Ruanda: el silencio que esconde las heridas del alma

M¨¢s de una cuarta parte de los j¨®venes padece alg¨²n tipo de trastorno psicol¨®gico en este pa¨ªs, a¨²n golpeado por el genocidio de 1994. La salud mental se sigue asociando con la brujer¨ªa y, al igual que ocurre en casi toda ?frica, no merece suficientes recursos humanos y financieros

Ruanda
Taller de peluquer¨ªa en el Centro de J¨®venes de Kimisagara, en una barriada de Kigali.Albert Garcia

Richard tom¨® a escondidas pastillas ¡°contra la tristeza y la soledad¡±. Olivia asegura que nunca ir¨¢ a la consulta de un psic¨®logo por ¡°miedo¡± a que sus amigos se enteren. Bellefille ha aprendido a querer a su padre y a perdonar las atrocidades que cometi¨® hace 30 a?os gracias a una terapia familiar. Tity ha estrenado un espect¨¢culo basado en el trauma que sufri¨® de ni?o tras perder a su madre en el genocidio en Ruanda. Th¨¦ophile acaba de salir del hospital psiqui¨¢trico de Kigali y su hermana le ha dicho que no quiere volver a verlo. Celeste tuvo que dormir en la calle despu¨¦s de que su t¨ªo la echara de casa tras una crisis de epilepsia.

Ruanda es un pa¨ªs acostumbrado a los silencios y lo que estos j¨®venes no dicen es tan importante como su testimonio, que brota a cuentagotas entre el miedo, la verg¨¹enza o el alivio y ayuda a entender esta tierra herm¨¦tica y a¨²n impregnada de duelos. Sus habitantes han hecho esfuerzos para dejar atr¨¢s para siempre el genocidio de 1994, y se han alejado de ese horror sin hacer ruido, con prisa y a menudo sin ayuda profesional. Pero ?c¨®mo se logra vivir sin miedo en comunidad cuando el asesino es tu pariente, tu vecino o tu amigo? ?De qu¨¦ manera se cura un pa¨ªs roto? ?Es posible educar a los hijos con alegr¨ªa y con fe en el futuro cuando se han vivido semejantes atrocidades? Las preguntas se repiten en la cabeza del reci¨¦n llegado al caminar por las calles vibrantes y fren¨¦ticas de Kigali y al recorrer un pa¨ªs exuberante y generoso, donde la explosi¨®n de vida y colores colma la vista e inyecta inevitablemente levedad y alegr¨ªa. Solo los monumentos que recuerdan a las v¨ªctimas y un alto en el silencioso memorial del genocidio contra los tutsis recuerdan que la l¨ªnea entre la barbarie y la cordura es peligrosamente fr¨¢gil.

El Gobierno del presidente Paul Kagame ha predicado, con ¨¦xito, la necesidad de reconciliaci¨®n, progreso y fortaleza de esp¨ªritu y ha logrado pulir la imagen internacional del pa¨ªs, visto hoy como un modelo por vecinos y aliados pero criticado, por sus detractores y por la di¨¢spora ruandesa, como un sistema autoritario que coarta cualquier voz disonante. La salud mental es una de las prioridades de este Ejecutivo, aunque las autoridades admiten que no consiguen llegar a todos los ciudadanos, especialmente a los j¨®venes. Hasta hoy sacar el espinoso tema en una conversaci¨®n avinagra el ambiente, borra sonrisas y multiplica las puertas cerradas y los mensajes sin respuesta. Porque en Ruanda y en buena parte del continente africano, las enfermedades del alma siguen siendo un tab¨², tambi¨¦n para las nuevas generaciones, y una asignatura pendiente en los programas de salud. Adem¨¢s, en muchos lugares, a¨²n se vinculan al diablo y a la brujer¨ªa. ¡°Hay gente que prefiere ir a un curandero y cuando llega a nosotros el cuadro se ha agravado. Est¨¢ claro que cuesta mucho atravesar la puerta de este centro m¨¦dico debido a la estigmatizaci¨®n de estas dolencias. Hay que educar a la poblaci¨®n y a¨²n nos queda mucho camino¡±, afirma a este diario el doctor Rutakayile Bizoza, desde el gran hospital neuropsiqui¨¢trico Ndera de Kigali, la instituci¨®n ruandesa de referencia para enfermedades mentales.

En octubre de 2022, la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS) alert¨® de que 11 de cada 100.000 personas en ?frica se suicidan, una cifra superior al promedio mundial (9 por cada 100.000 personas), debido en parte a la escasez de medidas para abordar y prevenir los factores de riesgo, incluidas las enfermedades mentales, que aquejan actualmente a 116 millones de personas en el continente, frente a los 53 millones de afectados en 1990. La OMS y Unicef recalcan que los ni?os y j¨®venes son especialmente vulnerables y ?frica es un continente esencialmente compuesto por j¨®venes.

Denyse Amahirwe, especialista de protecci¨®n infantil en Unicef en Ruanda, considera que la pobreza material en la que muchos adolescentes viven impide en ocasiones reconocer su sufrimiento y saber pedir ayuda. ¡°Los chicos sienten que no son una prioridad. Por eso es muy importante la sensibilizaci¨®n de los j¨®venes, pero tambi¨¦n la de los educadores, asistentes sociales y padres, para luchar contra el estigma y el silencio¡±, recalca.

Hay cifras que resumen bien estas carencias: los pa¨ªses africanos destinan 50 c¨¦ntimos de d¨®lar a tratar problemas de salud mental, muy por debajo de los dos d¨®lares por persona recomendados por la ONU para los pa¨ªses de renta baja. Adem¨¢s, el continente cuenta con un psiquiatra por cada 500.000 habitantes, cien veces menos de lo recomendado por la OMS. En Ruanda, por ejemplo, hay actualmente 15 psiquiatras para una poblaci¨®n total que roza los 13 millones de personas, seg¨²n las cuentas de Bizoza. ¡°?Le parecen pocos?¡±, pregunta este psiquiatra, el m¨¢s veterano de todos los que ejercen en el pa¨ªs. ¡°Venimos de muy lejos. En torno al a?o 2000 ten¨ªamos solo uno para todo el pa¨ªs¡±.

Olivia

¡°El problema de los j¨®venes de Ruanda es que ni siquiera nos damos cuenta de que tenemos un problema¡±

Tres j¨®venes, una de ellas con su beb¨¦ en las espaldas, caminan por una calle del pueblo de Jur¨², en Ruanda, en junio de 2023.
Tres j¨®venes, una de ellas con su beb¨¦ en las espaldas, caminan por una calle del pueblo de Jur¨², en Ruanda, en junio de 2023.Albert Garcia

El juego de palabras de Olivia provoca la carcajada general de sus amigos en este caf¨¦ del centro de Kigali, aunque ninguno se atreve a contradecir a esta universitaria de 20 a?os. ¡°No sabemos reconocer que no estamos bien, que necesitamos ayuda, no aceptamos que los problemas psicol¨®gicos se tratan y se pueden curar¡±, prosigue esta estudiante de Econ¨®micas.

De lo que no se habla es como si nunca hubiera sucedido y la salud mental forma parte de esos silencios bien instaurados. ¡°Todo va bien¡±, responden autom¨¢ticamente estos j¨®venes a las preguntas inc¨®modas, m¨¢s interesados en fotografiarse sonrientes en la terraza del bar, desde la que se aprecian varias de las colinas que rodean la ciudad, y subir las im¨¢genes a Instagram.

¡°Solo por la noche, cuando la oscuridad se instala, oir¨¦is a veces retazos de verdad¡±, escribe la autora de Costa de Marfil V¨¦ronique Tadjo en su libro La sombra de Imana. Viaje hasta el fondo de Ruanda, publicado en 2000. Y cuesta traer ese ¡°retazo¡± de sinceridad a la conversaci¨®n con este grupo de universitarios, marcada m¨¢s bien por el pudor, la sorpresa y el recelo. No est¨¢n acostumbrados a hablar de salud mental con sus amigos, sus padres y mucho menos con una persona extra?a y de otra cultura. Creen que admitir un bache en sus emociones ser¨ªa visto como una debilidad que podr¨ªa tener un precio social muy alto: verse se?alado p¨²blicamente, perder relaciones, trabajos y estatus social.

¡°Por ejemplo, si alguien llega a esta mesa y dice que ha estado internado por problemas mentales, no s¨¦ si podr¨ªa ser amigo suyo. Me asustar¨ªa, no confiar¨ªa... Es horrible, lo s¨¦, pero mi mirada hacia esta persona cambiar¨ªa¡±, dice, casi avergonzado, Moise, de 22 a?os. ¡°La gente de nuestra edad aguanta, porque hay que ser fuerte y porque aqu¨ª no gastamos nuestro dinero en cuidar de la salud mental. Adem¨¢s, no confiamos en el otro, ni siquiera en el m¨¦dico. Podr¨ªa ser por ejemplo amigo de un amigo de nuestros padres y contarles todo... Los problemas salen a la luz solo cuando pierdes el control¡±, prosigue Olivia.

En el grupo de amigos, Richard, un chico de casi dos metros vestido con esmero para la cita, tarda en tomar la palabra. ¡°Yo he crecido sin mis padres, me he sentido solo siempre. La pobreza en la que vivo con mi abuela me mina la moral. He dejado la universidad porque no ten¨ªa con qu¨¦ pagarla y ahora trabajo, pero sue?o con seguir estudiando. En un momento, tom¨¦ unas pastillas que consegu¨ª por ah¨ª¡±, explica, ante la mirada sorprendida de sus compa?eros.

Un estudio del Gobierno sobre la salud mental publicado en Ruanda en 2018, que sigue us¨¢ndose como marco de referencia por autoridades y por ONG, muestra que en este peque?o pa¨ªs algunos indicadores superan la media regional, sobre todo entre los supervivientes del genocidio. Un 20% de los ciudadanos sufre alg¨²n tipo de problema mental y una de cada seis personas tiene depresi¨®n. Adem¨¢s, un 27,4% de los ruandeses de entre 14 y 25 a?os padece alg¨²n tipo de desorden psicol¨®gico y en el pa¨ªs no hay especialistas enfocados en salud mental del ni?o y del adolescente. Los conflictos familiares, desde la separaci¨®n de los padres hasta la violencia sexual contra los ni?os, la pobreza, el consumo de drogas, el genocidio, una exposici¨®n alta a las redes sociales, factores gen¨¦ticos, los embarazos en adolescentes y las malas compa?¨ªas figuran entre los principales detonantes de estos problemas, seg¨²n una evaluaci¨®n sobre la salud mental de los adolescentes ruandeses publicada por Unicef en 2020.

¡°El genocidio tambi¨¦n nos afecta¡±, apunta t¨ªmidamente Cynthia, entrando en ese terreno minado que los ruandeses por lo general evitan. ¡°Aunque no lo hayamos vivido, aunque no seamos hu¨¦rfanos, todas las familias est¨¢n marcadas. Hay padres que han asumido su trauma y pueden amar a sus hijos pero otros que no han podido con ello¡±, agrega esta chica de 25 a?os, que estudia Estad¨ªstica.

En 100 d¨ªas, entre abril y julio de 1994, m¨¢s de un mill¨®n de personas fueron asesinadas por sus vecinos, amigos o familiares en este pa¨ªs del este de ?frica. Los supervivientes sufrieron altos niveles de violencia f¨ªsica y psicol¨®gica que arrastraron y arrastran durante a?os. Hoy, en las calles de Kigali no se habla ni de hutus ni de tutsis, sino de ruandeses y mencionar en una conversaci¨®n p¨²blica estas diferencias ¨¦tnicas es visto como una falta de respeto y de tacto. El doctor Jean Damasc¨¨ne Iyamuremye es el responsable del programa de salud mental del Gobierno, implementado por el Centro Biom¨¦dico Ruand¨¦s (RBC, por sus siglas en ingl¨¦s). Es un m¨¦dico especializado en estr¨¦s postraum¨¢tico y saca a relucir sin reparos el impacto del genocidio en la poblaci¨®n, que oblig¨® al Gobierno a poner la salud mental sobre la mesa y a llevar a cabo una descentralizaci¨®n de la asistencia para poder brindarla en cada rinc¨®n del pa¨ªs.

El doctor Jean Damascene Iyamuremye, responsable de la divisi¨®n de salud mental en el Gobierno, implementado por el Centro Biom¨¦dico Ruand¨¦s (RBC, por sus siglas en ingl¨¦s), en su despacho de Kigali, en junio de 2023.
El doctor Jean Damascene Iyamuremye, responsable de la divisi¨®n de salud mental en el Gobierno, implementado por el Centro Biom¨¦dico Ruand¨¦s (RBC, por sus siglas en ingl¨¦s), en su despacho de Kigali, en junio de 2023.Albert Garcia

¡°Las atrocidades cometidas hicieron que las autoridades consideraran la salud mental como una cuesti¨®n esencial y urgente porque el n¨²mero de personas que necesitaban ayuda se multiplic¨®. Pr¨¢cticamente, el 100% de los ruandeses en esa ¨¦poca estaban traumatizados¡±, explica a este diario. ¡°Ahora tenemos que cuidar a nuestros j¨®venes porque son nuestro futuro. Y es cierto que, incluso aquellos que no estaban cuando ocurri¨® todo aquello, est¨¢n viviendo las consecuencias¡±, agrega.

Iyamuremye recalca que el reto que se ha impuesto el Gobierno de Kagame, en el poder desde 2000, es que en cualquier lugar de Ruanda un joven con trastornos psicol¨®gicos sepa d¨®nde lograr ayuda y se decida a hacerlo. Pero queda mucho camino por recorrer. Seg¨²n el estudio llevado a cabo en el pa¨ªs en 2018, un 61% de la poblaci¨®n ten¨ªa conocimiento de la existencia de los servicios de salud mental, pero solo un 5,3% de los habitantes los ha usado.

¡°El estigma sigue ah¨ª y tambi¨¦n afecta a los j¨®venes. Es individual, la gente piensa c¨®mo cambiar¨¢ la mirada de los dem¨¢s hacia ellos. Es social, porque las personas con problemas mentales son marginadas. Puedes ser el l¨ªder de tu comunidad, pero si saben que has estado internado por este tipo de problemas, tu reputaci¨®n se hunde. Y el estigma es tambi¨¦n profesional, porque los pacientes a¨²n no son tratados en todas partes con el respeto que se merecen. En nuestra cultura africana, donde la mayor¨ªa de la gente cree en Dios, la enfermedad mental se relaciona inevitablemente con el diablo, la brujer¨ªa y la posesi¨®n¡±, explica Iyamuremye.

La descentralizaci¨®n impulsada por el Gobierno hace que hoy, en cada pueblo de Ruanda, haya a poca distancia un centro comunitario con trabajadores entrenados en cuestiones de salud mental que saben al menos identificar que hay un problema y poner a los vecinos en contacto con un ambulatorio cercano. ¡°Pero la realidad es que no estamos llegando a todo el mundo. Por ejemplo, a los j¨®venes¡±, insiste Iyamuremye.

Para ello, es necesario hablar su lenguaje y las autoridades recurren a iniciativas como la de Michael Tesfay, inform¨¢tico de 28 a?os, que en una oficina del centro de Kigali est¨¢ ultimando una aplicaci¨®n especialmente dirigida a los j¨®venes ruandeses, que podr¨¢n recibir asistencia psicol¨®gica de forma an¨®nima. ¡°A trav¨¦s de ella se podr¨¢ pedir cita con un especialista, recibir ayuda en una videollamada y ser orientado a un centro m¨¦dico llegado el caso¡±, explica su creador, que ya ha recibido financiaci¨®n del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y espera un ¨²ltimo empuj¨®n financiero para que la aplicaci¨®n sea una realidad en pocos meses.

Bellefille

¡°No he sido feliz nunca¡±

¡°Pensaba todo el tiempo en lo mismo. Era un peso que cargaba sola. No ped¨ª ayuda a nadie porque aqu¨ª las cosas son as¨ª¡±, confiesa Bellefille, una chica de 19 a?os con ojos tan profundos como temerosos, en el peque?o pueblo de Jur¨², en el distrito de Bugesera, unos 50 kil¨®metros al sur de Kigali, una de las regiones m¨¢s castigadas por las atrocidades de 1994. ¡°No saber qu¨¦ hab¨ªa pasado con mi familia, con mis abuelos, me daba mucho miedo¡±, admite a su lado Alliance, de 14 a?os.

Las dos chicas conversan mientras pasean por los rojizos caminos de tierra bajo un cielo azul intenso y una luz cegadora. Es una imagen bella y armoniosa pero tras ella hay a?os de silencios y de duelo. Entre abril y julio, en Ruanda se multiplican las conmemoraciones del genocidio contra los tutsis. ¡°Kwibuka¡±, ¡°recordar¡± en ki?aruanda, la lengua local, se lee en las fachadas de numerosos edificios, en las calles, en la prensa. En ese periodo, una parte del pa¨ªs se columpia en la cuerda floja y, seg¨²n el experimentado psiquiatra Rutakayile Bizoza, las crisis, el estr¨¦s y la ansiedad aumentan entre ciudadanos de todas las edades. ¡°Todo vuelve. Vemos menos casos que hace algunos a?os, pero las crisis son m¨¢s graves. El estr¨¦s postraum¨¢tico se han transformado en depresi¨®n, esquizofrenia o trastorno bipolar¡±, explica.

Desde 2020, la organizaci¨®n internacional Interpeace, centrada en la construcci¨®n de una paz duradera en lugares de conflicto, lanz¨® en este distrito ruand¨¦s, con apoyo de la Uni¨®n Europea, un proyecto piloto para sanar el trauma social. Entre las actividades propuestas est¨¢ la terapia de familias, que usa el di¨¢logo para resolver conflictos, superar los bloqueos y fomentar la cohesi¨®n entre padres e hijos y entre vecinos. La idea, llevada a cabo junto con el Ministerio ruand¨¦s de Unidad Nacional, psic¨®logos y l¨ªderes comunitarios, es reunir en una misma sala a quienes cometieron cr¨ªmenes y a quienes los sufrieron y a sus descendientes. El ¨²nico prop¨®sito es que hablen.

Bellefille acababa de nacer cuando su padre fue encarcelado y nunca supo por qu¨¦ exactamente estaba preso. Su madre, Agnes, asegura, con mirada entristecida y culpable, que ella tampoco conoc¨ªa toda la verdad y no hab¨ªa tenido una conversaci¨®n sincera con su esposo durante a?os. ¡°Creo que ahora somos una familia por primera vez¡±, asegura.

¡°En la segunda reuni¨®n comenc¨¦ a contar cosas de las que nunca hab¨ªa hablado. Me sent¨ªa liberado. He pasado nueve a?os en la c¨¢rcel y mi hija ha sufrido mucho por eso: la han insultado y marginado en la escuela por las cosas horribles que yo hice¡±, cuenta Faustin Bizimana, su padre, un hombret¨®n recio de hombros ca¨ªdos y sonrisa apenada.

El genocidio en Ruanda hizo trizas pueblos como Jur¨², donde todo el mundo sabe qui¨¦n es qui¨¦n y la v¨ªctima y el verdugo viv¨ªan puerta con puerta. Bizimana asegura que entr¨® y sali¨® de la c¨¢rcel sin arrepentimiento. ¡°Pero ahora he pedido perd¨®n y mi familia me ha aceptado. Creo que estamos m¨¢s unidos, pero me han hecho falta a?os¡±, resume.

¡°Me sent¨ªa muy inc¨®moda al principio en esas reuniones. No hablaba, no sab¨ªa muy bien qu¨¦ hac¨ªamos all¨¢, pero luego fui viendo a otras personas de mi edad que hab¨ªan pasado por lo mismo y escuchar a mi padre me alivi¨®. Ahora tengo mejor relaci¨®n con ¨¦l que cuando no sab¨ªa nada¡±, agrega Bellefille.

Seg¨²n el estudio ruand¨¦s sobre salud mental de 2018, un 53% de las mujeres supervivientes del genocidio y un 48,8% de los hombres sufr¨ªan alg¨²n tipo de desorden mental, la mayor¨ªa depresi¨®n, trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico (PTSD, por sus siglas en ingl¨¦s) y ataques de p¨¢nico. Un 14% hab¨ªa recurrido a alg¨²n servicio de salud mental. Investigaciones recientes han subrayado tambi¨¦n que el trauma del genocidio se trasmite de padres a hijos. Seg¨²n Bizoza, entre los j¨®venes tambi¨¦n se registran casos de trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico, que no puede estrictamente diagnosticarse como tal puesto que falla la condici¨®n fundamental: haber sido testigos del acontecimiento que provoca la crisis. ¡°Pero tienen todos los dem¨¢s s¨ªntomas: p¨¢nico, alucinaciones, necesidad de aislarse y evitar ciertos lugares y personas...¡±, cita el psiquiatra. ¡°Tambi¨¦n se ha estudiado el PTSD transgeneracional, es decir, mujeres que estaban embarazadas durante el genocidio y que transmitieron hormonalmente el estr¨¦s y el miedo a morir al feto y ese ni?o al crecer guarda algo de eso, como si de alguna manera lo hubiera visto¡±, agrega.

A diferencia de hace algunos a?os, en los que durante este periodo de conmemoraciones hab¨ªa testimonios muy duros, pel¨ªculas y fotograf¨ªas que provocaban a¨²n m¨¢s crisis entre los j¨®venes, ¡°ahora el recuerdo es menos crudo y hay un mensaje de reconstrucci¨®n y resiliencia¡±. ¡°Se mira hacia adelante¡±, resume Bizoza, considerando que los intentos de reconciliaci¨®n entre perpetradores y v¨ªctimas, como los que se llevan a cabo en Bugesera, ¡°disminuyen el impacto emocional de lo ocurrido¡±.

Rutakayile Bizoza, el psiquiatra m¨¢s experimentado de Ruanda, posa a las puertas del hospital geropsiqui¨¢trico Ndera de Kigali, donde trabaja.
Rutakayile Bizoza, el psiquiatra m¨¢s experimentado de Ruanda, posa a las puertas del hospital geropsiqui¨¢trico Ndera de Kigali, donde trabaja.Albert Garcia

¡°Al principio fue todo muy dif¨ªcil, pero enseguida empez¨® a ser muy sencillo. Mi hija llevaba a?os preguntando d¨®nde estaban sus abuelos, pero en casa no habl¨¢bamos del tema, lo evit¨¢bamos. Nunca le hab¨ªa contado que los mat¨® uno de mis t¨ªos. Yo era un cr¨ªo y pas¨¦ a?os huyendo de ¨¦l por miedo¡±, explica con voz baja y tranquila Gerard Sibomana, de 42 a?os, padre de Alliance. ¡°Empezamos a sacar cosas que llev¨¢bamos a?os guardando y nos dimos cuenta de que ten¨ªamos el coraz¨®n endurecido. Creo que para mi hija fue especialmente importante que di¨¦ramos este paso¡±, agrega Asinati, su madre.

¡°Saber la verdad me ha hecho sentir que todo aquello qued¨® atr¨¢s. Ya est¨¢. Y participar en las reuniones me hizo darme cuenta de que lo que me pasaba a m¨ª les pasaba a otros. Estoy reconfortada¡±, dice Alliance.

Faustin y G¨¦rard, Agnes y Asinati, Bellefille y Alliance han terminado la terapia, pero han decidido seguir vi¨¦ndose. Ahora ya no necesitan salas de organismos p¨²blicos escondidas de las miradas de otros vecinos y se re¨²nen en sus propias casas. ¡°No queremos olvidar lo que hemos aprendido y nos gusta estar juntos. Hablamos, nos ayudamos entre nosotros, nos damos trabajo... y tambi¨¦n nuestras hijas quieren ser amigas¡±, explican.

Th¨¦ophile

¡°Nadie ve en nosotros ning¨²n valor¡±

Kigali huele a cilantro, a tierra reseca y a la gasolina escupida por los centenares de mototaxis. La ebullici¨®n y el ruido permanente de la ciudad parece desaf¨ªar al exuberante bosque que est¨¢ al acecho en las colinas circundantes. En la capital ruandesa todo parece ir bien, muy bien: es considerada un escenario ideal para las cumbres africanas, un lugar apetecible entre los inversores extranjeros, un destino del que algunas ONG prescinden por considerarlo ¡°la Suiza de ?frica¡±, un ejemplo regional por sus avances medioambientales y tecnol¨®gicos y uno de los sitios m¨¢s seguros de ?frica. ¡°Nadie va a robarle el m¨®vil o el reloj. ?Esto es Kigali!¡±, presumen, entre ofendidos y presuntuosos, los ruandeses. La ciudad es el marco perfecto para ese discurso oficial que predica la reconciliaci¨®n, la unidad, el progreso y el orgullo nacional, aunque rascando un poco aparezcan las primeras fisuras: el temor a hablar mal de las autoridades, la ausencia de oposici¨®n real al Gobierno de Kagame o los progresos acelerados que dejan fuera de juego a una parte importante de la poblaci¨®n del pa¨ªs, pobre, sin estudios o enferma.

En medio del barullo de la tarde, Th¨¦ophile, un hombre larguirucho y con mirada perdida, espera solo en la calle. Es uno de esos ciudadanos que enturbia la imagen de perfecci¨®n del pa¨ªs. Acaba de pasar dos semanas en el hospital Ndera ¡°por una nueva crisis violenta¡± y no sabe decir ni la edad que tiene. ¡°Unos 30¡±, dice, sin demasiado convencimiento. Asegura estar ¡°as¨ª desde siempre¡±. ¡°Es como una gran tristeza¡±, resume.

A su lado, Rose Umutesi pone nombres, detalles y fechas donde Th¨¦ophile no alcanza. ¡°Es una depresi¨®n profunda con brotes psic¨®ticos que pueden llegar a ser violentos. Ha llegado al hospital esposado por la polic¨ªa, se ha peleado en las calles, nunca ha podido trabajar y no toma bien la medicaci¨®n¡±.

Umutesi fund¨® en 2007 la asociaci¨®n Nouspr (acr¨®nimo de Organizaci¨®n nacional de usuarios y supervivientes de la psiquiatr¨ªa en Ruanda), seguida de la palabra Ubumuntu, que en ki?aruanda significa ¡°humanidad¡±. La entidad quiere defender los derechos m¨¢s b¨¢sicos de las personas con dificultades mentales, que se sienten discriminadas y maltratadas. En este momento, est¨¢ presente en 15 distritos del pa¨ªs, sobre un total de 30, y atiende a m¨¢s de 100.000 personas, la mayor¨ªa j¨®venes. ¡°Les ayudamos por ejemplo a obtener ayudas del Estado para alquilar una casa, defender sus derechos laborales o conseguir transporte p¨²blico, atenci¨®n m¨¦dica y tratamiento de forma totalmente gratuita¡±, resume la responsable.

Ruanda prev¨¦ un crecimiento del 6,3% del PIB este a?o, pero alrededor de un 50% de la poblaci¨®n vive con menos de dos euros al d¨ªa, es decir, es pobre. A Th¨¦ophile, Nouspr le ha ayudado a tener una vivienda social y una prestaci¨®n mensual de 7.000 francos ruandeses (5,5 euros) ya que no tiene ning¨²n ingreso y gran parte de su familia no quiere saber nada de ¨¦l debido a su enfermedad. Adem¨¢s, gracias a la entidad ha encontrado personas con las que hablar para ahuyentar la soledad. ¡°Porque si no todo es desprecio, pobreza. De parte de la sociedad, de nuestras familias¡±, explica.

¡°En el papel, el Gobierno quiere hacer cosas, pero en la pr¨¢ctica no entienden los retos de los enfermos, que no son tratados con dignidad. Yo recibo cada d¨ªa m¨¢s llamadas de gente. No damos a basto. Trabajo mano a mano con las autoridades, pero soy cr¨ªtica con ellas. Porque lo que nosotros hacemos, ese acompa?amiento, las autoridades no lo hacen¡±, insiste Umutesi.

Nouspr, que recibe apoyo de Sind, la agencia danesa de salud mental, y la Alianza Internacional de Discapacidad (International Dissability Alliance), entre otros, tambi¨¦n realiza programas de radio, da charlas en centros educativos y organiza conferencias para concienciar e informar. El doctor Iyamuremye, responsable del Gobierno, calcula que la salud mental representa el 10% del presupuesto total de salud de Ruanda. Y el gasto p¨²blico en salud alcanz¨® un 15% del total del presupuesto 2022-2023, seg¨²n las cifras oficiales del Ministerio de Finanzas.

¡°Nosotros recibimos unos 300 pacientes por d¨ªa en consulta y somos un equipo de 15 especialistas, cuatro de ellos psiquiatras. Yo soy responsable de una sala a la que llegan personas en recuperaci¨®n tras haber permanecido ingresadas unas dos semanas por una crisis. Suele haber un centenar de personas y yo dir¨ªa que el 70% son j¨®venes¡±, enumera el doctor Bizoza, del hospital Ndera de Kigali, explicando que la mayor¨ªa de estos pacientes de menos de 30 a?os tiene problemas provocados por el consumo de alcohol y drogas, pero tambi¨¦n hay esquizofrenia, depresi¨®n, epilepsia, transtorno bipolar y PTSD. ¡°Son m¨¢s abiertos que las personas de m¨¢s edad y cooperan. Algunos deciden abandonar las drogas, pero hay muchas reca¨ªdas¡±, asegura.

Pese a que el Gobierno ruand¨¦s trabaja por descentralizar los servicios de salud mental, Ndera sigue siendo la instituci¨®n de referencia del pa¨ªs, el destino de una parte importante de los enfermos y un nombre asociado al estigma que cargan estos pacientes.

¡°Tambi¨¦n hacemos tareas de sensibilizaci¨®n junto al Gobierno. Por ejemplo vamos a los pueblos y les hablamos en su lengua, con cercan¨ªa, para hacerles entender la importancia de recibir atenci¨®n a tiempo para que la enfermedad no se vuelva cr¨®nica, para garantizarles que no tiene nada que ver con la brujeria ni con los demonios ya que se trata y se puede curar¡±, explica Bizoza.

Tity

¡°Mi abuela ten¨ªa pesadillas horribles, ven¨ªa a mi cama todas las noches, me hablaba a¨²n dormida, aterrorizada, creyendo que hab¨ªa gente que iba a venir a matarnos¡±.

El core¨®grafo ruand¨¦s Tity Burava, de 29 a?os, posa en una calle de Kigali, en junio de 2023.
El core¨®grafo ruand¨¦s Tity Burava, de 29 a?os, posa en una calle de Kigali, en junio de 2023.Albert Garcia

Tity Burava creci¨® con ese miedo que no se atreve hasta hoy a llamar trauma, ¡°intentando adivinar si las personas eran buenas o malas¡±. Ahora ha plasmado su infancia en un espect¨¢culo de danza y baile llamado Musanabera, el nombre de su abuela, la persona que lo cri¨® despu¨¦s de que su madre fuera asesinada durante el genocidio. ¡°Ruanda est¨¢ lleno de esas mujeres fuertes: supervivientes heridas por lo ocurrido a las que les toc¨® ser protectoras y cuidadoras de ni?os como yo y educar huyendo del odio y de la rabia¡±, explica.

En su representaci¨®n habla del traumatismo heredado, el m¨¢s invisible de todos, que arrastran ruandeses como ¨¦l, que no vivieron las atrocidades cometidas hace casi tres d¨¦cadas pero las cargan como un pesado fardo por influencia de sus familias y del propio pa¨ªs.

¡°Mi obra es un mensaje para que la gente sepa entender, consolar y acompa?ar a las personas que viven ese sufrimiento y sobre todo a los j¨®venes, que hemos lidiado con esto solos, muchas veces sin hablar ni siquiera con amigos. Poner en marcha este espect¨¢culo me ha ayudado a sentirme mejor, a liberarme. Porque en Ruanda hemos usado mucho el teatro para hablar de esta carga que arrastramos como pa¨ªs, pero no para sacar a relucir el traumatismo de los j¨®venes¡±, asegura.

La obra de este core¨®grafo de 29 a?os fue estrenada el pasado mayo en un teatro de Kigali, coincidiendo con las conmemoraciones anuales del genocidio. ¡°Hubo gente que se acerc¨® a m¨ª despu¨¦s del espect¨¢culo para decirme que hab¨ªa hablado de la historia de su vida. Vino un chico dici¨¦ndome que su padre hab¨ªa matado a su madre durante el genocidio y que creci¨® totalmente solo porque la familia de su madre lo rechazo por ser el hijo del asesino y la de su padre por ser el hijo de su madre¡±, recuerda.

El arte tambi¨¦n es un instrumento de sanaci¨®n en el centro de j¨®venes Kimisagara, en una barriada de Kigali, que ha recibido apoyo del PNUD y por el que cada d¨ªa pasan centenares de adolescentes, muchos de ellos en situaciones de una vulnerabilidad preocupante. La salud mental no forma parte de sus prioridades, pero s¨ª de sus problemas urgentes, aunque muchos de ellos a¨²n no lo sepan: embarazos a edades tempranas, abusos sexuales, maltrato dentro de las familias... ¡°No podemos curarnos de algo que ni siquiera entendemos, as¨ª que primero debemos educarnos para encontrar soluciones, porque la curaci¨®n es un viaje¡±, explica la artista Jemima Kakizi, que colabora con el centro en terapias con j¨®venes a trav¨¦s de exposiciones y talleres art¨ªsticos.

Recientemente ha organizado la muestra Walk with me (Camina conmigo), en la que han colaborado una decena de artistas con el objetivo de que los espectadores tomen conciencia de la necesidad de cuidarse y expresar sus emociones. Con esta finalidad, la exposici¨®n est¨¢ viajando por diferentes escuelas y centros de j¨®venes del pa¨ªs. ¡°En Ruanda hay mucho traumatismo. Arrastramos las consecuencias del genocidio y ahora con la pandemia de la covid-19, mucha gente ha vuelto a quedarse aislada y expuesta, sobre todo los j¨®venes. En mis talleres intento crear un espacio de confianza para que los chicos hablen de lo que les est¨¢ pasando y poder as¨ª orientarlos¡±, explica Kakizi.

La artista presta especial atenci¨®n a las j¨®venes. ¡°Aqu¨ª hay madres de 15 y 16 a?os y no est¨¢n nada bien, pero no saben qu¨¦ hacer porque se ven solas en una especie de torbellino. Algunas han sido abandonadas por el padre de su hijo, por sus propias familias¡±, cita. Temas como la salud sexual, los derechos reproductivos, el embarazo adolescente o sus derechos legales como madres ocupan gran parte de sus talleres, a los que trae psic¨®logos, expertos en salud sexual y abogados.

¡°Los j¨®venes son abiertos y curiosos. Se acercan, inician una conversacion... En Ruanda estamos en una ¨¦poca de toma de conciencia. Ahora, mal que bien, todo el mundo comienza a saber qu¨¦ es una depresi¨®n, oyen hablar de eso en la radio, en la escuela... Otra cosa es c¨®mo reaccionan si les toca a ellos¡±, afirma.

A la sombra de un porche de este centro de j¨®venes, varias chicas se hacen trenzas en el cabello unas a otras. Dos de ellas, a¨²n menores de edad, llevan a sus beb¨¦s a la espalda. ¡°Depresi¨®n es estar enfadada. Ver a la gente feliz y odiarla por eso¡±, dice, mirando al suelo, una de ellas. La conversaci¨®n se detiene ah¨ª y la desconfianza se instala. Ninguna quiere hablar m¨¢s de su situaci¨®n personal, responden con monos¨ªlabos a las preguntas inc¨®modas y se concentran en el taller de peluquer¨ªa.

¡°La toma de conciencia de la importancia de la salud mental es esencial para estas chicas¡±, zanja Denyse Amahirwe, la especialista en protecci¨®n infantil de Unicef en Ruanda. ¡°Cuando son v¨ªctimas, ni siquiera se sienten heridas, se ven sobre todo como las culpables. Incluso los padres o el personal m¨¦dico pueden cuestionarlas si denuncian una violaci¨®n, por ejemplo. Y eso las traumatiza para siempre¡±.

Celeste

¡°No quiero volver al lugar del que vengo¡±.

Tres horas de carretera y caminos pedregosos separan Kigali del pueblo en el que vive Celeste (nombre ficticio), en el distrito Nyanza, al sur del pa¨ªs. La casa, humilde y desnuda, con suelo de tierra y sin agua corriente ni electricidad, est¨¢ lejos de todo, en lo alto de un sendero enmarcado por ¨¢rboles de pl¨¢tanos y aguacates. Celeste recibe a los reci¨¦n llegados con un abrazo sentido, feliz con la visita y con la ropa bonita que se ha puesto para la ocasi¨®n. En su historial m¨¦dico se mezclan la epilepsia, una ligera discapacidad intelectual, los malos tratos sufridos y un miedo y tristeza profundos.

La joven tiene 17 a?os, es hu¨¦rfana desde que era un beb¨¦ y se cri¨® con abuelos y despu¨¦s con un t¨ªo. Comenz¨® a tener problemas mentales a los 12 a?os y progresivamente se fue viendo marginada de la familia hasta que la echaron de casa y comenz¨® a vagar por las calles. ¡°Me quitaron todo, com¨ªa de lo que la gente me daba y dorm¨ªa donde pod¨ªa¡±, recuerda frot¨¢ndose, nerviosa, las manos.

Alg¨²n vecino alert¨® a los servicios sociales y Celeste recibi¨® atenci¨®n m¨¦dica y psicol¨®gica localmente aunque despu¨¦s pas¨® tres meses en la secci¨®n de psiquiatr¨ªa del hospital Ndera de Kigali. ¡°Nos llamaron para ver si pod¨ªamos acoger a una chica que ten¨ªa problemas. Dijimos que s¨ª sin conocerla porque siempre hemos sido una familia solidaria y activa en la comunidad¡±; explica Jean Damascene Mugarura, padre de familia. ¡°Ahora es nuestra hija tambi¨¦n, se puede quedar el tiempo que quiera¡±, corrobora su esposa, Primitiva.

La pareja, que tiene siete hijos y un nieto, fue a buscar a Celeste al hospital en noviembre de 2022. Ninguno de ellos tiene estudios ni es experto en salud mental. Tampoco han recibido una formaci¨®n espec¨ªfica, m¨¢s all¨¢ de los detalles sobre c¨®mo administrar los medicamentos que la joven debe tomar diariamente y que tienen que ir a buscar una vez al mes a 20 kil¨®metros de distancia. Su ¨²nica receta es el cari?o y la paciencia y parece funcionar. ¡°A veces hay momentos complicados, en los que no sabes qu¨¦ hacer. Celeste puede tener comportamientos incontrolables o irse de casa sola, pero cada vez ocurre menos¡±, afirma la madre de familia.

Desde hace varios a?os, Unicef colabora con el gobierno local en la sensibilizaci¨®n y formaci¨®n de profesores y trabajadores comunitarios en todo el pa¨ªs para que sepan identificar, acompa?ar y orientar a ni?os, adolescentes y a sus familias. En total, m¨¢s de 200.000 menores ruandeses han recibido apoyo psicol¨®gico o cuidados m¨¦dicos gracias a estos servicios de proteccion y bienestar repartidos por los 30 distritos de Ruanda. No obstante, en la evaluaci¨®n del panorama de la salud mental de los adolescentes en Ruanda publicada por la agencia de la ONU en 2020, Unicef concluy¨® que no existen estructuras ni se han formado recursos humanos espec¨ªficamente para atender a los adolescentes con problemas mentales e identific¨® puntos claves y acciones prioritarias para las autoridades.

¡°Los vecinos me dec¨ªan: ¡®pero si ya tienes los hijos que necesitas, para qu¨¦ complicarte la vida¡¯. No entienden que esto es una bendici¨®n¡±, se despide Mugarura. A su lado, Celeste saca de dentro una seguridad que sorprende, al decir adi¨®s, arropada por su nueva familia. ¡°Mi sue?o es estar donde estoy ahora. Por primera vez me siento segura y nadie me hace da?o¡±.

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