Los ¨¢rboles de Guadalajara
Aqu¨ª se ve que este es un mundo m¨¢s joven. Y se descubre una cortes¨ªa natural, una formalidad sin rigidez que se manifiesta en la belleza del habla popular y la riqueza variada y flexible del espa?ol de M¨¦xico
Siento que no llego a conocer de verdad Guadalajara porque no la he explorado caminando. La caminata es una forma privilegiada de conocimiento. Esta Guadalajara inmensa de M¨¦xico la veo casi siempre desde la ventana en una planta muy alta del hotel o por la ventanilla elevada de un coche, uno de esos todoterrenos que parecen hechos a la escala de las autopistas de Texas. Desde las alturas del hotel, la ciudad es una extensi¨®n de edificios bajos y manchas muy verdes de vegetaci¨®n interrumpidos por bloques industriales o por torres de oficinas o de apartamentos. En el horizonte, la ciudad se pro...
Siento que no llego a conocer de verdad Guadalajara porque no la he explorado caminando. La caminata es una forma privilegiada de conocimiento. Esta Guadalajara inmensa de M¨¦xico la veo casi siempre desde la ventana en una planta muy alta del hotel o por la ventanilla elevada de un coche, uno de esos todoterrenos que parecen hechos a la escala de las autopistas de Texas. Desde las alturas del hotel, la ciudad es una extensi¨®n de edificios bajos y manchas muy verdes de vegetaci¨®n interrumpidos por bloques industriales o por torres de oficinas o de apartamentos. En el horizonte, la ciudad se prolonga brumosamente en colinas bajas y azules, escalando hacia ellas, y cuando cae la noche todo queda sumergido en un oc¨¦ano de oscuridad puntuado por luces, las de los pilotos rojos de los coches como r¨ªos de lava en las avenidas atascadas de tr¨¢fico, las luces azules o rojas que alumbran algunos edificios muy altos. De noche, igual que de d¨ªa, hay muy poca gente caminando por las aceras, pero esa negrura de alumbrado p¨²blico d¨¦bil y lugares desiertos infunde en el que llega de lejos una sensaci¨®n de desamparo, y quiz¨¢s de peligro. Relumbran como islas las gasolineras muy bien iluminadas, los ventanales de los restaurantes de lujo. En una zona desolada de casas bajas que son almacenes o talleres se enciende a veces la claridad prometedora de un puesto humilde de comida. Quien llega de Europa despu¨¦s de un vuelo que ha durado m¨¢s de 12 horas mira por la ventanilla del taxi, aturdido a la vez por el sue?o y por el insomnio, y lo ve todo tras un velo de irrealidad: esa autopista del aeropuerto, las avenidas rectas y muy arboladas, como bulevares, la pura duraci¨®n del trayecto, acentuada por el cambio de horario y por esa rareza de ensue?o que tienen las ciudades a las que llegamos de noche.
Unas veces, mi oficio es quedarme solo en una habitaci¨®n y contar cosas imaginadas que no existen fuera de m¨ª; otras veces es salir a la calle, al mundo, y olvidarme de m¨ª mismo y dejar en suspenso la imaginaci¨®n para contar lo que veo, lo que escucho, lo que me cuentan. Quiz¨¢s la ficci¨®n es sedentaria, y la no ficci¨®n, la cr¨®nica, es itinerante. Ninguna es m¨¢s o menos literaria que la otra. Los dos cronistas que m¨¢s admiro, Josep Pla y Joseph Roth, fueron hombres errantes que andaban siempre de un pa¨ªs a otro, de una ciudad y un hotel a otros, y escrib¨ªan muy r¨¢pido para llegar a tiempo al cierre de los peri¨®dicos, lo cual es uno de los aprendizajes m¨¢s f¨¦rtiles que puede tener un escritor. Joseph Roth le dice a un amigo en una carta: ¡°Lo que yo quiero hacer es el retrato de mi tiempo¡±.
Miro Guadalajara desde muy arriba, a medianoche o en la primera luz suave y un poco velada por la ma?ana, o bien cuando me llevan en coche de un sitio a otro, y me parece que no podr¨¦ comprender bien el enigma de la ciudad porque me dicen que no es seguro para un forastero pasear por ella, y porque las distancias son tan desmedidas que no se puede llegar caminando a ninguna parte, salvo en el interior del centro hist¨®rico, con su admirable catedral barroca y los edificios imponentes de la Administraci¨®n virreinal, el Hospicio Caba?as el m¨¢s extraordinario de todos, una mezcla de la severidad de El Escorial y de las novedades de la Ilustraci¨®n, con patios de arcadas y naranjos en los que uno se encuentra de pronto como en un patio de clasicismo andaluz.
Voy en coche del hotel a un restaurante o a una sede universitaria que siempre est¨¢n muy lejos. Cruzo a pie desde el hotel al hangar laber¨ªntico de la Feria del Libro de Guadalajara, otra inmensidad tan cerrada al exterior como esos casinos de Estados Unidos en los que no hay ventanas para que se pierda la noci¨®n de la noche y del d¨ªa y no se deje nunca de jugar. Algo se puede aprender aqu¨ª sobre la ciudad, tal vez incluso sobre el pa¨ªs, si uno se fija, si pregunta y escucha. Lo que sorprende m¨¢s, viniendo de Europa, es la juventud de la mayor parte del p¨²blico, de los lectores que se acercan, y a los que me gusta preguntarles por sus vidas antes de firmarles un libro, y tambi¨¦n la juventud de los periodistas que lo espabilan a uno de su cansancio y su aturdimiento por la agudeza y la precisi¨®n de sus preguntas, por la seriedad fervorosa con que hacen su trabajo y un amor a la literatura no enturbiado de cinismo o resabio. Aqu¨ª se ve que este es un mundo m¨¢s joven. Y se ve tambi¨¦n, se descubre, conversando con la gente, lo mismo el conductor que nos lleva de un lado a otro que la limpiadora de la habitaci¨®n, una cortes¨ªa natural, una formalidad sin rigidez que se manifiestan en la belleza del habla popular, la riqueza variada y flexible del espa?ol de M¨¦xico.
Es como si uno estuviera considerando siempre cosas incompatibles entre s¨ª: la prodigiosa abundancia bot¨¢nica y el espanto del tr¨¢fico; la calma de esas colonias rec¨®nditas de calles muy arboladas y casas con jardines y la proliferaci¨®n desoladora de un urbanismo sin ley sometido a la tiran¨ªa y al ruido y la contaminaci¨®n de los coches; la opulencia escenogr¨¢fica de los restaurantes de lujo extremo y esas madres adolescentes ind¨ªgenas que piden limosna en los cruces de tr¨¢fico con sus beb¨¦s a la espalda, o esas ni?as mendigas que llevan maternalmente de la mano a un hermanito menor, como parejas de ni?os abandonados en un cuento. La base del monumento a los Ni?os H¨¦roes est¨¢ empapelada de carteles con fotograf¨ªas de desaparecidos, hombres y mujeres, j¨®venes casi todos, v¨ªctimas casi siempre de la criminalidad de los narcotraficantes. Una profesora de la universidad me cuenta que hace dos semanas estaba almorzando con su marido y su hija en la terraza de un restaurante y que, de pronto, en el mediod¨ªa templado, estall¨® una balacera que nadie supo de d¨®nde ven¨ªa, y que dur¨® unos 20 minutos. Los clientes se tiraron al suelo y reptaron hasta refugiarse en la cocina. Hay mujeres j¨®venes que desaparecen sin rastro porque un narco las vio una noche en un sitio de fiesta y se encaprich¨® de ellas, y no les perdon¨® que no accediera a sus deseos. El conductor me habla de un amigo taxista que acababa de comprarse una camioneta nueva, y al que se la quitaron unos narcos despu¨¦s de pegarle un tiro que lo dej¨® malherido. En la universidad, una chica joven y seria, que me ha hecho preguntas certeras, me pide que le ponga una dedicatoria en una libreta y me dice: ¡°No le traigo un libro porque soy pobre y no puedo comprarlo¡±.
A veces no basta observar, y ni siquiera hacer preguntas. Queda siempre el misterio de un pa¨ªs con tantas personas cordiales, capaces, educadas, llenas del empuje de la juventud, en el que, sin embargo, la criminalidad impune alcanza proporciones de epidemia letal, y en el que la pobreza y la injusticia se ceban con los inocentes, los arrojan a la miseria, los fuerzan a cruzar la frontera del Norte jug¨¢ndose la vida. Me quedo, a punto de irme, antes de cruzar por ¨²ltima vez la ciudad mirando por la ventanilla de un taxi, con el fervor y la mirada limpia de estudiantes muy j¨®venes, con la riqueza del vocabulario, de las comidas populares, de los ¨¢rboles de nombres familiares y nombres ex¨®ticos, con el deseo insatisfecho de saber m¨¢s.