En defensa de lo laico
Todas las creencias, culturas y costumbres deben tener cabida en una sociedad democr¨¢tica, pero siempre que no choquen con los derechos humanos que constituyen su esencia
Existe un debate recurrente en torno a las religiones. ?Qu¨¦ papel deben tener en la vida institucional de los Estados aconfesionales o laicos? ?Podemos satirizarlas a todas ¡ªlos vi?etistas de Charlie Hebdo as¨ª lo pensaban¡ª o, por el contrario, todas ellas deben ser igualmente respetadas? ?Podemos hacer humor con algunas y con otras no? ?Queda m¨¢s progresista e irreverente si te r¨ªes de la religi¨®n mayoritaria de tu sociedad y no de las otras?
Est¨¢ claro que la diversificaci¨®n de las creencias religiosas no ha aparcado el debate sobre la necesidad de un Estado laico que respete todas las confesiones. Es evidente que la religi¨®n no solo no ha desaparecido de nuestras sociedades, sino que est¨¢ vivita y coleando, como pudimos comprobar en el debate que gener¨® la ceremonia de apertura de los Juegos Ol¨ªmpicos de Par¨ªs, cuyo uso de la iconograf¨ªa cristiana fue interpretado como una burla.
Record¨¦ entonces a Ana Gonz¨¢lez, la que fue alcaldesa de Gij¨®n, quien durante su mandato no particip¨®, dada su laicidad, en actos religiosos del d¨ªa de la Virgen de Bego?a ni en la bendici¨®n de las aguas el d¨ªa de San Pedro: ¡°No voy a ir, porque represento a todos los gijoneses y gijonesas donde hay distintas confesiones religiosas e incluso gente que no tiene ninguna¡¡±. No pudo definir mejor lo que es un Estado laico, ese que da la tranquilidad de saber que se valora la libertad de conciencia por encima de los distintos formatos de fe y, por lo tanto, no tolera que un ¡°dios¡± est¨¦ por encima de los otros. O, dicho de otro modo, que tolera todas las creencias, incluso las no creencias.
Y en aras del laicismo ca¨ª en la cuenta de que en nuestro pa¨ªs, y seguramente en muchos otros de nuestra ¨®rbita, la vara de medir es muy distinta si hablamos de una u otra religi¨®n. Y que esa distinta vara de medir tiene mucho que ver con las prioridades e interpretaciones que cierta izquierda da a la religi¨®n, asociada a los votos, no a las creencias. Seguramente, muchos de los que est¨¢n leyendo este texto recordar¨¢n las reticencias de un sector de la izquierda, que se niega a celebrar la Navidad cristiana ¡ªcelebran el solsticio de invierno¡ª mientras que se apresuran a felicitar el Ramad¨¢n a los musulmanes. Ya saben, religiones buenas y malas.
A vueltas con la laicidad ¨Dy sin olvidar que es una de las conquistas m¨¢s relevantes de la modernidad y que supuso un paso de gigante no solo hacia la creaci¨®n de sociedades abiertas sino tambi¨¦n para la investigaci¨®n cient¨ªfica y la creatividad, as¨ª como para el desarrollo del esp¨ªritu cr¨ªtico¨D, es un error creer que atenta contra la religi¨®n. En palabras de Vargas Llosa: ¡°Un Estado laico no es enemigo de la religi¨®n; es un Estado que, para resguardar la libertad de los ciudadanos, ha desviado la pr¨¢ctica religiosa de la esfera p¨²blica al ¨¢mbito que le corresponde, que es el de la vida privada. Porque cuando la religi¨®n y el Estado se confunden, irremisiblemente desaparece la libertad; por el contrario, cuando se mantienen separados, la religi¨®n tiende de manera gradual e inevitable a democratizarse¡±.
Es cierto que hoy podemos llegar a pensar que unos pa¨ªses han dado este paso de respeto en mayor medida que otros. Y que quiz¨¢s en sociedades que anden menos avanzadas en democracia que otras, la religi¨®n ¡ªel miedo al infierno o a ser castigado por Dios¡ª acaba siendo el freno que controla protestas y asonadas. Sin embargo, esta misma explicaci¨®n del control social es la trampa que justifica ¡ªy apoya¡ª la existencia y perpetuaci¨®n de tantos reg¨ªmenes teocr¨¢ticos o dictatoriales, sobre los que callamos. Pienso en lo rentables que nos resultan las amistades con Arabia Saud¨ª o Ir¨¢n en aras de un falso respeto a sus creencias, que en realidad solo apela a los beneficios econ¨®micos, olvidando su desprecio de los derechos humanos.
Y quiz¨¢s tambi¨¦n por eso el laicismo encuentra tantas dificultades para echar ra¨ªces, entre otros, en los pa¨ªses isl¨¢micos, pero tambi¨¦n en el T¨ªbet o en el Vaticano, donde el Estado es concebido no como un contrapeso de la fe sino como su servidor. Y estaremos de acuerdo en que en sociedades en las que las leyes sean religiosas, desaparecen los derechos individuales. ?Qu¨¦ posibilidades individuales tiene una mujer en Afganist¨¢n, invisible para la religi¨®n, de denunciar un simple robo? Ya ni hablemos de otros miles de derechos que le son arrebatados apelando a la religi¨®n.
Es indudable que debemos respetar creencias, culturas y costumbres, que todas ellas deben tener cabida en las sociedades democr¨¢ticas, pero siempre y cuando no choquen con aquellos derechos humanos que constituyen la esencia de una sociedad laica y democr¨¢tica, que deber¨¢n estar por encima de los derechos religiosos. El laicismo no est¨¢ contra la religi¨®n, sino en contra de que la religi¨®n se convierta en un obst¨¢culo para el ejercicio de la libertad y entre en terrenos ¡ªsociales, pol¨ªticos o de cualquier ¨ªndole¡ª que no le corresponden. La verdadera sociedad libre es la que considera tan intocable la laicidad del Estado como el respeto a las religiones.
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