Motosierras: libertad con ira
La ultraderecha que est¨¢ atrayendo en todo el mundo el voto de los enfadados y los desencantados destaca por un ataque a la racionalidad pol¨ªtica que mezcla el insulto arrogante y el victimismo histri¨®nico
Uno de los rasgos con los que cabe representar el discurso pol¨ªtico/medi¨¢tico de las ¨²ltimas d¨¦cadas, repetido en la bibliograf¨ªa desde los a?os sesenta, es la desideologizaci¨®n. Las ideolog¨ªas siguen presentes en nuestra vida pol¨ªtica con enorme fuerza, y la ola internacional reaccionaria en la que vivimos solo puede describirse como movimiento ideol¨®gico. Sin embargo, cabe pensar que discursivamente se trata de algo parecido a ¡°una ideolog¨ªa sin ideas¡±, porque, salvo en algunos momentos del discurso parlamentario, las palabras que utiliza el discurso pol¨ªtico actual ya no se refieren a los grandes conceptos de la pol¨ªtica sino que reemplazan esa esfera tem¨¢tica por otros asuntos.
Por ejemplo, las ret¨®ricas populistas nos han acostumbrado a que el protagonismo discursivo lo tengan los l¨ªderes. ¡°El mensaje es el pol¨ªtico¡±, dec¨ªa Manuel Castells en un texto de 2008. Otro de los grandes temas que se magnifica para reemplazar el logos discursivo es la alusi¨®n emocional, con un estilo manierista y banalizado, que tiende a instalar los discursos en el ¨¢mbito de la sensibler¨ªa o, m¨¢s frecuentemente, del insulto y la difamaci¨®n. La conducta de los pol¨ªticos se sigue filtrando por el eje axiol¨®gico de lo que est¨¢ bien o mal, pero tambi¨¦n esta moral se banaliza. Los temas anecd¨®ticos y las relaciones de los representantes pol¨ªticos entre s¨ª inundan el discurso p¨²blico; el horror vacui de la esfera comunicativa se rellena con textos sobre los propios discursos.
Esta autorreferencialidad de un lenguaje que habla sobre s¨ª mismo obedece en gran medida al imperio del periodismo de declaraciones. Cualquier declaraci¨®n ¡ªde unos pol¨ªticos en campa?a permanente, pero que aceptan pocas preguntas¡ª, puede convertirse en aparente noticia, con independencia de su veracidad o su contexto. Los encuadres sensacionalistas, que persiguen el espect¨¢culo detr¨¢s de cada presunta novedad, facilitan adem¨¢s que tales declaraciones se reproduzcan en cadenas de entrop¨ªa que desfiguran hasta la caricatura aquello que fue dicho; y cuanto m¨¢s extempor¨¢nea resulta una declaraci¨®n, m¨¢s ¨¦xito tiene. Los medios en los que trabajan verdaderos profesionales del periodismo compiten con una mir¨ªada de falsos medios gratuitos que nadie lee en acceso directo, cuyo papel es inventar esta realidad paralela ¡ªpol¨ªtica, hist¨®rica, medi¨¢tica¡ª para su difusi¨®n en redes y circuitos cerrados de mensajer¨ªa. En definitiva, mientras la acci¨®n pol¨ªtica se sigue desplegando sin la debida atenci¨®n medi¨¢tica, el discurso presta atenci¨®n a otros temas con funci¨®n sustitutiva, vicaria.
Y cuando lo que reemplaza el discurso ideol¨®gico buscando adhesiones no es ya una cara sino una motosierra, cabe plantearse si las hip¨¦rboles que venimos encadenando desde los inicios de esta emergencia populista no est¨¢n ya al borde del colapso. La motosierra no busca la playa bajo los adoquines, como dec¨ªan los sesentayochistas, sino que parece ¡ªsolo lo parece¡ª querer romper absolutamente todo. La energ¨ªa que alimenta su motor es, como sabemos, el desencanto y la ira de unos ciudadanos que se sienten abandonados por sus gobiernos; que se sienten ¡°extra?os en su propia tierra¡±, seg¨²n se?alaba Hochschild en su magn¨ªfico libro sobre la era Trump (Capit¨¢n Swing, 2020).
Porque, efectivamente, los movimientos y partidos de ultraderecha que en todo el mundo est¨¢n atrayendo el voto de estos ciudadanos airados y decepcionados utilizan el discurso como herramienta fundamental. Entre sus estrategias ret¨®ricas destaca, por ejemplo, la agresividad desinhibida en la que se envuelven los mensajes. Frente al discurso de pretensi¨®n inclusiva que se fue gestando al calor de los movimientos progresistas de los 60, las ret¨®ricas reaccionarias son exhibicionistas en su capacidad de agresi¨®n y en el desaf¨ªo a los est¨¢ndares de la racionalidad (y de la cortes¨ªa) pol¨ªtica. De ah¨ª que a los insultos no les suceda la disculpa sino la jactancia altanera o, en ocasiones, el victimismo histri¨®nico.
Estas ret¨®ricas desinhibidas triunfan porque se disfrazan de rebeld¨ªa, ofrecen al electorado la representaci¨®n ¡ªno la realidad¡ª de una respuesta radical. Asumiendo el tri¨¢ngulo discursivo populista, que distingue entre el l¨ªder, el pueblo, y ¡°los culpables¡±, la agresividad ret¨®rica resulta lo suficientemente ambigua como para que el votante se ci?a sobre todo al eje narrativo v¨ªctima/culpable, sin considerar la verosimilitud argumentativa de las propuestas, ni los efectos en su propia vida. As¨ª, cuando Milei declara su intenci¨®n de ¡°volar por los aires¡± el Banco Central, la met¨¢fora hiperb¨®lica boicotea cualquier discurso subsiguiente sobre las consecuencias; y cuando su asesor Carlos Rodr¨ªguez anuncia que ¡°hay que sufrir¡±, el verbo impersonal permite que cada destinatario imagine a su gusto los sujetos del sufrimiento. La realidad del programa pol¨ªtico y sus consecuencias se pierden en las m¨²ltiples rendijas de la desinformaci¨®n.
Otra estrategia ret¨®rica muy rentable es la que consiste en apropiarse de los t¨¦rminos y conceptos t¨ªpicos del discurso progresista. Un antecedente cl¨¢sico de estas pr¨¢cticas es el modo en que Ronald Reagan utiliz¨® las expresiones y descripciones de los discursos de Martin Luther King (muy especialmente del ¡°I have a dream¡±) para pretender convencer a la ciudadan¨ªa de que la igualdad de oportunidades reivindicada por el l¨ªder afroamericano ya era real, y asignar por tanto la consecuci¨®n de logros concretos al esfuerzo individual en lugar de al gobierno. Nos hemos acostumbrado a que los l¨ªderes conservadores reivindiquen pol¨ªticas supuestamente orientadas a la libertad, o a que las ¨¦lites privilegiadas reclamen igualdad en sus manifestaciones, pero utilizan tales conceptos con acepciones muy espec¨ªficas. Se reivindica, por ejemplo, como libertad de expresi¨®n, el insulto y la calumnia, del mismo modo que Xi Jinping, Putin y otros reivindican como democr¨¢ticos sus correspondientes sistemas pol¨ªticos. George Orwell se?alaba la funci¨®n anestesiante de estos t¨¦rminos desprovistos de su significado.
Las grandes palabras de la ideolog¨ªa resultan desmesuradas cuando se aplican a realidades que no corresponden, y su efecto discursivo es, como casi siempre ocurre en la hip¨¦rbole, el fin del di¨¢logo. Tambi¨¦n Milei ha repetido durante toda su campa?a el recurso a la libertad en su reiterado eslogan, ¡°?Viva la libertad, carajo!¡±. Sin duda, la frase resulta m¨¢s comunicativa por la expresividad del exabrupto a?adido que por la referencialidad de la palabra ¡°libertad¡±. Ese a?adido emocional invade y fagocita todo el acto de habla. Y en la imagen la motosierra nos subraya, enf¨¢ticamente, que se trata de una libertad con ira; siempre ¡ªy solo¡ª, a la contra.
El fen¨®meno es global, Pa¨ªses Bajos representa el siguiente paso. Y con cada nueva victoria electoral de estos extremismos discursivos se pone de manifiesto el gigantesco agujero ¡ªde palabra y de acci¨®n pol¨ªtica¡ª, en que se encuentran las democracias, y el modo en que la desinformaci¨®n lo rellena en todas sus variantes. Por eso no cabe asumir la explicaci¨®n determinista que aparec¨ªa estos d¨ªas en algunos medios, seg¨²n la cual los votantes del Brexit, de Trump o Milei son personas ¡°con menores habilidades cognitivas¡±; esta explicaci¨®n no es solo insultante, sino fr¨ªvola y, sobre todo, elusiva. Porque la sensibilidad ante la desinformaci¨®n puede y debe ser atajada desde la responsabilidad de los Estados, tanto en lo que ata?e al derecho a la educaci¨®n como al derecho a la informaci¨®n. La que Bronner llama ¡°democracia de los cr¨¦dulos¡± no es producto de la capacidad mental de los individuos, sino de la gesti¨®n educativa y comunicativa ¡ªambas¡ª de los gobiernos. Y por eso estas victorias interpelan, nos interpelan, a todos.
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