Lecciones desde Montevideo para rehabilitar a un maltratador
Desde hace una d¨¦cada, el Ayuntamiento de la capital uruguaya ofrece un programa de atenci¨®n a hombres que han ejercido violencia contra mujeres y quieren cambiar. El servicio busca erradicar los ataques machistas y fomentar una masculinidad basada en el respeto y la empat¨ªa
Despu¨¦s de vivir una infancia relativamente feliz, Bruno (nombre ficticio) recuerda haber pasado su adolescencia y primera juventud sin un rumbo cierto. Dice que en las fotograf¨ªas de la ¨¦poca aparece haciendo muecas, gestos que reflejaban una manera inc¨®moda de estar en el mundo. ¡°Sent¨ªa mucho enojo¡±, explica. En vano prob¨® estudiar Comunicaci¨®n y Educaci¨®n F¨ªsica. Desorientado, acab¨® trabajando en la herrer¨ªa de su padre, en un barrio de Montevideo, la capital de Uruguay.
La historia de Bruno, de 36 a?os, ser¨ªa una m¨¢s entre tantas cr¨®nicas de desencanto pasajero si no fuera porque aquel enojo, lejos de atenuarse, escal¨® hasta convertirse en un problema serio para ¨¦l y su familia, la que form¨® junto a su hoy expareja y sus dos hijos. Paulatina y perseverantemente, la violencia brot¨® de ¨¦l de forma sutil y manipuladora, hasta desbordar en gritos y golpes. Ese era el panorama cuando comenz¨® una terapia psicol¨®gica, que no le dio el resultado que esperaba. Y dijo: ¡°Esto no es para m¨ª¡±. La madre de sus hijos le pidi¨® que fuera a un programa para hombres agresores en su ciudad. Finalmente, opt¨® por ver de qu¨¦ se trataba.
Tras concertar una entrevista, bastante esc¨¦ptico, Bruno reconoci¨® ante los t¨¦cnicos la violencia verbal y f¨ªsica que hab¨ªa ejercido en el seno familiar. Entr¨® de inmediato, porque ese reconocimiento es el requisito imprescindible para participar en este grupo coordinado por el Centro de Estudios sobre Masculinidades y G¨¦nero, con sede en la capital. Dar¨ªo Ibarra, director de esta ONG, cree necesario derribar los mitos que hay en torno al hombre violento. Asegura que la sociedad est¨¢ atravesada por una l¨®gica dicot¨®mica seg¨²n la cual, por un lado, est¨¢n los hombres que no son violentos y, por otro, los que s¨ª. ¡°Esto es una ilusi¨®n¡±, dice. Para Ibarra, el hecho de ser hombre y estar socializado en una cultura patriarcal, ¡°te entrena¡± para ejercer poder, control y dominio sobre todas las personas, pero mucho m¨¢s sobre las mujeres. Este es el contexto en el que aparece el ejercicio de la violencia. ¡°Lo que pasa es que no es aceptado por casi ning¨²n hombre¡±, agrega.
El programa de atenci¨®n a hombres que deciden dejar de ejercer la violencia ¨Cese es su nombre¨C funciona desde hace diez a?os en una policl¨ªnica municipal del barrio sur de la capital, y forma parte de un servicio gratuito de la Asesor¨ªa para la Igualdad de G¨¦nero de la Intendencia de Montevideo. Tiene como objetivo principal erradicar la violencia f¨ªsica y sexual del hogar, y se propone ¡°deconstruir¡± la masculinidad hegem¨®nica, forjando otra basada en la empat¨ªa, el respeto y la solidaridad. Trabaja en grupo, con un promedio de 25 asistentes, siguiendo el modelo del CECEVIM (Centro de capacitaci¨®n para erradicar la violencia intrafamiliar masculina). ¡°Lamentablemente, los hombres piden ayuda cuando hay un quiebre en sus vidas, cuando la pareja est¨¢ al borde del abismo o ya est¨¢ destruida¡±, explica Ibarra.
La violencia no es natural ni es instintiva, no tiene nada que ver con la testosterona.Dar¨ªo Ibarra, director del Centro de Estudios sobre Masculinidades y G¨¦nero
En esa situaci¨®n l¨ªmite se encontraba Bruno cuando acudi¨® al grupo en 2018. Recuerda que pas¨® seis o siete reuniones mirando para otro lado, frente a hombres que no conoc¨ªa, sin saber muy bien qu¨¦ hac¨ªa ah¨ª. Los relatos de violencia machista que escuchaba le parec¨ªan truculentas. Pero aquella incomodidad ¨Csupo despu¨¦s¨C proven¨ªa de o¨ªr en boca de los dem¨¢s una historia similar a la suya. ¡°No estoy tan lejos de esto¡±, se dijo varias veces. Decidi¨® quedarse y participar de las 24 reuniones de dos horas semanales que conforman el programa, por un periodo de seis meses. De aquella experiencia destaca haber aprendido que el enojo es una emoci¨®n, ni m¨¢s ni menos, que puede ser gestionada de otra manera.
En ese proceso ¡°inc¨®modo¡± cuenta que asumi¨® las responsabilidades y las consecuencias de sus actos. Adem¨¢s, pudo reconocer las se?ales f¨ªsicas asociadas al impulso violento y comenzar a practicar mecanismos disuasorios, como respirar o retirarse a tiempo. Dice que identific¨® formas de la violencia que nunca hab¨ªa llamado por su nombre, como la sexual o la psicol¨®gica, pero que las practicaba con la naturalidad que err¨®neamente suele asociarse al instinto. Porque la violencia, remarca, ¡°es aprendida¡±.
¡°La violencia no es natural ni es instintiva, no tiene nada que ver con la testosterona, absolutamente nada que ver tiene con lo biol¨®gico¡±, afirma Ibarra. Se trata de un fen¨®meno cultural ¨Cinsiste¨C que atraviesa a toda la sociedad, y cuyo impacto lo ha convertido en un problema de salud p¨²blica. ¡°Intentamos romper con esta l¨®gica de que los hombres violentos van a grupo y los otros estamos a salvo. No estamos a salvo de nada¡±, enfatiza. De acuerdo con cifras del Ministerio del Interior, durante 2021, en Uruguay (3,4 millones de habitantes), hubo 36.760 denuncias de violencia machista y se registraron 25 femicidios. Asimismo, ocho de cada diez uruguayas declararon haber sufrido violencia de g¨¦nero a lo largo de su vida, seg¨²n el Instituto Nacional de las Mujeres.
Estos datos desvelan a los movimientos y organizaciones sociales, pero pol¨ªticamente ¡°no se le da la importancia que tiene¡±, indica Raquel Hern¨¢ndez, de la Red Uruguaya contra la Violencia Dom¨¦stica y Sexual. Hern¨¢ndez se refiere a las dificultades ¨Cd¨¦ficit de recursos humanos y econ¨®micos¨C que se interponen en la implementaci¨®n de la ley 19.580 de violencia hacia las mujeres, que establece pol¨ªticas integrales, previene y sanciona este flagelo. Entre esas pol¨ªticas, la norma prev¨¦ la creaci¨®n de espacios de atenci¨®n y socializaci¨®n de varones agresores para detener la transmisi¨®n intrafamiliar y comunitaria de la violencia. ¡°Si se cumpliera, tendr¨ªa que haber grupos de trabajo con varones en todos los departamentos¡±, a?ade la experta.
Durante 2021 en Uruguay hubo 36.760 denuncias de violencia machista y se registraron 25 femicidiosMinisterio de Interior de Uruguay
En Montevideo, el programa del municipio ha atendido a 724 hombres provenientes de casi todos sus barrios, la mayor¨ªa de entre 30 y 50 a?os, que asistieron de forma voluntaria o enviados por un juez, con medidas cautelares. Muchos quedan afuera, en lista de espera. ¡°Consideramos que ellos tambi¨¦n necesitan una respuesta, porque no estamos posicionados en el punitivismo y la cancelaci¨®n¡±, afirma Solana Quesada, directora de la Asesor¨ªa para la Igualdad de G¨¦nero del Ayuntamiento.
Quesada enmarca el programa con varones agresores dentro de un trabajo m¨¢s amplio, de transformaciones cotidianas tendentes a la igualdad entre hombres y mujeres. Cambios dirigidos a romper el ¡°pacto de silencio entre varones¡±, explica, para que no se consienta la violencia de g¨¦nero, ocurra en el ¨¢mbito privado, laboral o de ocio. ¡°No se trata de una guerra de hombres contra mujeres; hay un sistema de dominaci¨®n que tenemos que desandar entre todos¡±, contin¨²a.
Cuatro a?os despu¨¦s de haber completado el programa, Bruno se estremece al hablar del impacto que la violencia tuvo en su familia. Reconoce los beneficios del camino recorrido: pudo separarse en buenos t¨¦rminos y comparte con su expareja la crianza de sus hijos, de diez y ocho a?os; estudia educaci¨®n social y trabaja como cuidador en un refugio para personas sin techo. Cuenta que sigui¨® asistiendo al grupo y que se prepar¨® para ser facilitador, esperanzado de que la iniciativa llegue a todo el Uruguay.
Sobre esa posibilidad de r¨¦plica, Omar Maresca, mediador del programa, sostiene que en el interior del pa¨ªs ¡°hay falta de discusi¨®n y de reconocimiento¡± en torno al efecto social y cultural que tiene trabajar con hombres que ejercieron violencia. Maresca coordina un grupo de varones en la periferia de Maldonado (sureste), uno de los departamentos uruguayos con mayores ¨ªndices de violencia machista. Es el ¨²nico que funciona fuera de Montevideo, siguiendo la misma din¨¢mica.
No se trata de una guerra de hombres contra mujeres, hay un sistema de dominaci¨®n que tenemos que desandar entre todosSolana Quesada, directora de la Asesor¨ªa para la Igualdad de G¨¦nero del ayuntamiento de Montevideo
Hasta ese lugar acuden, un lunes lluvioso, seis hombres de mediana edad. Son puntuales, saludan, se colocan en ronda. Guiados por Maresca, se comprometen a no cometer ning¨²n tipo de agresi¨®n, durante y despu¨¦s del encuentro. Relatan sus vivencias, sin interrupciones: hablan de manipulaci¨®n, de insultos, de golpizas. Clara y frontalmente reflexionan sobre el proceso violento, observan c¨®mo se emple¨® el control y dominio para resolver la tensi¨®n y fricci¨®n. Y sobre lo que falt¨®: respeto, cooperaci¨®n, di¨¢logo. De pie, en c¨ªrculo, reconocen las se?ales f¨ªsicas que aparecen en la antesala de la violencia y ejercitan pautas para evitarla.
¡°Funciona¡±, responde Ibarra, consultado por la efectividad del trabajo. Se?ala que en el 90% de los casos, la violencia f¨ªsica y sexual ces¨®, de acuerdo con el seguimiento hecho con los hombres y con sus parejas o exparejas. Pero reconoce que muchos abandonan antes de tiempo, por la incomodidad que les produce enfrentar su situaci¨®n y el orden social que la sustenta. Porque el programa confronta, cuestiona, molesta. ¡°El d¨ªa que un hombre vaya a un grupo y se sienta c¨®modo significar¨¢ que algo va mal¡±, concluye Bruno.
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