Si la paz fuera un premio
?Qu¨¦ hacemos con la libertad de expresi¨®n cuando sufre abusos por doquier? Es preciso contrarrestar los relatos falsos con mejores relatos, responder al odio con amor y creer que la verdad a¨²n puede triunfar, incluso en una ¨¦poca dominada por las mentiras
Gracias a todos por su presencia hoy aqu¨ª. Gracias al alcalde Mike Josef (qu¨¦ preciosa introducci¨®n), a Robert Habeck y sus colegas del Gobierno y los parlamentos regionales, y por supuesto a todos ustedes, los que han venido desde cerca o desde lejos, para que yo pueda presentarme aqu¨ª. Agradezco enormemente este magn¨ªfico premio, que conozco y respeto desde hace mucho tiempo, sin haber llegado siquiera a imaginarme que pudiera encontr¨¢rmelo en mi camino, y cuya lista de anteriores ganadores, que en algunos casos nos acompa?an hoy, no tiene parang¨®n. Mi m¨¢s profundo agradecimiento al jurado del Premio de la Paz, presidido por Karin Schmidt-Friedrichs. Tambi¨¦n a Daniel Kehlmann, a quien tanto admiro como escritor. Me alegro mucho de que haya dejado a un lado las tareas de publicaci¨®n de su propio libro y que haya encontrado tiempo para presentar su hermosa laudatoria. Igualmente desear¨ªa presentar mis respetos al edificio en el que estamos reunidos, un s¨ªmbolo de la libertad. Es un privilegio que te pidan hablar entre estos muros.
Y ahora, para empezar, perm¨ªtanme que les cuente una historia. ?rase una vez dos chacales, Karataka, cuyo nombre significaba cauteloso, y Damanaka, cuyo nombre significaba atrevido. Ten¨ªan un rango secundario en el s¨¦quito del rey le¨®n Pingalaka, pero eran ambiciosos y astutos. Un d¨ªa el rey le¨®n se asust¨® al o¨ªr un estruendo en los bosques, que los chacales sab¨ªan que era el mugido de un toro desbocado, algo que no deb¨ªa asustar a un le¨®n. Los chacales visitaron al toro y lo convencieron de que se presentara ante el le¨®n y se declarara amigo suyo. Al toro le daba miedo el le¨®n, pero acept¨®, as¨ª que el rey y el toro se hicieron amigos, y el agradecido monarca ascendi¨® a los chacales al rango superior. Por desgracia, el le¨®n y el toro comenzaron a pasar tanto tiempo juntos conversando que el primero dej¨® de cazar y los animales de su s¨¦quito pasaban hambre. Entonces los chacales convencieron al rey de que el toro estaba conspirando contra ¨¦l, y al toro lo convencieron de que el le¨®n planeaba su muerte, as¨ª que el le¨®n y el toro se enfrentaron, el toro muri¨®, todos tuvieron carne de sobra para alimentarse, la consideraci¨®n que los chacales le merec¨ªan al le¨®n mejor¨® a¨²n m¨¢s, porque le hab¨ªan advertido de la conspiraci¨®n, y los dem¨¢s habitantes de la selva tambi¨¦n comenzaron a valorar de otro modo a los chacales, salvo, por supuesto, el pobre toro, aunque eso ya no importaba, porque estaba muerto y a todos les hab¨ªa proporcionado un excelente almuerzo.
En l¨ªneas muy generales, este es el marco en el que se desarrolla la historia de la primera y m¨¢s larga de las cinco partes del llamado Panchatantra, un libro de f¨¢bulas protagonizadas por animales, y cuyo t¨ªtulo es Sobre c¨®mo llevar a los amigos al desacuerdo. La tercera parte, Guerra y paz, un t¨ªtulo posteriormente utilizado por otro libro bien conocido, describe un conflicto entre cuervos y b¨²hos, en el que los enga?os de un cuervo traicionero provocan la derrota y la destrucci¨®n de los b¨²hos. En mi novela Ciudad Victoria utilic¨¦ una versi¨®n de este relato.
Lo que siempre me ha parecido fascinante o realmente atractivo de las historias del Panchatantra es que muchas de ellas no son moralizantes. No predican ni la bondad, ni la virtud, ni la modestia, ni la sinceridad ni la contenci¨®n. Con frecuencia, todos los obst¨¢culos se salvan gracias a la astucia, la estrategia y la amoralidad. Los buenos no siempre ganan (y ni siquiera suele estar claro qui¨¦nes son). Esta es la raz¨®n de que al lector actual esos cuentos le parezcan asombrosamente contempor¨¢neos, porque nosotros, los lectores actuales, vivimos en un mundo amoral, desvergonzado, traicionero y artero, en el que por doquier es frecuente que los malos ganen.
¡°?De d¨®nde vienen las historias¡±, pregunta el peque?o Har¨²n al fabulador de su padre en mi novela Har¨²n y el mar de las historias, y la esencia de la respuesta es que provienen de otras, del oc¨¦ano de historias en las que todos navegamos. Pero hay que se?alar que no es ese su ¨²nico origen. Tambi¨¦n est¨¢n la propia experiencia del fabulador y sus opiniones vitales, as¨ª como la ¨¦poca en la que vive; pero, en cierto modo, la mayor¨ªa de las historias hunden sus ra¨ªces en otras historias, quiz¨¢ en muchas otras, que se combinan, conectan y transforman, para as¨ª convertirse en otras nuevas. A este proceso lo llamamos imaginaci¨®n.
A m¨ª siempre me han inspirado las mitolog¨ªas, los cuentos populares y los de hadas, no porque contengan milagros, como animales que hablan o peces m¨¢gicos, sino porque sintetizan la verdad. Por ejemplo, la historia de Orfeo y Eur¨ªdice, que fue una importante inspiraci¨®n para mi novela El suelo bajo sus pies, se puede contar en menos de cien palabras, pero contiene, de forma condensada, preguntas trascendentales sobre la relaci¨®n entre el arte, el amor y la muerte. Se pregunta si el amor, con la ayuda del arte, puede vencer a la muerte. Pero quiz¨¢ su respuesta sea: ?acaso la muerte, a pesar del arte, no vence al amor? O quiz¨¢ nos diga, m¨¢s bien, que el arte, al centrarse en el amor y la muerte, trasciende esos temas, convirti¨¦ndolos en historias inmortales. Esas cien palabras contienen profundidad suficiente para inspirar mil novelas.
Los dep¨®sitos de mitos son realmente abundantes. Est¨¢n los griegos, por supuesto, pero tambi¨¦n la prosa n¨®rdica y la Edda po¨¦tica. Esopo, Homero, El anillo de los Nibelungos, las leyendas celtas y las tres grandes tradiciones europeas: la francesa, relacionada con el corpus de historias que rodean a Carlomagno; la de la Roma cl¨¢sica, relativa al imperio, y la brit¨¢nica, con leyendas que tienen que ver con la figura del rey Arturo. Aqu¨ª en Alemania ustedes tienen los cuentos populares reunidos por Jakob y Wilhelm Grimm. Sin embargo, en la India, antes de escuchar todas esas historias, yo me cri¨¦ con el Panchatantra, y cuando, como ahora, voy a iniciar un proyecto literario despu¨¦s de finalizar otro, regreso a esos astutos y taimados chacales, cuervos y otros animales, para preguntarles qu¨¦ historia debo narrar a continuaci¨®n. Hasta ahora nunca me han defraudado. Todo lo que necesito saber sobre bondad y su contrario, sobre libertad y cautividad, y sobre conflictos, se encuentra en esos relatos. Sin embargo, para encontrar amor, hay que buscar en otra parte.
Y ahora estoy aqu¨ª para recibir un premio de la paz y me pregunto qu¨¦ nos dice el mundo de la fabulaci¨®n sobre la paz.
La respuesta no es muy alentadora. Homero nos dice que la paz llega tras una d¨¦cada de guerra, cuando todos nuestros seres queridos han muerto y Troya est¨¢ en ruinas. Los mitos n¨®rdicos nos dicen que la paz llega despu¨¦s del Ragnar?k, el crep¨²sculo de los dioses, cuando estos destruyen a sus enemigos tradicionales, pero estos tambi¨¦n los destruyen a ellos. La palabra alemana para designar este acontecimiento, G?tterd?mmerung, es mucho m¨¢s exacta que su equivalente en ingl¨¦s twilight (crep¨²sculo). El Mahabharata y el Ramayana tambi¨¦n nos dicen que la paz se paga con sangre. Y el Panchatantra nos dice que la paz, es decir, la muerte de los b¨²hos y la victoria de los cuervos, solo se alcanza mediante una traici¨®n. Y si abandonamos durante un momento las leyendas del pasado para centrarnos en dos leyendas del ¨²ltimo verano ¡ªme refiero, por supuesto, al doble bombazo cinematogr¨¢fico llamado Barbenheimer¡ª, la pel¨ªcula Oppenheimer nos recuerda que la paz solo lleg¨® despu¨¦s de que dos bombas at¨®micas llamadas Little Boy y Fat Man (El Ni?o y El Gordo) se lanzaran sobre los habitantes de Hiroshima y Nagasaki; en tanto que el taquillazo titulado Barbie deja claro que la paz sin fisuras y la felicidad en estado puro, en un mundo en el que todos los d¨ªas son perfectos y las noches siempre son juergas de chicas, solo existe cuando eres de pl¨¢stico rosa.
Y aqu¨ª estamos reunidos para hablar de paz cuando, no muy lejos de aqu¨ª, hay una guerra encarnizada, una guerra concebida por un tirano y por su ambici¨®n de poder y conquista, una triste historia que el p¨²blico alem¨¢n conocer¨¢ bien, y otro espantoso conflicto ha estallado en Israel y la franja de Gaza. Ahora mismo, la paz parece una fantas¨ªa concebida bajo los efectos de un narc¨®tico que se fuma en pipa. Hasta el significado de la palabra guerra es algo sobre lo que los combatientes no se ponen de acuerdo. Para Ucrania, la paz significa algo m¨¢s que el cese de las hostilidades. Significa, y as¨ª debe ser, la recuperaci¨®n del territorio ocupado y una soberan¨ªa con garant¨ªas. Para el enemigo de Ucrania, la paz significa la rendici¨®n de esta, y el reconocimiento de que los territorios perdidos, perdidos est¨¢n. La misma palabra, con dos definiciones incompatibles. Para Israel y los palestinos, la paz parece estar todav¨ªa m¨¢s lejos.
Es dif¨ªcil firmar la paz, y tambi¨¦n alcanzarla.
Sin embargo, es cierto que no dejamos de anhelar, no solo la gran paz que llega al final de una guerra, sino la peque?a paz de nuestra vida privada, la que consiste en sentirnos en paz con nuestra propia existencia y con el peque?o mundo que nos rodea. Para Walt Whitman, la paz era como el sol que nos ba?a todos los d¨ªas:
?Oh, sol de paz verdadera! ?Oh, luz apresurada!
?Oh, libre y ext¨¢tico! ?Cu¨¢l es aqu¨ª mi canto? ?Cu¨¢l mi preparaci¨®n?
?El sol del mundo se alzar¨¢, deslumbrante, y alcanzar¨¢ su cenit.
Y t¨² tambi¨¦n, ideal m¨ªo, te alzar¨¢s sin duda!
El ¡°ideal¡± de Whitman era la paz. As¨ª que, reunidos como estamos en este hermoso lugar, coincidamos con ¨¦l en que, por dif¨ªcil que sea alcanzarlo, por imposible que parezca poder conservarlo, ese algo tan dif¨ªcil de definir, pese a todo, es uno de nuestros grandes valores, algo que hay que buscar fervientemente.
Mis padres as¨ª lo pensaban cuando me llamaron Salman, un nombre que procede del sustantivo salamat, que significa paz. De manera que Salman es ¡°pac¨ªfico¡±. Y, de hecho, yo fui un muchacho enormemente tranquilo, obediente, aplicado, de nombre y naturaleza pac¨ªficos. Los problemas vinieron despu¨¦s. Pero yo siempre me he visto de esa manera. Aunque de adulto haya tenido otras ideas.
En mi obra han influido las f¨¢bulas, pero un premio de la Paz tambi¨¦n tiene un elemento claramente fabulador. Me gusta pensar que la paz misma pueda ser realmente el premio, que este jurado tenga algo de m¨¢gico, incluso de fant¨¢stico; que haya un jurado de sabios benefactores tan infinitamente poderoso que, una vez al a?o, ni una m¨¢s, pueda otorgar a un solo individuo, ni a uno m¨¢s, el premio de un a?o de paz. La paz misma, verdadera, dichosa, perfecta, no el contento trivial de una paz corriente, sino una excelente a?ada de Pax Francfortiana que durante todo un a?o te entreguen a domicilio, en elegantes botellas. Ese ser¨ªa un premio que me encantar¨ªa recibir. Estoy pensando incluso en dedicarle una historia: El hombre que recibi¨® como premio la paz.
Imagino que tiene lugar en un pueblo peque?o, quiz¨¢ durante las fiestas. Se celebran los concursos habituales: a las mejores tartas y galletas, a las mejores sand¨ªas y verduras; concursos para adivinar el peso de un cerdo; concursos de belleza, de canciones, de bailes. En un carromato pintado de vivos colores tirado por un caballo llega un buhonero vestido con una andrajosa levita; parece el embaucador Profesor Marvel de El mago de Oz, y dice que, si le permiten evaluar a los concursantes, ofrecer¨¢ los mejores premios que verse puedan. ¡°?Los mejores premios!¡±, proclama. ¡°?Ac¨¦rquense, ac¨¦rquense!¡±, y la gente sencilla del pueblo se acerca, y el buhonero entrega botellitas a los diferentes agraciados, botellas marcadas con etiquetas que dicen Verdad? Belleza, Libertad, Bondad y Paz. Qu¨¦ decepci¨®n para los aldeanos. Habr¨ªan preferido dinero contante y sonante. Y durante el a?o posterior a las fiestas se producen extra?os sucesos. Despu¨¦s de beber el l¨ªquido de su botella, el ganador del premio a la Verdad comienza a molestar a sus paisanos y a distanciarse de ellos dici¨¦ndoles la opini¨®n que verdaderamente le merecen. La Belleza, despu¨¦s de beber su premio, se vuelve a¨²n m¨¢s hermosa, por lo menos eso es lo que ella cree, pero tambi¨¦n se hace insufriblemente fatua. El licencioso comportamiento de la Libertad escandaliza a muchos de sus paisanos, que llegan a pensar que su botella deb¨ªa de contener alguna potente sustancia. La Bondad se proclama santa y, por supuesto, despu¨¦s a todo el mundo le parece insoportable. Y la Paz se limita a sentarse sonriente debajo de un ¨¢rbol. En una aldea tan agitada, esa sonrisa tambi¨¦n resulta enormemente irritante. Un a?o despu¨¦s, cuando se vuelven a celebrar las fiestas, el buhonero regresa, pero lo echan del pueblo. ¡°?L¨¢rgate!¡±, le espetan los aldeanos. ¡°No queremos premios como esos. Una escarapela, un queso, un trozo de jam¨®n o una cinta roja sujetando una brillante medalla. Esos s¨ª son premios normales. Esos son los que queremos¡±.
No s¨¦ si llegar¨¦ a escribir esa historia. Por lo menos puede servir para ejemplificar, con buen humor, algo bastante serio: que hay conceptos que, aunque creamos que todos podemos considerarlos virtuosos, pueden acabar vi¨¦ndose como vicios, y que todo depende del punto de vista de cada uno y de los efectos de esos conceptos en el mundo real. En el libro de Italo Calvino El vizconde demediado, el h¨¦roe queda partido en dos cuando una bala de ca?¨®n le alcanza de pleno en el pecho. Sus dos mitades sobreviven porque un diestro medico resta?a las heridas, pero resulta que el vizconde ha quedado partido en dos mitades tan distintas moral como f¨ªsicamente. Ahora, una de las dos es incre¨ªblemente bondadosa, en tanto que la otra es de una absoluta perversidad. Sin embargo, las dos causan el mismo da?o al mundo, y su trato es igualmente espantoso, hasta que el mismo m¨¦dico vuelve a unirlas, y, una vez en un mismo cuerpo, retoman la pluralidad moral, es decir, la propia del ser humano.
Durante muchos a?os, mi destino ha consistido en beber de la botella marcada con la etiqueta Libertad, y, por tanto, escribir sin comedimiento los libros que se me ven¨ªan a la cabeza, y ahora, cuando estoy a punto de publicar mi novela vig¨¦simo segunda, tengo que decir que en 21 de esas 22 ocasiones ha merecido la pena beber el elixir, y que he tenido una buena vida desempe?ando el ¨²nico trabajo que siempre quise tener. En la ocasi¨®n que falta, es decir, cuando publiqu¨¦ mi cuarta novela, aprend¨ª ¡ªmuchos aprendimos¡ª que la libertad puede desatar una fuerza igual y opuesta de aquellos que se le oponen, y tambi¨¦n aprend¨ª c¨®mo enfrentarme a las consecuencias de esa reacci¨®n, y a continuar ejerciendo mi arte lo mejor que pude, sin trabas, como siempre quise. Igualmente aprend¨ª que muchos otros escritores y artistas, en el ejercicio de su libertad, tambi¨¦n se enfrentaban a los enemigos de la antilibertad, y que, en suma, beber el vino de la libertad puede ser peligroso. Pero eso hac¨ªa que defenderla fuera todav¨ªa m¨¢s necesario, m¨¢s esencial, m¨¢s importante, y yo creo que, junto a otros muchos, he hecho todo lo posible por defenderla. Confieso que ha habido momentos en los que habr¨ªa preferido haber bebido el elixir de la Paz y pasarme la vida sentado debajo de un ¨¢rbol con una sonrisa gozosa y beat¨ªfica, pero no fue esa la botella que me dio el buhonero.
Vivimos una ¨¦poca que no pens¨¦ que llegara a vivir, una ¨¦poca en la que la libertad ¡ªy en concreto la de expresi¨®n, sin la cual el mundo de los libros no podr¨ªa existir¡ª se ve en todas partes atacada por voces reaccionarias, autoritarias, populistas, demag¨®gicas, poco formadas, narcisistas y descuidadas; en la que los centros educativos y las bibliotecas suscitan hostilidad y censura, y en la que ideolog¨ªas extremistas, religiosas y fan¨¢ticas han comenzado a inmiscuirse en esferas de la vida que no les ata?en. Y tambi¨¦n se est¨¢n alzando voces progresistas a favor de un nuevo tipo de censura biempensante, de apariencia virtuosa, que mucha gente, sobre todo j¨®venes, ha comenzado a identificar con la virtud. De manera que la libertad sufre presiones a izquierda y derecha, de j¨®venes y viejos. Es un fen¨®meno nuevo, que complican todav¨ªa m¨¢s las novedosas herramientas de comunicaci¨®n, internet, en las que p¨¢ginas bien dise?adas de mentiras malintencionadas conviven con la verdad, y a mucha gente le resulta dif¨ªcil distinguir entre unas y otra; y nuestros medios sociales, en los que todos los d¨ªas se abusa del concepto de libertad para permitir que con frecuencia imponga sus criterios una especie de turba digital, que los multimillonarios propietarios de esas plataformas parecen cada vez m¨¢s dispuestos a fomentar y a sacarle provecho.
?Qu¨¦ hacemos con la libertad de expresi¨®n cuando sufre abusos por doquier? Tenemos que seguir haciendo, con renovado vigor, lo que siempre hemos necesitado hacer: cuando el discurso es malo, hay que responderle con un discurso mejor; es preciso contrarrestar los relatos falsos con mejores relatos, responder al odio con amor y creer que la verdad a¨²n puede triunfar, incluso en una ¨¦poca dominada por las mentiras. Debemos defenderla fervientemente, y darle una definici¨®n lo m¨¢s amplia posible; as¨ª que debemos, sin duda, defender discursos que nos ofenden, porque, de no ser as¨ª, no estar¨ªamos defendiendo en absoluto la libertad de expresi¨®n. Los editores se encuentran entre los principales guardianes de la libertad. Gracias por la labor que desempe?an ustedes; les ruego la hagan todav¨ªa mejor y con m¨¢s coraje, permitiendo que se expresen mil y una voces, de mil y una formas distintas.
Como dec¨ªa Cavafis, Los b¨¢rbaros llegar¨¢n hoy y yo estoy seguro de que a la ignorancia se responde con el arte, a la barbarie con la civilizaci¨®n y de que, en una cultura de guerra, quiz¨¢ artistas de todo tipo ¡ªcineastas, actores, cantantes, y tambi¨¦n, por supuesto, creadores de ese arte que todos los a?os re¨²ne a las gentes del libro en Fr¨¢ncfort¡ª todav¨ªa pueden, si se unen, expulsar a los b¨¢rbaros de sus puertas.
Antes de terminar esta intervenci¨®n me gustar¨ªa dar las gracias a todos aquellos que en Alemania y otros pa¨ªses alzaron su voz para solidarizarse y mostrarme su simpat¨ªa despu¨¦s del atentado que sufr¨ª hace unos 14 meses. Ese apoyo fue muy importante para m¨ª, y tambi¨¦n para mi familia, y demostr¨® que, en todo el mundo, la libertad de expresi¨®n se defiende apasionadamente y que est¨¢ muy extendida. La indignaci¨®n que se manifest¨® despu¨¦s del atentado del 12 de agosto surgi¨® de la simpat¨ªa hacia m¨ª, pero tambi¨¦n, y esto en a¨²n m¨¢s importante, del horror ¡ªvuestro horror¡ª, que suscit¨® que un valor capital de las sociedades libres se hubiera visto atacado de forma tan brutal por la ignorancia. Lo que m¨¢s agradezco fue la corriente de amistad que recib¨ª, y har¨¦ lo posible por seguir luchando por aquello que todos vosotros defendisteis al alzar la voz.
Sin embargo, cuando me vaya a casa con este Premio de la Paz, tambi¨¦n me detendr¨¦ un momento a beber el elixir, y a sentarme tranquilamente bajo un ¨¢rbol con una sonrisa gozosa y beat¨ªfica. Gracias a todos.
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