Un oasis en medio de la ruta migratoria entre Guatemala y Honduras
Una cooperante espa?ola que colabora en una casa de acogida de la frontera entre ambos pa¨ªses centroamericanos recoge las quejas de los migrantes sobre los sobornos y otros problemas que sufren durante su periplo
Como cada ma?ana, bien temprano, el timbre de la casa del migrante de Esquipulas, en Guatemala, comienza a sonar. Los primeros viajeros llegan con rostros desencajados, cansados, con hambre y pidiendo un lugar donde refugiarse durante unas horas o una noche. La mayor¨ªa de ellos proviene de Honduras, El Salvador, Hait¨ª, Cuba o Venezuela, pero tambi¨¦n puede encontrarse alg¨²n que otro africano y pakistan¨ª.
La casa de Esquipulas es un hogar seguro de paso para miles de personas que cruzan Guatemala en su ruta hacia M¨¦xico o Estados Unidos, pero tambi¨¦n una parada en el camino para aquellos que deciden regresar a su pa¨ªs y abandonar el sue?o americano.
Este centro de acogida temporal se encuentra apenas 12 kil¨®metros de la frontera con Honduras y presta servicio m¨¦dico, alojamiento, alimentaci¨®n y, sobre todo, una escucha activa para todos los que llegan. El equipo que trabaja all¨ª apenas es suficiente para poder atender al gran flujo de personas que cada d¨ªa pide refugio a su paso. La cantidad de personas procedentes de Centroam¨¦rica que transita hacia el norte del continente ha aumentado significativamente durante los ¨²ltimos 30 a?os, en un 137% entre 1990 y 2020: de 6,82 millones a casi 16,2 millones, seg¨²n datos de Naciones Unidas.
Las manos de una sola cocinera preparan tres tiempos de comida para m¨¢s de cien personas, mientras la encargada de recepci¨®n no para de registrar a todos los que van llegando, en su gran mayor¨ªa grupos de cinco o seis, familias y caravanas de hasta 20 individuos. En los ¨²ltimos meses, ha sido tanto el ir y venir que la casa se encuentra casi al doble de su capacidad y la capilla ha tenido que convertirse en un dormitorio con colchonetas en el suelo para alojar a los ¨²ltimos que llegan cada tarde. Una de las normas es que no pueden quedarse m¨¢s de una o dos noches; no obstante, encontramos a varios que ya llevan cinco d¨ªas y siguen sin saber hacia d¨®nde ir.
Migrar sin retorno
Josu¨¦, de apenas 21 a?os, lleva m¨¢s de cuatro d¨ªas en el albergue con su esposa y su hijo de siete a?os. Sin trabajo y acogidos por unos amigos, este matrimonio tom¨® la decisi¨®n de salir de Honduras hace una semana. Consiguieron entrar a Guatemala por uno de los puntos ciegos del monte para esquivar el puesto fronterizo y poner rumbo hacia un futuro mejor. En el trayecto fueron asaltados y les quitaron las pocas pertenencias que ten¨ªan, entre ellas la documentaci¨®n y un tel¨¦fono m¨®vil.
?l cuenta que la primera noche tuvieron que guarecerse debajo de un puente cerca del r¨ªo, pero ahora se sienten felices porque al menos tienen un colch¨®n d¨®nde dormir y un plato de comida al d¨ªa. Esta pareja se encuentra perdida y sin saber hacia d¨®nde ir. La ¨²nica soluci¨®n es echarse a caminar 200?kil¨®metros hasta la capital, pues no cuentan con ning¨²n recurso econ¨®mico que les permita comprar tres pasajes de autob¨²s y la inversi¨®n de pagar a la polic¨ªa de los retenes para que les dejen pasar. Con miedo y confusi¨®n, esta pareja solo ve posible quedarse en Guatemala, encontrar un trabajo y seguir adelante con su vida. M¨¢s unidos y enamorados que nunca, Josu¨¦ y Karen ¨²nicamente quieren trabajar y darle un futuro a su hijo. Este, con signos de desnutrici¨®n, a¨²n no ha pisado una escuela y no sabe ni leer ni escribir.
Muchos de los que llegan a este albergue acaban de iniciar el camino; mientras otros ya llevan semanas y meses en ruta. Como Ezequiel y Grecia, una pareja de venezolanos que ha huido de su pa¨ªs con sus dos hijas adolescentes: Paola, de 16 a?os, y Mar¨ªa Alejandra, de 13. Su meta es llegar a Estados Unidos y que las ni?as puedan estudiar. Mientras, algunos voluntarios les hacen el registro y les preparan un refrigerio.
Guatemala se sit¨²a en la quinta posici¨®n de pa¨ªses m¨¢s corruptos de Am¨¦rica Latina y en la 25 a nivel mundial en 2021
Paola me cuenta con el rostro cansado que quiere estudiar medicina. Ezequiel, orgulloso de sus chicas, resalta que ambas son muy buenas estudiantes y que ser¨¢n lo que quieran ser. Por el contrario, Grecia pide que la vea la doctora, pues ha sufrido una ca¨ªda cuando atravesaban el monte, su tobillo est¨¢ hinchado y le cuesta caminar. Pero este traspi¨¦ no supone nada para ellos, pues el tramo m¨¢s dif¨ªcil ha sido cruzar la selva del Dari¨¦n a su paso por Colombia y Panam¨¢. Para un padre como Ezequiel, esta jungla ha sido lo m¨¢s cerca al infierno que ha estado nunca: un total de 10 d¨ªas caminando entre el lodo, cuerpos sin vida y grupos armados, hacen que a este venezolano se le corte la respiraci¨®n por unos segundos. Con l¨¢grimas en los ojos, mira al cielo y da gracias a Dios porque a sus hijas no las violaron en el trayecto como a muchas otras tantas. En este caso, la familia no pasar¨¢ la noche en la casa, pues la mam¨¢ de Grecia ha conseguido enviarles un poco de dinero y han decidido coger un autob¨²s hasta la capital y seguir en busca de sus sue?os.
Sobre las seis de la tarde, un coche patrulla de la PNC (Polic¨ªa Nacional Civil) estaciona enfrente de la casa, viene a dejar a cuatro mujeres haitianas con un beb¨¦ y dos ni?as de cinco y seis a?os. Este grupo hab¨ªa abandonado la casa la noche anterior rumbo a la capital. En su paso por el camino hab¨ªan lidiado con varios retenes policiales, pero este ¨²ltimo no les ha sido posible esquivar. Con 150 d¨®lares menos en el bolsillo y vuelta atr¨¢s, volver¨¢n a pasar la noche en el albergue esperando alguna remesa para poder comprar otro billete de autob¨²s. Su otra opci¨®n, ponerse a caminar de nuevo.
Un negocio que nadie est¨¢ dispuesto abandonar
Guatemala se sit¨²a en la quinta posici¨®n de pa¨ªses m¨¢s corruptos de Am¨¦rica Latina y en la 25 a nivel mundial en 2021, seg¨²n el ?ndice de Percepci¨®n de la Corrupci¨®n de Transparency International. Con un Estado de Derecho debilitado y una democracia debatida que permite la impunidad y que no avance la justicia independiente, los casos de corrupci¨®n se terminan convirtiendo en cultura y costumbre. Resulta dif¨ªcil en un pa¨ªs como Guatemala hablar de derechos humanos y a¨²n menos de los derechos de los migrantes. La denuncia es casi imposible y los mecanismos inexistentes.
En la ruta del oriente del pa¨ªs hasta M¨¦xico, los migrantes deben preparar sus carteras para pagar a los numerosos retenes de polic¨ªa que se encuentran en el camino. Conductores de autobuses, taxistas o coyotes y muchos otros se lucran de la necesidad y desesperaci¨®n de estas personas, creando una red de coordinaci¨®n con las instituciones policiales para sacar tajada. A diario, un total de entre cuatro y cinco retenes se establecen en la carretera que une Esquipulas con la Ciudad de Guatemala. Depende de la nacionalidad, el coste para poder pasar sin ser devueltos a la frontera hondure?a es de entre 10 y 15 d¨®lares (ocho a 12 euros). En mucho de los casos este mecanismo suele funcionar, sin embargo, en muchos otros los migrantes no solo tienen que pagar, sino que son deportados.
Resulta dif¨ªcil en un pa¨ªs como Guatemala hablar de derechos humanos y a¨²n menos de los derechos de los migrantes
Estefan¨ªa, B¨¢rbara y Carolina son tres mujeres venezolanas acogidas en la casa del migrante de Esquipulas. Enfadadas y alteradas, quieren denunciar su situaci¨®n. Con v¨ªdeo en mano, Carolina muestra c¨®mo la polic¨ªa les ha extorsionado y les ha devuelto a la frontera de Honduras, interrumpiendo su paso hacia su destino. Carolina, de 42 a?os, viaja con su hija Cristina, de 17, y con Jacinto, otro joven venezolano que se han encontrado en el camino. Con una vida acomodada en Venezuela, dos apartamentos y una droguer¨ªa, esta mujer vendi¨® todas sus propiedades por 3.000 d¨®lares para poner rumbo a Estados Unidos, donde vive alguna amiga. Carolina cuenta que el sueldo actual en Venezuela no supera los cuatro d¨®lares y que ya no puede seguir manteniendo a su familia. Con furia narra como ya le queda poco dinero en su bolsillo y no sabe cu¨¢nto tiempo y dinero le costar¨¢ cruzar Guatemala.
Son las ocho y media de la tarde, las luces ya est¨¢n apagadas y todo el mundo descansa en sus habitaciones. Pero Estefan¨ªa, B¨¢rbara y Carolina insisten en denunciar lo sucedido. ?ngel, el abogado del grupo que acompa?a, cede a tramitar una solicitud de denuncia a la procuradur¨ªa de los derechos humanos de Guatemala. Tras m¨¢s de una hora de entrevista y discusi¨®n, la denuncia queda puesta; no obstante, todos sabemos que de poco servir¨¢. Pues los cobros il¨ªcitos y los obst¨¢culos a los migrantes seguir¨¢n d¨¢ndose d¨ªa tras d¨ªa.
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