Lo primero es comprender el trumpismo
Igual que sucedi¨® con el fen¨®meno Thatcher, para hacerle frente es necesario hacer un diagn¨®stico acertado de las razones m¨¢s profundas de su ¨¦xito
![Corrochano 09 02 2025](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JD2CWZFWIZAHDMFNVOBQ5DWQQU.jpg?auth=bdefd4bc848d89669a5f6d147163c927675a7aeea78a11b9c1793f87e28800b2&width=414)
Para comprender un presente, el nuestro, marcado por la omnipresencia del capitalismo de plataformas y el avance reaccionario, 1979 es un a?o imprescindible. Fue entonces cuando Margaret Thatcher gan¨® sus primeras elecciones. En 1979, tambi¨¦n, se cre¨® la primera red colaborativa de internet. Son dos hechos en apariencia inconexos, pero enormemente ¨²tiles para abordar dos cuestiones esenciales hoy, en pleno advenimiento del trumpismo 2.0: diagn¨®stico y alternativas; reacci¨®n y digitalizaci¨®n. Esto es: la necesidad de caracterizar adecuadamente nuestra ¨¦poca, y la igualmente necesaria tarea de imaginar alternativas.
En 1979 se materializ¨® el ascenso al poder del thatcherismo, un hito electoral que abri¨® las puertas de un mundo cuyos ag¨®nicos retazos habitamos todav¨ªa. En un ensayo publicado en esas fechas, titulado El gran espect¨¢culo del giro a la derecha, Stuart Hall se hizo cargo del estado de desorientaci¨®n en el que se hallaba sumida la izquierda brit¨¢nica ante el primer vendaval neoliberal. Ese texto conten¨ªa dos frases que, aunque quiz¨¢ de Perogrullo, se erigen como gu¨ªas estrat¨¦gicas de enorme actualidad: ¡°si queremos ser efectivos, solo puede ser sobre la base de un an¨¢lisis riguroso de las cosas tal y como son, no como nos gustar¨ªa que fueran¡±. Adem¨¢s, apuntaba Hall, ¡°debemos denunciar las satisfacciones obtenidas al aplicar esquemas anal¨ªticos simplificadores a acontecimientos complejos¡±. El fen¨®meno Thatcher desbord¨® las coordenadas pol¨ªticas hasta el momento imperantes; para hacerle frente era necesario, en primer¨ªsimo lugar, comprender las razones m¨¢s profundas de su ¨¦xito.
Algo similar sucede hoy con el trumpismo, herencia bastarda de la Dama de Hierro. Durante su irrupci¨®n abundaron los an¨¢lisis que hac¨ªan hincapi¨¦ en las fake news y la desinformaci¨®n. Combatir a Trump era, entonces, desenmascarar la ¡°posverdad¡± que tra¨ªa consigo. Poco despu¨¦s, repuntaron las analog¨ªas hist¨®ricas que comparaban el movimiento MAGA con el fascismo de entreguerras. Estos discursos, evocadores en lo ret¨®rico, se demostraron pol¨ªticamente est¨¦riles: las llamadas a combatir el fascismo no impidieron su vuelta; la proliferaci¨®n del fact-checking y su correlato ¡ª¡±dato mata relato¡±, clamaban por doquier¡ª apenas contribuy¨® a la resistencia. Nadie dijo que fuera f¨¢cil: a mediados del siglo pasado, Theodor Adorno ya alertaba de la ¡°naturaleza intr¨ªnsecamente antite¨®rica¡± e inaprensible de la reacci¨®n.
Ahora, en el albor de una segunda Administraci¨®n de Trump, el nuevo fetiche anal¨ªtico se desplaza hacia Silicon Valley. Hoy, comprender las fortalezas y novedades del trumpismo implica hablar de ¡°tecnocasta¡±, ¡°broligarqu¨ªa¡±, ¡°corte tecnol¨®gica¡±. No es un cambio balad¨ª, desde luego: la imagen de los grandes caciques tecnol¨®gicos en la primera fila de la coronaci¨®n de Trump constituye un salto cualitativo de innegables consecuencias. Ahora bien: el desaf¨ªo, como estipulara Hall, es apostar por diagn¨®sticos complejos que posibiliten estrategias efectivas, nunca al rev¨¦s.
En la dimensi¨®n estrictamente te¨®rica, son muchos los peros que poner al enfoque de la tecnocasta y su tesis de fondo: la asunci¨®n de que vivimos ya en una realidad ¡°tecnofeudal¡±, en la que grandes empresas tecnol¨®gicas, actuando como se?ores feudales, acumulan poder y riqueza mediante el control de la informaci¨®n y los datos. Como apunta Evgeny Morozov, etiquetar a estas corporaciones como rentistas ignora la dimensi¨®n productiva y creativa de sus modelos de negocio. Adem¨¢s de simplista, esta mirada nos concibe como ¡°siervos digitales¡±, desprovistos de agencia o capacidad de acci¨®n. Por otro lado, es fundamental reconocer el papel del Estado en el auge de estas empresas: el iPhone o el buscador de Google no existir¨ªan sin inversi¨®n estatal.
Pero no me preocupa la falta de rigurosidad per se, la autorreferencialidad de la teor¨ªa. Mi obsesi¨®n con el diagn¨®stico, como la de Hall, es instrumental: comprender bien a Trump y sus ac¨®litos no es un bien en s¨ª mismo; es condici¨®n de posibilidad de una estrategia pol¨ªtica que les haga frente. Si el enfoque de las fake news hubiera ayudado a diluir el fen¨®meno del magnate neoyorquino, bienvenido fuera. Mi miedo, pues, es que encontremos subterfugios estil¨ªsticos para obviar que el trumpismo politiza y da sentido a un malestar real. Ernst Bloch acu?¨® la idea de ¡°fraude de ejecuci¨®n¡± para describir al fascismo: era su forma de tomarse muy en serio los deseos y anhelos que este explotaba, aunque no les diera soluci¨®n. No es muy diferente a lo que vemos hoy.
En realidad, mis dudas con el se?alamiento de la ¡°tecnocasta¡± son suspicacias sobre su eficacia: ?centrar el debate en la figura de Elon Musk desactiva la posibilidad de cuestionar el sistema que lo engendr¨®? ?Invisibiliza, quiz¨¢, otros rasgos esenciales del nuevo trumpismo, como el retorno al expansionismo territorial de anta?o, la subordinaci¨®n de Groenlandia, Panam¨¢, Canad¨¢, incluso Gaza? ?Estamos ante una sucesi¨®n de falsas dicotom¨ªas? Estas, creo, son las preguntas que debemos hacernos antes de confiar en el discurso de la ¡°tecnocasta¡± como ant¨ªdoto contra Trump.
Tambi¨¦n en 1979, a miles de kil¨®metros de distancia, dos estudiantes de la Universidad de Duke crearon Usenet, el ¡°Arpanet para pobres¡±: una estructura descentralizada basada en servidores distribuidos, que facilitaba discusiones tem¨¢ticas abiertas, promov¨ªa el libre intercambio de ideas, con accesibilidad y horizontalidad, sin algoritmos ni jerarqu¨ªas empresariales. Este ejemplo es relevante porque hoy, en plena privatizaci¨®n y captura olig¨¢rquica de las redes sociales, carecemos de comunidades de software libre como Usenet.
As¨ª, nuestro contexto, m¨¢s all¨¢ del necesario antagonismo con la oligarqu¨ªa tecnol¨®gica, nos exige nuevas ideas, propuestas, creatividad. En uno de sus ¨²ltimos art¨ªculos, Marta Peirano incid¨ªa en tres palabras que deber¨ªamos escuchar m¨¢s a menudo: infraestructura p¨²blica digital. Promover una arquitectura tecnol¨®gica a escala europea permitir¨ªa poner la inteligencia artificial al servicio del bien com¨²n, mejorar los servicios p¨²blicos, garantizar la transparencia algor¨ªtmica, tener voz propia en un convulso entramado geopol¨ªtico. Deber¨ªamos hablar m¨¢s, tambi¨¦n, sobre c¨®mo hacer que redes horizontales como Bluesky o Mastodon, las mejores alternativas a X, se parezcan m¨¢s a Usenet; evitar su enshitificaci¨®n ¡ªsu deterioro gradual, su conquista por trolls¡ª.
Estas conversaciones ya est¨¢n teniendo lugar. En una entrevista reciente, Sam Altman, creador de ChatGPT, afirmaba que ¡°toda la estructura social ser¨¢ susceptible de debate y reconfiguraci¨®n¡±, prescribiendo ¡°cambios en el contrato social¡±. Altman tiene raz¨®n. He aqu¨ª el meollo de la cuesti¨®n: reconstruir el contrato social ante la transformaci¨®n digital y clim¨¢tica. El tema es, claro, qu¨¦ direcci¨®n toma esta remodelaci¨®n: si ahonda en el desmantelamiento olig¨¢rquico de nuestra vida en com¨²n; o si lo ensancha para democratizar todas las esferas de lo cotidiano, incluidas las redes sociales.
1979 marc¨® el inicio del mundo contempor¨¢neo, con sus luces ¡ªla promesa emancipadora de internet¡ª y sus muchas sombras ¡ªel primer triunfo del neoliberalismo¡ª; un mundo que, en 2025, presencia sus ¨²ltimos y ag¨®nicos estertores. Soy plenamente consciente de que este texto plantea m¨¢s preguntas que respuestas, en un momento en el que la certeza es un anhelo colectivo; sin embargo, como mostr¨® Hall, la duda es la llave que abre la puerta a todo lo dem¨¢s. Nuestra tarea, ahora, es resistir las tentaciones ret¨®ricas, formular las preguntas adecuadas, construir herramientas pol¨ªticas eficaces y delinear horizontes de transformaci¨®n deseables.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.