Saldar la gran deuda con el legado africano de los esclavos en Argentina
El documental ¡®Macongo, la C¨®rdoba africana¡¯ cuenta c¨®mo los afrodescendientes en el pa¨ªs sudamericano quieren honrar a sus antepasados
Las mercanc¨ªas de los grandes negocios de dudosa ¨¦tica cambian con el tiempo, pero el ensue?o del lucro may¨²sculo que hoy conocemos es, probablemente, el mismo que animaba a los tratantes de esclavos de hace apenas un siglo y medio. Hasta bien entrado el siglo XIX hubo personas que fueron llevadas contra su voluntad desde las costas de ?frica Occidental hasta el sur del continente americano, pasando o no por los mercados de esclavos de alguna ciudad espa?ola o portuguesa, y que fueron desembarcadas en Buenos Aires o Montevideo, como antes lo hab¨ªan hecho en el Caribe.
¡°En 1886, un decreto anticip¨® la supresi¨®n y dej¨® en libertad a los ¨²ltimos 25.000 esclavos del Reino de Espa?a¡±, afirma Jos¨¦ Antonio Piqueras, en su reciente libro El antiesclavismo en Espa?a y sus adversarios (Editorial Catarata). ¡°Espa?a se convertir¨ªa en el ¨²ltimo pa¨ªs de Europa, el pen¨²ltimo pa¨ªs del mundo occidental, en abolir la esclavitud¡±, agrega.
Los rastros de esa trata impregnaron todos los rincones de la geograf¨ªa de Am¨¦rica, aunque a uno y otro lado del oc¨¦ano sigan existiendo quienes niegan los procesos colonialistas y hasta la negritud que corre por sus propias venas. De ah¨ª el valor de rescatar testimonios de quienes se atreven a reconocerse afrodescendientes en un pa¨ªs como Argentina, en el que a¨²n en la actualidad se oye aquello de que ¡°los argentinos son todos blancos¡± (en referencia a los or¨ªgenes europeos de la inmigraci¨®n de los siglos XIX y XX).
Uno de estos registros es el del documentalista Pablo C¨¦sar (Buenos Aires, 1962), que acaba de dar a conocer su pel¨ªcula Macongo, la C¨®rdoba africana (disponible en plataformas web), sobre la herencia de ?frica en esa rica provincia argentina. Con este t¨ªtulo, el realizador arranca una serie de filmes que abordar¨¢n el asunto de la huella del comercio atl¨¢ntico de personas en diferentes regiones de lo que fue el territorio de los virreinatos del Per¨² y de su escisi¨®n posterior, el del R¨ªo de la Plata.
¡°A lo largo de cuatro siglos los espa?oles introdujeron en Am¨¦rica a m¨¢s de 2,3 millones de africanos esclavizados¡±, apunta Piqueras en su libro, donde afirma que ¡°el R¨ªo de la Plata prohibi¨® la trata en 1812 y la mantuvo tolerada en a?os posteriores¡±.
El catedr¨¢tico, que dirige la c¨¢tedra Unesco de Esclavitudes y Afrodescendencia, destaca la discordancia temporal del abolicionismo en las diferentes potencias coloniales, ya que estas ideas ¡ªsea por imperativo moral o por presi¨®n social¡ª ganan peso, en el siglo XVIII, entre las autoridades en Francia, Gran Breta?a y los Estados Unidos. Mientras tanto, ¡°despega la econom¨ªa esclavista en el Caribe espa?ol¡± y ¡°en los valles pr¨®ximos a Lima, y avanza la demanda de esclavos para la agricultura y la ganader¨ªa en el R¨ªo de la Plata¡±.
El factor que s¨ª frena las nuevas llegadas a las colonias espa?olas est¨¢ intr¨ªnsecamente ligado al racismo, aun a costa de da?ar la obtenci¨®n de dividendos. Como muestra, bastan los discursos que registran las actas de la ¨¦poca. Por ejemplo, Jos¨¦ Mej¨ªa Lequerica, diputado por Quito, advirti¨® en las Cortes espa?olas reunidas en C¨¢diz, en marzo de 1811, de que ¡°la situaci¨®n en muchas provincias de Am¨¦rica era precaria debido al elevado n¨²mero de esclavos que eran introducidos, llamando con ello la atenci¨®n sobre el desequilibrio social y racial que estaba produci¨¦ndose¡±, seg¨²n consigna Piqueras. No clamaba por abolir la trata, pues aquel era ¡°un negocio que requiere meditaci¨®n, pulso y tino¡± para no da?ar los intereses de los due?os de esclavos, pero s¨ª a moderar las introducciones para no seguir contribuyendo al oscurecimiento de la piel de las poblaciones o al levantamiento conjunto, seg¨²n se deduce de sus alegaciones. Recu¨¦rdese que los colonos ¡ªtanto franceses como espa?oles¡ª hab¨ªan tomado buena nota de lo lejos que pod¨ªa llegar cualquier revuelta, a partir de la rebeli¨®n de esclavos del bosque Caim¨¢n, en la colonia Saint Domingue, en agosto de 1791, que sent¨® las bases para la declaraci¨®n de independencia de Hait¨ª, en 1804.
Nativos con nombre africano
¡°El mestizaje fue lo que hizo ¡®desaparecer¡¯, en un principio, al morador afrodescendiente de la vista de los dem¨¢s y confundir ese mestizaje con los pueblos originarios para olvidar (o pretenderlo) algo tan vergonzoso como es la esclavizaci¨®n de un humano a otro¡±, apunta, por su parte, el realizador Pablo C¨¦sar, consultado por correo electr¨®nico.
En realidad, ese mestizaje que contribuy¨® a aclarar pieles en Sudam¨¦rica, tambi¨¦n se produc¨ªa cuando los esclavizados se escapaban de sus patrones y se iban a vivir con los nativos de los pueblos originarios, seg¨²n se explica en el filme Macongo. Esta convivencia dio lugar a figuras m¨ªticas que, en el imaginario popular, trascendieron como ind¨ªgenas antes que como afrodescendientes; este es el caso del Indio Bamba, como reconocen los historiadores a los que entrevista C¨¦sar en su documental.
Todo parece destinado a eliminar la palabra ¡°esclavo¡± de las conversaciones sobre historia argentina. La ¨²nica excepci¨®n ha sido la caricaturesca negritud de las empleadas dom¨¦sticas del siglo XIX en los manuales de texto o los actos escolares en los que se representan escenas de los pr¨®ceres criollos (blancos y formados en Europa). De ah¨ª la afirmaci¨®n de C¨¦sar, que ha rodado nueve pel¨ªculas en coproducci¨®n con pa¨ªses africanos: ¡°Sent¨ª el deber y tambi¨¦n la pasi¨®n de mostrar todo lo que iba descubriendo acerca del silencio sobre las ra¨ªces africanas en mi pa¨ªs¡±.
A este realizador le preguntamos acerca de lo que m¨¢s se ignora en lo referente a las personas esclavizadas en el R¨ªo de la Plata. Tenemos ¡°una gran deuda con la poblaci¨®n africana por el legado art¨ªstico, cultural, religioso y educativo; desde el famoso asado, pasando por los diversos g¨¦neros musicales como el malambo, la zamba, el chamam¨¦, el candombe rioplatense, el cordob¨¦s y el santafesino, hasta el famoso tango (con acento en la ¡®o¡¯ final en su versi¨®n yoruba). Tambi¨¦n en el sincretismo religioso¡± (el de sus esp¨ªritus ancestrales con v¨ªrgenes y otros santos que adoptaron en el nuevo continente). El documentalista recuerda que el virrey Francisco J de El¨ªo lleg¨® a ¡°prohibir ¡®los tangos de los negros¡¯ (mixtura entre la habanera y el candombe), en el Montevideo de principios del siglo XIX¡±.
Los africanos que viv¨ªan en aquella sociedad colonial eran tambi¨¦n los constructores de las ciudades y algunos de sus descendientes habr¨ªan llegado a ser importantes figuras de la pol¨ªtica, como lo constatan los motes de algunos de ellos, como aquel ¡®Doctor Chocolate¡¯ con que los opositores nombraban a Bernardino Rivadavia, primer presidente de las Provincias Unidas del R¨ªo de la Plata, en 1826. ¡°Tenemos pr¨®ceres afro que fueron tamizados por el esc¨¢ner blanqueador de quienes escribieron la historia, incluyendo al padre de la educaci¨®n argentina, Domingo Faustino Sarmiento (cuyo apellido materno era Al Bin Racin, claramente morisco y convertido en Albarrac¨ªn), o Cayetano Silva, compositor de la Marcha de San Lorenzo, a quien no quisieron enterrar en el cementerio policial ¡®por ser negro¡±, sostiene el director. El dato curioso es que Argentina obsequi¨® esa marcha militar a Alemania y luego esta fue parte de la banda musical que acompa?¨® la entrada de las tropas nazis a Par¨ªs, en 1940.
Las estancias de la Compa?¨ªa de Jes¨²s
Los funcionarios de la corona espa?ola sol¨ªan llegar a sus nuevas responsabilidades en los virreinatos con personas esclavizadas a su servicio. Lo sabemos por documentaci¨®n de los siglos XVII y XVIII que ha llegado a nuestros d¨ªas. Pero, ?de d¨®nde part¨ªan las grandes remesas de seres humanos? ¡°Una minor¨ªa vino con sus amos porque, hacia el siglo XVI, ya hab¨ªa en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica una poblaci¨®n de unos 100.000 africanos esclavizados, seg¨²n consta en la investigaci¨®n del historiador espa?ol Jes¨²s Cosano Prieto, pero durante los siguientes 350 a?os el transporte fue directo desde ?frica hacia Am¨¦rica del Sur, especialmente desde Luanda (Angola), algunos con escala en Brasil, en un negocio monopolizado inicialmente por portugueses¡±, apunta C¨¦sar. Desde C¨¢diz y Sevilla tambi¨¦n se gestionaban cargamentos.
En cuanto a los circuitos y los destinos, el director de Macongo recomienda detenerse ¡°en el cap¨ªtulo La Trata Atl¨¢ntica del libro ?frica en C¨®rdoba del historiador argentino Marcos Carrizo¡±. Indica, adem¨¢s, que ¡°las ¨®rdenes religiosas como la de la Compa?¨ªa de Jes¨²s y los franciscanos establecieron centros de producci¨®n econ¨®mica en las estancias que ellos gestionaban, como La Candelaria, de donde surge la conmovedora historia del ni?o esclavo Dionisio, relatado en el filme por la investigadora Josefina Piana¡±, que introduce el tema de los precios de las personas, seg¨²n estuvieran o no lesionadas, o se comerciaran individualmente o por unidad familiar.
¡°Los jesuitas fueron la mayor empresa esclavista de Sudam¨¦rica¡± en el siglo XVIII, asevera, por su parte, Carlos Ferreyra, director de la Estancia de Jes¨²s Mar¨ªa del Museo Jesu¨ªtico Nacional, quien se?ala que ¡°no hay esclavitud buena¡±, aunque en Argentina se oiga aquello de que en su suelo no se trataba a los africanos como en las plantaciones de Hait¨ª o de Brasil.
Sin lugar para la ¡°comodidad moral¡±, en las palabras de Ferreyra, la pel¨ªcula intenta recuperar ¡ªa trav¨¦s de testimonios de gestores actuales de los espacios que sirvieron a las misiones jesu¨ªticas y de personas afrodescendientes¡ª la vida cotidiana en aquellas fincas que fueron instituciones de evangelizaci¨®n y de producci¨®n agr¨ªcola. De hecho, en esos parajes, la producci¨®n no se detuvo con la expulsi¨®n de la orden de los jesuitas, hacia 1770, ya que de su administraci¨®n se hizo cargo la Real Junta de Temporalidades.
En dicho traspaso, as¨ª como en las ventas o remates posteriores de las propiedades, los inventarios inclu¨ªan a los esclavos. Los sitios no olvidan: en esa regi¨®n cordobesa rodeada de monta?as, a¨²n hoy, la mano de obra rural est¨¢ a cargo de afrodescendientes, aunque algunos de los entrevistados reconocen que en sus familias se esquiva cuidadosamente la palabra ¡°esclavo¡±. Tanto como se elud¨ªa nombrarlos en los censos poblacionales de aquel Estado joven que era Argentina a finales del XIX.
En Buenos Aires, ¡°el tr¨¢fico de esclavos tuvo su punto neur¨¢lgico en terrenos de la actual estaci¨®n de tren de Retiro, donde permanec¨ªan los africanos reci¨¦n llegados hasta ser derivados con sus nuevos amos¡±, rese?a Pablo C¨¦sar. A algo m¨¢s de 700 kil¨®metros de all¨ª, las sierras de C¨®rdoba, altas y poco accesibles, fueron el refugio final de los desertores, los libertos (hijos de madres esclavizadas) y los cimarrones que hu¨ªan de sus patrones para esconderse eternamente en sus quebradas.
Quienes sobrevivieron a la esclavitud, tras su abolici¨®n, en esas tierras del sur, nutrieron las primeras l¨ªneas de los ej¨¦rcitos, como escudos humanos de guerras como la de la Triple Alianza (1864-1870), entre Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay. A pesar de tanta muerte injusta, el sue?o de la blanquitud nunca se cumpli¨® en Am¨¦rica del Sur, por lo que la memoria sigue abri¨¦ndose paso en la piel de los argentinos.
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