Juan Valera, el ¨²ltimo caballero liberal
El escritor y diplom¨¢tico espa?ol brilla con luz propia, divertida y melanc¨®lica a la vez, como ejemplo del liberalismo patricio del XIX
El siglo XIX se parece cada vez m¨¢s al incre¨ªble hombre menguante. Est¨¢ desvaneci¨¦ndose, atenazado entre el final de las guerras napole¨®nicas y las d¨¦cadas de los a?os ochenta y noventa, donde los historiadores comienzan ahora sus an¨¢lisis del siglo XX. Para muchos lectores, estudiantes e historiadores j¨®venes resulta demasiado rancio e incluso irrelevante, lejano respecto a las cuestiones que hoy nos interesan.
Sin embargo, el siglo XIX sigue siendo un fascinante pa¨ªs extranjero que, como todos los pa¨ªses extranjeros, tiene mucho que decirnos sobre el nuestro. En las p¨¢ginas finales de su ¨²ltimo libro sobre las revoluciones de 1848, Primavera revolucionaria (2024), Christopher Clark hace balance de lo que se consigui¨® y lo que se frustr¨® entonces y por qu¨¦ sigue siendo relevante entenderlo: ¡°En una ¨¦poca en que el ¡®liberalismo¡¯ despojado de su carisma y vaciado de su historia, se equipara, desde la izquierda, con violencia colonial, plutocracia y econom¨ªa de mercado, y, desde la derecha, con modas izquierdistas y licencia social, merece la pena recordar hasta qu¨¦ punto es rico, diverso, arriesgado y vibrante¡±. La idea de la pol¨ªtica como discusi¨®n pac¨ªfica de ideas e intereses es hoy tan indispensable como entonces. Como lo es el reconocimiento de que la mayor¨ªa liberal no s¨®lo era una constelaci¨®n de grupos de inter¨¦s, sino que avalaba una visi¨®n elitista de la pol¨ªtica y de la opini¨®n p¨²blica que desconfiaba de las tendencias radicales, y tambi¨¦n populistas y autoritarias, del pueblo, de lo que en la tradici¨®n cl¨¢sica se llamaba y se sigue llamando el demos. Otros liberales dem¨®cratas y republicanos, que ampliaron un creciente espacio a su izquierda que ir¨ªa rondando las propuestas socialistas, ten¨ªan raz¨®n en denunciar ¡°sus puntos ciegos y las inconsistencias surgidas del propio inter¨¦s; los argumentos radicales a favor de la democracia y la justicia social fueron un correctivo esencial contra el elitismo liberal¡±.
Liberales, pues, hubo muchos y de muchos tipos, pero algunos representan m¨¢s que otros ese ethos del liberalismo patricio que se fue apagando a lo largo del siglo y acab¨® quebrando definitivamente en los a?os veinte del siglo pasado. Entre ellos, en Espa?a, brilla con una luz propia, divertida y melanc¨®lica a la vez, siempre inteligente, don Juan Valera (1824-1905). Muchos lectores le reconocer¨¢n por ser el autor de una novela can¨®nica ¡ªo al menos incluida hace a?os en el canon escolar¡ª: Pepita Jim¨¦nez. Valera fue escritor y cr¨ªtico literario de gran aprecio en los c¨ªrculos de la alta cultura y, para su pesar y queja continua, escaso en eco popular y en ventas. Se gan¨® la vida como diplom¨¢tico y recorri¨® el mundo desde N¨¢poles a San Petersburgo, pasando por R¨ªo de Janeiro, Washington o Viena, entre otros destinos. Sus colegas pensaban que jam¨¢s se hab¨ªa tomado en serio la carrera diplom¨¢tica, incluso la diplomacia en s¨ª misma. Esto no le impidi¨® escribir l¨²cidos informes sobre las posibilidades y las no posibilidades de un pa¨ªs de segunda fila internacional. Sus cartas desde San Petersburgo, contando las haza?as extravagantes del duque de Osuna en misi¨®n especial all¨ª, divirtieron a todo el pa¨ªs y enfadaron al duque cuando se filtraron a la prensa. Estudioso y erudito, enamorado de la cultura cl¨¢sica, fue aupado muy pronto a la Real Academia Espa?ola. Particip¨®, de forma brillante a mi juicio, en la monumental Historia general de Espa?a de Modesto Lafuente, y sus p¨¢ginas son un ejemplo magn¨ªfico de la que en Inglaterra llaman historiograf¨ªa whig. Con todo, quiz¨¢s su obra m¨¢s interesante ¡ªque ofrece una especie de ciclorama del siglo XIX a trav¨¦s de una visi¨®n personal¨ªsima, inteligente, honesta, divertida y a veces tr¨¢gica¡ª son cientos y cientos de cartas: la colecci¨®n m¨¢s interesante del siglo, con un componente personal muy dif¨ªcil de encontrar en la Espa?a y la Europa de su ¨¦poca.
Valera tambi¨¦n fue diputado, como muchos otros intelectuales y escritores de su ¨¦poca. Cuando intentaba serlo por primera vez escribi¨®, con demasiado desenfado, a un influyente l¨ªder del Partido Moderado: ¡°No se trata de averiguar si yo he sido moderado o progresista, sino si soy capaz de ser cualquiera de esas cosas. Hasta ahora no he sido nada: y s¨®lo he profesado una filosof¨ªa tan comprensiva que, por un lado, caben en ella holgadamente todos los conventos de carmelitas descalzos y, por otro, hasta los falansterios de la ciudad del Sol y las Nuevas Armon¨ªas (¡) Yo no tengo entusiasmo ni por la religi¨®n, ni por el papa, ni por el rey (¡) pero tengo grand¨ªsimo entusiasmo por la patria¡±, y a su juicio a esta lo que le conven¨ªa era participar en la carrera imperialista, la extensi¨®n de la red de ferrocarriles y la Uni¨®n Ib¨¦rica. Su nacionalismo espa?ol no le impidi¨® escribir que, con la salvedad del vasco, por su dificultad, todos los ciudadanos deber¨ªan ser capaces de hablar o comprender todas las lenguas de una naci¨®n liberal y civilizada. Su lugar pol¨ªtico natural fue la Uni¨®n Liberal de O¡¯Donnell y el Partido Liberal de la Restauraci¨®n.
Cuando en la crisis de 1898 empez¨® a hablarse de la necesidad de un ¡°cirujano de hierro¡± y la pr¨¢ctica totalidad de los intelectuales y los pol¨ªticos jugaron con ella, se escandaliz¨® por tama?a estupidez. Con iron¨ªa escribi¨® que le parec¨ªa un remedio ¡°sobradamente heroico¡± que tan s¨®lo a?ad¨ªa a ¡°la calamidad de ser vencidos la calamidad de ser desp¨®ticamente gobernados¡±. Lo que interesaba era seguir desarrollando un pueblo libre ¡°donde no es nunca el capricho de un tirano quien crea y sostiene el Gobierno, sino la opini¨®n p¨²blica, que se impone por los medios legales de la prensa, de la tribuna, de las manifestaciones y de las asociaciones pac¨ªficas¡±. Sobre qui¨¦n estaba incluido y excluido de esa ideal esfera p¨²blica no se pronunciaba, ni tampoco sobre la red de patronazgo (que hoy llamar¨ªamos corrupci¨®n) que arropaba el poder. En la obra de inmediata aparici¨®n Iberian Crossroads. A Global History of Modern Spain, de Pol Dalmau y Jorge Luengo, Valera aparece fugazmente actuando de intermediario del pago de 4.000 pesetas a un ministro para lograr el nombramiento de un arriesgado hombre de negocios como vicec¨®nsul en la ciudad china de Xiamen.
Me parece significativo que, al mismo tiempo que hac¨ªa campa?a contra las veleidades autoritarias del regeneracionismo, Valera escribiese largo y tendido sobre su ideal de domesticidad como la base de todo el edificio liberal. Lo cual implicaba, necesariamente a su juicio, hablar de las identidades distintas y complementarias de los hombres y las mujeres. ¡°No niego la igualdad, lo que niego es la identidad confusa¡± que acabar¨ªa con los fundamentos del amor y del erotismo, de la civilizaci¨®n. A Valera le interesaban mucho las mujeres de todas clases y razas: amantes ocasionales de la burgues¨ªa, actrices y prostitutas. Tambi¨¦n damas de la alta sociedad, algo mayores que ¨¦l y no especialmente bellas porque (galantemente) gustaba m¨¢s del ¡°majestuoso crep¨²sculo de la tarde que de la risue?a aurora¡±. Fueron ellas las que, como Luc¨ªa Palladi, marquesa de Bedmar, le ense?aron a no amar ¡°a la cosaca¡± y le descubrieron qui¨¦n era y qui¨¦n pod¨ªa ser como hombre, como caballero y como escritor. Afirm¨® siempre que ¡°as¨ª como el zahor¨ª, por una facultad misteriosa que en s¨ª tiene, se cuenta que descubre los tesoros escondidos en el oscuro seno de la tierra, as¨ª la mujer penetra con los ojos del alma en lo m¨¢s hondo de la de su amado y all¨ª descubre ella y luego hace ver y comprender a ¨¦l los g¨¦rmenes ocultos y dormidos de su virtud y su genio¡±.
Escribi¨® abundantemente sobre sus relaciones amorosas o er¨®ticas. Sus cartas al respecto constituyen uno de los documentos m¨¢s excepcionales que conozco sobre la educaci¨®n para la masculinidad de un patricio liberal. A los 60 a?os, en Washington, tuvo un affaire con Katherine Bayard, la hija del secretario de Estado estadounidense, que se suicid¨® cuando ¨¦l tuvo que regresar a Espa?a. Escribi¨® una carta conmovedora sobre ella y sobre las miserias de su propio matrimonio con la hija de 18 a?os de un colega diplom¨¢tico. Para ¨¦l, su joven esposa fue todo menos una zahor¨ª dispuesta a descubrirle lo mejor de s¨ª mismo y apoyarle: casi le arruin¨®, no le entendi¨® ni le valor¨® jam¨¢s y le oblig¨® a seguir en la carrera diplom¨¢tica para pagar sus cuentas cuando ya estaba deseando retirarse. En alguna ocasi¨®n le escribi¨® rog¨¢ndole: ¡°?Qui¨¦reme por Dios!¡±. Un final triste, que tiene algo de castigo y advertencia sobre los claroscuros de aquel liberalismo patricio, incluida su dimensi¨®n m¨¢s ¨ªntima, que tan bien supo encarnar don Juan Valera. Este octubre se cumple el bicentenario de su nacimiento y merece un recuerdo.
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