La minilegi¨®n perdida de Formentera
El fort¨ªn romano de la isla invita a imaginar la ins¨®lita vida de una peque?a guarnici¨®n en el para¨ªso de aguas azules
Pocas personas prefirieron el otro d¨ªa en vez de ir a la playa visitar el fuerte romano de Formentera. Y solo una fue hasta las ruinas llevando en su vaina en la cintura -al lado derecho, como era reglamentario- una espada de legionario. Pasearte por la isla luciendo el gladio, el arma b¨¢sica de las legiones de Roma junto con el pilum, la c¨¦lebre jabalina (comparable por su letalidad a las sombrillas voladoras del chiringuito Pelayo cuando se levanta viento), da empaque, pero tambi¨¦n ocasiona algunos problemillas. Primero, que si vas en bici, la espada se bambolea peligrosamente, y segundo, que has de dar embarazosas explicaciones a la patrulla de la Guardia Civil embozada y emboscada entre las sabinas y que ya te denunci¨® la semana pasada por no tener pasada la ITV en el coche, con la que est¨¢ cayendo.
MI gladio, regalo de Daniel Fern¨¢ndez, el editor de las novelas de romanos de Simon Scarrow (el gran escudo cuadrado que guarda en su despacho s¨®lo me lo presta), es una r¨¦plica exacta de uno est¨¢ndar aut¨¦ntico. Tiene pomo de bola de madera y mango anat¨®mico de hueso y cuenta con una funda de piel te?ida de rojo con apliques de lat¨®n dorado. Lo envidiar¨ªa el inevitable M¨¢ximo D¨¦cimo Meridio, comandante de los ej¨¦rcitos del Norte, etc¨¦tera., tan abonado a estas p¨¢ginas Y ya posee una historia: me acompa?¨® a las ruinas ib¨¦ricas de Ullastret (Girona) durante una visita para escribir una sentida gu¨ªa del yacimiento. Traerla a Formentera, junto a las palas de playa, las gafas y m¨¢scaras de buceo, la red y pelota de v¨®ley, ha requerido de profusas negociaciones familiares y afrontar la insoslayable pregunta ret¨®rica: ¡°?Pero t¨² crees que tienes que llevarte una espada romana a Formentera?¡±, con el colof¨®n de siempre, ¡°adem¨¢s de tantos libros¡±. Pero el gladio era fundamental para los legionarios y ninguno se hubiera movido por esos mundos de Dios (dioses) sin ¨¦l. La corta espada romana es una de esas armas hist¨®ricas emblem¨¢ticas comparable al Colt o el Kalashnikov. En Rome and the sword (Thames & Hudson, ), Simon James subraya c¨®mo el gladio -adoptado tras ver lo bien que funcionaba en Hispania-, concebido para herir sobre todo con la punta y no con los filos, para apu?alar, vamos, se adapt¨® fenomenalmente a la ideolog¨ªa de las legiones centrada en el combate colectivo en orden cerrado, la temida ¡°picadora de carne¡±.
En fin, yo llevaba la espada porque quer¨ªa meterme en la piel de un romano de guarnici¨®n en Formentera. Saber que hubo soldados de Roma en la isla de aguas azules de mis veraneos, tan ajena hoy en sus usos y costumbres a la idea que tenemos de esas tropas que conquistaron el mundo me resultaba intrigante. ?C¨®mo ser¨ªa en la antig¨¹edad estar destacado en un lugar as¨ª? Evidentemente, parece un destino mejor que el Muro de Adriano o los bosques de Germania, y en Formentera no hab¨ªa peludos b¨¢rbaros (ni todav¨ªa peluts turistas) ni sanguinarios druidas. ?Se empapar¨ªa tambi¨¦n el legionario de la paz, el aislamiento, el car¨¢cter de la isla?, ?ir¨ªa a la playa?, ?a los chiringuitos? -?habr¨ªa algo similar para la tropa?- , ?dar¨ªa trocitos de su comida a las lagartijas?, ?observar¨ªa p¨¢jaros?, ?se volver¨ªa algo hippy? Cargado de estas y otras preguntas, algunas incluso m¨¢s tontas, me dirig¨ª al Castellum de Can Blai o Can Pins, que est¨¢ cerca de Es Cal¨®, al final de un corto camino de tierra que sale de la carretera.
El Castellum, al que al llegar, por si acaso, di la familiar contrase?a ¡°fuerza y honor¡±, es una peque?a fortaleza cuadrada (40 x 40 metros) de piedra, de la que solo queda la planta. Ten¨ªa cuatro torres en los v¨¦rtices m¨¢s una extra y fue construido en una peque?a elevaci¨®n en la parte central de la isla de manera que, desde sus (se calcula) seis metros de altura, dispon¨ªa de privilegiada visibilidad sobre ambas costas, la norte y la sur, las playas de Es Cal¨® y las de Migjorn. Posee un aire de los fortines peque?os que jalonaban el Muro de Adriano y tambi¨¦n de fuerte del Far-West. Y est¨¢ lleno de misterios. De hecho, claramente romano como es (se cree que del Bajo Imperio), parece inacabado y no se sabe si lleg¨® realmente a estar ocupado, aunque algunos estudiosos afirman que s¨ª e incluso especulan con que tuviese una guarnici¨®n de 70 u 80 soldados, una centuria, medio man¨ªpulo, con su centuri¨®n, su optio, su sign¨ªfero, su corneta (cornicine). La misi¨®n ser¨ªa defensiva y de vigilancia. Sin pictos, germanos, dacios o partos a la vista, se tratar¨ªa de garantizar el orden y estar al tanto de la arribada de piratas, que infestaban el mundo Mediterr¨¢neo.
He echado mano del Compendio de t¨¦cnica militar de Vegecio (edici¨®n de C¨¢tedra, 2006), el famoso Epitomana rei militaris, para hacerme una idea de la vida de nuestro soldado. Veo que para hacer un buen legionario se requer¨ªa medir 1,77 metros (justo como yo) y tener al menos un test¨ªculo; ¡°ojos despiertos, hombros musculosos, cuello erguido, pecho ancho, vientre discreto, magro de nalgas¡ ¡°. Vegecio recomienda que los reclutas aprendan la nataci¨®n, as¨ª que podemos imaginar al destacamento del fuerte haciendo pr¨¢cticas en la playa, seguramente sin ba?ador. Se ejercitar¨ªan tambi¨¦n en las marchas (el paso militar era de 6 kil¨®metros por hora, as¨ª que la isla se les quedar¨ªa peque?a enseguida) y en la armatura, la esgrima. En Formentera podr¨ªan saltarse el cap¨ªtulo C¨®mo se pude hacer frente a las cuadrigas falcadas y a los elefantes.
Que yo recuerde hay una sola pel¨ªcula que muestre a un grupo de legionarios romanos en una guarnici¨®n aislada en una isla (en el cine generalmente siempre est¨¢n combatiendo). Se trata de la curiosa Sebastiane (1976), de Derek Jarman, una revisi¨®n gay militante de la vida de san Sebasti¨¢n, icono de ¨¦xtasis masculino flecheado (con lo del arco y las saetas volvemos a los predios de Ullises, de Apolo, de Filoctetes¡, tambi¨¦n a los de Mishima y Burt Reynolds). El filme, con todos los di¨¢logos en lat¨ªn, narraba la vida y relaciones (intensas) de un peque?o destacamento en un rinc¨®n del imperio en el siglo IV. Rodada en Cerde?a, los legionarios se pasaban el d¨ªa desnudos, m¨¢s dedicados al dolce far niente que a la disciplina del gladio (y valga la frase). Sebasti¨¢n (quitaremos lo de santo) era un bello pretoriano pacifista y c¨¦libe, exiliado por haber intervenido en favor de un catamita de Diocleciano ca¨ªdo en desgracia entre bailes orgi¨¢sticos del a?orado Lindsay Kemp. Su llegada a la guarnici¨®n provocaba una tormenta de celos y deseos que culminaba en el concurso de tiro con arco con el protagonista como alfiletero.
Me gusta pensar que nuestro legionario no tendr¨ªa una estancia tan convulsa y disfrutar¨ªa, en la medida que sus obligaciones militares se lo permitieran, de las mismas delicias de la isla que yo. Se ba?ar¨ªa en las inenarrables aguas, a¨²n libres de motos acu¨¢ticas y yates estratosf¨¦ricos (todo lo m¨¢s alguna galera o liburna). Observar¨ªa a los p¨¢jaros cotidianos, conoci¨¦ndolos por su nombre en lat¨ªn: columba, falco, epops, musc¨ªcapa, caprimulgus, charadrius alexandrinius. Se sorprender¨ªa con el cruel h¨¢bito del lanius senator (alcaud¨®n) de empalar a sus v¨ªctimas, que le recordar¨ªa los sacrificios humanos de los dacios. Escuchar¨ªa por las noches a las lechuzas (tyto) y a los raros alcaravanes (burhinus) con su voz salvaje y lastimera, leer¨ªa a Catulo (¡°me preguntas cuantos besos tuyos, Lesbia, me son bastante y de sobra¡ tantos como incontables estrellas, cuando calla la noche, son testigos de los furtivos amores de los hombres¡±), y se sentir¨ªa un privilegiado en su feliz aislamiento del mundo. Lejos de las invasiones b¨¢rbaras, de las pestes, de la corrupci¨®n, de la decadencia y ca¨ªda del imperio, de los tr¨¢fagos, vejaciones y sinsabores de la vida all¨¢ afuera.
No sabemos c¨®mo acab¨® nuestro soldado ni la suerte de la guarnici¨®n que pudo o no haber ocupado el fuerte de Can Blai. La isla guarda todav¨ªa muchos de sus secretos arqueol¨®gicos (este a?o se ha revelado la existencia de una casa p¨²nica en San Francesc). A m¨ª me gusta imaginar que el destacamento del castellum, tan parecido al grupo de amigos de la isla, de alguna manera sigue aqu¨ª, como una suerte de minilegi¨®n perdida, una r¨¦plica en peque?ito de la famosa Legio IX Hispana desaparecida en Caledonia en 122 antes de Cristo y que tanto ha dado que hablar. Paseando en bici por el camino viejo de la Mola, entre los campos, estirado en las arenas de Migjorn o nadando en las aguas cristalinas del 10.5, a veces siento una presencia detr¨¢s y giro la cabeza para vislumbrar por un momento, como un fogonazo, la eterna y reconfortante presencia de la antig¨¹edad, calzada de chancletas.
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