El barril del Sodalicio
Me vincul¨¦ al Sodalicio de Vida Cristiana mientras estudiaba en Arequipa. Descubr¨ª una tropa de personajes carism¨¢ticos y cultivados y cautivadores, pero como todo ¡®Wonderland¡¯ ten¨ªa tambi¨¦n una reina tirana y un ej¨¦rcito de naipes soldados funcionales dispuestos a cortar cabezas
Yo me vincul¨¦ al Sodalicio de Vida Cristiana mientras estaba en la universidad en Arequipa durante la primera d¨¦cada del siglo XXI. Hab¨ªa un sod¨¢lite circunspecto merodeando las aulas y me invit¨® a un taller de filosof¨ªa que terminar¨ªa conduci¨¦ndome hasta su comunidad, donde descubr¨ª a una tropa de personajes carism¨¢ticos, cuidadosamente cultivados y aut¨¦nticamente cautivadores. Cada vez que visitaba la comunidad sod¨¢lite en Vallecito me sumerg¨ªa en una aventura fascinante. Con ellos viajaba por los mundos de la literatura fant¨¢stica de J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis, el f¨²tbol, la f¨®rmula uno, los musicales de Broadway, y las partidas de Risk y Diplomacy interminables. Era como cuando Alicia ca¨ªa bajo el hoyo del conejo para terminar en Wonderland, donde se encontraba en un mundo de fantas¨ªa habitado por seres antropom¨®rficos pintorescos. Mi historia no comenz¨® con violencia ni chantaje sino con encanto. Esta sociedad no se presentaba como un morm¨®n impertinente y antip¨¢tico que tocaba exasperantemente tu puerta, sino como una hermandad de compinches magn¨¦ticamente interesantes. Pero, como todo Wonderland ten¨ªa tambi¨¦n una reina tirana y un ej¨¦rcito de naipes soldados funcionales dispuestos a cortar cabezas.
Ese Wonderland siniestro siempre existi¨®. Nosotros s¨®lo distingu¨ªamos sombras indescifrables de esa tiran¨ªa porque est¨¢bamos al fondo de la caverna. Muchos solo comenzamos a salir de la caverna, cuando apareci¨® el libro de Pedro Salinas, Mitad monjes y mitad soldados, que retrataba minuciosamente los abusos perpetrados por el fundador y varios miembros consagrados del Sodalicio. Recuerdo que, en ese instante, muchos de los defensores del Sodalicio reaccionaron colocando una espada flam¨ªgera ¨Cel s¨ªmbolo que representa a la congregaci¨®n religiosa¨C como foto de portada en su perfil de redes sociales. Era un acto reflejo de autoconservaci¨®n colectiva de muchos que, sin siquiera haber le¨ªdo ning¨²n argumento racional sobre las grav¨ªsimas denuncias, decidieron atrincherarse para combatir a los enemigos de sus hermanos sod¨¢lites.
Era muy natural que esa fuera su primera respuesta. La reticencia a aceptar el horror y la verosimilitud de las denuncias contra el Sodalicio part¨ªan de la negaci¨®n de una primera regla de la antropolog¨ªa cristiana: todos los hombres, mediando determinadas circunstancias, somos capaces de cometer actos abominables. Si cuando rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios que nos libre del mal, no es porque somos incapaces de cometer una barbarie, sino porque cualquiera de nosotros puede hacer monstruosidades, sin necesariamente ser un monstruo. Un ordinario y leal funcionario p¨²blico puede regentar un campo de concentraci¨®n donde asesinaban jud¨ªos por mir¨ªadas y, luego, ir a cenar en familia sin turbaci¨®n; banalizando el mal cotidianamente, como lo demostr¨® Hannah Arendt y como lo describi¨® Agust¨ªn de Hipona en sus Confesiones.
Esa primera negaci¨®n colectiva revelaba una soberbia patente: esta barbarie no pod¨ªa sucedernos a nosotros. Durante mucho tiempo el Sodalicio se concibi¨® como la vanguardia de la reconciliaci¨®n, los agentes elegidos para la nueva evangelizaci¨®n en Am¨¦rica Latina. As¨ª, nos lo recordaban muchos obispos y cardenales cotidianamente. Sobre nuestras espaldas descansaba una responsabilidad ineludible frente a la crisis que padec¨ªan otras ¨®rdenes religiosas centenarias como los jesuitas y los dominicos, quienes estaban ¡°en el hoyo¡± ¨Ccomo repet¨ªan con iron¨ªa algunos sod¨¢lites en nuestras reuniones. Los que siempre estuvimos ¡°en el hoyo¡± fuimos nosotros.
Otros de los primeros vicios colectivos que sobrevinieron tras el estallido de la crisis fueron el manique¨ªsmo y la corrupci¨®n de la noci¨®n de la amistad. Para muchos les parec¨ªa una felon¨ªa inadmisible denunciar y repudiar en¨¦rgicamente los abusos y, al mismo tiempo, reconocer los bienes que encontramos en esta congregaci¨®n. Se instal¨® un esp¨ªritu de cuerpo exasperante, donde ¨Cbajo tergiversaciones de la noci¨®n de lealtad¨C uno estaba obligado a hacerse el sordo para cuidar la reputaci¨®n de los amigos, y s¨®lo deb¨ªa consumir la propaganda oficial: o est¨¢s conmigo o contra m¨ª. Se convirtieron en c¨¢maras de eco. Quiz¨¢ por eso, los encargados de abrirnos los ojos tuvieron que ser periodistas agn¨®sticos. C. S. Lewis lo explica de esta manera: ¡°El peligro de las buenas amistades consiste en que esta indiferencia o sordera parcial respecto a la opini¨®n exterior, aunque necesaria y justificada, puede conducir a una indiferencia o sordera completas¡±. Aun teniendo o¨ªdos, no o¨ªan.
As¨ª como hubo una evidente incapacidad maniquea que imped¨ªa reconocer que los bienes y los males pod¨ªan haber convivido soterradamente por muchos a?os, hubo tambi¨¦n una mayor negligencia para relativizar los grados del mal. No eran acusaciones menores, eran hechos grav¨ªsimos que hac¨ªan palidecer cualquier bien recibido. A m¨ª, hasta hoy, me siguen saltando las l¨¢grimas cuando escucho Cad¨¢ver Ayacuchano ¨Cuna canci¨®n compuesta por una de las v¨ªctimas del Sodalicio, Mart¨ªn Scheuch, mientras era parte de la congregaci¨®n. Pero ni toda esa belleza trascendental ni cualquier otro bien recibido, justificaba aceptar las primeras explicaciones inveros¨ªmiles de los jerarcas del Sodalicio.
Recuerdo claramente que cuando el libro de Pedro Salinas nos explot¨® en la cara, por noviembre de 2015, mi ahora esposa y yo pedimos una reuni¨®n con el Superior de la comunidad sod¨¢lite de Arequipa. Aquella tarde, ¨¦l nos dijo que hace muchos a?os ve¨ªan esta tormenta form¨¢ndose sobre sus cabezas y que, ahora que por fin hab¨ªa estallado todo, se sent¨ªan m¨¢s tranquilos. A lo que mi esposa, indignada y decepcionada, replic¨® ¡°no entiendo, ?me est¨¢s diciendo que sab¨ªan de esto hace muchos a?os y no hicieron nada?¡±, mientras ¨¦l contest¨® ¡°te estoy diciendo lo que en mi calidad de superior te puedo decir¡±. Mi esposa hizo una espeluznante pausa, trag¨® saliva y sentenci¨® ¡°o sea, me est¨¢s mintiendo¡±. La reuni¨®n acab¨® abruptamente pues el superior nos manifest¨® que ten¨ªa que reunirse urgentemente con los ¡°Nazareth¡± ¨Clas parejas casadas vinculadas al
Sodalicio¨C para continuar con el ritual de control de da?os que hab¨ªa iniciado entre los grupos de inter¨¦s relacionados con la congregaci¨®n. Despu¨¦s de eso nada volver¨ªa a ser lo mismo. En varias ocasiones, desde entonces, nos hemos sentido en esa situaci¨®n que Solzhenitsyn describi¨® as¨ª: ¡°Sabemos que nos mienten, ellos saben que mienten, ellos saben que sabemos que nos mienten, sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten y, sin embargo, siguen mintiendo.¡±
Comprend¨ª que muchos de los jerarcas del Sodalicio s¨®lo reaccionaban movidos por el esc¨¢ndalo, s¨®lo les importaba proteger la reputaci¨®n y controlar la narrativa. Los reformistas bienintencionados seguir¨ªan perdiendo las batallas porque no ten¨ªan el poder pol¨ªtico ni econ¨®mico que s¨ª ten¨ªa la vieja guardia pretoriana del fundador, Luis Fernando Figari. El Sodalicio recibi¨® las recomendaciones de la ¡°Comisi¨®n ?tica para la Justicia y la Reconciliaci¨®n¡± del 2016 que, con el paso de los meses, fueron olvidadas y resistidas por esa vieja guardia pretoriana. Al poco tiempo, el Superior encargado de la primera reforma abandon¨® el barco, se desvincul¨® del Sodalicio y se cas¨®, y con ¨¦l, varios miembros de su Consejo tambi¨¦n salieron despavoridos. Si tan solo hubiesen tenido la disposici¨®n honesta de atender las recomendaciones de esa primera comisi¨®n, no estar¨ªan en la situaci¨®n decadente que hoy padecen. Y, a nosotros, nos qued¨® la desolaci¨®n como a muchos otros amigos entra?ables. Una desolaci¨®n liberadora como la que Neo experiment¨® cuando conoci¨® a Morfeo y despert¨® de la irrealidad de la Matrix, mientras vomitaba y descubr¨ªa que el mundo era un p¨¢ramo oscuro y dist¨®pico donde las m¨¢quinas los utilizaban y cultivaban para ser bater¨ªas.
El Sodalicio, entre muchas otras cosas, es un sistema sofisticado de abuso de poder y manipulaci¨®n de voluntades, en el que muchos padecieron violencia sexual, f¨ªsica y psicol¨®gica. Como todo sistema corrompido, requiere de instrumentos que aseguren el mantenimiento de su poder: reclutamiento de adeptos segregacionista entre las clases sociales altas donde la congregaci¨®n operaba, difusi¨®n de la propaganda sobre los grupos de inter¨¦s, control de da?os frente a las denuncias y voces disidentes, y una estructura econ¨®mica sofisticada para constituir un imperio financiero pr¨®spero de cementerios, agroexportadoras, inmobiliarias, colegios y universidades. En ese sistema, Luis Fernando Figari como muchos otros sod¨¢lites, descubrieron la oportunidad de dar rienda suelta a sus delirios hegem¨®nicos y m¨¢s bajas pasiones.
Pero la desgracia de la historia del Sodalicio no acaba con estas manzanas podridas. Muchos de los que cre¨ªamos los consagrados o casados m¨¢s ejemplares, callaron o fueron complacientes frente a los abusos. Cosa que no debi¨® ser extra?a, los fil¨®sofos y artistas que mejor han comprendido la miseria humana sab¨ªan que cuando los seres humanos m¨¢s talentosos se corrompen, pueden consentir cosas abominables. Lo ense?a Tom¨¢s de Aquino en la Suma de Teolog¨ªa y lo metaforiz¨® Tolkien cuando nos cont¨® que, el mejor y m¨¢s virtuoso de los herreros de los elfos, Lord Celebrimbor, fue enga?ado por Sauron durante mucho tiempo para que se concentrara en forjar los anillos que necesitaba para someter la Tierra Media. Ning¨²n ser humano, por m¨¢s noble y talentoso que sea, puede salir indemne de transar con el mal. Lord Celebrimbor termin¨® siendo torturado y asesinado, y su cuerpo fue usado como estandarte de batalla por Sauron.
Pero, romper con el Sodalicio y denunciar sus abusos tampoco es sencillo. El artista Mart¨ªn Lopez de Roma?a, una de las v¨ªctimas, lo ha descrito acertadamente como una jaula invisible. Nada te ata, pero tu voluntad se ha minado a tal extremo que descubres que ser¨ªa inimaginable un mundo sin el Sodalicio. No es que antes no hubi¨¦semos tenido advertencias chirriantes del sistema de manipulaci¨®n imperante, ni que no hubi¨¦semos sufrido chantajes psicol¨®gicos desoladores que de s¨®lo recordarlos, enferman. Uno de los legados m¨¢s perniciosamente silenciosos fue la instalaci¨®n de una cultura de manipulaci¨®n psicol¨®gica de la vocaci¨®n personal. Hubo una captura servil del porvenir ajeno. Luis Fernando Figari estaba obsesionado con 1984 de George Orwell y con Un Mundo feliz de Aldous Huxley, no tanto porque quisiera revelarse contra el Gran Hermano o contra la felicidad sin alma, sino porque consigui¨® instalar su propia polic¨ªa del pensamiento y fabricar jaulas invisibles.
Muchos consentimos la represi¨®n de nuestros libres y aut¨¦nticos deseos vocacionales y profesionales para cumplir el inextricable ¡°plan de Dios¡±. Un plan que los sod¨¢lites conoc¨ªan mejor que nosotros mismos, nuestras familias y nuestros amigos. Lo espantoso es que muchos de los que entramos en este sistema ¨Ccon mayor o menor libertad¨C fuimos colonizados mentalmente en esas jaulas invisibles. Innumerables relaciones afectivas, donaciones, profesiones, puestos de trabajo y mudanzas fueron controladas por estos personajes que aprovechaban informaci¨®n confidencial que les entregamos en di¨¢logos ¨ªntimos, para ejecutar intervenciones intrusivas y maquiav¨¦licas en nuestra vida privada.
Como en toda historia de abusos, la justicia s¨®lo comienza a ocurrir cuando h¨¦roes discretos deciden hacer algo extraordinario: cumplir su ordinario trabajo. Tras muchos comisarios y obispos indolentes que pasaron por el Sodalicio mirando para otro lado, a finales de julio de 2023, el papa Francisco envi¨® una misi¨®n especial para investigar los abusos conformada por Mons. Charles Scicluna y monse?or Jordi Bertomeu. Esa misi¨®n ha sido el ¨²ltimo basti¨®n de esperanza para muchas v¨ªctimas que llevan a?os buscando justicia y reparaci¨®n. Desde entonces, el Papa Francisco ha expulsado al fundador Luis Fernando Figari y a otros diez miembros de la organizaci¨®n.
Para entender la dimensi¨®n de la crisis que afronta el Sodalicio, s¨®lo hay que recordar que los m¨¢s recientes expulsados por el Papa, fueron absueltos por la organizaci¨®n en procesos internos ¨Crequeridos por la misi¨®n ¡°Scicluna Bertomeu¡±¨C y realizados hace apenas meses por investigadores privados contratados por el Sodalicio. Es decir, la organizaci¨®n los acababa de librar de toda culpa, imponi¨¦ndoles menores amonestaciones, mientras el Papa, con informaci¨®n patente de sus enviados especiales, decidi¨® expulsarlos. Es m¨¢s, en la nota de prensa donde la Nunciatura comunica la expulsi¨®n de muchos sod¨¢lites, recoge unas l¨ªneas esclarecedoras sobre la congregaci¨®n, donde el Sumo Pont¨ªfice y los obispos ruegan que la congregaci¨®n ¡°inicie un camino de justicia y reparaci¨®n¡±. No se anota que el Sodalicio ¡°contin¨²e¡± un camino, sino que lo inicie, como si lo hecho hasta el momento fuese tan irrelevante hasta parecer inexistente.
Esta observaci¨®n del Papa me hizo acordar al ep¨ªgrafe que Eduardo Dargent eligi¨® para su ¨²ltimo libro-ensayo, donde recuerda que Montalbetti us¨® la alegor¨ªa del barril y las manzanas podridas para explicar la imposibilidad de hacer algunas reformas en Per¨². La ilusi¨®n casi siempre nos convence de que, si extirpamos las manzanas podridas del barril, nos quedaremos con manzanas lozanas y saludables. En los ¨²ltimos d¨ªas he repensado en el barril y las manzanas, sobre todo desde que se ha conocido que una activista conservadora ¨Cvinculada a la congregaci¨®n a trav¨¦s de una organizaci¨®n como ella misma ha reconocido¨C pretendi¨® enga?ar a la misi¨®n del Papa. Esta activista ¡°taimada¡± intent¨® cometer una de las bajezas m¨¢s despreciables de las que he sido testigo a lo largo de todos estos a?os en el caso Sodalicio: denunci¨® ser v¨ªctima de dos de las v¨ªctimas m¨¢s emblem¨¢ticas de abusos del Sodalicio. Revictimiz¨® a las v¨ªctimas.
Es m¨¢s, en un acto que revela la temeridad de este personaje, denunci¨® a monse?or Bertomeu ante los tribunales peruanos, ignorando una verdad eclesial elemental: quien denuncia a un integrante de una misi¨®n especial papal, denuncia al mismo Pont¨ªfice. Algo tan inaudito como revelador. Crey¨® que la misi¨®n enviada por el papa Francisco se iba a dejar atarantar como tantas veces atarantaron a los tribunales peruanos. Semejante insensatez le ha valido, a ella y a su compinche, las primeras amenazas de excomuni¨®n que el papa Francisco ha lanzado en el caso Sodalicio por empecinarse a no rectificarse e insistir con la denuncia contra monse?or Bertomeu. Hay quienes han llegado al desvar¨ªo de ser m¨¢s sod¨¢lites que cat¨®licos y est¨¢n dispuestos a arriesgar su vida sacramental por proteger a una congregaci¨®n disfuncional y decadente. Son los naipes soldados de Wonderland que, en las horas m¨¢s oscuras, terminan de mostrarse m¨¢s como bufones que como soldados.
Shakespeare describi¨® a un buf¨®n como alguien ¡°lo suficientemente sabio para hacerse el tonto¡±. El ¨²nico prop¨®sito de los bufones en este desolador proceso ha sido siempre ¨Ccon piruetas y humoradas¨C desviar la atenci¨®n de lo realmente indispensable: entender la verdadera magnitud del da?o infringido por el Sodalicio, reconocer a todas sus v¨ªctimas, repararlas eficazmente sin mediar excusas, y tomar todas las medidas necesarias para asegurarse que nunca m¨¢s vuelva a suceder, por m¨¢s radicales que sean. Con el paso del tiempo, comienzo a tener la convicci¨®n de que estos personajillos aparecen en las postrimer¨ªas para evidenciar que no son las manzanas ¨Ccomo sostiene Montalbetti¨C sino el barril el que est¨¢ podrido.
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