?ltimos domingos con Franco
Miles de personas peregrinan al Valle de los Ca¨ªdos a honrar y fotografiarse en la tumba del dictador a pocos d¨ªas de que se produzca su exhumaci¨®n
Una mujer alta y rubia se dirige correteando a la cabina de entrada del Valle de los Ca¨ªdos: ¡°?Est¨¢is que lo tir¨¢is!¡±. Se?ala una caravana de coches formada a las puertas, a seis kil¨®metros del monumento. Un c¨¢mara de televisi¨®n graba fuera del recinto y apunta al se?or que se asoma a las ventanillas de los coches para cobrar las entradas (nueve euros la normal, sin descuentos): ¡°?Usted! Aqu¨ª se est¨¢ trabajando, no me grabe¡±, le grita el hombre. Guardias civiles est¨¢n apostados a un lado y al otro. De repente la voz de un hombre cargado de cupones: ¡°Loteeeeeeeeer¨ªa de Navidad¡±. Y el cobrador de nuevo, sacando la cabeza de la ventanilla y dirigi¨¦ndose al c¨¢mara: ¡°?Que no grabe, que le he dicho que no me grabe!¡±. La chica de dentro de la cabina responde al periodista: ¡°Soy nueva aqu¨ª, no te puedo ayudar mucho¡±. ¡°Yo soy de derechas¡±, le dice un se?or all¨ª mismo a un guardia civil, ¡°pero lo que quieren hacer aqu¨ª no tiene raz¨®n de ser¡±. Y otra vez: ¡°Loteeeeeeeer¨ªa¡±. El agente pide, por favor, que despejen la zona. La frase del hombre de derechas no tiene sentido, pero a poco que uno se fije, nada lo tiene aqu¨ª. Tampoco puede tenerlo. Es la puerta de un monumento mantenido por una democracia en memoria del dictador que la aniquil¨®.
La visita al Valle de los Ca¨ªdos es una experiencia tan fronteriza que, al entrar en su web para saber c¨®mo llegar en transporte p¨²blico, un mensaje de Guillermo de San Teodorico advierte: ¡°Deb¨¦is gustar a Dios, entenderle, penetrarle, gozarle¡±. Se empieza fuerte y se acaba fuerte. En 2018 aparecieron en el bosque de este recinto cinco fuegos dispersos con intenci¨®n de ponerlo todo a arder; fueron sofocados r¨¢pido (¡°no hubo viento, sino a saber c¨®mo acabar¨ªa¡±, recuerdan en San Lorenzo de El Escorial, el municipio al que pertenece el Valle) y los culpables no fueron encontrados. La seguridad se ha extremado aqu¨ª: hay nuevos controles en la carretera que da acceso a la bas¨ªlica, y un n¨²mero m¨¢s abultado de las fuerzas de seguridad del Estado ronda por toda la zona. Decenas de personas van, y vienen, por la gran nave del templo en direcci¨®n a la puerta, a las capillas y a las tumbas. No habr¨¢ cifras hasta esta noche, pero el pasado fin de semana, inform¨® Europa Press, m¨¢s de 6.000 personas estuvieron aqu¨ª entre el s¨¢bado y el domingo.
La exhumaci¨®n del dictador ha puesto todo patas arriba, empezando por la nostalgia. La tumba de Franco est¨¢ hoy tan llena como podr¨ªa estarlo la de Jim Morrison, si bien la de Morrison repleta de botellas de whisky y tabaco, y la de Franco de rosas rojas y amarillas, claveles, margaritas, flores sueltas, y rodeado de centenares de v¨ªctimas suyas enterradas o emparedadas aqu¨ª, como si el lugar de homenaje a un asesino estuviese en un lugar en el que, para reconocerle su grandeza, se colocase una representaci¨®n de sus v¨ªctimas de cualquier manera.
Los alrededores de la l¨¢pida son un avispero. La vigilante de seguridad est¨¢ desbordada. ¡°?Van a hacer que me echen! Por favor no hagan fotos, no las hagan, por favor¡±. Pero es imposible y ella se resigna. Se hacen fotos en todas partes y desde todos los ¨¢ngulos. Selfis familiares, se?ores emocionados, chicos sonrientes. Una mujer se besa una medallita religiosa de oro con los restos de Franco detr¨¢s. Una pareja de la Guardia Civil de servicio observa el espect¨¢culo a unos veinte metros. Hay una cola que rodea la tumba (su sepulcro est¨¢ a tres metros de profundidad) y, cuando le toca a alguien, se acuclilla o arrodilla, sonr¨ªe, y le hacen una foto con la l¨¢pida detr¨¢s; alguno eleva el pulgar como si le hubiese fichado el equipo de sus amores. No todos son franquistas y gente que cree que ¡°no hay que remover la historia¡±; hay curiosos, turistas y alguno, como un estudiante llamado Roberto, que se hace la foto ¡°porque ya que estamos aqu¨ª¡¡±. Un se?or eleva desde la cola una queja a la vigilante: ¡°Hay tantas flores que no se puede ver el nombre del caudillo¡±. ¡°S¨ª, el nombre est¨¢ detr¨¢s, f¨ªjese bien¡±. ¡°Pero casi no se lee, en la foto puede ser la tumba de cualquiera¡±. ¡°A ver, mire el ramo¡±. Efectivamente, un ramo de cuarenta rosas rojas y amarillas que forman una bandera de Espa?a est¨¢ a nombre, con una cinta rojigualda, de ¡®Familia Franco¡¯.
-Pase el m¨®vil por el esc¨¢ner y luego no lo saque del bolsillo -dicen en la entrada al interior.
-Tomo notas con ¨¦l.
-Me refiero a que no haga ninguna fotograf¨ªa.
-?Es normal que haya tanta gente?
-No, hombre. Esto est¨¢ a reventar desde que se ha puesto de moda. Bueno, lo han puesto de moda.
¡°Lloro aqu¨ª como el d¨ªa en que muri¨® el general¡±, le dice un anciano a su nieto frente a la tumba donde descansan los restos de Franco. Otro rompe a llorar, persign¨¢ndose, frente a la de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange. ¡°Mira¡±, dice Mar¨ªa del Carmen, una mujer jubilada, que espera a su marido delante de la estatua de un arc¨¢ngel: ¡°Si aquellos que lo pasaron, pudieron perdonar, por qu¨¦ no ahora. Aqu¨ª no molesta. Y es historia de Espa?a, nos guste o no. No deber¨ªa moverse ni deber¨ªa revolverse as¨ª la historia¡±. Su mensaje es id¨¦ntico al de m¨¢s gente que hace cola. Otros, como Fernando, que ha venido de Galicia, son m¨¢s categ¨®ricos: ¡°De aqu¨ª no se mueve, ni se va a mover¡±. Una se?ora sale de hacerse una foto en la tumba con un lamento: ¡°?Lo que me gustar¨ªa haberle escuchado!¡±.
Mar¨ªa del Carmen y Fernando se refieren a la decisi¨®n del Tribunal Supremo sobre la exhumaci¨®n del cuerpo del dictador y su desplazamiento al cementerio de El Pardo-Mingorrubio. Se har¨¢ en los pr¨®ximos d¨ªas, antes ¡ªeso quiere el Gobierno¡ª de las elecciones del 10 de noviembre. Si lo cumple, no habr¨¢ 20-N este a?o en Cuelgamuros, no al menos ante la tumba de Franco. ¡°Lo van a hacer a escondidas y por la fuerza, porque de otra forma no podr¨ªan¡±, dice Adri¨¢n, nombre supuesto porque ¡°vosotros [los periodistas] sois parte del problema, a saber qu¨¦ pondr¨¦is¡±, dice. Un hombre chaparro con pantal¨®n de camuflaje sale consternado de ver la tumba de Franco y se para frente a la de Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera. Se queda all¨ª quieto varios segundos, mir¨¢ndola fijamente, hasta que su mujer le acaricia la espalda y ¨¦l pone la cabeza en su hombro. Un joven motero se pone rodilla en tierra frente a la misma tumba. Fuera, un grupo (tatuados con simbolog¨ªa fascista, camisetas con motivos ultras) toma cervezas de una neverita port¨¢til y r¨ªe con estr¨¦pito acompa?ados de sus hijos. Hay mucha gente aqu¨ª, pero proliferan las familias, con decenas de ni?os de un lado a otro.
Hasta la explanada que concede un paisaje espectacular sobre el Guadarrama ha llegado el vendedor de la loter¨ªa de Navidad. Varias parejas se hacen fotos y selfis, y una de ellas se lamenta: ¡°?Y todo esto nos lo quieren quitar?¡±, como si se fuesen a trasladar las vistas. A estas horas, a 50 kil¨®metros, el partido Vox est¨¢ dando un mitin ante miles de personas en Madrid; estar en el Valle ahora es como que te pille en la tumba de Elvis un congreso de ceremonias nupciales en Las Vegas. En Vistalegre, Santiago Abascal estalla contra la exhumaci¨®n de Franco: ¡°No se respeta a los muertos ni a sus familias¡±, ¡°amamos a Espa?a y la reconciliaci¨®n¡±.
El Valle de los Ca¨ªdos este domingo es el mejor ejemplo de lo que la extrema derecha entiende por no reabrir heridas del pasado: dos tumbas glorificadas con nombres y apellidos y llenas de flores, con gente honr¨¢ndolas y, escondidos, osarios de restos an¨®nimos. Podr¨ªa decirse que la reconciliaci¨®n pretendida, como escribi¨® Fern¨¢n G¨®mez, no es la paz sino la victoria, o sea, su prolongaci¨®n.
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