Salzburgo 2020: querer y poder
Impulsado por el entusiasmo de su centenario, el festival ha optado por un ejercicio de fe y posibilismo, salvando en parte la que estaba llamada a ser una edici¨®n hist¨®rica
Cuando el 6 de abril se cancel¨® el Festival de Pentecost¨¦s, negr¨ªsimos nubarrones se cern¨ªan tambi¨¦n sobre la edici¨®n veraniega del Festival de Salzburgo, un drama reforzado porque justamente este a?o celebra su centenario, llamado a conmemorarse por todo lo alto. Sus grandes hom¨®logos europeos, mientras tanto, iban cayendo uno tras otro, sin piedad, y nadie pensaba que Salzburgo podr¨ªa evitar a la postre el golpe de la covid-19.
El 15 de mayo, sin embargo, dos semanas antes del l¨ªmite que ellos mismos se hab¨ªan impuesto para deshacer el nudo gordiano, los principales responsables del festival declararon que una versi¨®n ¡°modificada¡± parec¨ªa posible y que su contenido ser¨ªa anunciado a su debido tiempo. Ayudaba, y mucho, que Austria fuera uno de los pa¨ªses menos castigados por la pandemia, pero se recurri¨® tambi¨¦n al impulso espiritual de uno de los padres fundadores, Hugo von Hofmannsthal, haciendo suya una m¨¢xima suya incluida en su Buch der Freunde, su particular liber amicorum, una colecci¨®n de aforismos propios y ajenos: ¡°Wo der Wille nur erwacht, dort ist schon fast etwas erreicht¡± (¡°All¨ª donde la voluntad despierta ya casi se ha conseguido algo¡±). Tirando de este hilo, buscando el dif¨ªcil equilibrio entre voluntarismo y posibilismo, se confeccion¨® una nueva programaci¨®n, mucho m¨¢s corta, retrasada en el tiempo, sin los dispendios habituales, pero lo cierto es que los conciertos y las ¨®peras son desde el s¨¢bado una dichosa realidad.
Markus Hinterh?user, el director art¨ªstico, ha calificado gr¨¢ficamente su labor a lo largo de estos ¨²ltimos meses ¡ªconstruir, destruir, reconstruir¡ª como un ¡°trabajo de S¨ªsifo¡±, un s¨ªmil que refrendar¨ªan con gusto muchos de sus colegas que han pasado por trances similares, aunque con desenlaces menos felices. Ha sido necesario respetar, por supuesto, todas y cada una de las nuevas regulaciones sanitarias (especialmente duras en el caso de los int¨¦rpretes y los trabajadores del festival, que han de someterse a pruebas constantes), as¨ª como reducir considerablemente las previsiones de ingresos, no solo porque los aforos han quedado reducidos a la mitad, sino porque, con un turismo oriental y estadounidense que este verano brilla pr¨¢cticamente por su ausencia, Salzburgo ha decidido fiarlo todo a los aficionados patrios y a los llegados de la vecina Baviera, su semillero tradicional de espectadores con alto poder adquisitivo, condici¨®n sine qua non para acercarse a la taquilla de Salzburgo.
Aqu¨ª tambi¨¦n hay geles desinfectantes y mascarillas protectoras por doquier, pero en la calle la normativa es mucho m¨¢s laxa, a pesar de que los contagios tambi¨¦n est¨¢n repuntando estos d¨ªas en Austria. Casi nadie lleva, de hecho, protecci¨®n por la calle, ya que las mascarillas son solo obligatorias en el transporte p¨²blico, el interior de las tiendas y en todas las sedes del festival, aunque solo hasta el momento de ocupar tu localidad. Hay que volv¨¦rsela a poner, eso s¨ª, tal y como se remacha al comienzo de todos los espect¨¢culos, en cuanto los aplausos empiezan a sonar. La Filarm¨®nica de Viena toca sin mascarillas (aunque se desplaza hasta el foso con ellas), su secci¨®n de cuerda comparte atriles (como se ha hecho siempre), no hay mamparas protectoras delante de los instrumentos de viento, cantantes y actores se acercan, tocan y abrazan en escena, y en los saludos finales se cogen todos de la mano, como tambi¨¦n es tradici¨®n secular. Es, en fin, una versi¨®n bastante atenuada de las normas mucho m¨¢s estrictas que han sido de aplicaci¨®n para todos, por ejemplo, en el reciente Festival de Granada, otro cad¨¢ver que logr¨® resucitar a tiempo.
A partir de ah¨ª ya entran en juego otros imponderables, tanto art¨ªsticos como meteorol¨®gicos. El Jedermann del centenario iba a interpretarse, como se ha hecho siempre desde 1920, al aire libre en la plaza de la catedral. Y, despu¨¦s de tres d¨ªas caluros¨ªsimos, con el cielo permanentemente despejado, buena parte del p¨²blico hab¨ªamos ocupado ya nuestras localidades cuando, en un momento, empez¨® a soplar un viento endiablado que arrambl¨® de un solo golpe con atriles, partituras y parte del atrezo ya colocado sobre el escenario, al tiempo que nubes cada vez m¨¢s negras decid¨ªan congregarse amenazadoramente justo encima de la catedral, preludio de una tempestad convocada por alg¨²n esp¨ªritu maligno o un Pr¨®spero austr¨ªaco. Estaba claro que la lluvia se hab¨ªa propuesto aguar la gran representaci¨®n de la efem¨¦ride.
En este punto es imposible no citar al pianista brit¨¢nico Gerald Moore, de quien por fin se ha traducido el primer volumen de sus memorias, Am I Too Loud?, que se publicar¨¢n en espa?ol despu¨¦s del verano. As¨ª es como recuerda sus numerosas visitas a Salzburgo, casi siempre con Dietrich Fischer-Dieskau: ¡°Pero, ?c¨®mo llueve! Ni siquiera Herbert von Karajan puede impedirlo. Pero el salzburgu¨¦s, como el ingl¨¦s, se niega a dejarse intimidar por el tiempo y todos los a?os se programan representaciones de Jedermann, de Hugo von Hofmannsthal, en un alarde de optimismo, en la Domplatz, la plaza de la catedral, y conciertos y ¨®pera en el patio de la Residenz, todos ellos espacios al aire libre. Pero he de se?alar ¡ªagradeciendo la prudencia de la direcci¨®n¡ª que la Festspielhaus se mantiene convenientemente libre en las ocasiones en que se celebran estos espect¨¢culos al aire libre en caso de que el tiempo se ponga feo¡±.
Y eso es justamente lo que tuvimos que hacer: abandonar la plaza a toda prisa y enfilar el camino de la Festspielhaus, entre carretillas de operarios transportando parte del atrezo. El simb¨®lico acto de remedar en el mismo lugar aquella representaci¨®n del 22 de agosto de 1920 dirigida por Max Reinhardt y protagonizada por Alexander Moissi se hab¨ªa visto frustrado por las inclemencias meteorol¨®gicas. Pero, como se dijo por megafon¨ªa antes de que comenzara la representaci¨®n ya a resguardo de la maldici¨®n (fuera ya hab¨ªa roto a llover con ganas), Jedermann ha sobrevivido durante el ¨²ltimo siglo a muchas tormentas: la noche del centenario no iba a ser menos. Pero quedaba as¨ª al descubierto lo que ha sido y lo que va a ser una constante en las anteriores y en las pr¨®ximas semanas: la incontrolable ecuaci¨®n entre querer y poder.
El Jedermann del s¨¢bado por la noche no tuvo mucha historia. Se representaba el montaje ya conocido de Michael Sturminger (estrenado en 2017), con el mismo protagonista (Tobias Moretti), por lo que la principal novedad consist¨ªa en admirar qu¨¦ dos vestidos lucir¨ªa la Amada de Jedermann (Buhlschaft en el t¨¦rmino un tanto arcaizante elegido por Hofmannsthal), un dato al que siempre est¨¢n muy atentos los salzburgueses y que acapara no pocas fotograf¨ªas durante su presentaci¨®n oficial en sociedad, as¨ª como en ver la primera encarnaci¨®n del principal personaje femenino de Caroline Peters.
Sturminger ha reforzado a¨²n m¨¢s los aspectos c¨®micos de su puesta en escena, sin caer en la f¨¢cil tentaci¨®n de a?adir referencias a la actual crisis provocada por el coronavirus.
La obra de Hofmannsthal ya se reviste por s¨ª sola de actualidad, pues la muerte es ahora una presencia tan amenazante como lo era tras la Primera Guerra Mundial, cuando muri¨® pr¨¢cticamente toda una generaci¨®n de europeos. Y el hombre rico del subt¨ªtulo de Hofmannsthal es una presencia ubicua en los espect¨¢culos del festival, con decenas de esm¨®quines y trajes de noche entre los asistentes.
Caroline Peters canta junto a una enorme tarta de cumplea?os rosa un Happy birthday! que remite de inmediato a Marilyn Monroe y el vestuario y la escenograf¨ªa quitan hierro al componente aleg¨®rico-moralizante de la obra original para convertir Jedermann, si no en un divertimento, algo que dif¨ªcilmente puede llegar a ser, s¨ª en una reflexi¨®n sobre el tema central de nuestra existencia (el ser humano frente a la muerte) desde una perspectiva menos dram¨¢tica y casi m¨¢s laica que profana, con brochazos casi grotescos: la Muerte no muestra en su rostro la calavera habitual, sino que va vestida de mujer y cubierta de tatuajes; y la Fe la encarna un actor vestido de cura en vez de una mujer, como se ha hecho tradicionalmente. Sturminger suprime incluso numerosos pasajes, aligera el lenguaje barroquizante (¡°Quisiera ser aniquilado por completo, / pues en todo mi ser / no hay una sola fibra que no grite ahora / de profundo arrepentimiento y terrible aflicci¨®n¡±, recita Jedermann en uno de sus diversos mon¨®logos) y altera el orden de algunas apariciones, como la ¨²ltima intervenci¨®n de la piadosa madre del protagonista, demorada casi hasta el final.
Tobias Moretti es un Jedermann cre¨ªble, pero no siempre hondo ni convincente, al igual que le sucede a Caroline Peters, muy lejos de ese prototipo de Amada que parece haber imaginado Hofmannsthal, no muy sobrada de femineidad y sin acabar de lograr dibujar su personaje en sus escasas intervenciones. Fueron mucho m¨¢s impactantes los papeles secundarios, comenzando con el soberbio Diablo del f¨ªsico, hiperactivo y locuaz Gregor Blo¨¦b, el m¨¢s aplaudido al final, o las Buenas Obras de Mavie H?rbiger, o la Madre serena y profunda de Edith Clever. Actuar en el Jedermann salzburgu¨¦s es un privilegio para cualquier actor german¨®fono. El protagonista ha sido encarnado por nombres legendarios, como Alexander Moissi (que estren¨® el papel bajo la direcci¨®n de Max Reinhardt, definitoria de una ¨¦poca), Will Quadflieg, Maximilian Schell, Klaus Maria Brandauer o Gert Voss. Ha habido incluso actrices, como Dagny Servaes o Lola M¨¹thel, que, con varias d¨¦cadas de diferencia, han encarnado a la Amada y a la Madre. Y Jedermann, o Everyman en el original ingl¨¦s que sirvi¨® de inspiraci¨®n a Hofmannsthal (la sombra medieval llega hasta la novela hom¨®nima de Philip Roth), Quienquiera quiz¨¢s en espa?ol, somos potencialmente cualquiera de nosotros.
Antes se hab¨ªa estrenado, en la tarde de ese mismo s¨¢bado, una nueva producci¨®n de Elektra que ser¨¢ comentada en una pr¨®xima cr¨®nica. Ahora es mejor dar cuenta del ¨²nico otro estreno, el d¨ªa siguiente, de esta edici¨®n, que ten¨ªa previsto presentar originalmente hasta diez ¨®peras: Cos¨¬ fan tutte. La elecci¨®n de ambos t¨ªtulos consegu¨ªa, de alg¨²n modo, la cuadratura del c¨ªrculo: tal y como ya se hab¨ªa pensado desde un principio, se homenajeaba a dos de los padres fundadores (Hofmannsthal y Richard Strauss), por un lado, y al hijo m¨¢s ilustre y querido tanto de la ciudad como del propio festival (Mozart), por otro. No obstante, aqu¨ª volv¨ªan a contraponerse querer y poder, porque la duraci¨®n de Cos¨¬ fan tutte dificulta representarla completa sin ning¨²n descanso, y los intermedios ¨Ccon la consiguiente socializaci¨®n, cercan¨ªa, riesgo de contagios, etc¨¦tera¨C est¨¢n tambi¨¦n vetados en Salzburgo. Elektra, con un ¨²nico acto y una duraci¨®n comprimida, perfecta para una pandemia cultural como la que vivimos, no requer¨ªa cambio alguno. Pero Cos¨¬ fan tutte ha tenido que someterse a una precisa y dolorosa intervenci¨®n quir¨²rgica que la ha dejado reducida a poco m¨¢s de dos horas y cuarto, el l¨ªmite de lo pol¨ªticamente correcto y de lo art¨ªsticamente aceptable.
Los cortes se han aplicado democr¨¢ticamente a los seis protagonistas ¨Ctodos han salido perdiendo m¨¢s o menos por igual¨C y ha dejado ambos actos con una duraci¨®n pareja. El escalpelo ha sido m¨¢s inclemente con los recitativos, como es natural, pero tambi¨¦n han ca¨ªdo en el cadalso arias, d¨²os y tr¨ªos, con ausencias tan dolorosas como las de las dos arias de Ferrando y Guglielmo del segundo acto . E incluso partes de un mismo n¨²mero, como en el arranque de los finales de los dos actos. Aun as¨ª, ?c¨®mo lamentarse despu¨¦s de meses sin poder representarse ¨®peras y con unos resultados tan extraordinarios como los que se han alcanzado en Salzburgo? La excelencia orquestal estaba garantizada con la Filarm¨®nica de Viena, soberana de principio a fin, pero no pod¨ªa saberse c¨®mo ser¨ªa la direcci¨®n de Joanna Mallwitz, la primera mujer que ha dirigido aqu¨ª una ¨®pera en los cien a?os de historia del festival, que se dice pronto.
Y la joven alemana no solo ha superado la prueba con nota, sino que no resulta dif¨ªcil augurar, a tenor de lo o¨ªdo y de los aplausos que recibi¨® al final, que estas representaciones van a suponer un punto de inflexi¨®n decisivo en su carrera. Ya desde la obertura, con un contraste marcad¨ªsimo entre el Andante introductorio y el posterior Presto (tocado exactamente como tal, viv¨ªsimo e incisivamente articulado), qued¨® claro que Mallwitz ten¨ªa ideas propias, que no ven¨ªa a imitar a nadie ni a dejar que la orquesta tocara sola. Buena parte de que la ¨®pera fluyera en todo momento es m¨¦rito suyo y de su direcci¨®n en¨¦rgica y cuidadosa, con una mano izquierda inusualmente activa que dibuja, atempera y modela la m¨²sica, ofreciendo a los cantantes el apoyo o el contrapunto perfecto. Tan solo en el largo final del primer acto falt¨® una mayor ilaci¨®n y se apreciaron peque?os altibajos en la direcci¨®n, un m¨ªnimo borr¨®n en una direcci¨®n personal, brillante y llena de autoridad. Curtida en los teatros de provincia alemanes, como han hecho muchos grandes directores de ¨®pera, la de Mallwitz es, sin duda, una carrera a tener en el punto de mira a partir de ahora.
La elecci¨®n del reparto es perfecta: todos tienen la edad que deben tener (dos de los cantantes no han cumplido a¨²n siquiera los treinta a?os y tres la franquean por poco) y las voces ideales para el papel. Y los seis son buenos actores, aunque en esta parcela los hombres han destacado algo m¨¢s que las mujeres. Dice mucho a favor del internacionalismo y los pocos prejuicios del festival que las tres cantantes sean francesas (franco-danesa en el caso de Elsa Dreisig), lo que sin duda ha reforzado el buen entendimiento y la complicidad entre ellas. Dreisig es un diamante ya muy pulido, a pesar de su juventud, y su Fiordiligi posee un brillo y una frescura solo posibles de transmitir a esta edad. Sus agudos son mucho m¨¢s atractivos que sus graves, demasiado mates, y a veces sorprende con tomas de aire un tanto intempestivas, pero la voz le corre con enorme facilidad y posee una t¨¦cnica ideal para el estilo mozartiano. Marianne Crebassa se ha convertido en poco tiempo en una de las grandes mezzosopranos actuales. Su voz es siempre homog¨¦nea en todos los registros y solo cabe desear que, con el tiempo, desarrolle nuevos colores, pues tiende a una excesiva uniformidad. Compone una Dorabella un tanto melanc¨®lica, en contraste con la Fiordiligi m¨¢s impulsiva que dibuja Dreisig. Lea Desandre tiene en el repertorio barroco su h¨¢bitat natural. Su voz es quiz¨¢ demasiado peque?a para enfrentarse a una Filarm¨®nica de Viena y costaba o¨ªrla tanto en algunos momentos de sus solos como, sobre todo, en los concertantes. Pero es siempre musical y obediente como actriz, sin forzar el lado pizpireto de su personaje y sin exagerar la comicidad de sus travestismos como el m¨¦dico (la mascarilla estaba aqu¨ª m¨¢s que justificada) y el notario.
Bogdan Volkov es otra piedra preciosa de la joven generaci¨®n de cantantes y est¨¢ madurando a toda velocidad. El tenor ucraniano fue quiz¨¢s el m¨¢s aplaudido despu¨¦s de ¡°Un¡¯aura amorosa¡±, cantada sin romper en un solo momento la l¨ªnea y con un timbre vocal bell¨ªsimo. El mayor desparpajo de este quinteto de j¨®venes superdotados lo mostr¨® quiz¨¢ el italiano Andr¨¨ Schuen, un bar¨ªtono de largo recorrido y llamado a ser uno de los m¨¢s requeridos en los pr¨®ximos a?os. Vers¨¢til, excelente actor, poseedor de una dicci¨®n mod¨¦lica y nacido en apariencia para cantar y actuar sobre un escenario, su Guglielmo fue un dechado de espontaneidad y de facultades vocales puestas al servicio de las emociones cambiantes del personaje. Johannes Martin Kr?nzle, que podr¨ªa ser el padre de todos ellos, ha dado infinitas muestras de sabidur¨ªa actoral y maestr¨ªa vocal, quiz¨¢ con el soberano Beckmesser de la ¨²ltima producci¨®n en Bayreuth de Los maestros cantores como punta de lanza. Tampoco ¨¦l retuerce la comicidad del personaje y posee el instrumento perfecto para infundir autoridad y experiencia a Don Alfonso.
No puede quedar fuera de la lista de m¨¦ritos, sino todo lo contrario, la direcci¨®n de escena de Christof Loy. Conviene recordar que en el programa original iba a dirigir nada menos que Bor¨ªs Godunov, rebosante de escenas corales, con direcci¨®n musical de Mariss Jansons, fallecido el pasado mes de diciembre. De modo que ante la doble imposibilidad, en unas pocas semanas, ha tenido que imaginar un nuevo Cos¨¬ (el que dirigi¨® en Fr¨¢ncfort en 2008 es justamente famoso) y, como gran hombre de teatro que es, ha conseguido sin apenas medios un espect¨¢culo magistral. Con una exigua escenograf¨ªa (una gran pared blanca con dos puertas tambi¨¦n blancas, que en un momento crucial de la acci¨®n se abre lentamente por el centro para revelar un ¨¢rbol en medio de la noche: el jard¨ªn que imaginaron Mozart y Da Ponte) y con los cantantes literalmente pegados a la orquesta y muy cerca del p¨²blico, los protagonistas cuentan como todo lugar para la reflexi¨®n con unos pocos pelda?os de una peque?a escalera que los separa de los instrumentistas. Loy no necesita m¨¢s para mover a sus cantantes con la precisi¨®n de un ajedrecista. Cada uno est¨¢ en todo momento donde debe estar y movi¨¦ndose, gesticulando o transmitiendo el sentimiento o la emoci¨®n exactos. En medio de los excesos a los que son tan aficionados muchos de sus colegas, Loy, como ya demostr¨® hace poco en Madrid con su referencial Capriccio de Strauss en el Teatro Real, se basta con un tiral¨ªneas, psicolog¨ªa y talento, mucho talento.
El director desnuda los sentimientos de todos, llamados a recibir una lecci¨®n de vida y, en ¨²ltima instancia, no hay burladores ni burlados, ni vencedores ni vencidos, si acaso m¨¢s lo segundo que lo primero, en una plasmaci¨®n perfecta de lo que debe ser un dramma giocoso (con un regusto final tambi¨¦n m¨¢s acerbo que jovial). Loy simplifica (vestuario elemental en puro blanco y negro, con la ¨²nica nota discrepante introducida por los colores deliberadamente chocantes con que visten los supuestos albaneses) y, a la vez, profundiza. En ocasiones lo hace con un recurso tan sencillo y elocuente como el silencio: como en el recitativo previo y el posterior d¨²o del segundo acto entre Guglielmo y Dorabella, donde las dos parejas, ya cambiadas, presas por igual del deseo y de la confusi¨®n, no saben literalmente qu¨¦ decirse; o, en este caso con un efecto c¨®mico, en la primera aparici¨®n de Despina, con largu¨ªsimas pausas mientras bate con una cuchara en el interior de una cacerola. Y convierte a Don Alfonso no en un c¨ªnico desalmado e insensible, sino en un hombre experimentado que quiere hacer madurar a unos j¨®venes ingenuos y a¨²n desnortados.
En otros casos, el tono, o los gestos, rebaten las palabras. Cuando Ferrando (¡°content¨ªsimo¡±, seg¨²n la didascalia de Da Ponte) le dice a Guglielmo ¡°Amigo, hemos vencido¡±, o cuando este le dice poco despu¨¦s ¡°Bravo t¨², bravo yo¡±, ambas frases portan un aroma inequ¨ªvoco de derrota, no de victoria, exactamente igual que el ¡°Contentissimi¡± inmediatamente anterior al final del segundo acto revela que, en contra de lo que piensa Despina, los tres hombres que lo han dicho est¨¢n muy lejos de estarlo. Pero Loy no se olvida de la comicidad y peque?os detalles ¨CFiordiligi que se desmaya parad¨®jicamente poco despu¨¦s de haberse autoproclamado ¡°una roca¡±, o que sufre convulsiones en el suelo al final del primer acto, Dorabella agitando amenazadoramente un zapato en el aire tras cantar ¡°si sigo viva¡± despu¨¦s de ser presa de una ¡°agitaci¨®n implacable¡±¨C nos recuerdan que estamos asistiendo, al menos en parte, a una comedia.
Eso mismo hizo Michael Haneke en su hist¨®rico Cos¨¬ fan tutte en el Teatro Real, pero Loy apura a¨²n m¨¢s el frasco de las esencias y evita esa ¨²ltima vuelta de tuerca del austr¨ªaco: ?y si...? Ovacionado un¨¢nimemente por todo el p¨²blico al un¨ªsono, la escenificaci¨®n de los aplausos finales evit¨® las salidas individuales (exceptuada la de Joanna Mallwitz, convocada por Elsa Dreisig, como mandan los c¨¢nones), por lo que cantantes y equipo esc¨¦nico fueron festejados por igual, larga, simult¨¢nea y colectivamente. Fue un triunfo del trabajo bien hecho, con poqu¨ªsimos medios, en unas circunstancias muy adversas. Poder y querer han podido ir, por fin, de la mano.
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