El apocalipsis seg¨²n Donald Trump
La gran lecci¨®n que la victoria del republicano deja a los aspirantes a autoritarios del mundo es que no hay mentira tan grande que no pueda ser aceptada por la sociedad
Todos los pa¨ªses son ficciones, pero algunos son m¨¢s ficticios que otros. Quiero decir que todos los pa¨ªses se construyen a partir de un relato: puede ser un relato que la sociedad asume como propio m¨¢s all¨¢ de divisiones internas ¡ªlibertad, igualdad y fraternidad¡ª, o un relato que ha funcionado durante siglos y luego entra en crisis s¨²bita, como el relato de los imperios, o un relato que parte de nuestras aspiraciones aunque la realidad no las justifique. Entre todas las ficciones de Occidente, la de Estados Unidos ha sido acaso la m¨¢s arriesgada, porque ha tratado de construir una identidad monol¨ªtica sobre una de las sociedades menos monol¨ªticas del planeta: desde hace d¨¦cadas la Historia se estudia en las escuelas con un libro titulado El experimento americano. Entran en escena los clich¨¦s: el american dream, el ¡°crisol de culturas¡±, ¡°la naci¨®n m¨¢s grande de la Tierra¡±. Todos los pol¨ªticos de Estados Unidos pronuncian estas ¨²ltimas palabras sin el menor asomo de pudor o de iron¨ªa: hacerlo ¡ªy adem¨¢s, inveros¨ªmilmente, cre¨¦rselas¡ª es requisito para aspirar a cualquier cargo p¨²blico. En su discurso m¨¢s famoso, Martin Luther King a?oraba una naci¨®n que ¡°estuviera a la altura del verdadero significado de su credo¡±. ?Qu¨¦ significa esto?
Significa que, m¨¢s que otras de esas construcciones ficticias que llamamos pa¨ªses, la norteamericana est¨¢ constantemente haci¨¦ndose, defini¨¦ndose como un eterno adolescente, dependiendo siempre de su propio concepto de s¨ª misma. En eso pensaba yo hace unos d¨ªas, antes de la debacle de las elecciones, cuando Kamala Harris habl¨® en uno de sus ¨²ltimos discursos de la diferencia entre su propuesta y la de Trump. Con la Casa Blanca como fondo, en el mismo lugar del universo desde el cual Trump llam¨® a una insurrecci¨®n violenta ante los ojos de todos, Harris dijo que su oponente se hab¨ªa pasado una d¨¦cada tratando de dividir a los ciudadanos y sembrar el miedo entre ellos.
¡°Eso es ¨¦l¡±, dijo. ¡°Pero esta noche, Am¨¦rica, vengo a decir: eso no es lo que somos nosotros¡±.
D¨ªas m¨¢s tarde, 73 millones de votos ¡ªas¨ª como una victoria republicana en el Senado y probablemente en la C¨¢mara¡ª le dijeron a Harris que tal vez s¨ª: que eso, sea lo que sea, es lo que son. Y la crisis de identidad de Estados Unidos tardar¨¢ muchos a?os, muchos m¨¢s que la presidencia de Trump, en llegar a una conclusi¨®n certera sobre lo que pas¨® para que un personaje de su catadura fuera elegido por segunda vez, pero la verdad profunda es inevitable: Trump mont¨® un relato basado en el resentimiento, el agravio, el odio, el desprecio y la violencia, y millones de votantes lo dieron por bueno. A pesar de lo que se lee en las gorras rojas de sus votantes, su ficci¨®n no consist¨ªa en que Estados Unidos volviera a un pasado m¨¢s grandioso, sino en que se defendiera de un presente horrible: un presente dist¨®pico junto al cual Blade Runner parece una escena de Barbie, un presente de espanto donde hordas de extranjeros liberados de las c¨¢rceles y los manicomios del Tercer Mundo est¨¢n invadiendo nuestras ciudades, violando a nuestras mujeres, comi¨¦ndose a nuestras mascotas y envenenando la sangre de nuestra patria, y donde el ¡°enemigo interior¡± est¨¢ destrozando nuestras libertades, abortando ni?os despu¨¦s de nacidos y cambi¨¢ndoles el sexo por la fuerza cuando se van a la escuela.
Tengo que aclararlo: ni una sola de las palabras que acabo de escribir es una exageraci¨®n o una caricatura. Son palabras de Trump, pronunciadas en p¨²blico y ante las c¨¢maras, aplaudidas a rabiar por los suyos. Y no se ha hablado lo suficiente, me parece, de la gran lecci¨®n que la victoria trumpista deja para los aspirantes a autoritarios del mundo entero: no hay ficci¨®n tan extrema, ni mentira tan grande, que no pueda ser aceptada por la sociedad. S¨®lo se necesitan dos ingredientes: por un lado, una ciudadan¨ªa vulnerable, atemorizada, desinformada o cr¨¦dula; por el otro, un l¨ªder cuyos escr¨²pulos sean inversamente proporcionales a su desespero.
As¨ª es. Para Trump, volver al poder no era una cuesti¨®n de codicia, sino de supervivencia: ser presidente era la ¨²nica manera de no acabar en la c¨¢rcel, vestido con un mono del color de su maquillaje. Su larga vida de violador de todas las normas ¡ªy muchas de las leyes¡ª le estaba dando alcance. El eterno acosador sexual a quien el traficante de menores Jeffrey Epstein consideraba su mejor amigo, el perseguido por las acusaciones veros¨ªmiles de m¨¢s de 20 mujeres, el que se jact¨® de sus acosos en una conversaci¨®n privada que es imposible escuchar sin asco, ya ha sido condenado a pagar unos 90 millones de d¨®lares por difamar a una de las denunciantes, y esa condena civil abre la puerta para la consideraci¨®n penal de sus varios excesos. El negociante estafador, que se ha pasado la vida haciendo trampa, que todav¨ªa no ha cumplido con la tradici¨®n presidencial de publicar su declaraci¨®n de la renta, que se enorgullec¨ªa de no pagar los impuestos debidos, ya ha sido condenado por 34 delitos y actualmente est¨¢ esperando sentencia. La sentencia, en el caso de cualquier otro ciudadano, ser¨ªa de c¨¢rcel; en el caso de Trump, no lo sabremos nunca. Porque la sentencia no llegar¨¢: uno de los primeros actos de su mandato ser¨¢ indultarse a s¨ª mismo. Pero ya nos hab¨ªa anunciado que s¨®lo ser¨ªa dictador el primer d¨ªa.
Son tantas sus fechor¨ªas que es dif¨ªcil llevar la cuenta: nunca en la historia de Estados Unidos un presidente hab¨ªa tenido un prontuario semejante de malos comportamientos, o comportamientos poco ¨¦ticos o delitos comprobados, y no por la opini¨®n p¨²blica ni por los medios de comunicaci¨®n ¡ªque de todas formas no son de confiar, como se sabe: son ¡°el enemigo del pueblo¡±, son las ¡°noticias falsas¡±¡ª, sino por la justicia. Despu¨¦s de cada uno de sus m¨²ltiples esc¨¢ndalos, el antitrumpismo se ha apresurado a declarar su muerte pol¨ªtica, y cada vez se han equivocado. El superpoder de Trump es su incapacidad para sentir verg¨¹enza: igual que una muerte es una tragedia pero un mill¨®n de muertes es una estad¨ªstica, Trump ha descubierto que una mentira puede acabar con un pol¨ªtico ¡ªlo hizo con Nixon, estuvo a punto de hacerlo con Clinton¡ª, pero decenas de miles de mentiras repetidas hasta el cansancio lo llevar¨¢n a la Casa Blanca. De los muchos rasgos desconsoladores de la victoria de Trump, ¨¦ste es quiz¨¢s el m¨¢s pintoresco y a la vez el m¨¢s peligroso: la capacidad inveros¨ªmil no s¨®lo para mentir, sino para sostener la mentira incluso cuando todo el mundo est¨¢ viendo la verdad.
Donald Trump vendi¨® una ficci¨®n dist¨®pica ¡ªno, apocal¨ªptica¡ª para conseguir los votos de quienes llevan d¨¦cadas sinti¨¦ndose inseguros o amenazados: por una econom¨ªa que no los cuida, por las guerras culturales, por las ¨¦lites globalizadas. Lo temible es que ahora, para gobernar, deber¨¢ mantener esa ficci¨®n. En abril del a?o pasado escrib¨ª en esta p¨¢gina sobre un discurso que habr¨ªa debido hacer sonar todas las alarmas. Trump lo pronunci¨® ante un grupo de conservadores en donde estaban algunos de sus c¨®mplices m¨¢s fan¨¢ticos e incluso sus corresponsales en el nuevo mundo de la extrema derecha transnacional: Bolsonaro, por ejemplo. ¡°En 2016 declar¨¦ que soy vuestra voz¡±, les dijo Trump. ¡°Hoy a?ado que soy vuestro guerrero, soy vuestra justicia. Y para aquellos que han sufrido agravios y traiciones, yo soy vuestra venganza. Yo soy vuestra venganza¡±.
En enero comenzar¨¢ lo anunciado. Tal vez tengamos derecho a un escalofr¨ªo.
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