La fuga de la democracia deliberativa
La regulaci¨®n democr¨¢tica de los algoritmos es la primera necesidad de reforma institucional de nuestro tiempo
Nunca la democracia deliberativa hab¨ªa estado tan mal como desde que se empez¨® a nombrar. Esto no habla, de ning¨²n modo, mal del modelo: la democracia deliberativa apareci¨® en los ochenta como un grito de protesta, que sigue vigente.
Ese movimiento, que creci¨® en el mundo te¨®rico en la d¨¦cada de los noventa de la mano de algunos de los mejores pensadores de nuestro tiempo, como Mansbridge y Cohen, no pudo prever la irrupci¨®n en este siglo de la m¨¢s grande transformaci¨®n deliberativa de los ¨²ltimos tiempos: la aparici¨®n de las redes sociales y su consolidaci¨®n como el n¨²cleo esencial de la arena del debate p¨²blico.
No es casualidad que el gran fil¨®sofo de la comunicaci¨®n y de la deliberaci¨®n democr¨¢tica haya tenido, a sus 94 a?os, que escribir un nuevo libro, titulado ¡°Una nueva transformaci¨®n estructural de la esfera p¨²blica¡±, seis d¨¦cadas despu¨¦s de su ¡°Historia y cr¨ªtica de la opini¨®n p¨²blica¡±. Ahora, Habermas nos advierte acerca de una actual sacudida de la esfera p¨²blica espoleada por el poder que tienen las redes sociales para ejercer una influencia incontrolada sobre nuestro pensamiento y nuestra deliberaci¨®n democr¨¢tica.
Volvamos atr¨¢s. En sus consideraciones sobre el gobierno representativo, John Stuart Mill se expresaba acerca del parlamento diciendo que era la arena de la opini¨®n p¨²blica. La deliberaci¨®n p¨²blica, tiempo atr¨¢s concentrada en unos pocos actores ¨Clos medios, los parlamentos y las ¨¦lites¨C, hoy se ha fugado a otros espacios; m¨¢s se delibera en las redes que en las instituciones propiamente pol¨ªticas. Tambi¨¦n la deliberaci¨®n se le fug¨® en parte a los medios de comunicaci¨®n, que tuvieron el predominio del espacio deliberativo durante el siglo XX. Esto tampoco se resolver¨¢ con la creaci¨®n de nuevos e interesantes dise?os institucionales que encapsulan la deliberaci¨®n, como las asambleas ciudadanas aleatorias, aunque hoy sean la principal promesa de la innovaci¨®n democr¨¢tica.
Las cosas, dicho de manera sencilla, no volver¨¢n a ser como eran antes. Y, aunque a veces veamos a ese mundo pasado con nostalgia ¨Clas mentes ¡°grandes¡±, los escritos sofisticados, la opini¨®n ¡°iluminada¡±¨C, no olvidamos que el precio de todo eso era la exclusi¨®n. Al tiempo que perdemos democracia con las redes, la hemos ganado de otros modos: el precio que pagamos por tener que soportar un debate p¨²blico precario quiz¨¢s sea la posibilidad de conseguir nuevos liderazgos, poder disputar las voces antes hegem¨®nicas, controlarlas, introducir nuevos temas y argumentaciones y contrarrestar las dominantes.
Los parlamentos intentaron mejorar con las cuotas, con las reglas electorales, pero todo esto, desde luego, tiene l¨ªmites. Con doscientas personas, o incluso con mil, no se puede incluir, ni tampoco probablemente representar, a toda la diversidad del mundo pol¨ªtico. Las redes, en cambio, han permitido una apertura social y una diversificaci¨®n del debate que solo un parlamento habr¨ªa podido alcanzar si, como el congreso imaginario de Borges, incluyera a todo el mundo.
Por esto, atajar la deliberaci¨®n pol¨ªtica ya no ser¨¢ posible ni deseable. Es imprescindible cambiar de enfoque: en vez de intentar traer la deliberaci¨®n a la democracia, hay que llevar la democracia a la deliberaci¨®n. Y hoy la deliberaci¨®n est¨¢ en las redes.
Nunca las reglas de deliberaci¨®n hab¨ªan estado tan fuera del control de los pueblos como ahora. Hay algo de ingenuidad por nuestra parte: no nos enfrentamos de ning¨²n modo a un vac¨ªo regulatorio: las redes sociales ya est¨¢n reguladas: alguien decide, solo que no somos nosotros. Las redes no son neutras, ni ¡°libres¡±. Sus reglas son escogidas por individuos, sin ni siquiera criterios de gobierno corporativo, ni de ¨¦tica social asentada, ni transparencia.
Mientras tanto, el resto del mundo, ingenuamente, sigue pensando que el destino pol¨ªtico de los pa¨ªses depende de sus aspectos constitucionales tradicionales. Nada de esto.
El punto es que, si las redes sociales afectan de tal manera la deliberaci¨®n y nuestras propias democracias, deben ser objeto del dise?o institucional y no pueden seguir dominadas por la ley salvaje que representa la ausencia de regulaci¨®n democr¨¢tica.
Es Elon Musk o nosotros.
Los algoritmos que gobiernan las redes sociales deben ser discutidos por las sociedades pol¨ªticas y democr¨¢ticamente elegidos por ellas mismas.
?C¨®mo? Como hacemos todo en democracia, a trav¨¦s de leyes. Cada pa¨ªs democr¨¢tico deber¨ªa poder tener una discusi¨®n franca y abierta acerca de c¨®mo deber¨ªan estar regulados los algoritmos que nos muestran una informaci¨®n primero, unos mensajes primero, unas posibilidades de reacci¨®n primero.
Dos argumentos en contra: las libertades cl¨¢sicas, de expresi¨®n y de empresa.
?Libertad de expresi¨®n? La libertad de expresi¨®n tiene tambi¨¦n una dimensi¨®n social: esta consiste en la libertad de los pueblos y de las comunidades pol¨ªticas para poder expresarse p¨²blicamente en un ambiente deliberativo que sea el producto de su propia ordenaci¨®n y no de una dominaci¨®n externa. La libertad de expresi¨®n, as¨ª entendida, no es solamente mi libertad para poder expresar mi opini¨®n; es tambi¨¦n nuestra libertad para contar con los presupuestos institucionales para debatir los asuntos p¨²blicos. Una ganancia exagerada de la primera no deber¨ªa obtenerse a costa de una derrota de la segunda.
El otro argumento nos dice que las redes son bienes globales que no pueden ser restringidos por disposiciones nacionales. ?Pero acaso las compa?¨ªas multinacionales de telecomunicaciones o de servicios no tienen que cumplir un paquete de medidas para ingresar a un mercado? ?Por qu¨¦ a Twitter o a X o a como se llame, no se le podr¨ªa pedir lo mismo? Las empresas que proveen estos servicios, como cualquier otra empresa en cualquier otro mercado, deber¨ªan poder cumplir estas regulaciones.
La regulaci¨®n democr¨¢tica de los algoritmos es la primera necesidad de reforma institucional de nuestro tiempo. Es m¨¢s apremiante que cualquier otra reforma pol¨ªtica o electoral de escala nacional. Se podr¨¢n cambiar todas las reglas electorales, se podr¨¢n introducir aspectos en el dise?o parlamentario, se podr¨¢n introducir modificaciones innovativas a nivel institucional, pero mientras las redes sociales sean gobernadas desde California tendremos esta deliberaci¨®n p¨²blica precaria y antidemocr¨¢tica. Es como si permiti¨¦ramos a Zuckerberg regular la forma en que votamos, o nuestros parlamentos.
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