Los ¡°deplorables¡± buscan revancha y refugio
La definici¨®n despectiva que Hillary Clinton hizo de quienes apoyan propuestas ultra simboliza los errores que han dado alas a una derecha extrema que impugna el sistema
En septiembre de 2016, dos meses antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la candidata Hillary Clinton dijo lo siguiente: ¡°a brocha gorda, puedes colocar una mitad de los seguidores de Donald Trump en la cesta de los deplorables¡±. Luego aclar¨® el significado: ¡°racistas, sexistas, hom¨®fobos, xen¨®fobos, islam¨®fobos. Desafortunadamente hay gente as¨ª. Y ¨¦l los ha envalentonado¡±. Poca duda cabe de que hay gente as¨ª y que pol¨ªticos como Trump la envalentona, pero poca duda cabe de que fue un inmenso error pol¨ªtico colocar a la ligera esa insultante etiqueta en nada menos que la mitad del bando adversario. El episodio es una interesante base de partida para el an¨¢lisis de un fen¨®meno que, seg¨²n los sondeos, va a tener en Francia este domingo otro estallido: el voto antisistema de un amplio segmento de las sociedades occidentales que siente que el sistema ha pasado de ellos y los considera unos palurdos.
Trump gan¨®, y puede volver a ganar, con una heterog¨¦nea coalici¨®n de ¨¦lites obscenamente ricas que no quieren pagar impuestos, republicanos de clase media de toda la vida y luego la movilizaci¨®n de un conjunto de ciudadanos que se quedaron descolgados en la ¨¦poca globalizada: los perdedores de la era moderna. Esta ¨¦poca ha creado en Occidente vencedores ¡ªmultinacionales, individuos muy cualificados, pol¨ªglotas, profesionales activos en sectores internacionalizados¡ª y vencidos ¡ªpeque?os comercios, trabajadores del sector manufacturero deslocalizado, de minas cerradas, personas con pocos estudios, residentes en zonas perif¨¦ricas, precarizados de varios tipos, etc.¡ª Este segmento poblacional, que en otros tiempos tal vez se absten¨ªa o podr¨ªa haber votado a la izquierda, se ha alineado en enorme medida con propuestas de ultraderecha soberanista, como la de Marine Le Pen.
La propuesta progresista de protecci¨®n a trav¨¦s del Estado de bienestar podr¨ªa parecer un refugio natural para estas personas. Pero no lo ha sido porque los partidos progresistas tradicionales han sido considerados corresponsables del sistema globalizado que coincidi¨®, para estos votantes, con p¨¦rdidas de empleos, precarizaci¨®n, desorientaci¨®n cultural. Y, adem¨¢s, porque los polos conceptuales de referencia en el eje derecha/izquierda ya no son libre mercado/bajos impuestos frente a justicia social. Los polos conceptuales se definen hoy en el eje identitario: derecha tradicionalista frente a izquierda modernizadora, abanderada de sectores en riesgo de discriminaci¨®n ¡ªpor razones de g¨¦nero, preferencia sexual, origen, etc.¡ª. Y, en ese paradigma, los vencidos de la nueva era optan por la versi¨®n m¨¢s radical de lo primero, en sinton¨ªa con la nostalgia por un tiempo y circunstancias que perciben fueron m¨¢s favorables para ellos. Claro que entre ellos los hay sexistas, racistas e incluso fascistas. Pero llamarles deplorables a brocha gorda es un craso error no solo por falta de respeto, sino porque evidencia el fallo de desconexi¨®n y superioridad moral que ha enajenado esos sectores haciendo de ellos impugnadores del sistema.
Estas personas tienen motivos reales para estar insatisfechas. Son muchos los lugares donde hay clases medias y bajas precarizadas, donde la desigualdad se hace indignante, donde el trabajo ya no da para una vida en condiciones serenas. Desafortunadamente, pol¨ªticos sin escr¨²pulos han aprovechado sus quejas, temores y resentimientos, los han hipnotizado y les han vendido un diagn¨®stico distorsionado y unas recetas disparatadas.
En cuanto a la diagnosis, ni la migraci¨®n ni la diversidad de identidades son causas de los problemas de esas personas. La base del problema reside en un capitalismo depredador que olvid¨® que la cohesi¨®n social es un prerrequisito esencial de estabilidad democr¨¢tica ¡ªvirtud que le conviene al capitalismo tambi¨¦n¡ª; en una globalizaci¨®n mal gobernada, que ha producido inmensas ganancias para algunos y serias dificultades para otros que no han podido adaptarse bien al nuevo mundo; en revoluciones tecnol¨®gicas que dejan descolgados a algunos, y m¨¢s lo har¨¢n con la irrupci¨®n de tecnolog¨ªas como la IA, que provocar¨¢ un enorme tumulto en los mercados laborales. Los problemas son esos, no los migrantes, ni el avance en el reconocimiento de derechos o de identidades no mayoritarias. Pero cargar contra estas cosas ha sido un c¨®modo grito de batalla para cerrar filas, lograr apoyos ¡ªy desviar la mirada del problema real¡ª. Lo hizo Trump, que luego aprob¨® una reforma fiscal que favoreci¨® a los m¨¢s ricos y fastidi¨® al 50% m¨¢s pobre; lo hicieron los conservadores brexiteros en el Reino Unido tras implementar a?os de recortes feroces. El problema brit¨¢nico es la cohesi¨®n social y territorial interna, no los trabajadores que ven¨ªan de la UE, ni las normas del mercado com¨²n.
En cuanto a las recetas, la premisa es que las ultraderechas occidentales tienen planteamientos muy diferentes. En algunos casos son ultraliberales y es evidente que les importan un pimiento las clases trabajadoras ¡ªel caso de Trump, Vox y muchos otros¡ª. En otros casos, como el PiS polaco o el Reagrupamiento Nacional franc¨¦s, s¨ª hay una mayor propensi¨®n a programas de protecci¨®n social. Pero, por lo general, coinciden en el soberanismo, el proteccionismo, en planteamientos sociales y medioambientales retr¨®grados. Nada de ello ofrecer¨¢ soluciones. Las ofensivas proteccionistas desatan represalias, y la espiral suele conducir a mayores precios. En Europa, el soberanismo significa la merma del mejor instrumento para proteger a los ciudadanos europeos en el mundo moderno: la UE. Los ultras ya no piden salir de ella o de la zona euro ¡ªen el fondo, entienden¡¡ª pero ponen palos en las ruedas de la integraci¨®n.
Todo apunta a que las elecciones brit¨¢nicas que se celebran en unos d¨ªas representar¨¢n la ruptura del espejismo, de esa suerte de hipnosis. Tras a?os de gesti¨®n desastrosa, los sondeos indican que el p¨¦ndulo regresar¨¢ a la casilla de una socialdemocracia centrista. Otras veces ¡ªTrump, Bolsonaro, el PiS¡ª el p¨¦ndulo se dio la vuelta tras malas gestiones. Pero a veces por los pelos, sin romper el hechizo. E incluso cuando se rompe, nada impide que en el futuro otro sonador de flauta m¨¢gica vuelva a hipnotizar.
Lo ¨²nico que puede conseguirlo es una gran tarea reformista que gobierne capitalismo, globalizaci¨®n, revoluci¨®n tecnol¨®gica de una manera que aten¨²e sus aspectos m¨¢s negativos. El pasado no fue id¨ªlico, e incluso si lo hubiese sido, la vuelta no es posible. No es posible tampoco, ni conveniente, revertir la globalizaci¨®n o la integraci¨®n europea. Hay que mejorarlas.
En esa complicada labor, hay que escuchar bien las quejas de todos, evitar la tentaci¨®n de la superioridad moral. Detr¨¢s de la heterogeneidad de las ultraderechas occidentales hay votantes de distinta ¨ªndole. Pero, casi siempre, un segmento clave es ese, el de los descolgados por el tiempo moderno. Le Pen va fuerte en la clase trabajadora, en la Francia profunda. Peor en las urbes, entre las clases con estudios. El Brexit tambi¨¦n se impuso en los anteriores, perdi¨® en los segundos. Trump, igual.
A veces no se hallan en condiciones materiales extremadamente complicadas. Francia, por ejemplo, tiene uno de los Estados de bienestar m¨¢s generosos del mundo. La presidencia de Macron, adem¨¢s, ha tenido resultados positivos: se han creado dos millones de empleos, la pobreza se ha contenido, la econom¨ªa se ha dinamizado. Pero las cifras macro no llegan igual a todos los hogares, y para sentirse insatisfechos, indignados con el sistema, amenazados por migrantes, no hace falta hallarse en una situaci¨®n extrema. Algunos expertos apuntan al concepto de ansiedad de estatus. Personas que no estaban ni est¨¢n en el ¨²ltimo escal¨®n social, pero que experimentan dificultades, padecen incertidumbres, ven el riesgo de deslizarse por la pendiente, que sus hijos no tienen un horizonte luminoso. Son bastantes. Llamarles deplorables, o fachas, no es la soluci¨®n. Levantar¨¢n con a¨²n m¨¢s ira el dedo medio que ya vienen ense?ando hace rato. Polarizar tampoco lo es: se incrustar¨¢n en sus posiciones.
Es necesaria una paciente, inteligente, contenida labor de construcci¨®n del refugio que buscan en medio de un oleaje que no saben gobernar. Una labor que desactive su indignaci¨®n y ganas de revancha. En Europa, es la UE el instrumento que mejores respuestas puede proporcionar, no los Estados naci¨®n, y es por eso ¡ªadem¨¢s de mil otros motivos¡ª por lo que el avance de las ultraderechas soberanistas es la peor de las noticias para los ciudadanos en posici¨®n fr¨¢gil que las votan.
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