Hagan juego, se?or¨ªas
El crupier S¨¢nchez "elige" a Pablo Casado como l¨ªder de la oposici¨®n para degradar a Rivera
Pedro S¨¢nchez parec¨ªa este lunes el crupier de un casino que juega en varias mesas a la vez. Tanto esperaba la adhesi¨®n de Unidas Podemos y la pasividad creativa de ERC como incitaba la abstenci¨®n de Casado y de Rivera. O responsabilizaba a ambos de la eventual resurrecci¨®n de Frankenstein.
La teor¨ªa oportunista de S¨¢nchez consiste en que PP y Ciudadanos podr¨ªan evitar una coalici¨®n en manos de populistas y separatistas ¡ª¡°o Gobierno o elecciones¡±, repet¨ªa el l¨ªder socialista¡ª, pero el planteamiento de la responsabilidad tanto menosprecia las negociaciones vigentes con Pablo Iglesias como sobrentiende la predisposici¨®n de una investidura a cualquier precio.
No se puede apelar al patriotismo de Rivera y de Casado cuando S¨¢nchez no les propone otra cosa que convertirlo en presidente. Y cuando el propio art¨ªfice de la timba est¨¢ jugando a los naipes en la mesa de al lado, subestimando acaso la dignidad o la resiliencia de Pablo Iglesias.
Es el contexto en que Casado lo llam¨® trilero. Y la raz¨®n por la que Rivera quiso desenmascarar el teatro del "plan S¨¢nchez", aunque el jefe del Gobierno estableci¨® claras diferencias entre ambos adversarios. Ungi¨® al timonel del PP como l¨ªder de la oposici¨®n y lo identific¨® como antagonista homologable. No solo por la nostalgia del bipartidismo o por la recurrencia de los pactos de Estado, sino porque prevalec¨ªa el objetivo de degradar la jerarqu¨ªa de Albert Rivera, arrinconarlo en la angustia de la crisis naranja, exponerlo al ins¨®lito proceso de descomposici¨®n.
S¨¢nchez le restreg¨® la fuga de talentos ¡ªFrancesc de Carreras representa el ¨²ltimo ejemplo¡ª, le hizo pesar los acuerdos entre visillos con Vox, incluso invoc¨® la demoscopia de Jos¨¦ F¨¦lix Tezanos (CIS) para recordarle que el 70% de los votantes de Cs se declaraba sensible a un acuerdo de investidura con el PSOE.
No llegaban en igual forma Pablo Casado y Albert Rivera al debate. El l¨ªder popular se hab¨ªa ausentado de la escena porque disfruta de la tregua poselectoral; porque no se le requer¨ªan grandes concesiones; y porque el PP ha ido hilando con discreci¨®n los acuerdos de gobierno territoriales, pero Rivera se personaba desnutrido por la salmonelosis y herido respecto a la idoneidad de su liderazgo.
El compromiso patri¨®tico hubiera justificado pacto de investidura exigente, un "plan Rivera" inflexible en la unidad territorial, en le regeneraci¨®n o en el consenso europe¨ªsta. No ya como soluci¨®n polifac¨¦tica al peligro del populismo o del soberanismo, sino como expresi¨®n de una mayor¨ªa elocuente y estable que pod¨ªa haberse consolidado los pr¨®ximos cuatro a?os.
Se trataba de restaurar el pacto bilateral de 2016, pero el dogma del antisanchismo que Rivera se ha tatuado en el b¨ªceps ha sido tan flagrante como los gui?os auton¨®micos del PSOE a la grey nacionalista o como la pasividad desesperante de S¨¢nchez. Qued¨® claro en el hemiciclo este lunes. El presidente del Gobierno no propon¨ªa otra cosa que la abstenci¨®n ajena, entretanto que Rivera se recreaba en la conspiraci¨®n del "plan S¨¢nchez", una banda de tah¨²res cuya falta de escr¨²pulos saboteaba a la naci¨®n en la penumbra "de la habitaci¨®n del p¨¢nico".
El l¨ªder de Cs pareci¨® nervioso y excitado, cuando no sobreactuado en su papel de agitador necesitado de protagonismo. Se agradeci¨® que eludiera los papeles, sobre todo despu¨¦s del sopor burocr¨¢tico que hab¨ªa proporcionado el discurso matinal de S¨¢nchez, pero el alarde oratorio se resinti¨® de un lenguaje descuidado y atropellado en el repaso de los grandes lugares comunes, incluidos los ERE andaluces, el Falcon, los indultos a los golpistas y la pasi¨®n bilduetarra.
Hubo mayor mesura y lucidez en la may¨¦utica de Casado. Y en las preguntas con que pretendi¨® acorralar la agotadora ambig¨¹edad de S¨¢nchez, unas veces en asombrosa clave existencial -¡°?Qui¨¦n es usted?¡±- y otras en sentido m¨¢s pragm¨¢tico: ¡°?Qu¨¦ es lo que pretende?¡±
Pretendi¨® S¨¢nchez eludir el problema catal¨¢n como un truco de magia de David Copperfield. Quiso sumergirlo entre los 120 minutos de un discurso cuyas generalidades buenistas tanto hubieran servido de inspiraci¨®n al primer ministro island¨¦s como de libreto a una candidata a Miss?Mundo, pero la elipsis matinal del lazo amarillo ceb¨® la gran controversia vespertina con la ferocidad de un toro desbocado.
Casado y Rivera sobrepusieron sus discursos constitucionalistas, lo acusaron de ¡°supremacista¡± y de filogolpista, aunque ambos l¨ªderes, respetuosos entre s¨ª casi siempre, representaron al mismo tiempo la gran paradoja del bloqueo: desean que S¨¢nchez pacte con ERC y con Iglesias para poder reproch¨¢rselo durante cuatro a?os. Y para disipar hasta entonces no qui¨¦n es el mejor patriota, sino qui¨¦n es el mejor opositor.
El problema es que S¨¢nchez no se ha trabajado la investidura. Ha pretendido conseguirla por aclamaci¨®n parlamentaria. Y ha abusado m¨¢s que nunca de la amenaza del 10 de noviembre. Ser¨ªa la fecha de unas hipot¨¦ticas elecciones. La mencion¨® el presidente del Gobierno no est¨¢ claro sino como un est¨ªmulo a la votaci¨®n el jueves o como un farol de crupier ensimismado.
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