La tragedia silenciada que ti?¨® C¨¢diz de rojo
Familiares de los 150 muertos que provoc¨® la explosi¨®n de un polvor¨ªn de la Armada evocan su 70? aniversario
¡°Recuerdo todo lo que no quisiera recordar¡±. Pepi Fern¨¢ndez, gaditana de 86 a?os, eleva la mirada al cielo, el ocaso de agosto colorea la tarde de un rojo cruelmente familiar al que vivi¨® una noche de hace 70 a?os. Respira hondo y se agarra a su silla de ruedas antes de lanzarse: ¡°Me acuerdo que mi t¨ªo y yo encontramos a mi hermana Luisita muerta, ?qu¨¦ guapa era! Estaba en una hilera, puesta en la acera, con un cart¨®n atado al pecho. A m¨ª me sentaron a sus pies y le hablaba pensando que estaba viva, pero cuando mi madre lleg¨® y vi su cara comprend¨ª que mi hermana hab¨ªa muerto esa noche¡±.
Aunque le gustar¨ªa, la anciana no consigue olvidar el crep¨²sculo del 18 de agosto de 1947 en el que su vida ¡°cambi¨® para siempre¡±. La noche en la que la explosi¨®n negligente de un polvor¨ªn de la Armada mat¨® a 150 personas, dej¨® miles de heridos, devast¨® media ciudad y ti?¨® el cielo de un intenso rojo infernal.
Justo 70 a?os despu¨¦s del suceso que el franquismo intent¨® silenciar y disfrazar de accidente fortuito, Pepi ya ni es capaz de llorar. Suficiente tuvo con lo que vino despu¨¦s: ¡°Mi madre no lo super¨® y muri¨® al poco. Yo estuve mala de los nervios, tuve que ir al loquero. Ve¨ªa muertos por todos sitios. No hay d¨ªa que no me acuerde de mi hermana y de lo que le pas¨®¡±. Pero los recuerdos como los de Fern¨¢ndez ya empiezan a escasear. Por ello, C¨¢diz rememora estos d¨ªas lo sucedido con un homenaje que pretende honrar a los fallecidos y sus familias. Una exposici¨®n permanente y un emotivo acto en la zona 0 de la explosi¨®n ¡ªhoy el Instituto Hidrogr¨¢fico de la Marina¡ª reconstruyen en estos d¨ªas lo vivido en ese aciago d¨ªa de verano.
No era lo que los gaditanos esperaban de esa noche del 18 de agosto de 1947. Antonio Mach¨ªn deb¨ªa actuar en el Cortijo de los Rosales, ubicado en el centro de C¨¢diz. M¨¢s all¨¢ de las murallas de Puerta Tierra, en la que hoy es la zona nueva de la ciudad, la vida bull¨ªa. Unos disfrutaban al fresco de sus lujosas villas de verano, otros trabajaban en el turno nocturno de los astilleros y otro tanto se dispon¨ªa a cenar en sus humildes casas de la barriada obrera de San Severiano.
Los ni?os de la cercana Casa Cuna dorm¨ªan cuando, en lo que era el Almac¨¦n n.? 1 de la Base de Defensas Submarinas de C¨¢diz, 1.600 cargas armadas con el inestable explosivo trilita saltaron por los aires. Fue a las 21.45, sonaban las se?ales de Radio Nacional del parte cuando la ciudad se qued¨® a oscuras, tan solo iluminada por el inmenso hongo rojo que dibuj¨® la explosi¨®n en el cielo.
La potencia de la deflagraci¨®n fue tal que dej¨® un cr¨¢ter de dos metros de profundidad y fue audible desde Huelva o Sevilla y visible desde Ceuta. El centro hist¨®rico se salv¨® de la onda expansiva gracias a las murallas, pero la zona de extramuros result¨® devastada con casi 2.000 edificios da?ados. ¡°Para hacernos una idea, las 200 toneladas que explotaron equivalen en 18 veces a la madre de todas las bombas, la GBU-43, que Estados Unidos lanz¨® sobre Afganist¨¢n en abril de 2017¡±, reconoce el historiador Jos¨¦ Antonio Aparicio, autor del libro 1947. C¨¢diz, la gran explosi¨®n y organizador de los actos de homenaje.
La tragedia uni¨® a C¨¢diz ante el horror. Solo en el cercano hospicio murieron 26 beb¨¦s y ni?os, entre ellos, Luisita, de nueve a?os, la hermana de Pepi Fern¨¢ndez. Pasaba el d¨ªa con su t¨ªa, trabajadora de la Casa Cuna, cuando la explosi¨®n la sorprendi¨® junto a una ventana. Los cristales desfiguraron su rostro. Cuando Pepi y su t¨ªo la encontraron en una hilera de cad¨¢veres, tuvieron que reconocerla por sus tirabuzones rubios y la medalla regalo de su padre, fallecido a?os atr¨¢s. ¡°Fue una noche terrible que no puedo olvidar. Hab¨ªa cuerpos por todos sitios, gente llorando, buscando a sus familiares¡±, a?ade la anciana. Centenares de familias quedaron rotas para siempre en un suceso que pronto quedar¨ªa envuelto en el oscurantismo del r¨¦gimen.
Aparicio lleva a?os enfrascado en investigaciones sobre el suceso y tiene claro que la paup¨¦rrima posguerra tuvo buena parte de la culpa. El miedo del gobierno franquista a que Espa?a fuese atacada, durante la II Guerra Mundial, hizo que el r¨¦gimen llegase a concentrar en el sur hasta 2.265 minas y otros explosivos, ante un eventual ataque de los Aliados desde el norte de ?frica. Entre ellos, se encontraban las cargas submarinas equipadas con trilita, un anticuado explosivo de algod¨®n p¨®lvora que se descompone con los a?os. Con la amenaza de la invasi¨®n despejada, la Armada acumul¨® y olvid¨® todo el material en unas naves que ten¨ªa en C¨¢diz.
La inseguridad del almacenaje era tal que, en julio de 1943, el teniente coronel Manuel Besc¨®s emiti¨® un informe que ya advert¨ªa que ¡°la carga pod¨ªa explotar en cualquier momento¡± y que, cuando eso ocurriese, ¡°provocar¨ªa una verdadera cat¨¢strofe nacional¡±, como rememora Aparicio. Cuatro a?os despu¨¦s, su peor vaticinio se hizo realidad, aunque su informe nunca lleg¨® a usarse ni citarse en la posterior investigaci¨®n de las causas del siniestro. El suceso no tard¨® en envolverse de un halo de misterio, alentado por el propio franquismo que lleg¨® a culpar ¡°a las fuerzas contrarias al r¨¦gimen¡± de estar detr¨¢s de un posible sabotaje. Ni siquiera esa tesis qued¨® demostrada en el juicio militar, celebrado en diciembre de 1950. El caso se cerr¨® con la conclusi¨®n oficial de que ¡°no se pod¨ªan determinar ni causas ni responsables¡±. ¡°Se ocultaron pruebas por claro inter¨¦s, m¨¢s que del r¨¦gimen, de la Armada. Fue una negligencia y as¨ª lo demuestran las pruebas que hemos encontrado los investigadores¡±, defiende Aparicio.
Sin causas ni responsables, las familias se quedaron sin indemnizaci¨®n ni disculpas. C¨¢diz fue incluida en el programa franquista Regiones Devastadas y se hizo una colecta a nivel nacional. El suceso se silenci¨® y la zona se reconstruy¨® a toda prisa. Pero la huella social qued¨® tan profunda que a¨²n hoy se echa en falta un perd¨®n. Al menos as¨ª lo asegura Aparicio: ¡°Ya todo est¨¢ prescrito, pero ser¨ªa simb¨®lico, un descanso, que la Armada reconociese lo ocurrido¡±. Pepi Fern¨¢ndez le da la raz¨®n en un tono entre la resignaci¨®n y la rabia: ¡°Todo C¨¢diz sab¨ªa que fueron cosas de militares. Hubo muchas mentiras para tapar a los gordos. A m¨ª me gustar¨ªa recibir esas disculpas. Pero hoy ya nadie lo sabe, todos los de entonces han muerto y me han dejado a m¨ª el recuerdo¡±.
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