo le¨ª rigurosamente en esos a?os, no lleg¨® a escribir el punto y final del ensayo, ni siquiera en lo que concierne a Madame Bovary.
El caso de Sartre es muy curioso. Su influencia fue reconocida en todos los medios, sobre todo en los m¨¢s al¨¦rgicos a ¨¦l, y a menudo le daban tribuna diarios o revistas que estaban en las ant¨ªpodas de su pensamiento. Y creo que por una raz¨®n simple: por su enorme talento. Era acaso el ¨²nico que pod¨ªa competir de igual a igual con los fil¨®sofos alemanes que estaban cambiando la visi¨®n de las ciencias sociales. Las obras completas de Sartre alcanzar¨ªan muchos vol¨²menes y nadie todav¨ªa ha sido capaz de reunir la totalidad de sus novelas, obras de teatro y ensayos. Si a estas obras se a?aden los muchos reportajes que dio, donde se explaya sobre sus ideas y convicciones, puede decirse que no hay, probablemente, ning¨²n escritor tan fecundo ni ambicioso como ¨¦l en la ¨¦poca contempor¨¢nea. Esa es la autoridad de la que ¨¦l presumi¨®, y que el propio general De Gaulle reconoci¨®, llam¨¢ndolo en una carta c¨¦lebre ¡°mi querido maestro¡±. A nadie se le reconoci¨® tanto el derecho de equivocarse como a ¨¦l, gracias, precisamente, a esa obra monumental. Salvo alguna excepci¨®n aislada, nadie lament¨® sus graves errores en aquellos a?os, ni a la hora de su muerte. Como si a las alturas intelectuales que hab¨ªa alcanzado Sartre tuviera un derecho de estar equivocado en cosas importantes que no se les reconoc¨ªa a otros intelectuales.
Yo lo tengo muy presente porque en los a?os de San Marcos, en Lima, una universidad de la que tengo tan buenos recuerdos, Sartre era una gu¨ªa que serv¨ªa de referencia a muchas personas de la vida intelectual y universitaria de ese pa¨ªs en el que, una vez m¨¢s, un generalote gobernaba. El Partido Comunista era probablemente m¨ªnimo, y los militantes ¡ªyo estuve s¨®lo un a?o en ¨¦l¡ª no pod¨ªan, no deb¨ªan, enterarse de su n¨²mero, pero es evidente que ¨¦ramos muy pocos y, probablemente, las ense?anzas de Sartre, que defend¨ªa la libertad de la cultura y una visi¨®n humanista del socialismo, eran la mejor de las gu¨ªas que pod¨ªamos tener.
En nuestra ¨¦poca, como reconoc¨ªa con pesar ese viejo librero que encontr¨¦ hace no mucho en la Place Saint-Sulpice, ¡°casi nadie lee a Sartre¡± y a¨²n no se han revisado las extraordinarias contradicciones en que incurri¨® en esa vida tan fecunda que tuvo y en la que, adem¨¢s de escribir, vivi¨® intensamente, compartiendo experiencias m¨²ltiples con esa amiga de toda la vida, Simone de Beauvoir. Ha llegado la hora de una revisi¨®n exhaustiva y objetiva de Sartre, ahora que su prestigio ya no tiene por qu¨¦ inhibir a nadie de hacerlo. Es una tarea que queda pendiente.
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