Nada hay verdad ni mentira
La historia puede leerse como novela. Y los tres oficios que narran, historia, novela, relato period¨ªstico, se hacen pr¨¦stamos mutuos o son capaces de juntarse en un g¨¦nero h¨ªbrido
Her¨®doto ha pasado a la posteridad como el primero de los historiadores, pero en realidad fue mucho m¨¢s que eso. O eso, y adem¨¢s narrador literario, y periodista, tres virtudes fundamentales que en sus Nueve libros de la Historia vienen a ser una sola; y cuando digo periodista estoy hablando de sus calidades de reportero y cronista, oficios que entonces estaban lejos de ser reconocidos como tales; y, por si fuera poco, explorador, ge¨®grafo, arque¨®logo, etn¨®logo y paleont¨®logo, pues al adentrarse en territorios entonces desconocidos, registraba de manera acuciosa y met¨®dica todo lo visto y o¨ªdo.
Historia, novela y mitolog¨ªa son entonces una misma cosa porque las fronteras del mundo son difusas y distantes, y esa bruma de la lejan¨ªa desconocida crea la duda, el asombro y el misterio, pero tambi¨¦n la curiosidad.
Frente a la oscuridad que entonces representa lo inexplorado, pues lo conocido es un territorio a¨²n exiguo, la verdad objetiva se convierte en un deber del cronista, aunque la imaginaci¨®n no deje de ense?ar sus vestiduras extravagantes en el relato. ?C¨®mo dilucidar en aquella penumbra lo que est¨¢ del lado de la realidad y lo que est¨¢ del lado de la imaginaci¨®n?
El rigor escrupuloso a la hora de narrar hechos es un procedimiento que la literatura de invenci¨®n ha llegado a copiar de la cr¨®nica que pretende narrar verdades. La novela Diario del a?o de la peste, de Daniel Defoe, que se public¨® en 1722, finge ser un reportaje ver¨ªdico y acucioso sobre la peste de c¨®lera que asol¨® Londres en 1665. La pretensi¨®n del novelista es establecer la veracidad de lo que cuenta, disfrazando la imaginaci¨®n con un aparato de hechos falsos en el que hay documentos oficiales, tablas estad¨ªsticas y testimonios fabricados.
Y hoy a¨²n menos podemos afirmar que los hechos han ganado una calidad verificable, cuando vivimos en un mundo de verdades instant¨¢neas, verdades desechables y verdades alternativas.
Siempre que relatamos la vida de los seres humanos, los de hoy y los del pasado, no podemos despojarnos nosotros, ni despojarlos a ellos, de ese velo subjetivo que cambia las im¨¢genes, trastoca los criterios, premia y castiga, exalta y disminuye, y contrapone buenas intenciones y malicia; o porque ese velo es extendido por la mano de intereses pol¨ªticos, ideol¨®gicos, corporativos o religiosos.
Por mucho tiempo la historia se escribi¨® a favor o en contra de alguien, y no pocas veces por comisi¨®n del interesado; si no, recordemos a L¨®pez de G¨®mara componiendo en Valladolid su Cr¨®nica de la conquista de la Nueva Espa?a bajo encargo de Hern¨¢n Cort¨¦s, quien buscaba recuperar sus fueros en M¨¦xico, y para eso necesitaba ser exaltado como el h¨¦roe ¨²nico de la conquista de Tenochtitlan.
Esta pretensi¨®n movi¨® a reaccionar a Bernal D¨ªaz del Castillo, un anciano soldado de Cort¨¦s, que vive retirado en Guatemala, quien al leer el libro de L¨®pez de G¨®mara se asombra de la manera en que cuenta los hechos alguien que nunca ha cruzado el mar y estuvo, por tanto, lejos de ellos. Lo ve como una supercher¨ªa. Entonces decide escribir su propio relato, Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espa?a.
Pero es, de todas maneras, su visi¨®n de los hechos. Nunca habr¨¢ dos visiones iguales. La memoria es a la vez invenci¨®n. Se altera lo que se recuerda. Lo que se recuerda un d¨ªa de una manera, ser¨¢ diferente despu¨¦s. Y dos personas que recuerdan los mismos hechos, los recuerdan de manera distinta.
Los conquistadores se dejan guiar por los desafueros felices de su imaginaci¨®n, iluminada por el asombro ante lo nuevo, una ralea de aventureros, pastores de cabras de Castilla, porquerizos de Extremadura, marineros de las costas andaluzas, hidalgos sin fortuna y nobles arruinados, misioneros y capellanes, tramposos, fulleros y buscones, como don Pablos, ¡°espejo de vagamundos y ejemplo de taca?os¡± a quien Quevedo embarca hacia las Indias, a ver si mejora su suerte, aunque ya no volvemos a saber de ¨¦l.
Una cauda incandescente de hechos que rozan con la epopeya, e iniquidades, crueldades y abusos de poder, y no podremos saber cu¨¢nto es verdad y cu¨¢nto es mentira en las ocurrencias de la historia, que se prepara para ser antesala de la novela, o ser la novela misma.
La independencia se disolver¨¢ entre el humo de las batallas y las inquinas y las discordias ense?ar¨¢n sus cabezas hidr¨®picas y sus jorobas de fen¨®menos de circo, y los proyectos de nuevas rep¨²blicas democr¨¢ticas fracasar¨¢n en el caudillismo y en las dictaduras, primero ilustradas y luego cerriles, y no pocos de los pr¨®ceres terminar¨¢n en el ostracismo, o ante el pared¨®n. Se les conced¨ªa, nada m¨¢s, un ¨²ltimo favor: dar ellos mismos la orden de fuego, o ser fusilados sentados en un sill¨®n que era tra¨ªdo desde alguna casa vecina.
Se impone como norma la anormalidad, que nace del desajuste siempre presente entre el ideal y la realidad, entre la propuesta de sociedad que queda asentada en la letra muerta de las constituciones y la sociedad de opresi¨®n y miseria que de verdad existe; las leyes justas pasan a ser la mentira, y el arbitrio del poder sin contrapesos pasa a ser la realidad.
Cuando el poder se vuelve anormal, y por tanto adquiere sobre los individuos un peso desmedido, act¨²a como una deidad funesta que violenta el curso de las vidas y, al trastocarlas, hace posible la soledad de las prisiones y el desamparo del destierro, corrompe y envilece, crea el miedo y el silencio, engendra la sumisi¨®n y el rid¨ªculo, y alimenta la adulaci¨®n; y termina creando, tambi¨¦n, la rebeld¨ªa.
Por eso es que la historia puede leerse como novela. Y estos tres oficios que narran, historia, novela, relato period¨ªstico, se hacen pr¨¦stamos entre ellos, o son capaces de juntarse en un g¨¦nero h¨ªbrido. La novela inventada por Cervantes, que descoyunta el tiempo y el espacio y da cabida a lo inveros¨ªmil. La novela que se convierte en el lugar de encuentro donde todo cabe, autobiograf¨ªa y biograf¨ªa, documentaci¨®n hist¨®rica, op¨²sculos cient¨ªficos, informes estad¨ªsticos, y gacetillas de peri¨®dicos. Y novela pasa a ser tambi¨¦n el relato de hechos reales contado con las t¨¦cnicas de una novela, vale decir, sus trampas y ardides.
La cr¨®nica de hoy d¨ªa, igual que la novela, tiene que ver con la anormalidad. Las nuevas dictaduras mesi¨¢nicas. El populismo y sus alardes de feria. El crimen organizado con su siniestra cauda de extravagancias. El poder social de las pandillas, basado en el terror y el crimen despiadado, y que llega a producir caudillos, como en Hait¨ª; los reyes del narcotr¨¢fico, que se disputan inmensos territorios, donde ejercen el papel que corresponde al Estado; los emigrantes centroamericanos perseguidos, secuestrados, asesinados, a lo largo de toda la ruta a trav¨¦s de M¨¦xico, o que terminan ahogados en el rio Bravo o dejan sus huesos en el desierto de Arizona; la corrupci¨®n, como esa piel purulenta que viste al poder pol¨ªtico, cualquiera que sea su signo ideol¨®gico.
La historia que parece escrita por los novelistas, y la cr¨®nica que parece copiar a la novela, porque los hechos que cuenta parecen incre¨ªbles; y la novela misma, que busca parecerse a la realidad, imit¨¢ndola, y ser a¨²n m¨¢s deslumbrante que la propia realidad.
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