Las pepenadoras de La Met¨¢lica: reciclar basura entre la miseria
En esta comunidad de Honduras, el sueldo de las mujeres no alcanza para sostener la econom¨ªa de sus hogares, a pesar de las largas jornadas en el basurero
¡°Tuve dos antes. El primero, var¨®n, ya hubiera cumplido los 10 a?os. Naci¨® en la ma?ana y falleci¨® al mediod¨ªa. La ni?a fue hace ocho. Se me muri¨® adentro de la barriga, tres horas antes de expulsarla. No le pude ver la carita¡±, cuenta Maritza. ¡°Ahora estoy de unos dos meses. No me dejan hacer esfuerzos ni entrar en el crematorio¡±, afirma con las manos aferradas a la panza abultada. Desde hace m¨¢s de una d¨¦cada, Maritza trabaja en el vertedero de La Met¨¢lica.
En el municipio de Lima, a 20 kil¨®metros de San Pedro Sula, la capital industrial de Honduras, esta comunidad bananera es una de las m¨¢s pobres del norte del pa¨ªs. Tambi¨¦n fue de las m¨¢s azotadas por los fen¨®menos tropicales Eta e Iota, que en 2021 inundaron gran parte de Honduras, afectando a m¨¢s de 91.000 viviendas y dejando m¨¢s de cuatro millones y medio de personas damnificadas, seg¨²n la Comisi¨®n Permanente de Contingencia de Honduras. ¡°Las lluvias arrasaron mi casa, nos dejaron sin nada. Fueron muchos meses sin trabajo¡±, lamenta la embarazada.
En una sociedad como la hondure?a, marcada por su fuerte car¨¢cter heteropatriarcal, el hombre es quien lleva el sustento a la casa, pero un ¨²nico sueldo casi nunca alcanza. ¡°Hay maridos que no ganan suficiente y ellas tienen que trabajar como campesinas en la milpa, en un pedacito de tierra donde siembran frijoles o ma¨ªz. Y luego est¨¢n las recolectoras¡±, se?ala Rosa Iveth Acosta, lideresa de una comunidad en la que las mujeres trabajan como pepenadoras. Se ganan el sustento separando material reciclable en los tiraderos. ¡°Yo no s¨¦ c¨®mo pueden, yo me desmayo, yo no soporto ese olor. Entran a las ocho y resisten todo el d¨ªa bajo el sol. Lo hacen porque es la ayuda para llenar la despensa, comprar zapatos, pagar la escuela. Pero no s¨¦ c¨®mo pueden¡¡±, confiesa Acosta.
¡°Acaban doliendo la espalda y las piernas, nos salen granos, tenemos siempre tos por las bacterias y la contaminaci¨®n¡±, reconoce Maritza en el porche de su hogar, rodeado de cultivos de banana y palma africana, dos de los productos que sustentan las exportaciones del pa¨ªs. Las pepenadoras faenan de lunes a s¨¢bado, respirando durante m¨¢s de ocho horas, cada d¨ªa, un aire putrefacto.
Maritza, pepenadora en el vertedero de La Met¨¢licaAcaba doliendo la espalda, las piernas, nos salen granos, tenemos siempre tos
Los festivos no existen para descansar de las monta?as de desperdicios donde se fermenta la basura org¨¢nica y los pl¨¢sticos se acumulan, del que emanan enormes cantidades de mon¨®xido y di¨®xido de carbono y azufre. ¡°Cuando el sol pega fuerte, el olor penetra en las casas y es insoportable¡±, reconoce Acosta.
A lo lejos se extiende el crematorio que nutre con sus escombros un buen porcentaje del trabajo informal de la regi¨®n, montones de porquer¨ªa que las m¨¢quinas pisotean. Entre bandadas de zopilotes y perros raqu¨ªticos, infestados de pulgas, mujeres con visera y guantes deambulan entre los desperdicios atentas al mejor material que puedan encontrar.
¡°Recogemos aluminio, cobre, pl¨¢stico, todos los botes que encontramos. La libra se paga a 6,50 lempiras (0,26 euros), la chatarra a 3 (0,21)¡å, cuenta Ana Rosa, de 58 a?os. ¡°Hay que trabajar duro, sin parar. ?No hay un d¨ªa de Dios que no sude!¡±, exclama al tiempo que se limpia las gotas que le resbalan por las arrugas de la frente. ¡°Llevo 16 a?os recogiendo basura. ?Con este trabajo he criado a mis cuatro hijos!¡±, dice, orgullosa.
Atenta al testimonio, su hermana Martha Elena, tres a?os mayor, le ayuda a juntar pl¨¢stico en una bolsa enorme. ¡°Lo m¨¢s duro es cuando llueve. Y la caminada que hago a pie. Tambi¨¦n mis dos nueras y mi hija trabajan aqu¨ª¡±, explica. ¡°Solo las mujeres pueden recolectar. A los hombres les est¨¢ prohibido porque siempre buscaban problemas y se pon¨ªan muy agresivos. Pueden entrar a dejar la basura o a comprar¡±, a?ade Acosta. ¡°Este es un negocio controlado por los mareros, y ellos no quieren problemas. Los problemas atraen a la polic¨ªa¡±, expone un vecino.
Estas hondure?as cobran 700 pesos semanales (unos 28 euros), 1.500 la quincena. Hace no tanto, con 1.000 lempiras alcanzaba para comida para una semana. Pero los precios han fluctuado a su desventaja: la libra de frijoles, antes en 12 lempiras, ahora cuesta 27. El aceite pas¨® de 13 a 27, y la harina, en ocho, dobl¨® casi su valor. ¡°La gasolina se fue para arriba y todo subi¨®. Todo menos los salarios¡±, lamenta la cabeza de la comunidad La Met¨¢lica, donde en la mesa de las familias, un d¨ªa tras otro, se sirven los mismos escasos alimentos en los platos. De acuerdo con el Banco Central de Honduras, la inflaci¨®n interanual alcanz¨® el pasado junio el 10,22%, frente al 4,67% que registr¨® el a?o pasado en el mismo mes.
¡°Nos alimentamos de frijol y arroz. La carne est¨¢ impagable, de vez en cuando comemos quesito y un huevito. Las que tienen gallinas a veces tienen la suerte de comer pollo. Pero est¨¢ bien dif¨ªcil la econom¨ªa¡±, se?ala Ana Rosa.
Cuando los ciclones se tragaron la pobreza
¡°Con la pandemia nos quedamos sin trabajo, y luego lleg¨® la cat¨¢strofe¡±, cuenta Maritza. En el 2021, los ciclones tropicales Eta e Iota, que azotaron con dos semanas de diferencia, arrasaron la comunidad y la sumergieron tres metros bajo el agua.
¡°Esas lluvias no se pueden olvidar, recordar duele mucho. Todo qued¨® inundando. Yo ten¨ªa material de cobre, latas, de mucho valor. Las aguas se bebieron hasta mi casa, mi ranchita, lo perd¨ª todo¡±, recuerda Ana Rosa. ¡°Nos quedamos sin hogar, solo con la ropita que and¨¢bamos. Ese d¨ªa hab¨ªa gastado mucho en comida y me lo llev¨¦ conmigo. Lo repart¨ª entre la gente que estaba llorando, toda mojadita. Las abrazaba porque el fr¨ªo era salvaje, con las cobijas les calentaba¡±, contin¨²a relatando la pepenadora.
Se calcula que Eta e Iota afectaron al 40% de la poblaci¨®n del pa¨ªs, causando un da?o solo comparable al hurac¨¢n Mitch de 1998, que se llev¨® por delante 14.000 vidas.
Se calcula que Eta e Iota afectaron al 40% de la poblaci¨®n del pa¨ªs, causando un da?o solo comparable al hurac¨¢n Mitch de 2020
¡°No esper¨¢bamos la cat¨¢strofe porque los gobiernos no avisaron. Aqu¨ª apenas llega la comunicaci¨®n. Cuando nos avisaron de la urgencia ya no hab¨ªa salida, el agua entraba por todos lados¡±, dice Dinora Ruiz, presidenta del patronato de La Met¨¢lica y la representante m¨¢s antigua de la comunidad, donde un total de 145 casas se perdieron bajo el barro. Cuando las aguas enfurecidas que atravesaban el Canal Maya, alimentado por el r¨ªo Chamelec¨®n, reventaron sus muros de contenci¨®n, la corriente se llev¨® por delante las casas, los caminos, las plantaciones, la vida.
Tras el paso del primer cicl¨®n, solo se mantuvo firme el tejado de la casa de Ruiz, el que dio refugio a 36 familias. ¡°El techo estaba podrido y no pod¨ªamos movernos, pasamos tres d¨ªas sin comer ni beber agua ah¨ª arribita¡±, relata Acosta. La lideresa de la comunidad recuerda que durante la primera noche alguien mand¨® guardar silencio para que el ganado no los escuchara. ¡°Las vacas buscaban a d¨®nde subirse para salvarse. ¡°Si hubieran alcanzado el techo nos hubi¨¦ramos ahogado todos¡±, asegura. Al d¨ªa siguiente, sus cad¨¢veres flotaban entre las corrientes de basura.
Las cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estiman que los da?os causados por la tormenta tropical Eta y el hurac¨¢n Iota fueron de aproximadamente 52.000 millones de lempiras (2.100 millones de euros, aproximadamente). Los terrenos quedaron destrozados, las cosechas se perdieron, los bananos, podridos, se tuvieron que cortar de ra¨ªz. ¡°Antes de la inundaci¨®n yo dec¨ªa que ten¨ªamos la vida hecha porque mi esposo hab¨ªa sembrado palma y ya estaba produciendo. Pero las lluvias la arrancaron y quedamos en nada. Todo se fue¡±, lamenta Acosta. Su comunidad qued¨® durante meses aislada, inaccesible por el barro que lo cubri¨® todo.
La comunidad sigue esperando una ayuda que tarda en llegar. ¡°Todo el apoyo recibido fue de gente de afuera, de asociaciones. El Gobierno no se acerca, llegaron un d¨ªa y, como decimos aqu¨ª, saludaron con sombrero ajeno. Dicen que no tienen fondos, nunca tienen. Nos sentimos completamente abandonados¡±, relata la lideresa.
¡°Cre¨ªamos que al llegar Xiomara Castro al poder iba a bajar el precio de las cosas, que se facilitar¨ªa un poco la vida, pero cada vez estamos peor¡±, se queja Mar¨ªa Magdalena Blanco. Tiene 62 a?os y lleva 11 trabajando como pepenadora. ¡°Es el ¨²nico trabajo que puedo tener. Al ser de la tercera edad, no encuentro otra cosa¡±, cuenta entre los zumbidos de las moscas y los graznidos de los zopilotes que hacen que su voz se escuche con dificultad. ¡°Los llamamos los limpiamundos porque se lo comen todo¡±, explica esta mujer, de las m¨¢s veteranas del basurero, con la mirada atenta en las aves carro?eras. ¡°Una tiene que resignarse a trabajar as¨ª para comer, la vida est¨¢ dura y la canasta muy alta. Y ser honrada en este pa¨ªs cuesta¡±, confiesa Blanco. Como el resto de sus compa?eras, no acaba su jornada hasta que llegue el ¨²ltimo cami¨®n de basura, entre la que se les van los d¨ªas, la salud y la vida.
¡°Los m¨¦dicos me dijeron que el asma que yo sufro fue lo que provoc¨® la muerte de los anteriores ni?os. Cuando me embarac¨¦, mi marido no me dej¨® trabajar m¨¢s¡±, confiesa Maritza. Todav¨ªa no se ha podido hacer una revisi¨®n para ver el estado de su embarazo. ¡°Creo que estoy de dos meses, no s¨¦ bien. Estoy esperando a que mi esposo cobre su quincena para ir al centro de salud¡±, afirma. Y, con una medio sonrisa que deja entrever un atisbo de esperanza, reconoce:
¨DSi todo sale bien, en cuanto tenga al beb¨¦ volver¨¦ a recolectar. Necesitamos el dinero y mi trabajo en el basurero para sacarlo adelante.
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