No hay cooperaci¨®n que valga si no salvamos el pulm¨®n del planeta
Ivan Zahinos, director de proyectos cooperaci¨®n de medicusmundi Mediterr¨¤nia, reflexiona desde la Amazonia Boliviana sobre la salud, la crisis clim¨¢tica y la capacidad de respuesta de las organizaciones de desarrollo ante estos desaf¨ªos globales
Salgo del veh¨ªculo y un fuerte olor a quemado invade mis fosas nasales. Respiro lento, sintiendo como crujen las part¨ªculas de ceniza entre mis dientes y miro al cielo, en estos meses, siempre plomizo. Un sol naranja difumina sus rayos m¨¢s all¨¢ de la perenne capa de humo que nos somete. La sensaci¨®n corporal alterna entre una pesadez inmovilizante y las ganas de echar a correr para apagar alguno de los m¨¢s de dos mil focos de incendios que en estos momentos arrasan la selva. Este impulso me acompa?ar¨¢ durante toda la estancia. Miro a los dos lados de la carretera que nos conduce de Riberalta a Tumichucua: la Amazon¨ªa cada vez se ve m¨¢s lejana, apenas vislumbro las copas de unos ¨¢rboles all¨¢ en el horizonte. Entre ellos y nosotros, solo hay una inmensa llanura humeante salpicada con escasos troncos negros, sin ramas, como estandartes abandonados tras la batalla.
Entre 1985 y 2020 se ha quemado m¨¢s del 16% de la selva de la Amazon¨ªa
Los datos son obscenos: entre 1985 y 2020 se ha quemado, batiendo r¨¦cords cada a?o, m¨¢s del 16% de la selva de la Amazon¨ªa. Solo en el 2019, en Bolivia, ardi¨® una extensi¨®n superior al tama?o de Costa Rica. En dos d¨¦cadas el ecosistema podr¨ªa colapsar.
Vuelvo a mirar los troncos carbonizados, me estremezco al entender su agon¨ªa. Los veo como lo que eran, seres que estaban vivos, habitantes milenarios de este planeta. Ellos son los h¨¦roes ca¨ªdos por la violenta pulsi¨®n de unos culpables a los que es dif¨ªcil poner cara. Una estructura aparentemente ac¨¦fala se esconde tras las peque?as decisiones de campesinos sin recursos y, sobre todo, en las calculadas y conscientes acciones de terratenientes ¨¢vidos por expandir un modelo del agro basado en el ganado y en la soja, que cuenta con el respaldo pol¨ªtico de gigantes de la regi¨®n, como Brasil. Sea como sea, y m¨¢s all¨¢ de las pol¨ªticas, de las intenciones e intereses, descubro que el fuego es una presa dif¨ªcil, no atiende a fronteras administrativas, muchas veces destruye las pistas sobre su propio origen, es insaciable y aunque pudo nacer de una mano culpable, una vez liberado, no tiene due?o.
Seguimos nuestro trayecto en direcci¨®n a la comunidad. All¨¢ nos aguarda Esperanza Imanareco Ortiz, enfermera y responsable del Centro de Salud de Tumichucua, y su equipo de profesionales de salud. Es d¨ªa de fiesta y emoci¨®n. La cumbia retumba fuerte a medida que nos acercamos a las primeras construcciones. Las instalaciones sanitarias se inauguran despu¨¦s de que un incendio local las arrasara. Nos ha llevado m¨¢s de dos a?os obtener fondos para algo tan b¨¢sico.
No es sencillo describir en pocas palabras el modelo de salud que impulsamos en esta regi¨®n del norte de la Amazon¨ªa Boliviana. Son casi tres d¨¦cadas de ir comprendiendo la realidad, de ir adentr¨¢ndose en nuevas aventuras, de ir interrelacionando dimensiones que afectan a la salud de las personas. Un modelo que tiene su centro en lo p¨²blico y que se sostiene gracias a no renunciar a una cooperaci¨®n como la de antes; es decir, predecible y comprometida, s¨®lida como dir¨ªa Zygmunt Bauman. Un modelo que se adentra en otras esferas del desarrollo, esferas no catalogadas por los puristas como salud.
Aqu¨ª los centros de salud son un elemento m¨¢s, important¨ªsimos por supuesto, pero tambi¨¦n lo son las cooperativas que procesan frutos amaz¨®nicos y que permiten, entre otros aspectos nada desde?ables, dar un sustento de vida a los habitantes de la regi¨®n. As¨ª me lo cuenta Casilda, sonriente con un gran racimo en mano que, junto con otras compa?eras de su procesadora, lleva a?os reinventando los usos de la harina de pl¨¢tano e introduci¨¦ndola en el mercado local de la regi¨®n. O la modernizaci¨®n de los mercados para revitalizarlos y, a la vez, frenar enfermedades de transmisi¨®n alimentaria que se llevan por delante a cientos de ni?os y ni?as cada a?o. Ni que decir de algo aparentemente b¨¢sico, el cultivo en hogares y en los propios centros de salud de huertos diversificados que aportan vegetales, nutrientes y que son inspiraci¨®n para nuevas recetas que poco a poco se instalan en la dieta de los habitantes, especialmente de los m¨¢s j¨®venes.
Visitamos cada una de las caras de este sue?o poli¨¦drico y vuelvo a sentir la energ¨ªa que nace de lo genuino, de ir contracorriente, de sentir que, pese a que la vida no tiene sentido, algunos impulsos, por momentos, parecen rozar un buen prop¨®sito. Caminando entre aquel verdor, natural y cultivado, descubro en mi mente las im¨¢genes incrustadas de ¨¢rboles calcinados.
Llegamos al espacio festivo que han acomodado frente al centro y mientras esperamos a que arranque el evento, me detengo a mirar a todo el equipo. Durante toda la estancia me viene una y otra vez la expresi¨®n Rainbow Nation (naci¨®n arcoiris) que el arzobispo Desmond Tutu se sac¨® de la manga para no dejar a nadie fuera en una Sud¨¢frica muy susceptible ante las definiciones y etiquetas. Aqu¨ª est¨¢ Rafael de Potos¨ª y Jimena de La Paz, dos Collas (habitantes del altiplano al oriente del pa¨ªs), Gonzalo de Trinidad, Gabriel y Edwin de Riberalta y Conzuelo de San Buena Ventura, cuatro Cambas (t¨¦rmino popular para denominar a los habitantes de las zonas bajas y selv¨¢ticas, occidente del pa¨ªs) y Mar¨ªa Ang¨¦lica, boliviana de adopci¨®n y venezolana de nacimiento, Bolivariana de coraz¨®n. Miro los rostros, algunos hijos del altiplano, otros con rasgos criollos, pasando por matices ind¨ªgenas amaz¨®nicos. Escucho sus acentos, tan bellos y dispares. Un crisol, un verdadero Rainbow Team. Pienso en la noci¨®n de plurinacionalidad que orgullosamente promulga el estado boliviano y s¨ª, aqu¨ª s¨ª, empiezo a entender un concepto que, muchas veces en la vieja Europa, busca explotar la diferencia y de paso alimentar antagonismos que, vistos desde la lejan¨ªa, se me antojan totalmente artificiales.
La jornada es emocionante. Hay risas y llantos. Siento c¨®mo una parte de nuestras vidas est¨¢ echando ra¨ªces en este para¨ªso amaz¨®nico. Imanareco Ortiz, la responsable del Centro de Salud de Tumichucua, no logra articular palabras cuando intenta hablar a los presentes. Se me hace un nudo en la garganta al ver a esa enfermera amar de forma tan honesta su profesi¨®n y poner en valor lo que acabamos de recuperar. Es tan importante saber de d¨®nde venimos, conocer la val¨ªa que tienen las cosas, las relaciones y el esfuerzo. ?Qu¨¦ ocurre cuando perdemos esa perspectiva? Creo que nada nos sacia y caminamos en un difuso l¨ªmite entre la consciencia y la alienaci¨®n.
En el a?o 2015, el sat¨¦lite Calipso de la NASA capt¨® como el polvo del desierto del S¨¢hara viaja m¨¢s de 6.000 km para darle a la Amazon¨ªa el f¨®sforo que necesita. S¨ª, el desierto africano fertiliza la selva sudamericana. Este es el nivel de interconexi¨®n, a veces invisible a los ojos del humano, entre diferentes regiones del planeta. Hicieron falta siglos para comprender que estos dos paisajes antag¨®nicos estaban m¨¢s que conectados. Bajo un sol ya abrasador y una humedad casi embriagadora, medito sobre el concepto de la globalizaci¨®n. ?Qu¨¦ otros campos intangibles nos conectan y todav¨ªa no han sido descubiertos?
Somos seres vivos con cada vez menos noci¨®n de la vida
En los ¨²ltimos a?os la salud mental ha ido ocupando un espacio de atenci¨®n importante en las sociedades occidentales, a¨²n lejos de lo que merece. Vuelvo a la enfermera Imanareco Ortiz, al valor de las cosas, a entender de d¨®nde vienen, a conocer tu entorno. Pienso que igual es ese uno de los or¨ªgenes de tanta pena, dolor, depresi¨®n y ansiedad. Somos seres vivos con cada vez menos noci¨®n de la vida. Como explica Byung-Chul Han, las enfermedades de nuestro tiempo son la expresi¨®n de una crisis profunda de libertad. Atrapados en pantallas, bites y aplicaciones no entendemos lo que pasa a nuestro alrededor. Somos cada d¨ªa m¨¢s extraterrestres en nuestro propio planeta, dejamos atr¨¢s la libertad que nos otorg¨® la vida. Y aunque nos esforcemos en vivir ajenos a la evidencia del da?o planetario y hundamos nuestras narices en una nueva distracci¨®n digital, ?acaso la destrucci¨®n de la selva no puede marchitar las almas de ciudadanos al otro lado del oc¨¦ano?
Me siento a la sombra de un manzano brasilero. El suelo est¨¢ cubierto por una irreal capa de finos pistilos fucsia que me acerca, m¨¢s si cabe, a la sensaci¨®n de estar en el para¨ªso. Don Teddy se sienta a mi lado. Me dice que siempre fue curioso, desde ni?o, y que eso le llev¨® a adentrarse en la selva para aprender de ella. ¡°Hay plantas que necesitan conversar para que nos den el valor y el potencial de sanar¡±, me cuenta. Lleva m¨¢s de 40 a?os curando a habitantes de la selva del norte de la Amazon¨ªa Boliviana. Plantas que necesitan conversar para que se presten a ayudarnos. Otra conexi¨®n invisible.
El flash de un anillo de fuego que se estrecha sobre nosotros ocupa mis pensamientos. En las pr¨®ximas d¨¦cadas podemos perder formas de vida, maneras de entender la salud, creencias, biodiversidad, modelos de cooperativas alternativos, mucho, mucho ox¨ªgeno y, sobre todo, belleza.
Al ver la magnitud de la tragedia, siento rabia al ser consciente de nuestras limitaciones. Pese a los t¨¦rminos grandilocuentes y las campa?as mesi¨¢nicas de los aparatos de comunicaci¨®n de algunas agencias y organizaciones, ya hace a?os que dej¨¦ de creer que es la cooperaci¨®n la que va a salvar el mundo. Pero aqu¨ª siento que intentamos apagar un fuego con un vaso de agua. Ni los fondos ni las herramientas que tenemos est¨¢n cerca de lo que necesitar¨ªamos. Frustraci¨®n en la mesa, un problema planetario que, una vez m¨¢s, queremos resolver con migajas. Siento que tendr¨ªamos que emular a la naturaleza, siendo m¨¢s org¨¢nicos, pensando en tiempos a largo plazo, olvidando l¨ªmites administrativos y buscando esas interconexiones invisibles.
Enfilamos el camino de regreso. Veo el matrix de la vida a mi alrededor. Todo parec¨ªa tan complicado y al final, todo es tan sencillo. De bien poco servir¨¢n los programas de salud, productivos o de educaci¨®n. En realidad, de nada servir¨¢ lo que est¨¦n haciendo en este momento si desaparece el pulm¨®n del planeta.
Paramos en la comunidad de Medio Monte y asisto a un milagro. La familia Pe?a nos ofrece un chib¨¦ de yuca (bebida t¨ªpica de la zona) que refresca y sabe a gloria. A mi alrededor, lo que era terreno deforestado es ahora una frondosa selva. Quedan aliados, personas que desde abajo cambian realidades cercanas. Me emociono al sentir la sombra sobre mis espaldas de ¨¢rboles que jam¨¢s hubiera imaginado que fueran replantados. Aqu¨ª est¨¢n nuestros socios, personas que se han empe?ado en plantarle cara a la deforestaci¨®n y que, gracias al cultivo del cacao y del banano y de la recolecci¨®n del asa¨ª, han encontrado el equilibrio perfecto para seguir viviendo con la selva. Hay un sentido al esfuerzo y un flotador en este oc¨¦ano de desaz¨®n. Literalmente me abrazo a ellos, hermanos latinoamericanos, para despedirnos con un hasta pronto y con la convicci¨®n de seguir dando batalla, de seguir curando las heridas de nuestro bello planeta.
Ser seres vivos y luchar por salvar un ¨¢rbol, luchar por recuperar tierra quemada, por volver a dar vida. Qui¨¦n iba a decir hace 20 a?os que esa ser¨ªa nuestra misi¨®n en las lejanas tierras amaz¨®nicas. Otra transformaci¨®n, la ¨²ltima metamorfosis.
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