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Por qu¨¦ Divine, Chanceline y Bernadette son el futuro

Ruanda est¨¢ entre los primeros pa¨ªses del mundo en igualdad de g¨¦nero. Pero la generaci¨®n nacida tras el genocidio de 1994 y crecida durante la gran transformaci¨®n del pa¨ªs conoce bien la discriminaci¨®n de una sociedad a¨²n muy patriarcal. Ellas son el cambio

Ruanda es el sexto pa¨ªs en la lista del Foro Econ¨®mico Mundial por sus esfuerzos por reducir la brecha de g¨¦nero
Ruanda es el sexto pa¨ªs en la lista del Foro Econ¨®mico Mundial por sus esfuerzos por reducir la brecha de g¨¦neroCaterina Clerici

Sobre el papel, Ruanda est¨¢ a la cabeza del mundo en igualdad de g¨¦nero. El pa¨ªs africano presume de tener el porcentaje m¨¢s alto de mujeres en el Parlamento (67,5%) y, seg¨²n el Foro Econ¨®mico Mundial, ocupa el sexto puesto por sus esfuerzos por reducir la brecha de g¨¦nero, despu¨¦s de cuatro pa¨ªses escandinavos y Nicaragua. M¨¢s de dos d¨¦cadas despu¨¦s del genocidio de 1994, la pol¨ªtica promovida por el Gobierno ha llevado a la pr¨¢ctica el empoderamiento femenino a todos los niveles: educativo, econ¨®mico y pol¨ªtico. No obstante, aunque la generaci¨®n nacida tras el genocidio pudo votar por primera vez en agosto, los testimonios de su vida cotidiana muestran una realidad diferente.

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Divine, Chanceline y Bernadette son tres j¨®venes del campo. Nacieron despu¨¦s del genocidio en un pa¨ªs completamente diferente del de sus madres y abuelas. Aun as¨ª, pronto conocieron de cerca la discriminaci¨®n y la violencia, herencia del pasado reciente del pa¨ªs, y su sociedad todav¨ªa profundamente patriarcal. Hasta que no las vencieron, no comprendieron lo que significa la igualdad de g¨¦nero ni lograron retomar las riendas de su vida. Como muchas otras mujeres de su generaci¨®n, empezaron a creer en el cambio. Un cambio obra de las mujeres.

Divine, 22 a?os

Dos carpas blancas y espaciosas ocupan lo que hasta el dia anterior no hab¨ªa sido m¨¢s que una parcela de tierra dura y polvorienta en Bugesera, en el campo ruand¨¦s, ofreciendo sombra en el insoportable calor de la ma?ana. Es la estaci¨®n seca. En cuanto llegan los invitados, los hacen sentarse seg¨²n la familia a la que pertenecen: los del novio a la derecha, los de la novia a la izquierda. Las tiendas se llenan de docenas de gafas de sol, trajes coloridos y kitenges (telas). Algunos ni?os curiosos trepan a los aguacates cercanos para atisbar entre el follaje. El espect¨¢culo est¨¢ a punto de empezar.

¡°Gracias a todos por venir. Estamos aqu¨ª para celebrar la elecci¨®n del nuevo presidente¡±, comienza el maestro de ceremonias de la ocasi¨®n. Seg¨²n la tradici¨®n ruandesa, una boda no se reconoce como tal hasta que la familia del novio pide la mano de la novia a trav¨¦s de la intervenci¨®n de los sabios de ambas partes. Un hombre alto de cabello gris ¡ªel sabio del novio¡ª agradece a la familia de ella que acoja la fiesta y la obsequia con una botella de vino llamado Divine, como la joven.

¡°La otra vez que viniste, no dijiste cu¨¢l quer¨ªas¡±, bromea una voz desde la carpa de la novia. ¡°Ayer Divine conoci¨® a otro y ya se la hemos dado a ¨¦l. Pero puedes quedaros con su prima Murekatete¡±. El micr¨®fono pasa de mano en mano a medida que la farsa contin¨²a, hasta que, por fin, las familias coinciden en que nunca ha habido animadversi¨®n entre ellas. Se acepta la petici¨®n de Innocent Ntirengaya de casarse con Divine Uwamahoro, y tambi¨¦n la dote: ocho vacas que llevan horas mugiendo en un pasto pr¨®ximo.

Divine nunca pens¨® que se casar¨ªa tan joven. Solo tiene 22 a?os, aunque ya es madre a tiempo completo de Keza Leilla, de tres a?os y medio. Cuando, dos a?os antes, conoci¨® a Innocent en la boda de una amiga, supo al instante que se hab¨ªa enamorado. ¡°Lo que me cautiv¨® fue que conoc¨ªa muy bien mi historia y que no se ech¨® atr¨¢s¡±, recuerda. ¡°Siempre me escuch¨® y me acept¨® como soy¡±. Al final, los dos aparecen delante de los invitados. A su espalda, un pastor con traje tradicional y sombrero de vaquero arranca a cantar por la salud de las vacas y los novios. Ambas familias les dan sus bendiciones y hacen fotos.

Seg¨²n datos de Naciones Unidas, 95.000 ni?os quedaron hu¨¦rfanos durante el genocidio, y entre 250.000 y medio mill¨®n de mujeres fueron violadas. Una de ellas era la madre de Divine

Divine es hija de una violaci¨®n ocurrida durante el genocidio. Innocent es hu¨¦rfano. Perdi¨® a su padre en las masacres y, al poco tiempo, tambi¨¦n a su madre. Casi 25 a?os despu¨¦s, el nombre Ruanda sigue evocando en todo el mundo los 100 d¨ªas trascurridos entre abril y julio de 1994, en los que las vidas de 800.000 personas, en su mayoria tutsis, fueron arrancadas por los extremistas hutus. Seg¨²n datos de Naciones Unidas, 95.000 ni?os quedaron hu¨¦rfanos, y entre 250.000 y medio mill¨®n de mujeres fueron violadas. Una de ellas era la madre de Divine.

La generaci¨®n de Divine naci¨® en un contexto muy diferente al de la Ruanda anterior a 1994. El nuevo paradigma del g¨¦nero significaba igualdad de matriculaci¨®n para ambos sexos, tanto en la ense?anza primaria como en la secundaria, al tiempo que la nueva Constituci¨®n de 2003 introduc¨ªa cuotas extremas para aumentar la representaci¨®n femenina en todos los cargos del Gobierno. Cinco a?os despu¨¦s, el min¨²sculo Estado de ?frica oriental de casi 12 millones de habitantes salt¨® a los titulares por ser el primero en la historia en alcanzar una mayor¨ªa de mujeres en el Parlamento, con un 56%. En 2003, la cifra subi¨® a un 64%. Las mujeres se convirtieron en el rostro de la nueva Ruanda, en parte por voluntad pol¨ªtica, en parte como consecuencia directa del genocidio. El 94% de los acusados de participar en ¨¦l eran hombres, y un total del 70% de sus supervivientes eran mujeres.

En la boda, Verena Mukashuge, madre de Divine, est¨¢ sentada en la tercera fila y mira orgullosa a su hija, tan guapa con su traje de novia. Su marido muri¨® en el genocidio, y ella fue v¨ªctima de una violaci¨®n en grupo por parte de la milicia hutu. Al mismo tiempo que a ella violaron tambi¨¦n a su primera hija, que falleci¨® despu¨¦s de dar a luz. Arthur, su hu¨¦rfano, y Divine, la hija reci¨¦n nacida de Verena, se criaron en la misma casa que los hijos que esta tuvo con su segundo marido. ¡°No pod¨ªa quererlos¡±, confiesa vacilante la mujer, que hab¨ªa jurado no contar nunca a los ni?os c¨®mo fueron concebidos. Hasta que, un d¨ªa, conoci¨® a otra superviviente.

Esta le habl¨® de Solidaridad para el Desarrollo de las Viudas y los Hu¨¦rfanos a trav¨¦s del Trabajo y la Autopromoci¨®n (Sevota, por sus siglas en ingl¨¦s), una organizaci¨®n de viudas del genocidio e hijos fruto de violaciones cuyo objetivo es proporcionales apoyo econ¨®mico y psicol¨®gico. A diferencia de los hu¨¦rfanos del genocidio, los hijos nacidos de una violaci¨®n no tienen derecho a las ayudas del Gobierno y pueden vivir en la pobreza y estigmatizados por la comunidad. Cuando Verena se uni¨® a Sevota en 2008 con la esperanza de conseguir alguna ayuda para las matr¨ªculas de Arthur y Divine, se dio cuenta por primera vez de que su historia no ten¨ªa nada de especial. ¡°Al conocer a personas que hab¨ªan pasado lo mismo que yo, me sent¨ª casi curada¡±, recuerda. ¡°Ver que unos completos extra?os pod¨ªan entrar en nuestras vidas y preocuparse por estos ni?os me mostr¨® el camino para quererlos¡±.

¡°Ten¨ªamos que empezar a vivir otra vez¡±, recuerda Godeli¨¨ve Mukasarasi, de 58 a?os y fundadora de Sevota con una sonrisa serena. Despu¨¦s de presenciar c¨®mo violaban a su hija durante el genocidio y la mataban despu¨¦s junto con su marido y otras v¨ªctimas, Mukasarasi anim¨® a otras mujeres a declarar como testigos ante el Tribuna Penal Internacional para Ruanda de Arusha, en Tanzania. En el pasado, un violador recib¨ªa la misma condena que alguien que hab¨ªa robado una vaca. Gracias a su testimonio y a los de otros centenares de supervivientes, la violaci¨®n fue declarada por primera vez crimen contra la humanidad e instrumento de genocidio. ¡°La violencia sexual fue un paso en el proceso de destrucci¨®n del grupo tutsi. De destrucci¨®n del esp¨ªritu, de la voluntad de vivir y de la propia vida¡±, proclamaba la sentencia contra los perpetradores del genocidio en la zona de Butare. Pas¨® mucho tiempo antes de que la gente, incluidas Verena y la propia Divine, entendiese el significado de estas palabras.

¡°?Se puede imaginar lo que significa haber nacido de una violaci¨®n?¡±, pregunta Divine

A los 16 a?os, Divine descubri¨® la verdad por accidente. Cuando iba de camino a pedir el documento de identidad, sus dos hermanastros mayores le contaron que no era hija del hombre al que llamaba padre. Acorralada por la adolescente, Verena confes¨®. ¡°?Se puede imaginar lo que significa haber nacido de una violaci¨®n?¡±, pregunta Divine. ¡°Estuve una semana sin dirigir la palabra a mi madre despu¨¦s de enterarme. Luego la trat¨¦ como a una extra?a durante meses¡±. La joven empez¨® a encerrarse en un caparaz¨®n. ¡°En el colegio dej¨¦ de hablar. Me avergonzaba delante de mis amigas¡±. No entend¨ªa lo que hab¨ªa sufrido su madre. ¡°La verdad es que pens¨¦ que hab¨ªa sido infiel a mi padre. No sab¨ªa que la violaci¨®n se utilizaba como arma de guerra¡±. Divine no entend¨ªa la historia de su pa¨ªs ni la suya propia.

Igual que pas¨® con Verena, las cosas cambiaron para Divine cuando entr¨® a formar parte de unos de los muchos Clubes de la Paz organizados por Sevota para los ni?os fruto de las violaciones cometidas durante el genocidio. ¡°Me di cuenta de que no era la ¨²nica¡±, recuerda. Tambi¨¦n entendi¨® que no era culpa de su madre, ni tampoco de ella. Seg¨²n c¨¢lculos oficiales, hay entre 5.000 y 20.000 ni?os nacidos de las violaciones del genocidio. En el club de Divine, los psic¨®logos y los educadores les ense?aban a utilizar la terapia cognitivo-conductual para aliviar su trauma. Ahora sabe que d¨¢ndose golpecitos con dos dedos en la frente, los p¨®mulos, los brazos y las mu?ecas puede ahuyentar hasta los pensamientos mas oscuros. Unos gestos sencillos que, a su vez, ella ense?¨® a su madre.

¡°No va a desaparecer¡±. Divine lo sabe, y todav¨ªa la persigue la idea de que su madre no la quer¨ªa como a sus hermanos. Pero ahora la joven madre es consciente de que tiene una gran responsabilidad: ¡°Tenemos que tener cuidado con c¨®mo hablamos de ello a nuestros hijos. No quiero que mi trauma sea la herencia que le deje a mi hija¡±.

Chanceline, 16 a?os (y Abdul Jalim, 19 a?os)

Se acaba el curso en el Grupo Escolar Ntarama del distrito de Bugesera. Los alumnos han sacado los pupitres de las clases al patio, que est¨¢ enfrente del campo de f¨²tbol. 60 adolescentes, chicos y chicas de entre 16 y 20 a?os, est¨¢n listos para empezar el concurso. Unos ensayan pasos de baile, otros repiten poemas y otros arreglan el equipo de sonido. ¡°Somos capaces de luchar¡±, rapea Chanceline Umutoniwase junto con dos compa?eros de clase. ¡°Somos luchadoras. Mujeres empoderadas. Somos capaces, somos capaces¡±.

Claude Butera, encargado de dirigir el acto, trabaja para el Centro de Recursos de Hombres de Ruanda (Rwamrec, por sus siglas en ingl¨¦s), una asociaci¨®n que involucra a los chicos y a las chicas en la lucha contra los estereotipos y la violencia de g¨¦nero. De pie delante de los chavales, pregunta:

¡ª?Hay alguna diferencia entre la comida cocinada por un hombre y la cocinada por una mujer?¡±

¡ªNo, exclaman todos en respuesta.

¡ªQuien haya visto a su padre entrar en la cocina y cocinar, que levante la mano.

Nadie la levanta.

Butera empieza a dibujar el retrato del pasado en Ruanda. Los rugos, las caba?as tradicionales, ten¨ªan una entrada separada para las mujeres que conduc¨ªa directamente a la cocina. Las mujeres ten¨ªan que cocinar para sus maridos, que eran los ¨²nicos con derecho a comer carne y huevos. Las mujeres no iban al colegio, no se les permit¨ªa hablar en p¨²blico ni dar ¨®rdenes a los ni?os. Si ten¨ªan alg¨²n ingreso de la venta de los productos que cultivaban, sus maridos lo administraban.

Esta visi¨®n patriarcal de la sociedad se reforz¨® durante el colonialismo, bajo el dominio alem¨¢n y belga, hasta la independencia en 1961, sobre todo a causa de la Iglesia cat¨®lica. En la Ruanda posterior al genocidio existe por primera vez la igualdad entre hombres y mujeres, al menos seg¨²n la ley. En 1999 se reconoci¨® oficialmente el derecho de las mujeres a heredar propiedades. Pod¨ªan abrir una cuenta bancaria sin pedir permiso a su marido y se anim¨® a sus hijas a que fuesen al colegio, primero a primaria y luego a secundaria. Algunos derechos se han llegado a conocer con el t¨¦rmino de g¨¦nero, abreviatura de igualdad de g¨¦nero. No obstante, en opini¨®n de Butera, lo m¨¢s dif¨ªcil a¨²n est¨¢ por hacer, y es el cambio de mentalidad.

Chanceline tiene 16 a?os, el pelo corto y una mirada desafiante. Cuando sea mayor quiere ser cantante de afrobeat (tal vez como su ¨ªdolo, la nigeriana Tiwa Savage). Si no le sale bien (¡°?Y por qu¨¦ iba a salirme mal?¡±, se pregunta), se enrolar¨¢ en el Ej¨¦rcito, como su padre y Rose Kabuye, otro de sus ¨ªdolos. Kabuye es miembro del Parlamento. Tiene el grado de teniente coronel ¡ªhasta el momento es la mujer con la graduaci¨®n m¨¢s alta que ha servido en la Fuerzas Armadas de Ruanda¡ª, e hizo historia al conducir al Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s de vuelta al pa¨ªs a principios de la d¨¦cada de los noventa. En todo caso, Chanceline quiere ser una mujer fuerte que no dependa de su marido. Lo contrario de lo que le ense?aron.

En la Ruanda posterior al genocidio existe por primera vez la igualdad entre hombres y mujeres, al menos seg¨²n la ley

Tras la separaci¨®n de sus padres cuando ella ten¨ªa cinco a?os, la ni?a fue educada por su abuela siguiendo las antiguas normas. Pronto fue la ¨²nica mujer joven que quedaba en la casa. ¡°Mi abuela sol¨ªa decirme que ten¨ªa que hacer las tareas propias de las chicas, y que los chicos ten¨ªan otras ocupaciones¡±, recuerda. ¡°Pero estaba cansada porque siempre ten¨ªa que hacerlo todo para todos: cocinar, lavar los platos, hacer la colada... Ni siquiera ten¨ªa tiempo para los deberes¡±. En el colegio pasaba lo mismo. Chanceline y sus compa?eras de clase eran las ¨²nicas que ten¨ªan que cocinar y servir la comida en el comedor o quedarse depu¨¦s de clase a limpiar.

El primer d¨ªa de colegio, en el peque?o edificio situado a pocos kil¨®metros de la frontera con Ruanda, su nuevo tutor la puso en un aprieto con una extra?a pregunta: ¡°?Cu¨¢ntas chicas y cu¨¢ntos chicos tienen dos manos?¡± Mientras ella lo miraba atentamente en busca de una pista, el tutor, que se hab¨ªa formado en Rwamrec, respondi¨® sencillamente: ¡°Los dos ten¨¦is dos manos. No hay nada que una chica pueda hacer con sus manos que un chico no pueda hacer con las suyas, y viceversa¡±. A Chanceline enseguida le gust¨® la idea y empez¨® a ocuparse de las tareas que, hasta entonces, hab¨ªan sido ¡°solo para chicos¡±, como cortar le?a o pastorear vacas.

¡°Los chicos empezaron a burlarse de m¨ª y a llamarme marimacho, pero yo segu¨ª¡±, cuenta con un deje de orgullo en su voz suave. ¡°Les demostr¨¦ que pod¨ªa hacer lo mismo que ellos¡±. M¨¢s adelante, la joven se arm¨® de valor para repetirlo en casa y se atrevi¨® a pedir ayuda a sus hermanos. Recuerda que tard¨® un poco en conseguir que entendiesen que, si lo hac¨ªan, todos tendr¨ªan m¨¢s tiempo, pero, al cabo de un a?o, por fin empezaron a escuchar. Ahora, cuando acaba las clases y una parte de las tareas dom¨¦sticas puede hacer los deberes y, lo m¨¢s importante, ensayar las canciones que cantar¨¢ el domingo con su grupo.

Abdul Jalim Muvunyi, amigo y vecino de Chanceline, de 19 a?os, recibi¨® la misma educaci¨®n en el colegio, pero en su casa sus ¡°nuevas ideas¡± no fueron tan bien recibidas. Su familia vive en una peque?a parcela de Bugesera, a 15 minutos en bicicleta del colegio por un camino de tierra. A veces, por la tarde, cuando vuelven juntos a casa del instituto, Chanceline se queda un rato en el patio de Abdul Jalim a escuchar m¨²sica en su m¨®vil y cantar a coro. El chico, con la sudadera nueva todav¨ªa puesta a pesar del calor, se pone a barrer y a fregar el suelo.

¡°La primera vez que lo hice, mi padre me peg¨®, y lo mismo hac¨ªa si me ve¨ªa cocinando o trenzando hojas de palma¡±, recuerda. Pero el curso escolar est¨¢ acabando, y a estas alturas incluso su padre ¡ªque usa bast¨®n para caminar y deja un intenso olor a cerveza de banana dondequiera que va¡ª se ha acostumbrado a verlo ayudar en la cocina, as¨ª que ya no dice nada. Tiene m¨¢s de 70 a?os y perdi¨® a su primera mujer y a siete hijos en el genocidio. Luego se volvi¨® a casar y tiene cuatro hijos: una chica y tres chicos. Abdul Jalim es el mayor. Hasta hace un a?o, jam¨¢s se le habr¨ªa pasado a nadie por la cabeza que pudiese ayudar a su madre y a su hermana con las tareas dom¨¦sticas.

¡°En los pueblos, cuando la gente ve a un hombre haciendo las tareas de la casa que corresponden a las mujeres, dice que lo han envenenado¡±, cuenta Fidele Rutayisire, fundador de Rwamrec. La organizaci¨®n no forma en igualdad de g¨¦nero solamente a ni?os, sino tambi¨¦n a parejas de las zonas rurales, con el fin de reducir todas las formas de violencia dom¨¦stica, ya sea f¨ªsica, sexual o econ¨®mica cuando la mujer no tiene voz en la administraci¨®n de la econom¨ªa familiar. Los estudios sobre la violencia de g¨¦nero han demostrado que cuanto mayor es la brecha entre los ingresos del marido y los de la esposa, mayor es la probabilidad de que esta ¨²ltima sufra malos tratos. As¨ª lo muestra el trabajo de Anna Aizer publicado en 2010, Gender Wage Gap and Domestic Violence [La brecha salarial de g¨¦nero y la violencia dom¨¦stica].

En los pueblos, cuando la gente ve a un hombre haciendo las tareas de la casa que corresponden a las mujeres, dice que lo han envenenado

Ruanda es un pa¨ªs at¨ªpico. Tradicionalmente, las mujeres son las que mantienen a la familia. Ellas aportan el 88% de los ingresos familiares y, en consecuencia, deber¨ªan estar menos expuestas a ser v¨ªctimas de la violencia. Sin embargo, el 34% declara haberla sufrido, ya sea violencia f¨ªsica o sexual, por parte de su pareja. Con todo, el porcentaje es inferior al de la mayor¨ªa de los pa¨ªses de la regi¨®n. En Uganda, por ejemplo, es del 50%. ¡°A pesar de todo, seguimos teniendo demasiados hombres que callan y creen que tienen que ser el jefe de la casa. Nos encontramos con la resistencia de los hombres que se niegan a renunciar a sus privilegios y a su poder¡±, denuncia Rutayisire, que tiene su esperanza puesta en las nuevas generaciones. Entre los menores de 55 a?os, prosigue, ¡°los hombres siguen siendo la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Nunca lograremos la igualdad de g¨¦nero a menos que consigamos que se involucren¡±.

Cuando termina de barrer, Abdul Jalim se pone a lavar los platos. Conoce bien la violencia dom¨¦stica. Cuando algo va mal en casa, su padre pega a su madre. Una de las cosas que el joven ha aprendido en el colegio es que, a menudo, igualdad de g¨¦nero y violencia van estrechamente unidas. Esa es la raz¨®n de que decidiese convertirse en el cabeza de familia, pero de acuerdo con sus propias nuevas normas. Abdul Jalib ayuda a su hermana a preparar la cena, y cada vez que sus padres se pelean, se arma de valor para intervenir. ¡°Mi madre ha entendido lo que intento hacer y est¨¢ muy contenta¡±, cuenta con orgullo. ¡°Una vez me dijo que, si sigo haci¨¦ndolo, a lo mejor alg¨²n d¨ªa incluso mi padre cambiar¨¢ su manera de pensar¡±.

Bernadette, 18 a?os

Como todos los fines de semana, el s¨¢bado por la ma?ana, toca f¨²tbol. A menos de una hora de Kigali, el campo de tierra roja interrumpe el verde de la colina cubierta de bananeros. Dos equipos de chicas juegan mientras un grupo de ni?os las vitorea desde la poca sombra que han podido encontrar junto a las bandas. Cuando termina el partido, las jugadoras, todas adolescentes y preadolescentes, se les acercan, beben agua fresca o se la echan unas a otras por la cabeza. Algunas dan el pecho a los m¨¢s peque?os del p¨²blico. Todas hablan del reci¨¦n llegado, y es que una de sus amigas ha dado a luz esta ma?ana.

Las chicas del Centro Marembo tienen historias muy largas para sus cortas vidas. Alice fue violada por un compa?ero de clase que la dej¨® embarazada; Josiane se escap¨® de casa porque su madre no le permit¨ªa que acabase sus estudios, y la madre del peque?o Olivier sufri¨® los abusos sexuales de su padre, as¨ª que el beb¨¦ es, al mismo tiempo, su hijo y su hermano. Muchas de ellas son menores y tienen enfermedades de transmisi¨®n sexual. Actualmente, el Centro Marembo, que acoge a unas 70 chicas, es el ¨²nico refugio de Ruanda para ni?as de la calle y madres y embarazadas adolescentes v¨ªctimas de abusos.

Bernadette Kabakesha, de 18 a?os, lleg¨® aqu¨ª por primera vez en 2015 embarazada de tres meses. Ahora todo el mundo la llama Mama Christian por el nombre de su hijo. Para ella, la vida no consiste m¨¢s que en volver a empezar. Cuando era ni?a nunca tuvo un verdadero hogar, ya que, tras la muerte de su padre y luego de su madre, la criaron muchos parientes diferentes. La maltrataron, le impidieron ir al colegio y la obligaron a trabajar para la familia que la hospedaba. Hasta que un d¨ªa su prima, a la que adora, acept¨® acogerla en su casa, pero su marido la viol¨®.

Poco despu¨¦s, Bernadette se puso enferma y, como no sab¨ªa qu¨¦ le pod¨ªa pasar, fue al hospital, donde se enter¨® de que estaba embarazada de un par de meses. Aterrorizada ante la posibilidad de que su prima pudiese descubrirlo, decidi¨® huir. Subi¨® a un autob¨²s y viaj¨® durante horas, hasta que por fin lleg¨® a su pueblo natal, donde todav¨ªa viv¨ªa su abuela. Cuando estuvieron juntas, acudieron a un centro One Stop, una de las numerosas comisar¨ªas de polic¨ªa equipadas con cl¨ªnicas para las v¨ªctimas de violaciones y maltrato creadas por el Gobierno en 2011. La prueba de ADN dej¨® pocas dudas sobre la paternidad del ni?o, y el violador fue detenido y encarcelado. Pero Bernadette no ten¨ªa a d¨®nde ir. Para evitar que acabase con su prima, esposa del violador ¡ªuna posibilidad propuesta por la familia de este con el fin de aliviar su condena¡ª, Nicolette Nsabimana, fundadora y directora del Centro Marembo, dio a la futura madre y a su beb¨¦ una plaza en el refugio.

En Ruanda, una de cada tres mujeres ha sido v¨ªctima de violencia

¡°Mi vida cambi¨® en el momento en que fui a la polic¨ªa¡±, afirma Bernadette sin dudarlo. ¡°Entonces retom¨¦ las riendas de mi vida¡±.

Seg¨²n el informe Pol¨ªtica Nacional contra la Violencia de G¨¦nero de 2011, actualmente, en Ruanda una de cada tres mujeres ha sido v¨ªctima de violencia. La voluntad pol¨ªtica del pa¨ªs de combatirla surgi¨® directamente del impulso a favor de la liberaci¨®n de las mujeres que sigui¨® al genocidio en un ¡°contexto de mujeres con problemas¡±, en palabras del Ministerio de G¨¦nero y Promoci¨®n de la Familia. En 2008, nada m¨¢s sorprender al mundo con su reci¨¦n obtenida mayor¨ªa femenina en el Parlamento, las diputadas ruandesas aprovecharon su n¨²mero para proponer una ley para la prevenci¨®n y la penalizaci¨®n de la violencia de g¨¦nero. Fue la primera vez en la historia del pa¨ªs que una ley se redactaba en su totalidad en el Parlamento, en vez de ser impulsada por el Ejecutivo.

Durante los a?os siguientes ¡ªhasta 2011, cuando por fin entr¨® en vigor¡ª, la ley contribuy¨® a poner en marcha una compleja maquinaria de g¨¦nero destinada a promover y proteger los derechos de las mujeres, con un ministerio propio, una oficina de g¨¦nero para la Polic¨ªa y el Ej¨¦rcito, y los centros One Stop. Equipados con personal policial, m¨¦dico y legal, su objetivo es ser refugios capaces de dar soluci¨®n a las consecuencias f¨ªsicas, psicol¨®gicas y legales de la violencia contra las mujeres, en los que se pueda encontrar apoyo lo antes posible. Al cabo de ocho a?os de la apertura del primero, el pa¨ªs cuenta con 41 centros One Stop, tambi¨¦n llamados Isange, que significa est¨¢s en tu casa.

¡°Puede parecer contradictorio, pero da la impresi¨®n de que, cuantos m¨¢s centros hay, mayor es la incidencia de la violencia. La causa es que las mujeres han empezado a pedir ayuda¡±, explica Godfrey Mugabo, coordinador del programa de centros One Stop en el ministerio. Lo mismo que hicieron Bernadette y tantas otras chicas del centro, que acudieron a ¨¦l para poner una denuncia, y despu¨¦s para dar a luz. Sin embargo, en opini¨®n de Nicolette, abogada de carrera y directora del Centro Marembo, no hay justicia hasta que no hay reparaci¨®n. ¡°En los casos de violaci¨®n o violencia de g¨¦nero, apenas hay pruebas a menos que acaben en embarazo. En consecuencia, es casi imposible que el perpetrador acabe condenado¡±, a?ade. Y con el castigo no basta. ¡°No puede ser que una ni?a se encuentre viviendo en la calle con 12 a?os. Tiene derecho a una familia, a una casa, al alimento. El derecho a un mecanismo de apoyo que la ayude a crecer y convertirse en una persona y en una ciudadana fuerte¡±.

El escritorio del despacho de la directora est¨¢ cubierto de fotograf¨ªas y dibujos de ni?os, y los hu¨¦spedes m¨¢s j¨®venes del centro no paran de entrar para decirle hola, pedirle un abrazo o contarle un secreto. Todos la llaman mami. Nicolette, que creci¨® en Burundi como refugiada, era uno de los ocho hermanos criados por su madre viuda, que sab¨ªa leer y escribir, pero poco m¨¢s. Aun as¨ª, ense?¨® a sus hijas a ser fuertes. ¡°Las cinco chicas crecimos envidiando los privilegios de los chicos, pero sab¨ªamos que si nos esforz¨¢bamos como nuestra madre llegar¨ªamos a ser tan fuertes como ella¡±. Nicolette ha intentado transmitir el mismo mensaje a las j¨®venes del centro, que m¨¢s que un refugio se ha convertido en un espacio de rehabilitaci¨®n. Sus hu¨¦spedes reciben apoyo para superar las experiencias traum¨¢ticas, pero tambi¨¦n toda la educaci¨®n que no tuvieron antes: formaci¨®n profesional, para convertirse en madres, y tambi¨¦n sobre sexualidad y derechos de las mujeres. ¡°Antes de venir aqu¨ª ni siquiera conoc¨ªan sus derechos ni sab¨ªan que los ten¨ªan¡±, recuerda Nicolette con voz dura. Y eso a pesar de que ya sab¨ªan perfectamente que Ruanda pose¨ªa el r¨¦cord mundial de mujeres en el Gobierno.

¡°El hecho de que tantas mujeres entrasen en la pol¨ªtica institucional priv¨® a la sociedad civil de sus activistas¡±, explica Pamela Abbott, profesora honoraria de la Universidad de Aberdeen y experta en estudios de g¨¦nero en Ruanda. ¡°En los a?os posteriores al genocidio hab¨ªa muchas mujeres pol¨ªticamente activas, pero esa energ¨ªa fue absorbida por las diferentes instituciones gubernamentales¡±, prosigue. Las l¨ªderes de los derechos de las mujeres del pa¨ªs se convirtieron en parte del sistema y ya no estuvieron en condiciones de criticarlo. Nicolette es una de las pocas mujeres de la pol¨ªtica que ha tomado el camino contrario. Abandon¨® su puesto en la alcald¨ªa de Kigali para dedicar su vida al centro tras conocer a una ni?a de 11 a?os que amamantaba a su beb¨¦ y viv¨ªa en la calle. Considera vital que sus ¡°alumnas¡±, como ella las llama, se conviertan en transmisoras de su mensaje.

Bernadette sopla la taza para que se enfr¨ªe el chocolate caliente con leche que acaba de preparar para Christian. Hace un momento ha terminado de ba?arlo en un barre?ito de pl¨¢stico que a¨²n sigue en el suelo. ¡°A lo mejor era lo que Dios quer¨ªa¡±, dice de su hijo, que tiene poco m¨¢s de un a?o. Tard¨® mucho en entender que estaba embarazada. Los primeros meses cre¨ªa que ten¨ªa lombrices. Pero todav¨ªa tard¨® m¨¢s en entender que lo que hab¨ªa pasado no era pecado, y que ten¨ªa que cuidar de la persona a la que iba a dar a luz. ¡°Si intento quererlo, ¨¦l har¨¢ lo mismo conmigo. Espero llegar a ser una buena madre¡±.

Los dos viven en la misma habitaci¨®n con otras tres chicas y un beb¨¦. El cuarto no tiene m¨¢s que unos metros cuadrados, suficientes para las dos literas y un par de maletas que contienen toda su vida. Las j¨®venes madres comparten las camas de abajo con sus hijos, mientras que las otras dos chicas ocupan las de arriba. Bernadette y Chantal, su compa?era de litera, r¨ªen con su pel¨ªcula favorita. Es un cl¨¢sico de Bollywood que cuenta la historia de una joven hu¨¦rfana maltratada por su familia adoptiva. El final feliz llega cuando se escapa y se va a vivir con el chico al que ama.

Ya es tarde. Bernadette se pone un vestido marr¨®n y se prepara para las clases de formaci¨®n profesional en un aula del centro. Va a clase de costura. All¨ª ha aprendido tambi¨¦n a hacer camisetas y pantalones a juego para Christian. Desde que empez¨® a trabajar, lo tiene todo planeado para ella y su beb¨¦. Ser¨¢ modista profesional, ganar¨¢ dinero, comprar¨¢ un terreno barato en una zona rural y esperar¨¢ a que un gran promotor llegue y se lo compre. Entonces habr¨¢ ganado lo suficiente para comprar una casa grande en Kigali para ella y Christian. Desde all¨ª seguir¨¢ dirigiendo su negocio. ¡°Y, desde luego, ser¨¦ una activista como mami¡±, a?ade. A Bernadette le encanta hacer planes y pensar en el futuro, como le ha ense?ado Nicolette, para que su hijo no tenga que sufrir lo que sufri¨® ella y los dos no necesiten depender de nadie que los mantenga.

El genocidio

El tribunal de Arusha

La ¨¦poca colonial

Entre abril y junio de 1994, Ruanda vivi¨® uno de los genocidios m¨¢s sangrientos de la historia. En tan solo 100 d¨ªas, m¨¢s de 800.000 personas, la mayor¨ªa de ellas tutsis, fueron asesinadas por extremistas hutus en su mayor parte. M¨¢s de 100.000 ni?os se quedaron hu¨¦rfanos, y entre 250.000 y 500.000 mujeres fueron violadas. El genocidio se perpetr¨® durante la guerra civil (1990-1994) que enfrent¨® al Gobierno hutu con el Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s (FPR), compuesto sobre todo por refugiados tutsis. El partido, liderado por Paul Kagame, se hizo con el control del pa¨ªs en julio de 1994, poniendo fin al genocidio y a la guerra, que ocasion¨® m¨¢s de dos millones de refugiados. Kagame es presidente de Ruanda desde 2000, y en agosto de 2017 fue reelegido por tercera vez con el 98% de los votos.

El Tribunal Penal Internacional para Ruanda creado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas tiene su sede en Arusha, en Tanzania, y ha desempe?ado un papel decisivo a la hora de definir el concepto de genocidio. Fue el primer tribunal internacional en incluir la violaci¨®n en la ley penal internacional, reconoci¨¦ndola como instrumento genocida. Durante el Proceso de Arusha, en el llamado "juicio contra los medios del odio", se declar¨® culpables por primera vez a varios profesionales de los medios de comunicaci¨®n por haber emitido programas incitando al genocidio.

En ¨¦poca colonial, Ruanda fue motivo de tensiones entre B¨¦lgica, Inglaterra y Alemania debido a su posici¨®n estrat¨¦gica entre los tres imperios. En la Conferencia de Berl¨ªn de 1885, el pa¨ªs africano y su vecino Burundi fueron asignados a Alemania. Sin embargo, cuando termin¨® la Primera Guerra Mundial se traspasaron a B¨¦lgica en cumplimiento de un mandato emitido por la Sociedad de Naciones en 1923. En Ruanda, las potencias coloniales gobernaron sirvi¨¦ndose de la estructura pol¨ªtica anterior ¡ªa cuyo frente hab¨ªa un rey (mwami)¡ª, favorable a los tutsis. No obstante, antes de la llegada de los belgas, los tutsis, los hutus y los twas no eran etnias, sino m¨¢s bien castas. Incluso era posible que una persona pasase de un grupo a otro, y los tres compart¨ªan (y siguen compartiendo) la lengua y las costumbres. Antes de la cristianizaci¨®n del pa¨ªs, tutsis, hutus y twas cre¨ªan tambi¨¦n en el mismo dios (Imana). Fueron los colonizadores belgas, con el apoyo de la Iglesia cat¨®lica, los que dividieron a la poblaci¨®n seg¨²n criterios ¨¦tnicos. En 1933, todos los ruandeses estaban obligados a tener un documento de identidad ¨¦tnica, que m¨¢s tarde se utiliz¨® para identificar a las v¨ªctimas durante el genocidio. En ¨¦poca colonial, los belgas favorecieron a los tutsis. Ensalzaban su "sofisticaci¨®n" y los llamaban "el pueblo elegido". En cuanto la ¨¦lite tutsi cay¨® en la tentaci¨®n de la descolonizaci¨®n, los belgas rompieron su alianza y apoyaron a los hutus cuando el pa¨ªs declar¨® su independencia en 1962. En este contexto se produjeron las primeras matanzas de tutsis y la ideolog¨ªa racista empez¨® a ganar terreno entre los altos funcionarios del Gobierno hutu y sus servicios secretos. El racismo convirti¨® r¨¢pidamente a los tutsis en una minor¨ªa odiada, y alcanz¨® su apogeo en los a?os del genocidio.

Este proyecto ha contado con el apoyo de una beca para la Innovaci¨®n en la Informaci¨®n sobre el Desarrollo del Centro Europeo de Periodismo.?

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