Como un cuaderno en blanco
Las herramientas de escritura son poca cosa, pero nos ofrecen un espacio barato de testimonio y resistencia, y para nada son incompatibles con las de la tecnolog¨ªa
Me gusta la primera ma?ana del a?o nuevo tanto como la primera p¨¢gina de un cuaderno a punto de ser empezado. Me gustan las dos, y me intimidan. El porvenir del a?o est¨¢ tan en blanco como las p¨¢ginas del cuaderno, pero en ninguno de los dos casos el vac¨ªo es pura vaguedad, porque los dos tienen marcados los l¨ªmites precisos del espacio y del tiempo. Sea lo que sea que se escriba en estas p¨¢ginas, habr¨¢ un final para ellas, igual que hay este principio en el que a¨²n no me atrevo a escribir nada, ni siquiera la fecha del d¨ªa. Y pase lo que pase a lo largo del a?o, tendr¨¢ un final exacto dentro de 365 d¨ªas. Puede ocurrir, claro, que el cuaderno se quede interrumpido a la mitad, incluso en la primera p¨¢gina, como esos diarios que empez¨¢bamos de ni?os con tanta convicci¨®n, subrayando la fecha reci¨¦n consignada, y explicando un rotundo prop¨®sito de continuidad, y abandon¨¢ndolo inmediatamente. Puede que el cuaderno, y el a?o, se acaben con el final brusco de la vida, voluntario o no, como acab¨® el diario de Anne Frank y qued¨® olvidado en aquella buhardilla de ?msterdam, o el de Cesare Pavese en el hotel Roma de Tur¨ªn, o mejor dicho, un poco antes, porque hizo su ¨²ltima anotaci¨®n ¡ª¡°Basta de palabras. Un gesto. No escribir¨¦ m¨¢s¡±¡ª y tard¨® unos d¨ªas en quitarse la vida, desalojado de antemano de ella y al mismo tiempo de la costumbre de escribir.
Hace alg¨²n tiempo, cuando se subastaron las cosas que Joan Didion hab¨ªa dejado en su casa al morir, algunas de las que alcanzaron mayor precio fueron los once cuadernos en blanco que hab¨ªa en su escritorio. Joan Didion, observadora de precisi¨®n taquigr¨¢fica, hab¨ªa llenado centenares de cuadernos a lo largo de su vida. La imaginamos usando la pluma o el l¨¢piz a la misma velocidad y con la misma soltura con que sosten¨ªa esos cigarros que sal¨ªa fumando tan distinguidamente en las fotos. Los cuadernos escritos de Joan Didion se custodiar¨¢n en esas bibliotecas sacramentales de Estados Unidos, con gran provecho de estudiosos y bi¨®grafos, pero uno se pregunta qu¨¦ pasar¨¢ con los que quedaron en blanco, qu¨¦ har¨¢ con ellos el coleccionista que los haya adquirido. Hojearlos ser¨¢ como asomarse a la vida que Joan Didion ya no lleg¨® a vivir, a todas las cosas que pod¨ªa haber escrito a¨²n. Imagino esos cuadernos v¨ªrgenes alineados en una estanter¨ªa junto a los libros de Didion, con ese amor que uno pone al agrupar los libros de un autor preferido.
Desde que le¨ª la noticia sobre estos cuadernos yo miro con aprensi¨®n los muchos que tengo en blanco en mi casa, producto de mi propia afici¨®n a comprarlos y de los regalos que me hacen quienes la conocen. En la misma estanter¨ªa de mi cuarto donde est¨¢n los libros que me gusta tener m¨¢s cerca hay dos anaqueles enteros ocupados por cuadernos en blanco. Leer y escribir son dos vicios, m¨¢s que dos inclinaciones intelectuales, as¨ª que uno compra m¨¢s libros de los que leer¨¢ nunca y m¨¢s cuadernos de los que le dar¨¢ tiempo a llenar escribiendo. Pero una papeler¨ªa es todav¨ªa m¨¢s irresistible que una librer¨ªa, entre otras cosas porque huele mejor, y si adem¨¢s la papeler¨ªa est¨¢ en una ciudad extranjera parece que en el cuaderno adquirido en ella estar¨¢ una parte de la excitaci¨®n del viaje, el placer preservado de la caminata en la que descubrimos ese escaparate tan irresistible como la tentaci¨®n de contar por escrito lo que estamos viviendo en ese instante.
En los cursos o talleres de ¡°escritura creativa¡± se pone mucha insistencia en las presuntas t¨¦cnicas que un aspirante a escritor ha de aprender, pero ninguna en la importancia de encontrar las herramientas materiales del oficio que pueden ser m¨¢s adecuadas para cada uno. La inteligencia, la imaginaci¨®n, no son capacidades flotando nebulosamente en el cerebro: tienen una plena existencia corporal en la conexi¨®n entre el cerebro y la mano, como bien saben artesanos, m¨²sicos y pintores, de modo que la inspiraci¨®n puede ser visual y t¨¢ctil, y brotar no en virtud de una idea, sino del modo en que los dedos corren sobre un teclado, o en que una pluma o un rotulador o un l¨¢piz se desliza sobre un cierto tipo de papel. Tan importante como encontrar una buena historia puede ser encontrar el cuaderno o el instrumento de escritura adecuado. Nietzsche pensaba que su estilo se hab¨ªa vuelto m¨¢s r¨¢pido y fragmentario desde que empez¨® a usar una m¨¢quina de escribir. En la biblioteca de la Universidad de Virginia yo vi el original de El Aleph: estaba escrito en una libreta a rayas escolares, con una letra regular y diminuta que costaba leer a simple vista. En el esmero del cuento copiado en esa libreta y en el tama?o m¨ªnimo de la letra parec¨ªa estar ya enunciado el estilo meticuloso de Borges, y tambi¨¦n su pelea agotadora contra la ceguera. Virginia Woolf empezaba cada primer d¨ªa del a?o un nuevo cuaderno, en el que escrib¨ªa apoy¨¢ndolo en una tabla sobre las rodillas. Dec¨ªa que la rapidez y la irreflexi¨®n en las anotaciones de su diario le ayudaban a liberarse del peligro de la prolijidad formal, de la solemnidad instintiva en la que cae quien se propone hacer literatura. Tambi¨¦n ella dej¨® un cuaderno interrumpido, con una ¨²ltima entrada en la que no hab¨ªa ning¨²n indicio de que al d¨ªa siguiente fuera a quitarse la vida.
A Virginia Woolf la bestialidad de la guerra le hab¨ªa agravado la depresi¨®n que llevaba sufriendo toda su vida. En los d¨ªas de marzo de 1941 en que se suicid¨® no era nada improbable la victoria de Hitler. El cuaderno y el calendario en blanco de este primer d¨ªa de 2025 es un lujo que no pueden permitirse las v¨ªctimas del met¨®dico genocidio que sigue cometiendo impunemente Israel contra la gente de Palestina o las de los bombardeos y los ataques de drones y misiles rusos que contin¨²an sembrando la destrucci¨®n y la muerte en Ucrania. Sobre las p¨¢ginas y los recuadros de los d¨ªas en los que a¨²n no hemos escrito ni se?alado nada se proyectan las sombras agigantadas y temibles de Donald Trump, de Vlad¨ªmir Putin, de Benjam¨ªn Netanyahu, de Elon Musk, de los s¨¢trapas del dinero y de las insolentes compa?¨ªas tecnol¨®gicas, dispuestos unos y otros a arrasar el mundo y a esclavizar las fr¨¢giles mentes humanas, tan propensas a la alucinaci¨®n y el desvar¨ªo, m¨¢s a¨²n cuando los intoxicados son ni?os y adolescentes, hipnotizados ahora por las pantallas desde que apenas abren los ojos.
Vindicar cuadernos, l¨¢pices y plumas en este a?o que tiene algo de t¨ªtulo de pel¨ªcula antigua de ciencia ficci¨®n puede que sea una simpleza nost¨¢lgica, un s¨ªntoma de que la edad lo vuelve a uno receloso de las innovaciones rutilantes que casi todo el mundo celebra, y que se ir¨¢n sucediendo una tras otra en estos meses a¨²n en blanco, igual que se suceder¨¢n las im¨¢genes de v¨ªctimas inocentes y ciudades en ruinas, y de oligarcas grotescamente inflados en su poder¨ªo y su trastorno. Cuadernos y l¨¢pices son poca cosa, pero nos ofrecen un espacio barato de testimonio y resistencia, y para nada son incompatibles con las herramientas m¨¢s ¨²tiles de la tecnolog¨ªa. Pero en ese espacio nadie nos vigila, y no corremos el peligro de quedarnos sin wifi o sin bater¨ªa, o de que nos censure un ojo omnisciente. Los cuadernos preservan la memoria y la vida mejor de lo que parece. El de Anne Frank lo encontr¨® su padre en un escondite despu¨¦s de la guerra. Los vol¨²menes del diario de Virginia Woolf los rescataron ella y su marido Leonard entre los escombros de su casa bombardeada en un ataque alem¨¢n sobre Londres. Yo no s¨¦ cu¨¢ntos cuadernos me quedan por llenar todav¨ªa, pero s¨¦ que cada ma?ana voy a ponerme a la tarea, el puro empe?o de contar lo que veo y lo que vivo, y eso me da algo de tranquilidad y de ilusi¨®n frente a la incertidumbre de los d¨ªas del calendario en blanco.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.