El juicio de la silla azul con los apellidos Borb¨®n y Grecia
El ins¨®lito proceso celebrado hace dos a?os en Palma rompi¨® algo en la relaci¨®n de los espa?oles con la monarqu¨ªa, pero demostr¨® que no hay impunidad
El juicio del caso N¨®os, celebrado hace dos a?os en la Audiencia de Palma, fue casi peor en el plano simb¨®lico que el de los hechos, siendo muy graves: ven¨ªa a ser la familia real la que era juzgada, aunque no era as¨ª, pero s¨ª fuera de la sala, y en realidad tambi¨¦n dentro, en los sobreentendidos. Era ins¨®lita aquella silla azul reservada, en un austero edificio de un pol¨ªgono industrial, con un papelito que parec¨ªa fuera de lugar, una equivocaci¨®n: ¡°Cristina de Borb¨®n y Grecia¡±.
Los periodistas ten¨ªan all¨ª delante a la infanta, a dos metros, obligada, expuesta durante horas a su mirada, sin poder rechistar. Separada de su marido, el exduque de Palma, por unas sillas, mezclados los dos en una multitud de acusados de todo tipo, incluido uno que ven¨ªa todos los d¨ªas de prisi¨®n con dos agentes. Otro compa?ero de banquillo le pasaba un bocadillo y ¨¦l saludaba todas las ma?anas a la infanta con educaci¨®n, pregunt¨¢ndole si hab¨ªa descansado. Fue entonces, con aquellas im¨¢genes, esos interrogatorios, una inimaginable situaci¨®n, cuando se rompieron varios andamios del respeto institucional, la relaci¨®n rutinaria de los espa?oles con la monarqu¨ªa y algo en Espa?a dej¨® de ser como era. La sentencia definitiva del Supremo, con la c¨¢rcel casi segura para I?aki Urdangarin, lo certifica. Y vuelve a hacer inc¨®modamente actual una frase de su esposa en el juicio, pronunciada contra su propia familia: ¡°Estoy plenamente convencida de su inocencia¡±.
Felipe VI estaba en el juicio, pero en fotograf¨ªa. En un cuadro delante de su hermana y su cu?ado, sobre el tribunal, vestido con una toga y el gran collar de la Justicia. Menos mal que para entonces se hab¨ªa producido un corte con el pasado, a diferencia de lo ocurrido a otros, y era ¨¦l quien presid¨ªa la sala, y no su padre, Juan Carlos I, que ya hab¨ªa abdicado. Porque el nombre del rey em¨¦rito, de su ¨¦poca, de c¨®mo fue posible aquello, de por qu¨¦ se toler¨®, flotaba en el juicio. Y lo m¨¢s sorprendente es que era el propio Urdangarin y la infanta, adem¨¢s de su exsocio en N¨®os, Diego Torres, quienes alimentaban una sospecha insidiosa, en contra de lo que hab¨ªan declarado en instrucci¨®n: la Casa Real sab¨ªa. Y, m¨¢s a¨²n, un argumento sibilino enormemente destructivo: a ellos aquello les parec¨ªa normal y que estaba bien precisamente porque el Palacio de la Zarzuela le daba el visto bueno, o lo que es lo mismo pero bastante peor, que eso lo convert¨ªa en bueno si no lo era. Impunidad, se llama. Pero la sentencia de hoy, que deja un reguero de destrozos en los mecanismos del sistema, les corrige esa percepci¨®n.
El juicio, no obstante, empez¨® con una escena que se hizo famosa y caus¨® indignaci¨®n. La abogada del Estado diciendo: ¡°El lema Hacienda somos todos es solo publicidad¡±. Si se recuerda hab¨ªa cierta sensaci¨®n general de que el plan oculto, en una conspiraci¨®n del sistema, era salvar a la pareja real. El fiscal Pedro Horrach contra el juez Jos¨¦ Castro. Lo m¨¢s inc¨®modo es que el papel de palad¨ªn de la Justicia recayera encima en el vituperado seudosindicato Manos Limpias, ¨²nico responsable como acusaci¨®n popular de que la infanta se sentara en el banquillo, y que acab¨® como acab¨®. Con sus responsables en la c¨¢rcel y la acusaci¨®n de haber pedido tres millones a su defensa para retirarse de la causa.
El proceso fue devastador medi¨¢ticamente para sus protagonistas. ¡°Fue muy duro, hab¨ªa gente muy empastillada para soportarlo¡±, record¨® luego Mercedes Coghen, que despu¨¦s qued¨® absuelta. Las sucesivas vistas completaron un demoledor retrato del instituto N¨®os, un chiringuito pensado como cajero autom¨¢tico para sacar dinero con la sola menci¨®n del nombre del duque de Palma. ¡°Me dedicaba a lo que me dedicaba¡±, resumi¨® al fiscal cu¨¢ndo le pregunt¨® en qu¨¦ consist¨ªa su trabajo. La declaraci¨®n de Urdangarin, demacrado, con un mech¨®n blanco, una voz fr¨¢gil, mostr¨® un hombre ca¨ªdo desde lo m¨¢s alto. Tambi¨¦n el nombre de la infanta deb¨ªa funcionar como ¡°escudo¡± fiscal, seg¨²n explic¨® el notario que cre¨® la sociedad de ambos: colocaron primero su nombre porque deb¨ªa actuar de salvoconducto, como si al ver el n¨²mero 14 del DNI de la Infanta cualquier inspector de Hacienda saliera corriendo. El notario cont¨® en el juicio lo que le dijo el asesor fiscal de los duques, acerca de una turbadora enumeraci¨®n: ¡°Seg¨²n le hab¨ªan dicho, porque ¨¦l se codeaba con altos funcionarios de Hacienda, los DNI del uno al 10 eran de la familia de Franco, y del 11 al 100, de la familia real¡±.
Se amontonaban a diario implicaciones que no eran objeto de juicio, pero s¨ª deb¨ªan serlo, y lo eran, de la consternaci¨®n p¨²blica. Decenas de empresas que pagaban, y han salido en silencio de puntillas del caso, y una forma de hacer las cosas, de relacionarse con la realeza, que parec¨ªa muy establecida. Urdangarin cobraba 15.000 euros al mes de Motorpress Ib¨¦rica SL por ¡°analizar tendencias en el mundo del motor, a trav¨¦s de visitas a salones del autom¨®vil¡±. Asesoraba a entes marcianos como la Confederaci¨®n Andina de Fomento y entre los informes que elabor¨® para unos posibles Juegos del Mediterr¨¢neo en Valencia hab¨ªa uno impagable que defin¨ªa qu¨¦ era el f¨²tbol: ¡°El f¨²tbol, denominado oficialmente balompi¨¦¡¡±. Y a continuaci¨®n lo explicaba. El juicio N¨®os puso la guinda real a una ¨¦poca obscena en Espa?a con el deporte como negocio, los congresos como tinglado, la ¨¦lite como saqueo.
El espect¨¢culo in¨¦dito fue ver mezclada a la familia real en esto. Los exduques de Palma tuvieron que someterse en el juicio al escarnio de la revelaci¨®n de detalles ¨ªntimos, documentos privados que daban a los presentes en la sala incomodidad de fisgones. Que Urdangarin llamaba Kid a su mujer en los correos, o facturas en la peluquer¨ªa Llongueras. Y un aspecto siempre humillante, la constataci¨®n de que la Infanta, al parecer, no se enteraba de nada y no hac¨ªa nada. Que ¡°era decorativa, simb¨®lica¡±, como dijo un testigo.
En su declaraci¨®n, Diego Torres no escatim¨® ocasiones para recordar que ten¨ªa m¨¢s de 300 correos electr¨®nicos y documentos de la Casa Real, igual que en su libro contaba que ¨¦l mismo y Urdangarin compraron el anillo de pedida de Felipe VI a su esposa en una joyer¨ªa de Barcelona. O comentarios que quer¨ªan hacer ver lo metido que ¨¦l estaba en ese c¨ªrculo cerrado, como su menci¨®n a la t¨ªa Pecu, la princesa Irene de Grecia, hermana de do?a Sof¨ªa, a quien llamaban as¨ª porque era ¡°peculiar¡±. En el juicio habl¨® en alg¨²n momento de ¡°la se?ora Corinna¡± como de pasada, y todo el mundo aguzaba el o¨ªdo a ver hasta d¨®nde llegaba.
Cada vez que Torres o alg¨²n testigo bordeaba el n¨²cleo del asunto, aquello en lo que estaba pensando toda Espa?a, la tensi¨®n en la sala se disparaba, como si se estuviera a punto de hacer historia. Uno de los momentos de mayor nerviosismo fue cuando le preguntaron a Torres si Juan Carlos I estaba al corriente de lo que pasaba en N¨®os. Torres pareci¨® caer presa del p¨¢nico por la responsabilidad: ¡°?No voy a entrar en esos juegos!¡±. Fue entonces cuando la presidenta del tribunal, Samantha Romero aclar¨® que aquello no era un juego y dijo, sin que nadie se lo preguntara: ¡°?El tribunal va a blindar su independencia!¡±. Las tres juezas vivieron la vista como si estuvieran constantemente vigiladas por todos en un examen crucial de la pulcritud de la Justicia espa?ola, y realmente lo fue.
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